jueves, 15 de octubre de 2020

Y de repente...el otoño

Sí, apareció como siempre, fiel a su cita, a eso del 21 o 22 de septiembre (nunca sé cuándo es) pero lo cierto es que no me lo esperaba. Así que se debió dar cuenta y decidió hacer "un poco de ruido", bajó las temperaturas, se trajo un temporal, y para rematar, catarros para toda la familia. Y con los catarros llegaron los mocos, las toses y finalmente la subida de temperatura en el termómetro, eso que ahora nos da más miedo que el hambre y que nos llevó directamente a la tan temida PCR, esta vez para mi hija. Ya habían pasado por esto compañeros de mis hijos pero no es hasta que te toca a tí cuando lo ves cerca de verdad y te das cuenta de que es real. Y eso que desde el minuto uno sospechaba que era el mismo catarro que habíamos pasado todos y además ella estaba bien, que es lo que me importaba. Pero da igual, piensas "ahí está, ha llegado hasta nuestra casa, hasta nuestra familia". Y es en ese mismo momento en el que sabes que, cuando decías que a ver cuánto aguantan en el cole, que seguro que en breve nos mandan a todos a casa...nunca llegaste a creerlo de verdad. En ese instante supe que repito en alto todas esas frases porque lo lógico es que pase eso, pero que por dentro me niego a admitirlo. Y me doy cuenta de que yo quiero mi normalidad, no esta nueva normalidad. Quiero comentar a la salida del cole que nos vamos a fútbol y que a ver si "éste" no tiene muchos deberes hoy. Quiero preocuparme de si el chándal se seca para mañana porque tienen educación física. Quiero quejarme de que el fin de semana hay partido temprano y que encima nos coincide con un cumple de mi hija. Quiero saber que de lunes a viernes voy a trabajar sola en casa. Y quiero salir a la calle sin mascarilla. Quiero quedar. Quiero cafés y risas. Quiero verle toda la cara a la gente cuando me habla. Quiero abrazos.

Quiero días mejores y peores, pero no quiero días grises. Y eso me parece que es este otoño recién llegado, una sucesión de días grises. Y me parece además, que ha venido sin dejar que se acabase el verano. Y todo es porque no he tenido "mi verano". Sé que al decirlo estoy siendo injusta, con la situación que estamos viviendo y con mis propias expectativas antes de que comenzase, pero lo cierto es que no he tenido un verano de verdad, de los que a mí me gustan. Mi verano es cansarme de días de playa, es familia, es volver a casa y es quedar con unas y otras para cargarme de buenos momentos y cargarme así yo de toda la energía que necesito para pasar el curso después. Y no voy a mentir ni hacer un drama, porque es cierto que ha estado lleno de buenos momentos...pero no ha sido mi verano. Salvo mis quince días de vacaciones, estuve trabajando todo el tiempo en casa con mis hijos. No quise apuntarlos a campamentos como otros años, no pudimos tampoco mandarlos unas semanas con los abuelos como hicimos el año pasado...todo fue igual, sin viajes, sin cenas en terrazas, sin ferias medievales ni llevar a los niños a las atracciones de la alameda... Y aunque en principio hice algunos planes, finalmente no quedé con ninguna de las amigas a las que llevaba tanto tiempo sin ver y me apetecía tanto...porque al final la sombra del Covid lo alcanzó todo y pensé que indispensables, indispensables eran los momentos con mi familia; lo demás, quizás en otro verano, quizás en otra vida. Toca ser prudentes, pienso en la responsabilidad individual de la que tanto hablamos...pero es triste esta distancia social tan prolongada.

Y me resisto, yo no quiero que me invada la tristeza, quiero apartar de mi mente que el coronavirus se está llevando la alegría de nuestras vidas. Así que me tengo que obligar a hacer un ejercicio: si en pleno confinamiento me hubiesen ofrecido (por contrato) un verano así, exactamente el que he tenido ¿lo habría aceptado? pues sí, evidentemente, habría firmado con los ojos cerrados. Desde ese punto de vista, he tenido más de lo que esperaba, casi un verano soñado.

Podría repetir el ejercicio pensando en lo que llevamos de curso: en verano dije que sólo aspiraba a pasar un día entero trabajando sola con los niños en el cole, sin que los devolviesen a casa por riesgo de coronavirus. Y ya llevan un mes. Pero por algún motivo, eso no hace que me sienta eufórica. Ni mucho menos. Y supongo que tampoco es tan raro, al fin y al cabo esto no ha acabado, hay una pandemia mundial, una enfermedad sin tratamiento eficaz ni vacuna. Lo que yo percibo en mí como tristeza, no será más que prudencia y sobre todo incertidumbre. Me pesa "eso" que no ha llegado pero puede llegar, esta espera calma y tensa de no se sabe bien qué.

Y mientras no nos reunimos con los amigos, mientras no celebramos los cumples de nuestros hijos, mientras no hay partidos, carreras populares, conciertos...tendremos que sobrevivir a base de "lo importante es que estamos bien", "al menos por aquí no estamos como en Madrid", "de momento los niños siguen en el cole" y otros clásicos del coronavirus. Mi truco de supervivencia particular es pensar en las cosas buenas que me ha traído este año, como el trabajo, el coche nuevo, que no haya reuniones de trabajo o si las hay, que nadie te suelte dos besos y uno del que he sido consciente últimamente y me encanta: después de unos últimos años en que esto era una locura, este año ¡por fin!, a 15 de octubre...no hay ni rastro de decoración navideña en los centros comerciales. Maravilla. Disfrutemos de Halloween y a ver si la Navidad vuelve a situarse en diciembre, como debe ser. No estaría nada mal para acabar este dichoso 2020.