viernes, 24 de abril de 2020

Diario de una cuarentena. Día 42

Otro día más de esta semana pesada y revuelta. 
Me levanto cansada y una de las primeras cosas que aprecio es que el tiempo ha cambiado, hace sol. 
Mi hija me llama antes de que me haya dado tiempo a meterme en la ducha. Quiere suero porque no respira bien. Le digo que se vuelva a dormir. No soporto que se despierten tan pronto.
Al volver de la ducha veo que mi hijo arrima la puerta de su habitación. Le hablo y me chilla. Empezamos bien...
No sé si está durmiendo menos porque está alterado o está alterado porque está durmiendo menos. Pienso que cuando pueda salir a la calle se cansará más, como si fuera a hacer una maratón...
Mientras desayuno, llega vestido y se sienta a la mesa. No le hago caso. Prefiero acabar de desayunar callada a tener una bronca antes del café. Por lo menos capta la idea y me habla suave.
Mi hija también se despierta en un rato. Ahora ha cogido la manía de levantarse, caminar descalza hasta la entrada y ponerse los calcetines de huellas sentada en el suelo. Yo ya no digo nada, a lo mejor todos necesitamos pequeñas novedades en nuestras vidas. Pero vamos, que claramente está cruzada, porque ya empieza a hablar como un bebé y a hacer cosas raras en lugar de ir a desayunar.
Señor, qué paciencia, y eso que no los despierto yo...
Hoy también quiero hacer algo de trabajo antes de ponerme con las clases, así que dejo a mi hija que se entretenga mientras no acabo. Pero me falla el cálculo porque mi hijo, que se supone que ya estaba con sus asignaturas, se pone a hablar con ella, no sé qué lía y mi hija acaba llorando a gritos. Él se muere de la risa de la que ha liado y no le importa ni que yo me enfade, ni que salga mi marido y también se enfade... cuando prepara algo para chinchar a su hermana y le sale el truco, disfruta tanto de la hazaña que creo que todo le compensa.
En fin, despacho las cosas más urgentes de trabajo y me pongo con mi hija. Creo que los jueves me dan toda la pereza del mundo y más. Estoy cansada, ya no es miércoles, que me da ese subidón de que ya estoy en la mitad, pero todavía no es viernes, que me da ese subidón de acabar todo. La parte buena es que hoy solo tiene cuatro asignaturas y una ni siquiera se la voy a hacer. Es que en plástica la profe propone hacer un dibujo de un búho y pegar macarrones, lentejas, arroz... ya en condiciones normales me daría pena desperdiciar comida para algo tan feo, pero ahora!! Me muero de pena pensando en la gente que habrá sin poder llevarse nada al estómago y encima comprar una vez a la semana para esto. No, no, no se hace plástica.
Mientras ella hace una ficha, cojo el móvil distraída, felicito a los Jorges y veo en el estado de whatsApp de una amiga que ha puesto una foto de su hermano, que se llamaba Jorge y se murió hace algo más de un año. Era muy buen tío, yo lo conocía, simpático, educado, divertido... cumplía años cuatro días antes que yo, nacimos el mismo año y como siempre nos veíamos en agosto, nos felicitábamos mutuamente. Qué dura es a veces la vida. Aun no me puedo creer que se haya muerto. Le mandé a ella un mensajito y me contestó enseguida, diciéndome que se le hacía muy duro y que lo echaba de menos. Yo soy muy positiva, pero en esto no quise intentar consolarla, porque le mentiría si le dijese que se le va a pasar. Se pasa la angustia, aprendes a seguir viviendo y a disfrutar de tu vida, pero no olvidas. Y no se lo pregunté, pero a mí sí que me pasa, que en esta situación cuando me da por pensar en mi familia, me acuerdo mucho también de los que ya no están. He pensado en más de una ocasión cómo se lo habría tomado mi hermano, qué diría... seguro que estaría acojonado, pero contaría algo que le pasó en el súper o en un trabajo pendiente en el que tuvo que tratar con un cliente raro y nos reiríamos mucho con la situación. En mi madre también pienso. Mucho. Creo que es una pena enorme que no esté, pero un alivio, porque estaría muy preocupada por ella. Mi madre estaría sola, encargándose de ir a la compra... yo le diría que intentase bajar menos, que las chicas del súper le subiesen la compra... y ella me diría que "ya, ya" con esa forma diplomática que tenía mi madre de pasar de lo que le decías sin necesidad de mandarte a ningún sitio. Mi padre no la cuidaría ni se contagiaría él del coronavirus, que es como una roca, pero contagiaría a mi madre y ninguno de los dos se darían cuenta... mejor no pensarlo. Y también pienso mucho en mi madre cuando necesito a mi familia. Es absurdo pero es así. Cuando tengo ganas de hablar con alguien muy cercano, de que me abracen, de que alguien me diga que no pasa nada, que todo está bien y sólo es aguantar... pienso en ella, porque sólo quiero que me lo diga ella, que sea ella la que me abrace y me diga que todo esto va a pasar.
Mi hija varias veces al día viene y me da un abrazo. No suele decir nada, sólo viene y me abraza. La abrazo un rato, lo que ella quiera, y se va. Espero estar dándole lo que yo querría para mí.
Hoy lució el sol. Dormí la siesta (mi hijo me soltó que llevaba una hora durmiendo en cuanto abrí un ojo) y vi parte de un capítulo de una serie nueva a la que están enganchados mis hijos. Se pelearon varias veces. Gritaron. Aplaudimos. Mi hijo me pidió que hiciésemos yoga... y accedí. Pero creo que llevaba un minuto cuando me di cuenta de que el yoga no es para mí. Demasiado lento. Me pone nerviosa.
En cuanto pude pasé del yoga y me puse a hacer crema de zanahoria para mañana. A mi hijo le sorprende que eso que hago ahora en la cazuela mañana sea crema, como si hiciese magia.
Mi marido, después de acabar de trabajar ha aprovechado que los niños estaban cada uno en su habitación y se ha tumbado en el salón a escuchar música. Y yo no puedo evitar pensar que después de pasarse todo el día trabajando pensará que se merece un descanso, cuando yo siento que la que necesito descansar soy yo, particularmente de los niños. Lo que no voy a hacer es esperar a que bañe a mi hija, porque si no se nos hace tarde como ayer, así que en cuanto acaban de hacer yoga, la mando al baño.
El día se me está haciendo largo y me tengo que cargar de paciencia y contar hasta muchos números para no arrear a mis hijos como ganado. Cuando quiero que se acuesten rápido, es contraproducente decírselo o que me lo noten. Así que sólo trato de estar algo distante, para que no me líen con preguntas.
Hoy el tema de sacarlos a pasear el domingo me ha estado ocupando la cabeza a ratos, por dónde ir, si ponerles mascarilla... pero ya no puedo pensar más.
Ahora ya duermen, mañana por fin es viernes y lo mejor que puedo hacer es acostarme, descansar y dar por zanjado el día.

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