jueves, 16 de septiembre de 2021

BFF

Hay un tiempo en la vida en el que las amigas son lo más importante. Sí, ya sé que las amigas son importantes en cualquier época de la vida, pero me refiero a ese momento, a ese tiempo en que tus amigas son lo más, en que lo son TODO.

Yo identifico ese tiempo como el del instituto, aunque duró unos años más, también durante la carrera. Cuando tenía 14 años empecé el instituto y conocí a las que serían mis mejores amigas. De hecho, a algunas todavía las conservo. Yo no era una niña nada rebelde, pero como toda adolescente, pensaba que mis padres no me entendían porque eran mayores y que mis hermanas, aunque me llevaba bien con ellas, no habían pasado por las mismas cosas que yo. Pero sin embargo mis amigas sí, ahí estaban, para hablarlo todo, escucharlo todo y entenderlo todo. Y dentro del grupo, como no, había una con la que yo conectaba especialmente, Chapi. La verdad es que no nos conocimos en el instituto, sino un año antes de que yo empezara; ella contaba fenomenal el día exacto que me conoció y yo reconozco que no lo recuerdo, así que trataré de describirlo como me lo contó. Chapi era amiga de una prima mía que vivía debajo de mi casa. Una tarde fue a casa de mi prima y me llamaron para pedirme un juego y de paso invitarme a jugar con ellas. Chapi decía que en seguida nos miramos y conectamos y yo la creo, porque aunque no identifico ese día en concreto sí recuerdo que me cayó bien desde que la conocí. Recuerdo que ella se reía constantemente cuando yo hablaba y que a mí me pareció que era una niña distinta, más interesante que la media, que tenía algo especial que me invitaba a escucharla y a querer conocerla más. A partir de aquel primer día volvimos a coincidir en alguna ocasión pero nuestra relación de verdad empezó cuando yo llegué al instituto, porque aunque ella tenía un año más, a partir de entonces ya nos veíamos en el recreo y nos íbamos juntas a casa (vivíamos en la misma calle).

Chapi y yo éramos un poco distintas a las demás. Por decirlo claramente, las dos teníamos gafas y sacábamos muy buenas notas casi sin despeinarnos, así que no es difícil deducir que para el resto de la gente éramos unas "chaponas". Además, como íbamos juntas (hasta a misa) y hacíamos las mismas cosas, había incluso quien nos decía que éramos hermanas y la verdad es que nos daba la risa, porque no nos parecíamos en absoluto y además nosotras sabíamos que éramos mucho más que dos niñas con gafas. Por ejemplo, nosotras no bebíamos los fines de semana; no tomábamos "tumbadioses", "cerebros", "pasas" ni ningún otro brebaje de nombre raro de los que daban por la zona de vinos. Y esto no lo cuento con superioridad, como si fuésemos mejores que nuestras amigas, es que simplemente no lo hacíamos, nos parecía una tontería y algo asqueroso. Pero ahora pienso que sin duda fue importante tenernos la una a la otra para ser así, porque a esa edad es difícil no seguir la corriente si estás sola. Lo pasábamos genial así, no veíamos la necesidad de más y a veces nos reíamos tanto y hacíamos tantas tonterías que decíamos que lo nuestro eran los "pedos psicológicos". Cuando estábamos juntas no hacíamos más que hablar, horas y horas, sobre todo ella, ja, ja, ja. Y es que Chapi era como una ametralladora, contando cosas de las clases, de su inmensa familia, de los libros que leía...porque mira que a mí me gusta leer pero ella era una devoradora de libros. Y además tenía algo que a mí me sigue dando una envidia enorme, que se acordaba de todo lo que leía. Las dos leímos el Señor de los Anillos, pero sólo ella recordaba cada personaje, cada lugar y te describía algún acontecimiento del libro como si lo acabase de leer. Por eso su vocabulario era tan rico y ella decía cosas tan peculiares como "osculos" cuando quería mandar besos o empleaba expresiones como "¡albricias!" que yo no había escuchado en la vida. Muchos años después del instituto, cuando ya teníamos correo electrónico, nos enviaba al grupo de amigos "la palabra del día" a la que ella estaba suscrita. Porque Chapi era así, especial y auténtica y en Navidad me enviaba una postal de Gandhi y en mi cumpleaños una del Circo del Sol. Realmente era una persona única, como no haya conocido otra y durante años fue una auténtica constante y referencia en mi vida. Yo le contaba absolutamente todo, quién me gustaba (por supuesto), qué me había dicho, qué le había dicho yo....y cuando llegó la universidad y nos tuvimos que separar nos escribíamos cartas inmensas, a pesar de que nos podíamos ver los fines de semana. Tengo que buscar esas cartas porque aunque yo me escribía con más amigas, las suyas eran mis preferidas, no sólo por lo que me contaba sino por cómo lo contaba. Siempre había algo ingenioso o sorprendente y me reía con ellas como si estuviésemos juntas. Es incalculable la cantidad de momentos buenos que hemos compartido incluso a distancia. 

Y ahora me veo hablando de ella en pasado no sólo porque esté contando cosas que ocurrieron hace años sino porque, aunque me cuesta decirlo y escribirlo, Chapi se murió este verano. 

Pero no hablaré de su muerte en esta ocasión, porque hoy toca celebrar. Hoy es su cumpleaños, y habría cumplido 50 años. Así que lo que toca es brindar por esa vida y en especial por todos los años que tuve la suerte de compartir con ella. Toca brindar por Chapi, una persona única y especial, que vivió como quiso, siempre alegre y decidida, observando el mundo con sus ojos de niña y aprendiendo, disfrutando pero sobre todo amando de corazón. Porque si algo la definía, era el amor, incondicional y apasionado que no dudaba en declarar a todos los que tuvimos la suerte de estar en su vida. Chapi me quería infinito, y no porque yo lo mereciese, sino porque ella sólo sabía querer así, a pleno corazón y sin medias tintas. 

La vida nos debe a las dos un café que tenemos pendiente pero, mientras no llega, nada impedirá que brinde hoy por ella y le desee ¡feliz cumpleaños, Chapi!



sábado, 17 de abril de 2021

La cajita de costura

Esta mañana me propuse arreglar una muñeca de ganchillo de mi hija. Es una pequeña Hello Kitty que le había hecho mi suegra hace unos años y que había sufrido un pequeño percance un día que la llevó al cole. Como mi hija me había pedido en más de una ocasión que hiciese algo con ese hilo que sobresalía del brazo de su muñeca, me dispuse a buscar entre mis utensilios de costura alguna herramienta que pudiera ayudarme. Abrí el costurero, saqué la pequeña cajita de paja y busqué en su interior el tubo donde guardo las agujas. Las volqué todas sobre la mesa para comprobar si había alguna de coser lana, una de esas con las que mi madre remataba los jerséis que nos calcetaba. Y no, las había de distintos tamaños, pero no de lana. Mientras elegía una de las más grandes, pensé en la cantidad de años que tendría aquel tubito, al igual que la caja de alfileres que también guardaba en el mismo sitio. Y es que mi madre, cuando me fui a estudiar la carrera, lejos de casa, me había preparado aquel "kit de costura" que básicamente contenía un rollo de hilo blanco, otro negro y otro beis, una caja de alfileres y el tubito de agujas. Ahora me produce ternura recordarlo, imaginar en qué pensaba mi madre al seguir aquel ritual de preparar los elementos imprescindibles de costura y guardármelos en una cajita de paja. Y digo ritual porque mis hermanas mayores se llevaron kits similares cuando se fueron a estudiar fuera de casa. Me resulta gracioso pensar en el razonamiento que le llevó a aquello: "que no les caiga un botón y no puedan volverlo a poner en su sitio porque yo no esté", cuando es más que probable que los fines de semana siguiese pasándole a ella mis botones caídos o cualquier otro pequeño arreglo de costura que pudiese necesitar (lo cierto es que no lo recuerdo). Pero ahora entiendo la cajita de costura, me pongo en el lugar de mi madre, teniendo que vivir una y otra vez ese momento de dejarnos ir, y la imagino preparándonos esas pequeñas cosas que al final le permitirían estar aunque no estuviese. 

También recuerdo haber ido con ella a comprar otros utensilios que me acompañarían en mi nueva casa: un cazo para calentar la leche del desayuno, una taza, una espumadera, una cuchara de madera, unas tijeras....de nuevo los imprescindibles para "estar", para asegurarse de que al menos, llevase la vida que llevase, siempre desayunaría una buena taza de leche. La leche del desayuno, una constante de mi madre, uno de sus imprescindibles para asegurarse de que nuestro día arrancaría bien...ja ja ja ahora lo tengo absolutamente interiorizado, como cerrar las persianas antes de acostarme, revisar todas las luces de la casa o hacer los zumos siempre utilizando dos naranjas. Me encantaría que pudiera verme, poder decirle que sus rituales funcionaron y que la siento en cada uno de ellos; que consiguió hacerlo, seguir presente en las pequeñas cosas, ofrecerme su protección en la distancia, permanecer a mi lado.

Vuelvo de nuevo mi mirada a las agujas y pienso una vez más en ella, en todos los gestos que hizo para intentar protegernos de todo, para estar con nosotras cuando no podía estar. Y me pregunto ahora cuáles serán mis kits para proteger a mis hijos, qué pequeñas piedrecitas meteré en sus bolsillos para que el viento no les lleve cuando sople fuerte.



domingo, 10 de enero de 2021

Recuerdos de mi madre

Hoy me he acordado de mi madre, porque sí, por nada en especial, porque los recuerdos son así, como invitados a los que no esperabas pero que dejas pasar de todas formas.

Estaba haciendo la comida y vinieron a mi cabeza las comidas en casa de mi madre, las comidas normales de un fin de semana cualquiera. Y es que yo estaba haciendo "una comida de madre", friendo filetes empanados y con la sopa de fideos ya hecha. Y la recordé a ella, cocinando también, y pude ver los filetes de ternera, la sartén en la que los hacía, pude sentir el olor del aceite, y hasta casi pude verla con su delantal, haciendo una pila de filetes y dejándolos en la bandeja de metal. 

La echo tremendamente de menos, como siempre, pero hoy en especial, sin saber por qué y porque sí. Acaba de pasar la Navidad y ha sido otra ocasión sin verla. Pero ni siquiera creo que sea eso....es otro día más...tantos días ya...Sólo es uno de esos días en que la siento más y a la vez la añoro más. Uno de esos días en que quisiera llamarla, sólo poder oír su voz una vez más. Y también entrar en su casa a verla y sentirme en casa, sentarme en la cocina a hablar con ella, encender la tele...esas cosas tontas que ahora simplemente no puedo hacer y jamás volverán.