jueves, 15 de octubre de 2020

Y de repente...el otoño

Sí, apareció como siempre, fiel a su cita, a eso del 21 o 22 de septiembre (nunca sé cuándo es) pero lo cierto es que no me lo esperaba. Así que se debió dar cuenta y decidió hacer "un poco de ruido", bajó las temperaturas, se trajo un temporal, y para rematar, catarros para toda la familia. Y con los catarros llegaron los mocos, las toses y finalmente la subida de temperatura en el termómetro, eso que ahora nos da más miedo que el hambre y que nos llevó directamente a la tan temida PCR, esta vez para mi hija. Ya habían pasado por esto compañeros de mis hijos pero no es hasta que te toca a tí cuando lo ves cerca de verdad y te das cuenta de que es real. Y eso que desde el minuto uno sospechaba que era el mismo catarro que habíamos pasado todos y además ella estaba bien, que es lo que me importaba. Pero da igual, piensas "ahí está, ha llegado hasta nuestra casa, hasta nuestra familia". Y es en ese mismo momento en el que sabes que, cuando decías que a ver cuánto aguantan en el cole, que seguro que en breve nos mandan a todos a casa...nunca llegaste a creerlo de verdad. En ese instante supe que repito en alto todas esas frases porque lo lógico es que pase eso, pero que por dentro me niego a admitirlo. Y me doy cuenta de que yo quiero mi normalidad, no esta nueva normalidad. Quiero comentar a la salida del cole que nos vamos a fútbol y que a ver si "éste" no tiene muchos deberes hoy. Quiero preocuparme de si el chándal se seca para mañana porque tienen educación física. Quiero quejarme de que el fin de semana hay partido temprano y que encima nos coincide con un cumple de mi hija. Quiero saber que de lunes a viernes voy a trabajar sola en casa. Y quiero salir a la calle sin mascarilla. Quiero quedar. Quiero cafés y risas. Quiero verle toda la cara a la gente cuando me habla. Quiero abrazos.

Quiero días mejores y peores, pero no quiero días grises. Y eso me parece que es este otoño recién llegado, una sucesión de días grises. Y me parece además, que ha venido sin dejar que se acabase el verano. Y todo es porque no he tenido "mi verano". Sé que al decirlo estoy siendo injusta, con la situación que estamos viviendo y con mis propias expectativas antes de que comenzase, pero lo cierto es que no he tenido un verano de verdad, de los que a mí me gustan. Mi verano es cansarme de días de playa, es familia, es volver a casa y es quedar con unas y otras para cargarme de buenos momentos y cargarme así yo de toda la energía que necesito para pasar el curso después. Y no voy a mentir ni hacer un drama, porque es cierto que ha estado lleno de buenos momentos...pero no ha sido mi verano. Salvo mis quince días de vacaciones, estuve trabajando todo el tiempo en casa con mis hijos. No quise apuntarlos a campamentos como otros años, no pudimos tampoco mandarlos unas semanas con los abuelos como hicimos el año pasado...todo fue igual, sin viajes, sin cenas en terrazas, sin ferias medievales ni llevar a los niños a las atracciones de la alameda... Y aunque en principio hice algunos planes, finalmente no quedé con ninguna de las amigas a las que llevaba tanto tiempo sin ver y me apetecía tanto...porque al final la sombra del Covid lo alcanzó todo y pensé que indispensables, indispensables eran los momentos con mi familia; lo demás, quizás en otro verano, quizás en otra vida. Toca ser prudentes, pienso en la responsabilidad individual de la que tanto hablamos...pero es triste esta distancia social tan prolongada.

Y me resisto, yo no quiero que me invada la tristeza, quiero apartar de mi mente que el coronavirus se está llevando la alegría de nuestras vidas. Así que me tengo que obligar a hacer un ejercicio: si en pleno confinamiento me hubiesen ofrecido (por contrato) un verano así, exactamente el que he tenido ¿lo habría aceptado? pues sí, evidentemente, habría firmado con los ojos cerrados. Desde ese punto de vista, he tenido más de lo que esperaba, casi un verano soñado.

Podría repetir el ejercicio pensando en lo que llevamos de curso: en verano dije que sólo aspiraba a pasar un día entero trabajando sola con los niños en el cole, sin que los devolviesen a casa por riesgo de coronavirus. Y ya llevan un mes. Pero por algún motivo, eso no hace que me sienta eufórica. Ni mucho menos. Y supongo que tampoco es tan raro, al fin y al cabo esto no ha acabado, hay una pandemia mundial, una enfermedad sin tratamiento eficaz ni vacuna. Lo que yo percibo en mí como tristeza, no será más que prudencia y sobre todo incertidumbre. Me pesa "eso" que no ha llegado pero puede llegar, esta espera calma y tensa de no se sabe bien qué.

Y mientras no nos reunimos con los amigos, mientras no celebramos los cumples de nuestros hijos, mientras no hay partidos, carreras populares, conciertos...tendremos que sobrevivir a base de "lo importante es que estamos bien", "al menos por aquí no estamos como en Madrid", "de momento los niños siguen en el cole" y otros clásicos del coronavirus. Mi truco de supervivencia particular es pensar en las cosas buenas que me ha traído este año, como el trabajo, el coche nuevo, que no haya reuniones de trabajo o si las hay, que nadie te suelte dos besos y uno del que he sido consciente últimamente y me encanta: después de unos últimos años en que esto era una locura, este año ¡por fin!, a 15 de octubre...no hay ni rastro de decoración navideña en los centros comerciales. Maravilla. Disfrutemos de Halloween y a ver si la Navidad vuelve a situarse en diciembre, como debe ser. No estaría nada mal para acabar este dichoso 2020.


lunes, 15 de junio de 2020

Diario de una cuarentena. Día 94 y final.

Mañana Galicia será la única comunidad española que entre en la "nueva normalidad", ese nombre que suena a secta o a urbanización de frikis. Así que ya tengo mi final, la fecha que yo quería saber, mi día en que el confinamiento finaliza de forma oficial y pasaremos a... no se sabe bien.
Y pasa ahora como cuando vuelves de vacaciones, que te sientas en tu puesto de trabajo y parece que no te has ido. Ahora parece que el confinamiento es tan solo un recuerdo de algo breve, de un bache, cuando han sido tres meses completos. Que me dicen a mí cuando anunciaron los quince días que iban a ser tres meses y vamos, me tiro por la ventana y eso que vivo en un segundo y sería una estupidez. Menos mal que nos lo fueron dosificando, a veces los políticos aciertan.
Y ahora parece que no ha pasado, que no nos hemos agobiado, que no hemos tenido miedo, que no hemos reído y llorado, que sólo hemos estado en casa. Y es que hasta he olvidado cosas, como si hiciese años del confinamiento o como si nunca hubiera pasado. 
Yo, personalmente, creo que he vivido peor la desescalada, yéndome de la fase en la que estábamos a una anterior y volviendo de nuevo según tuviese el día y sintiéndome como si me quedase sola encerrada mientras el mundo corría alejándose de mí. Ha sido en la desescalada donde he tenido más miedo que nunca y casi he deseado que nos encerrasen otra vez. Pero es que en cierta manera es normal, porque llegó un punto en el que al menos el confinamiento era lo conocido, lo seguro, ya era nuestra zona de confort y salir de nuevo al mundo real parecía como asomarse al abismo.
Pero llegó un día en que decidimos que había que avanzar y nos fuimos a comer a la finca de los abuelos. El tiempo era buenísimo y nietos y abuelos no podían estar más felices de reencontrarse por fin, aunque fuese a más distancia de la que les gustaría y con mascarilla. Comimos, corrieron, jugamos y disfrutamos del sol y del aire libre. Como hacía tanto calor y aun no estaba instalada la piscina, en un momento dado mi marido cogió la manguera y se puso a mojar a los niños. Tengo grabada la imagen de mis hijos corriendo bajo el chorro de agua, riendo y gritando sin parar; grabada en mi cabeza, que si la hubiese grabado con el teléfono me la habría perdido. Era imposible mirarlos y no contagiarse de sus risas y su felicidad. Y en ese momento lo supe, supe que así debíamos afrontar esa fase y lo que viniese, como niños, disfrutando el momento, el aquí y ahora y sin miedo a lo que está por venir. Porque no se puede vivir con miedo. El miedo nos inmoviliza, nos ahoga y en definitiva, no nos deja vivir. Y creo que estamos siendo prudentes, que estamos tomando las medidas que están a nuestro alcance para protegernos pero tenemos que seguir viviendo, no queda otra. Del mismo modo que sabemos que un coche nos puede atropellar en la calle, pero no por eso dejamos de salir y simplemente miramos a ambos lados antes de cruzar; igual que sabemos que un avión se puede caer pero no por eso nos quedamos sin hacer ese viaje que nos apetece...creo que debemos actuar igual con el coronavirus, tenemos que tenerlo presente, ser prudentes, pero seguir viviendo. Y que conste que lo digo para convencerme a mi misma en primer lugar, porque cuesta superar el miedo, sobre todo cuando el miedo es a algo todavía tan desconocido. Y además cuesta cuando aun estamos cargando con las secuelas de todo esto, aun trabajando con los niños en casa (y lo que nos queda) y en mi caso, arrastrando esta última semana de desescalada (aunque fuese en fase 3) un cansancio inmenso. Creo que era un cansancio más mental que físico, que me impedía quedarme dormida de inmediato por las noches pero me tenía dormida todo el día. Un cansancio que me tuvo hasta cabreada, seria, melancólica...pero menos mal que cogimos por los cuernos la fase 3 y, esta vez sí, nos subimos al carro de la desescalada para hacer lo que personalmente a mí más me aportaba de esta fase, poder ir por fin a Pontevedra. Así que ayer fuimos y pude estar por fin con una de mis hermanas. Y eso sí que me cambió el día, la semana y la vida. Porque hoy estoy eufórica, he tenido fuerzas hasta para cambiar toda la ropa del armario de mi hija y ya me he puesto en modo fin de curso, que es lo que toca esta semana. Porque vernos por fin (aunque no nos hayamos podido juntar las tres) ha sido como celebrar que hemos sobrevivido una vez más y que en la vida realmente da igual lo que nos pase, siempre que al final podamos seguir teniéndonos unas a otras y disfrutando de una comida juntas. 
Cuando casi nos íbamos a ir de casa de mi hermana, estaba atardeciendo, miré hacia la ventana y recordé las puestas de sol en casa de mi madre, con unas vistas muy parecidas, también con la isla de Tambo al fondo. Pensé que seguro que ella se alegraba de que estuviésemos juntas y bien al final de todo esto. Al llegar a Coruña el cielo teñido de rojos, naranjas y rosas que nos recibió a la vuelta me hizo pensar en ella de nuevo y sentí que todo va a salir bien. Sólo hay que seguir viviendo y vivir sin miedo.

domingo, 24 de mayo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 73

Esta desescalada se me está quedando un poquito triste.
¿Qué decíamos a principios y mediados de confinamiento? Uaaah el día que salgamos...e inmediatamente veíamos abrazos, cervezas, fiesta, confeti y hasta lágrimas. Pero eso era en los anuncios y en nuestra cabeza. La realidad se llama desescalada y es lenta y progresiva. Y lo peor, no es alegre, al menos para mí.
Bueno, matizo, la salida con los niños sí fue alegre, por ejemplo. No se pusieron súper felices con el anuncio de que iban a salir pero sin embargo sí lo disfrutaron un montón. Y a día de hoy, cada vez que salimos lo seguimos disfrutando. Es en lo que vamos a notar este paso a la fase 2 que comienza mañana, en que ya no tendremos el límite de la hora, el kilómetro y el adulto que los acompañe. Así que iremos a donde queramos, como hacíamos "antes".
Pero, por ejemplo, no he pisado una terraza, no hemos quedado con la familia más allá de un día que subieron mis suegros a casa y tampoco hemos visto a ningún amigo. Nos hemos quedado como en medio de ningún sitio, porque tampoco podemos decir que estemos como antes, encerrados en una isla desierta viviendo una nueva experiencia en familia. 
Estamos a la mitad del puente pero ahora mismo no sabemos si cruzar, quedarnos parados o volver al principio.
Creo que mi llegada a la realidad será definitiva cuando pueda cambiar de provincia y abrazar por fin a una de mis hermanas. Y sí, digo bien, abrazar, aunque sea con mascarilla. Pero es que no me veo después del tiempo que llevamos sin vernos, de lo que ha pasado y sobre todo de lo que habrá pasado ella, haciendo ciento y pico kilómetros para chocarnos el codo. Le voy a dar un abrazo que se va a enterar.
Y hasta ese día me veo así, en medio de ningún sitio, viviendo una fase 0 dentro de una zona en fase 2, sin contactos, sin salidas pero también sin aplausos en la ventana. Definitivamente se han acabado, se fueron disipando y al final simplemente desaparecieron, como si ya no quedase nadie en los hospitales, como si las cajeras del súper no llevasen una mascarilla y una pantalla para hacer su trabajo, como si todo hubiese acabado.
Y la gente sí que vive en distintas fases, porque los que han vuelto a sus lugares habituales de trabajo y no tienen niños, es probable que se sientan en fase 3 pero los que trabajamos con niños en casa... Y esta semana me ha sorprendido el anuncio de que habrá campamentos de verano. Y de nuevo me siento contrariada, es algo que deseo todos los años porque me soluciona la vida y mis hijos se lo pasan fenomenal pero justo ahora...me debato entre darme un respiro en mi vida inscribiéndolos o ahorrarme preocupaciones pero seguir hasta septiembre con ellos en casa. Todo es tan incierto y tan desconocido que no es fácil tomar decisiones. Hay que volver a replantearse lo que antes tenías claro porque la vida ya no es la misma y las prioridades tampoco lo son.
Así que una vez más sólo me queda vivir el hoy. Mañana comienza una nueva semana. En el colegio serían las fiestas colegiales pero recordarlo a mi hijo le da pena porque las disfrutaba de verdad. Es muy lógico que los profesores les transmitan la alegría de las fiestas de todos modos, pero a veces esas referencias a la vida pasada o a como sería su vida sin coronavirus son contraproducentes; me refiero a que resulta más fácil estar contento con tu vida si no recuerdas las renuncias que te suponen esa vida.
Voy a pensar que al final, queriendo o sin querer, en mayor o menor medida, la desescalada está abriendo agujeros en nuestra vida, así que acabará entrando el aire y respiraremos mejor.
Feliz semana de fiestas.

miércoles, 20 de mayo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 68

Hoy no me he quedado un rato en la cama mientras sonaba el despertador. Hoy preferí levantarme rápido porque ayer mi jefa me anunció que hoy me llamaría. Y aunque en ningún momento me dijo que lo haría temprano, no sé, creo que ya he desarrollado el olfato lo suficiente como para saber cuándo se avecina un marrón. Ella llevaba semanas medio contándome que iba a salir un nuevo contrato y por fin ayer me llamó para decirme que ya lo tenía, que se lo iba a leer, que lo iba a estudiar, que ella creía que nos encajaba y que mañana (hoy) me contaría detalles para ver qué me parecía. Ella siempre habla de este contrato con tanta alegría y entusiasmo como angustia me produce a mí oírla. 
Y llegó el día. Después de ducharme y vestirme ahí estaba su llamada perdida, antes de tomarme ni un café. La llamó, me contesta jovial y exultante, sin dejarme mediar palabra, como es su costumbre. Me cuenta que ya está, que lo ha visto todo, que lo vamos a hacer las mismas que estamos llevando mi contrato y que fenomenal todo, que nos darán un incentivo a cada una de 200€. Yo pregunto en primer lugar por el tiempo de dedicación y resulta que no tenemos que trabajar más, no hace más que repetir lo de que "nos encaja" porque ya que vamos a los jardines, miramos otras cosas. Yo, que sé sumar, sé que si vas a un jardín a inspeccionar unas cosas y además tienes que mirar otras, tardas más y eso es tiempo, aunque sea poco. Además no todo el contrato es en jardines, también hay playas. Pero eso no importa, son playas que hay en la ciudad, dice ella, como si por estar en la ciudad no llevase tiempo inspeccionarlas. Así que en la jornada completa que dedicamos a nuestro servicio, tendríamos que realizar otro servicio adicional y no pasa nada. A mí, no sé muy bien por qué, me viene a la cabeza la palabra "estafa" y eso que de contratos, administraciones y esas cosas no controlo demasiado. Pero aun así me da por pensar que si a un mismo organismo le cobras dos veces por la misma jornada.... nada, serán cosas mías. 
Total, que yo que no soy de juzgar a la ligera sin tener toda la información, le digo que me envíe el pliego para leerlo con calma y decidir yo si me encaja tan bien como a ella. Accede pero le molesta, porque para ella todo está muy claro. Yo le digo que las cosas no son así, que yo ahora para hacer mi trabajo invierto a lo largo del día todos los momentos que puedo pero además tengo que hacer cosas en fin de semana porque si no, no llego. Insiste en que esto lo puedo asumir, que no me va a añadir horas. También insiste en los 200€ que me van a caer por el trabajo, como si fuesen un premio caído del cielo y no un dinero que se llama sueldo y que te ganas al prestar un servicio a una empresa. Como la conversación es un diálogo de besugos le digo que me leeré el pliego pero que en ningún caso voy a realizar el trabajo por sólo 200€. Ella dice "¡son al mes!" y claro, no lo puedo evitar, me río a carcajadas y le digo "hombre, ya lo había entendido". No contenta, me aclara que son 200€ para cada una. Le digo que si está de broma.
Cuelgo. Tengo la boca seca, por no hablar de la sangre que me hierve. Al no decirle un "sí", que era la única respuesta que contemplaba al llamarme, se ha indignado y me ha soltado que "encima que pensamos en vosotras". Uff, ya estamos. De los creadores de "no te quejes que al menos tú tienes trabajo", llega ahora a sus pantallas "soy tu jefe y dame las gracias por no explotarte gratis". A mi edad y que tenga que oír estas cosas, estos chantajes que ya deberían haber pasado de moda hace años. Pero que bien educadita está este mando intermedio. Yo incluso intenté ser conciliadora, empatizar: "mira, yo entiendo a la empresa, entiendo que a la hora de coger un trabajo nuevo la primera opción sea encargárselo a quien ya está en la empresa, pero eso se hace si puede ser. Y beneficia a la empresa, no nos engañemos". En fin, como hablar sola.
Recibo el famoso pliego y leo no pocos detalles del trabajo que me hacen pensar que es todavía más inasumible de lo que yo pensaba. Requiere unos conocimientos de legislación e incluso de biología que yo no manejo. Requiere pasar las primeras semanas haciendo lo que haces las primeras semanas de coger un servicio nuevo, trabajar más. No, ni de coña. No puedo. Tendré que seguir viviendo sin esos 200€ que me cambiarían la vida.
Hablo con mi marido. Mis hijos notan la tensión porque yo estoy crispadísima, no lo puedo ocultar. Le enseño el pliego y con sólo leer un par de párrafos abre los ojos como platos. Es bastante más trabajo que el que mi jefa dice. Trabajo para una persona centrada, no para mí. Él sólo me aconseja que no llame ya, que me tome un tiempo para calmarme y para que mi jefa vea que yo me lo he pensado. Le digo que no tengo tiempo, que ella quiere ya la respuesta para hablar con el ayuntamiento a las doce y decirles que todo esta listo para empezar. Odio esta mierda. La empresa sonríe al cliente, le anuncia que somos la bomba y por detrás los trabajadores ya lo asumirán todo. El rollo de siempe. Cuánto nos iba a cambiar la vida el coronavirus...
Llamo a mi jefa una hora antes de su reunión. Estoy tranquila, sé perfectamente qué le voy a decir. Lo primero que me suelta es "ah, ya te iba a llamar yo". Se ve que no tengo derecho ni a tomarme tiempo en contestar. Comienzo a decirle que he leído todo y que no me encaja por distin... me interrumpe y comienza a hablar sin pausa, explicándome porque sí encaja y bla, bla, bla y tus compañeras me han dicho que ellas sí lo hacen, que no tienen problema... en un momento que se detiene para respirar, le digo que si me deja hablar a mí será más fácil que me entienda. Me deja algo, porque me sigue interrumpiendo y confirmo que el "no" no era una opción. Yo le digo que yo tengo un compromiso con mí servicio y ese es el contrato que cumplo y que si veo que otro contrato compromete el trabajo que ya hago, no lo quiero coger. Los contraargumentos no sé si me dan más risa que pena o al revés. Me dice que una de mis compañeras ha estado de baja y no ha pasado nada; le digo que una baja es algo accidental, no un plan de trabajo. Me dice que si dedico parte de mi jornada a otra cosa, nadie se va a dar cuenta, ¡viva la ética! y ya, la mejor "que no pasa nada por no hacer el trabajo perfecto". Le digo que el problema no es no hacer el trabajo perfecto, es simplemente no hacerlo. Por último le propongo que les diga a mis compañeras si lo quieren asumir ellas, que les ofrezca más dinero y tiempo extra para hacerlo. Le encanta la idea, creo que en sus ojos se pone el signo del dolar y piensa en conseguir lo mismo por menos.
Cuelgo y me siento tremendamente aliviada, sigo viva después de semejante batalla. Mi sorpresa es que en minutos me llega por whatsApp un mensaje de una de mis compañeras "le he dicho que yo confiaba en tu criterio y que si tú no lo veías claro, más allá de que tengas el problema de tus hijos, yo no lo iba a hacer". La verdad es que me he quedado en shock. No esperaba tanta fidelidad. Mi otra compañera se suma, dice que ella ni de coña sin nosotras. Qué fuerte, porque esta última es autónoma y necesita el dinero. 
A lo largo de la mañana no hacemos más que intercambiarnos nuevos mensajes porque mi jefa contraataca (a mis compañeras) con nuevas ofertas. Finalmente una de ellas le dice que se deje de darle vueltas y contrate a otra persona ¡¡bravooo!!. En un rato mi jefa me llama suaaaave y me pregunta si conozco a alguien para el trabajo. La verdad es que no, pero le digo que la avisaré si encuentro a alguien. Cuando cuelgo pienso que no quiero "llevar a alguien al matadero" pero es una tontería, el trabajo en sí no está mal y una persona sola, con capacidad y ganas podría asumirlo. No me cuesta nada mandar un par de guasaps y ver si encuentro a alguien. Y resulta que sí. Un compañero conoce a una chica ingeniero técnico forestal a la que conoce de varios trabajos y piensa que podría interesarle. Le pido que la tantee antes de que yo le pase el contacto a mi jefa. La chica accede a escuchar la oferta.
Envío el contacto a mi jefa y me voy al parque con mis hijos. Hace más calor que ayer, un día de verano. Jugamos a la sombra de unos camelios porque al sol temo que nos quememos. La verdad es que sigue siendo una gozada disfrutar de este tiempo juntos al aire libre. La peor parte es que con el calor noto a la gente relajada en exceso: grupos de madres juntas sobre el césped sin protección alguna, familias que salen con padre y madre, una niña que se acerca a mi hija y la toca sin que su madre mueva un dedo de su móvil... en fin. Hasta mi hijo percibe algo, porque en el momento de irnos dice que por qué tiene que irse si tanta gente no cumple las normas. Es complicado de entender hasta para un niño.
Volvemos a casa acalorados. Nos cambiamos, bebemos algo y merendamos. Tengo que ayudar a mi hijo con una tarea de sociais que es algo difícil así que me propone que en cuanto yo acabe el café, lo avise y ya se pone con ello. La verdad es que me hace caso a la primera a pesar de estar viendo la tele y nos pasamos un ratito resolviendo los ejercicios. Tiene una actitud buenísima, da gusto pasar tiempo con él cuando está así.
Sigo sintiéndome muy bien con lo que ha pasado esta mañana. La parte de la empresa ha sido tensa y violenta, pero me siento satisfecha con mi decisión y muy agradecida a mis compañeras por haber hecho tanta piña.
Y precisamente, mientras pensaba en eso, la persona que me pasó el contacto de la chica candidata al trabajo me dice en un mensaje que está contentísima, que estaba trabajando pero no de cosas relacionadas con su profesión y que está entusiasmada con la oferta. Definitivamente se me ha alegrado el día. Sin pretenderlo, al negarnos a que nos explotasen, hemos dado trabajo a otra persona. No puedo expresar lo bien que me hace sentir esto, a pesar de no conocer a esta chica. Todo encaja al final y hacer las cosas de la manera correcta aporta beneficios para más gente. Parece que es más justo e incluso más natural repartir "la riqueza" de esta manera, que todos tengamos un trozo de pastel y disfrutemos de la fiesta. 
Me siento muy reconfortada, me pongo una canción de Sabina, "Y sin embargo" y sonrío el resto de lo que queda de día mientras pienso "hoy volveré a escribir".

jueves, 14 de mayo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 63

Hoy no voy a escribir.
Tengo sueño, estoy cansada, no me apetece.
La verdad es que no me creo que haya estado escribiendo 62 noches seguidas.
Llega mi desescalada.

miércoles, 13 de mayo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 62

Hoy mi día comenzó demasiado pronto, a las cuatro de la mañana. Oigo a mi hijo que me llama y con poca fuerza y mucho sueño me incorporo para ver la hora. Me acerco a su habitación y con voz temblorosa me dice que ha tenido una pesadilla aterradora. Me acerco entonces a su cama, lo abrazo y tiembla. Me pide que me quede hasta que se duerma porque no se quiere quedar solo. Hace años que no me tengo que quedar de noche con él ni por pesadillas ni por estar enfermo. Le digo que me quedo, claro. Abro la cama de al lado y me traigo mi almohada y una manta. Sé que es probable que me duerma yo antes que él pero en cuanto vuelva a despertar, me voy a mi cama. Lo que pasa es que yo no tenía ni idea de lo que iba a ser esta noche. Mi hijo dando una vuelta tras otra, cogiéndome la mano, hablando, preguntándome cosas... cuando estoy por fin durmiendo me despierta con nuevas preguntas, una y otra vez. Y claro, no tengo ninguna ocasión de irme. En otro momento me despierta para decirme que con "mis ruidos de dormir" no le dejo dormir a él. Le digo "pues me voy", pero no quiere. No sé las horas que han pasado pero está claro que no se relaja.  El plan no era este. A las siete de la mañana me despierta para decirme que no me preocupe, que si me quedo dormida él me avisa cuando se levante mi marido. Y entonces ya me enfado, le digo que no me tiene que avisar de nada, que lo que tiene que hacer es dormir y que en mala hora me quedé para que durmiese, porque la que no ha conseguido pegar ojo he sido yo. Nos dormimos y me vuelvo a despertar a las ocho y media. Me levanto y se levanta a continuación. Confiaba en que una vez que cogiese el sueño, compensaría por la mañana el tiempo que estuvo sin dormir, pero no.
He leído artículos de pediatras que dicen que en estos días de confinamiento las dificultades de los niños para dormir se están multiplicando y también los episodios de pesadillas y terrores nocturnos. Pero eso a las ocho y media de la mañana y con la noche toledana (que diría mi madre) que pasé, no me servía de nada. Yo tenía lo que viene siendo el cabreo monumental de libro por falta de sueño. 
Y pensando en el día que se me venía encima y cabreada perdida, dejé a mi hijo desayunando mientras me iba a la ducha a ahogar mis penas en agua caliente.
De entrada, además de tener tanto sueño, me estaba levantando tarde, así que las posibilidades de que mi hija me interrumpiese el desayuno eran altas. Creo que se despertó efectivamente antes de que yo acabase, pero por suerte mi hijo la oyó al primer "mamá" y fue a su habitación antes de que yo me enterase de nada. Cuando acabé de desayunar, los vi a los dos en la habitación y le pedí a mi hijo que volviese a lo que estaba haciendo.
Mi hija estaba en "modo desesperante" así que la dejé en el suelo poniéndose los calcetines a esa velocidad que hace que el tiempo y mi salud se detengan.
Y después siguió tardando taaaaaanto pero taaaaanto en hacerlo todo que directamente me puse a preparar las lentejas. Porque me pone tan mala que se ponga así que ni puedo aprovechar para trabajar.
Después, cuando todo pasa y nos metemos por fin en faena, tiene suerte, porque coincide que le tocan en inglés unos ejercicios de repaso que los hace en seguida, en música un vídeo y nada más, en mates unos relojes para poner las horas que resuelve rápido...y se encuentra haciendo descansos a la vez que su hermano, que empezó bastante antes pero que tuvo que interrumpir los trabajos por la vídeo llamada de toda la clase. A todo esto mi hijo me contó que la tutora les llamó la atención porque alguno estaba colgando las tareas a la una de la mañana. Cuando oigo esas cosas no doy crédito y pienso en esas veces que te planteas si lo haces bien, si lo haces mal, si te pasas de esto y lo otro.... bueno, pues al menos mi hijo a esas horas duerme y ni tiene acceso al iPad.
Y mientras, mi marido debió tener una mañana fina, porque no salió de la habitación ni para respirar. Cuando por fin asomó la cabeza, dijo que se iba al súper y yo ya ni contaba con ello. Él suele venir más rápido que yo y de nuevo trajo más cerezas (qué bonitas), porque las del lunes ya se las ventilaron mis hijos en un visto y no visto. Qué alegría da verles comer así la fruta.
Y yo en mi trabajo recibí la llamada de mi jefa que hablaba toda contenta ya desde su oficina. Como siempre, ni me deja hablar ni me escucha pero eso sí, me vuelve a preguntar por cosas de mi trabajo que no entiende y que ya me preguntó al menos un par de veces más y me vuelve a anunciar que en breve hablaremos de que "tendremos que trabajar más", en un nuevo servicio. A mí este anuncio me sienta fatal, porque ya vivo en un caos, trabajando cuando puedo a todas las horas del día y los fines de semana. No necesito más trabajo, ni siquiera más sueldo, necesito vacaciones y tranquilidad. Y sí, estoy de acuerdo con lo que me dice mi marido de que primero escuche las condiciones y después decida...pero es que yo tengo ya las cosas muy claras en mi vida a estas alturas de la película. Y si una cosa sé es que el tiempo que pasas con la gente que quieres es finito y el que no pasas no lo pospones, no vuelve. El verano en que mis hijos tendrán 9 y 6 años es este y no otro. Si me lo pierdo, no todo, pero sí bastante, me lo perderé para siempre, no volverá. Y si alguien me dice que el tiempo que no voy a estar con mis hermanas en la playa (si al final es posible) lo voy a recuperar, no es cierto. Viviré otros días, no estos. Yo sé que no se puede decir "me toca este verano trabajar y fastidiarme, pero no pasa nada porque hay otros". Yo sé que a veces, de repente, te quedas sin tus veranos, porque muere alguien y el verano es otro, pero nunca el mismo. Y no es ser dramática, es simplemente porque ya me ha pasado. Así que no, no renuncio a mi vida, me niego, porque ni sé lo que voy a vivir yo ni sé lo que les queda a los demás ¿o es que alguien sabía cuando tomamos las uvas que en menos de tres meses estaríamos confinados en casa? Pues eso, que el que no sea futurólogo, se abstenga de opinar.
Volviendo a lo cotidiano y mundano... volvimos a aplaudir un poco solos. Y justo a continuación me llega por WhatsApp una iniciativa que habla de la pena que da que los aplausos se vayan diluyendo y propone hacer el último gran aplauso el domingo. La verdad es que me pareció mejor, dar un final digno a lo que llevamos haciendo dos meses y sobre todo a la gente a la que llevamos aplaudiendo dos meses. Dentro de mí me haré la promesa de seguir aplaudiendo por dentro a todo el que se lo merezca, en esta situación y en la que sea.
Al final el día no fue tan terrible como imaginé esta mañana a las ocho y media con mi monumental cabreo. Incluso pudimos bajar al parque en un momento súper soleado pero no excesivamente caluroso. Estupendo para cargar pilas, divertirnos y volver molida.
Puede que el cansancio lo acuse en realidad mañana, no sería la primera vez, pero eso será ya otra historia. Hoy, prueba superada, me doy una palmadita en la espalda y pienso que en cualquier caso, mañana ya es jueves.

martes, 12 de mayo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 61

Hoy cuando fuimos a aplaudir abrimos la ventana y no había nadie asomado en el edificio de al lado. Nadie. Ni el "niño encerrado" del primero, ni los de la sábana de arriba. Ya hace días que las niñas de los arco iris del primero han dejado de salir y un día vimos a sus padres a las ocho saliendo a caminar. Pero hoy, nadie. Confusos, nos miramos y yo busqué mi móvil para comprobar la hora: las ocho en punto, no nos habíamos equivocado. Me asomé, miré hacia arriba y al menos estaban los del tercero y los del quinto, así que empezamos a aplaudir. Con los aplausos salieron los de la sábana pintada y gente mayor de los pisos más altos, también los del primero de nuesto edificio. Pero ni rastro ya de los motoristas que pasaban pitando, ni de protección civil ni nada. Fue como si entre las medidas de la fase 1 se hubiese incluido dejar de aplaudir desde hoy. Bueno, está claro que esto no iba a durar para siempre, pero se hace raro. Sobre todo para nosotros que, a todos los efectos, seguimos viviendo en la fase 0. Hoy además, debido a la lluvia, ni salí con los niños. Eso sí, lo siento más por ellos que por mí porque yo sustituí la salida por una merecida y maravillosa siesta. Y además, como mi hijo sigue con su actitud de responsable, en cuanto me vio acostada, me cerró la puerta y se llevó a su hermana a jugar a una de las habitaciones. Cuando me desperté le escuché cómo le decía "lávate las manos para merendar". Pobre, un montón de veces le digo que no le hable a su hermana como si fuera su padre, porque es más exigente con ella que nosotros, pero después bien que me aprovecho de que se ocupe de ella. En mi defensa diré que tengo que sobrevivir y que además, sin sueño soy más riquiña y eso repercute en el bien de toda la familia. 
Haciendo balance, no hay queja con el día de hoy. Mi marido tuvo que salir esta mañana a una obra y los niños estuvieron algo revueltos, pero aun así acabaron todo lo que tenían de clase por la mañana, lo cual es un alivio. La verdad es que ya podía ser la vida normal así, más equilibrada: trabajamos por la mañana y disfrutamos por la tarde. Estoy segura de que todo funcionaría mejor, todos tendríamos más tiempo para todo, no estaríamos tan estresados y disfrutaríamos más de la vida. Y las empresas funcionarían igual, estoy segura. Nos obligan a jornadas tan largas que es evidente que nadie rinde al 100% durante toda su jornada. Si sabes que en cinco o seis horas acabas, lo das todo y te vas. El otro día me enteré de que la jornada de 8 h se consiguió hace un siglo. 100 años después con lo que ha cambiado no sólo el trabajo, sino la sociedad y la vida en general ¿seguimos igual? No tiene sentido.
Así que con todo el caos que conlleva el confinamiento, sobre todo para mí (hoy estaba contestando un correo de trabajo después de las ocho de la tarde), mejor seguimos disfrutando de lo bueno que nos sigue aportando. Y es que cada vez tengo más claro que la nueva normalidad esa no me va a gustar demasiado.
Si es que ya lo decía Dorothy "se está mejor en casa que en ningún sitio".

Diario de una cuarentena. Día 60

Hay días en que las cosas son fáciles, todo encaja y la vida simplemente fluye. Hoy ha sido uno de esos días. Desde el primer momento, desde primera hora, ha sido uno de esos días. Al levantarme la primera y caminar por el pasillo muerta de sueño, ya noté esa luz que tienen los días buenos. En la cocina, al no haber ropa tendida, el sol se hacía notar como si en realidad fuese más tarde de lo que era. Y me llamó mi hija, por un momento pensé que se levantaría antes de su hora, pero no, tenía una pesadilla y siguió durmiendo.
Cuando estaba desayunando llegó mi hijo, pero tenía una actitud tan opuesta a la de ayer, que podría decir que hasta era de otro color. Entró y salió varias veces, como hace siempre, pero en un momento se paró junto a mí para informarme, casi hasta poniéndose solemne, de que iba a hacer las cosas bien e iba a comenzar las clases a las nueve y media. Le expliqué que no tenía prisa y que no tenía necesidad de marcarse una hora, que lo que yo les pedía es que no perdiesen el tiempo en hacer nada... pero él ya tenía ese objetivo marcado y lo cumplió.
Cuando mi hija se despertó, mi hijo ya estaba haciendo su segunda asignatura. Y además, al comenzar tan pronto, pude permitirme estar a su lado y comprobar con él el trabajo que tenía para todo el día, como hacíamos los primeros días. Y todo el tiempo su actitud fue impecable, porque cuando mi hijo se propone hacer las cosas bien, se supera.
Su hermana, sin embargo, se levantó en la línea de los últimos tiempos, llamando la atención con chorraditas y tomándose muuuuucho tiempo para cada cosa. Como yo cuando la veo sentada en el suelo tardando un tiempo infinito en ponerse el primer calcetín de huellas, siento que mi vida se está yendo lentamente por un desagüe, la ignoro y me pongo a hacerle el desayuno. Y al tiempo eterno para calzarse, sigue el tiempo eterno para hacer pis, el tiempo eterno para venir a desayunar.... total, que empiezo a prepararme para ir a hacer la compra sin importarme cómo va mi hija. 
Encima echo un vistazo a lo que tiene que hacer hoy y en todas las asignaturas hay algo que ver o hacer en el ordenador, así que no es muy compatible con el trabajo de mi marido. Me da igual, sus estudios de una mañana no la van a marcar para siempre y a mí llegar al súper y hacer la compra bien sí que me aporta bastante. 
Encima mi marido no para de hablar por teléfono y no puedo ni decirle que me voy.
Finalmente lo consigo, hablo brevemente con mi marido y le anuncio que me voy y que no se preocupe por mi hija, que con que haga el dibujo de las letras galegas, llega.
En la compra todo va bien, mejor que otras veces. De nuevo el saber que mi marido vendrá esta semana a completar lo que yo coja, me relaja. Ya no es todo a vida o muerte, ya no toda nuestra vida esta semana depende de mí. Estamos en fase 1, digo yo que podré ir a una tienda un día si me faltan yogures. Y además en la frutería me tiro en plancha a la fruta de verano y eso es una alegría. Al llegar a casa enseño las cerezas y mis hijos me abrazan como si nos hubiese tocado la lotería. Pero es que además he cogido peladillos, nísperos y fresas. Cuando toda la compra está guardada, mis hijos no se pueden resistir y probamos las cerezas y los nísperos. Mi hijo con sonrisa de oreja a oreja me dice lo mucho que le gusta la fruta de verano. Comparto la sensación. Antes de devolver las cerezas a la nevera las miro y digo en voz alta lo bonitas que son. El día que las cerezas llegan a casa por primera vez es como un anticipo del verano, un anuncio del final de curso y de todas las cosas que nos gustan de las vacaciones y de la vida en general. Y es que hasta en esta situación, la alegría puede con todo, porque incluso un verano raro o incierto es mejor que cualquier primavera. Yo vivo para el verano, siempre lo he sentido así (nacida en agosto) pero es que además es cuando mis hijos crecen más y me siento mejor. 
Así que ya con la fruta en la nevera y todas las estanterías repletas, tuvimos una comida de las de antes, de las de principios de cuarentena. 
Y tenía dudas con la bajada a la calle de los niños porque hacía bastante calor y no sabía si salir justo después de comer. Pero hasta eso nos salió bien porque se nubló un poco y soplaba viento así que nos animamos a salir por si finalmente le daba por llover. En el parque de nuevo me lo pasé genial con mis hijos. Mi hija siempre se desconecta algo en algún momento y se pone a pasear sola, a coger flores o, como hoy, a buscar una hormiga que había visto ayer en un agujero. Después encontramos la forma de que participase en el juego del frisbie corriendo alrededor de unos árboles y pasando por donde estaba yo cuando acababa. Parece increíble pero con la tontería de bajar al parque estoy haciendo ejercicio y de noche tengo agujetas. Mi marido no me cree.
De vuelta en casa, como siempre, luces y sombras: momentos muy tranquilos y divertidos merendando y viendo la tele que me permiten a mí ponerme a trabajar, pero que de repente se tuercen con mi hija de berrinche y a grito pelado (cuando su padre habla por teléfono, claro). De nuevo mi hijo me salva el día tranquilizándola con ese don que sólo tiene él.
Y así es como llego al final del día cansada pero con el cansancio que da el hacer cosas y no el desesperarte por las cosas. Los momentos de buenas noches y besos sirven para reconciliarme con mi hija y jurarnos amor eterno y para decirle a mi hijo lo contenta y agradecida que estoy por el buenísimo día que ha tenido. Orgulloso y encantado se deja achuchar como el niño que es, por mucho que presuma de mayor y responsable.
Y yo me quedo al finalizar el día pensando que cómo se hace esto, esto de que salga solo un día tan bueno, para poder reproducirlo un día que amanezca cruzado. Pero nunca funciona, así que sólo queda disfrutar el hoy, que mañana no se sabe qué día será.
Como diría mi madre al irse a dormir, apagad las luces cuando os vayáis a la cama.

domingo, 10 de mayo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 59

Lo más extraordinario que nos pasó hoy es que por fin hicimos una vídeo llamada con mis cuñados (el hermano de mi marido y su mujer) y mi sobrina, que el viernes que viene cumplirá un año. Para ser tan pequeñita aguantó bastante tiempo sentada y miraba a la pantalla fijamente, entre extrañada y contenta. Señalaba el móvil sobre todo cuando hablaban mis hijos y poco a poco se fue soltando y riendo, pero sobre todo moviéndose. Cuando dejamos de verla era un bebé que aun se movía poco y ahora se baja del sofá y camina cogida sólo por una mano. Me hubiese gustado verla más durante este tiempo, claro, pero en el fondo es la que menos pena me da, porque no es consciente de si esto de no salir a la calle ni ver a la familia es lo normal o no. Y claro que será raro que cumpla un año y no lo celebremos, pero realmente ningún niño recuerda su primer cumpleaños.
Otra novedad de hoy fue que por primera vez no salimos a aplaudir. No es que ya consideremos que hemos dado todas las gracias, simplemente coincidió que estábamos con la vídeo llamada. Pero ahora lo pienso y me pregunto cuándo dejaremos de aplaudir... Me parece que no importa tanto seguir aplaudiendo como tener presente a los demás, a todos los que no han parado de pelear en su trabajo en todo este tiempo y sobre todo no olvidar, que es lo más difícil.
El momento de aplaudir bajó de intensidad cuando a esa hora empezamos a poder estar en la calle. Estamos en la ventana aplaudiendo y vemos llegar a casa a los abuelos rezagados mientras salen runners y paseantes. Yo no he vuelto a salir a caminar.
Y esta semana, en unos minutos ya, entramos en una nueva fase. Yo no la tengo clara y además hay cosas que ni me apetecen. Quiero decir que podría ir a la peluquería y adaptarme a que me peinen con la mascarilla puesta, pero ir a una terraza con mascarilla y sentándome a dos metros de alguien...todavía no lo veo. Como ya dije, creo que lo máximo que haré será comprar en alguna tienda del barrio. Y es que además con los trabajos, el cole y mañana la compra semanal del súper, tampoco es que vaya a tener tiempo para mucho más.
Pero al menos mañana empiezo la semana más tranquila porque hoy conseguí terminar el informe que empecé ayer. Me molestaba tanto tenerlo "ahí en medio" que hasta soñé que una técnico del ayuntamiento que está de baja me llamaba por teléfono para preguntar por él. Y yo justo estaba contándole que en realidad lo tenía casi acabado, cuando me desperté. Ya era bastante tarde, por cierto, pero es que mis hijos habían hecho mucho ruido esta mañana al despertarse y luego cogí el sueño durante más tiempo. Me levanté tan aturdida que no trabajé nada en toda la mañana y además después de comer tuve que dormir la siesta. Es algo absurdo pero me pasa, si duermo de más, tengo más sueño. 
Así que mañana empezaré la semana más tranquila en lo laboral pero con la pereza de siempre hacia las clases y la compra. La parte buena es que mi marido el viernes no trabaja porque es nuestro patrón.
Y espero que mi hijo cambie la tendencia que llevaba hoy, porque estuvo realmente molesto, de estos días que no recuerdo que haya tenido un momento bueno. Cuando empezaba a cenar, la madre de su mejor amigo me preguntó por whatsApp si podían hablar por video llamada y no lo dudé. Creo que cuando tiene un día tan malo, no necesita castigos, necesita una alegría y sabía que esta iba a ser grande. Así que nos llamaron y los dejamos solos hablando. Me hacen mucha gracia, la verdad y aunque arrimé la puerta de la cocina, oía las risas de los dos. Pobres, se adaptan tan bien a todas las situaciones que a veces olvidamos que sólo son niños y que necesitan divertirse y reírse, nada más. A ver si mañana empezamos todos la nueva fase con buen pie y nos mejora el ánimo.

sábado, 9 de mayo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 58

Aquí sigo, desescalando.
Lo más satisfactorio del día de hoy, aunque parezca raro siendo sábado, ha sido la parte laboral. Y es que por la mañana estaba muy despejada, muy lúcida y yo diría que hasta inspirada, así que pensé que era el momento idóneo de ponerme con un informe al que le tenía ganas. Se trataba de describir un jardín que nos habíamos encontrado en muy mal estado y la semana pasada ya había reunido los datos, las fotos, sabía cómo enfocarlo... y sólo me faltaba la inspiración para poder juntarlo todo. Además otros trabajos, como revisar presupuestos, los puedo hacer por la semana sentada en el salón y con los niños viendo la tele, pero un informe en el que tengo que escribir y que van a utilizar después para tomar decisiones, pues no. Así que esta mañana, antes de la hora de comer, escribí todo lo que pude del informe y por la tarde lo retomé ya poniendo fotografías y cosas así. Me he quedado encantada.
A nivel personal, pues como siempre, los peores momentos vienen cuando los niños la lían y nos sacan de quicio y los mejores cuando todo fluye. Hoy, por ejemplo, mi marido y yo dormimos hasta tarde pero no hasta tan tarde como para que nos siente mal; los dos pudimos hacer bici; no me maté nada con la comida pero nos gustó a todos (arroz con huevos); los niños bajaron con su padre pero subieron en unos minutos porque se puso a llover; yo me tumbé con idea de dormir la siesta pero lo que hice fue ver el final de "Pretty woman" (para variar la puse en versión original); y por la tarde-noche mi marido subió CDs del coche y gracias a que finalmente arregló el home cinema, estuvimos escuchando a Zahara en el salón. Creo que hasta los días que ahora nos parecen malos son mejores que los malos de antes.
En el mundo exterior sigue el lío con las fases. Presidentes autonómicos, en el día después del pase de fase (esto parece fútbol) haciendo declaraciones de lo suyo. Y yo, que aun no tengo claro si a partir del lunes veremos a la familia (política) o no. Encima el gobierno ha dicho que se puede ir a las segundas residencias, lo que sería un avance para mis suegros, por ejemplo, pero acabo de leer que han rectificado. No sé. Yo vuelvo a sentirme un poco bipolar de nuevo y alterno momentos de "nos da igual, nosotros vamos a seguir haciendo lo mismo" con otros de "la semana que viene salgo a hacer alguna comprilla por tiendas del barrio". Y es que este debate interno entre las ganas de salir y el miedo nos tiene locos. Y por facebook he visto que mi peluquería abre a partir del lunes y me he puesto toda contenta, para después pensar que de momento no necesito ir y que no me afecta si abren o no.
Así que mejor me vuelvo "hacia dentro", me quedo en mi cueva, me pongo una peli con mi marido y mañana nos levantamos tarde. De las fases tendremos mil dudas pero de lo que no hay duda es de que esto es vida.

Diario de una cuarentena. Día 57

Comienza la desescalada. La mía, que va por detrás de la que marca el gobierno. Tengo menos ganas de escribir y más de salir. He dejado de crecer hacia dentro para empezar a crecer hacia fuera. En todos los sentidos, estoy haciendo la operación biquini al revés, qué oportuna.
Hemos estado a última hora de la tarde atendiendo a la rueda de prensa del ministro de Sanidad, que se llevó a Fernando Simón para ayudarle en las preguntas difíciles. Y no me extraña, porque cuando quiso resumir los requisitos que se le pedían a las Comunidades Autónomas para pedir el cambio de fase, ya vimos que no era un proceso ni fácil ni intuitivo. Eso sí, después todo el mundo opina. Y fue curioso cuando empezaron a decir quién pasaba a fase 1 y quién no, como si nos hubiese tocado una rifa. Que total, a efectos prácticos no sé si nos supone mucho. Si ya nos podemos juntar con alguien pero no pueden ser mayores, descartamos a mis suegros. Podríamos ver a mis cuñados y a mi sobrina, pero ni siquiera sé si están en nuestra fase, quiero decir que no sé si han salido a la calle o no con la niña. Así que en "avance social" a lo mejor no tenemos nada. Quizá en las compras, puede que abran alguna tienda donde pueda comprar tinta para la impresora, alguna librería donde comprarme un libro que me van a regalar mis hermanas por mi santo (xa choveu), o incluso algún sitio donde comprar un juguete a mi sobrina, que en una semana cumplirá su primer año. Pero a día de hoy, todo está en el aire, tendremos que esperar a las guías que nos aclaren todo.
Así que con tan poco objetivo apetecible a la vista, creo que seguiremos optando por la prudencia, quedándonos en casa, haciendo compra semanal y sacando a los niños a diario, eso sí.
Y hoy a mi marido le han dicho que más pronto que tarde volverá a la oficina ¿por qué? porque sí. Ya puede decir el gobierno que mejor se siga con el teletrabajo, ya pueden seguir los niños sin cole hasta el 2021, que las empresas van a lo suyo y siguen con su rollo siglo XX. Se puede trabajar desde casa, se trabaja igual o mejor, pero no se quiere dar el paso, simplemente no se quiere hacer. Vivimos más comunicados que nunca y el trabajo sigue siendo presencial y cumpliendo horarios rígidos. Y los niños deben ser sólo míos o la empresa de mi marido propondrá que los demos en adopción, no lo sé muy bien. El caso es que cuando tanta gente decía lo muuuucho que nos iba a cambiar esto... será a las personas y para eso sólo a algunas y durante un tiempo limitado. Volveremos a lo de antes y a lo de siempre, en cuanto nos lo permitan. Y el curso que viene, salvo que haya un rebrote fuerte, los niños seguirán pasando tropecientas horas en el cole y habrá padres que tengan que pagar para que incluso pasen más porque la conciliación existe sólo en el diccionario. No me gusta decirlo, pero creo que la bofetada no nos va a cambiar, no como sociedad. Y la euforia de volver a vernos no nos va a durar más que cuando España ganó el mundial, la verdad.
Yo, de momento, no quiero ni que nadie se me acerque para abrazarme.
Volviendo a mirar "hacia dentro", hoy en casa fue un día bastante normal, aunque empezamos las clases más tarde que nunca. Mis hijos están cansados y yo... simplemente doy gracias porque es viernes. Mi hijo tuvo uno de esos días en que no para y casi lo tengo que llevar por el brazo a su habitación a cada momento para que una y otra vez se centre y acabe lo que tiene que hacer. Pero luego cuando juegan, despliega una creatividad alucinante. Se ha inventado que su hermana y él tienen una consola que se llama "Ya sabes" y que de momento tiene cuatro juegos: "Prehistory fook", "Princesas World"...y la verdad es que no me acuerdo de los demás. Cada juego tiene sus personajes, mecánica, fases... lo tengo que grabar contándolo porque es alucinante. Y claro, en el fondo no me sorprende porque creo que es una persona brillante, siempre lo ha sido, desde que nació. Si un día consigue enfocar todo eso que se le ocurre hacia un modo de ganarse la vida, va a ser impresionante. Y con esa cabeza...tampoco me extraña que a veces lo que tiene que estudiar le resulte aburrido y el mundo real se le haga pequeño.
Y en el trabajo también he sacado más cosas adelante hoy de lo habitual. Estoy contenta, claro, pero a la vez me supera hacerlo todo de la forma que lo estoy haciendo, aprovechando ratos, trabajando cansada... siempre tengo la sensación de que un día todo volará por el aire, no sé. Y debería seguir trabajando el fin de semana, pero me da tanta pereza... porque lo que necesito es descansar, que el fin de semana sólo son dos días y el ritmo por la semana es frenético.
A ver si mañana no duermo mucho y aprovecho la mañana, esa es mi mejor opción.
Hasta mañana, corazones.

viernes, 8 de mayo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 56

El resumen del día de hoy podría ser RUTINA. Rutina de confinamiento o de fase 0, claro. Hasta bajar a la calle con los niños es parte ya de esta rutina, no hace falta repetirlo 21 días para incorporarlo. Y sigo en la misma línea esta semana, centrada en lo que tengo que hacer en cada momento (que ya es bastante) pero sin pensar en nada más. Hoy han dado el visto bueno a que las poblaciones de pocos habitantes y no sólo los municipios, se libren de cumplir las franjas horarias, por ejemplo. Pues he leído la lista de lugares y he dudado si nos corresponde, pero después lo he dejado, total nosotros vamos a seguir bajando sólo con los niños y a la hora a la que estábamos bajando, que nos va bien para no encontrarnos con mucha gente. Que da un poco igual lo nuevo si lo viejo nos valía, vamos. Es un poco como mi vida de antes, existían muchas opciones, de vida, de ocio, etc que no hacíamos, nosotros teníamos nuestra vida en ese mundo con lo que era parte de nuestras rutinas. Pues ahora igual, la opción de deporte o paseo para los adultos no la practicamos (de momento). Y es que además el fin de semana está ahí al lado y cuando pase, entraremos en otra fase con otras opciones. No merece la pena por tanto, romperse mucho la cabeza con lo que puedo o no puedo hacer hoy.
Además en el fondo es como si no nos afectase tanto lo que pase fuera de casa. Los cambios que de verdad marcan nuestra vida o definen el día son los de dentro: que esté más o menos cansada, que mis hijos colaboren o estén petardos, que el trabajo me vaya bien, que estemos animados, contentos... Hay días que me olvido tanto del exterior que tengo la sensación de que se va a ir desescalando todo el mundo y nosotros seguiremos haciendo una compra semanal, bajando a los niños una hora al día... Y es que al final, el cambio que realmente dará un vuelco a mi vida será que los niños puedan ir al cole y eso es algo que ahora mismo no se sabe ni siquiera si podrá ser en septiembre. Me da una pereza infinita pensar en el próximo curso, así que no lo hago.
Y con mi trabajo tengo altibajos; por un lado me siento muy bien cuando aporto, cuando me siento útil... pero por otro me ahoga no llegar a todo y trabajar cansada, sin estar en pleno uso de mis facultades mentales. Es un privilegio tener trabajo y que además me guste lo que hago pero la verdad verdadera es que supondría un alivio mental y físico no tenerlo. Y es que esa es otra, el cansancio que me supone este ritmo de vida, este estar continuamente comunicándome con alguien o escuchando a alguien que me cuenta algo, que me pide algo, este día que no tiene suficientes horas para todo lo que tengo que hacer, este sueño infinito que no se va nunca por mucho café que tome...
A veces me parece que sigo viviendo gracias a la música que escucho en momentos sola, al café con mi marido a media mañana, al ratito que paro en el sofá antes de irme a dormir, a lo bien que me lo paso en el parque con los niños a pesar de la pereza que me da bajar y como no, a la siesta que me he dormido hoy antes de salir con los niños ¡benditas siestas!
Mañana es el cumple de mi madre. Habría cumplido 87 y todavía le quedaría mucho por vivir. No voy a hacer otra tarta de chocolate, que ya es vicio, pero lo celebraré igual, como siempre. Celebraré haber tenido la suerte de tenerla.

miércoles, 6 de mayo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 55

Hoy el día ha pasado a ritmo normal, no a ritmo cuarentena. No sé si es la desescalada, el desconfinamiento o el acercamiento a la casi nueva normalidad anormal que nos viene. Creo que ha influido bastante que he trabajado y he sacado cosas adelante. Trabajar de verdad, respondiendo a una necesidad, a correos y llamadas... da normalidad a mi vida. Pero eso ha sido más bien por la tarde porque por la mañana lo que siento es estrés. Resolver dudas de mis compañeras en medio de las clases y las vídeo llamadas de mis hijos (hoy fueron las de los dos) es una locura; cualquier día les envío en un guasap que ahora les toca mates. Además hubo intercambio de correos de esos en que te tienes que concentrar porque hablamos de las pautas para la organización de un trabajo. Encima varios presupuestos que revisar para ya. Y por último llamada directa de la directora de Medio Ambiente para coordinar nuestro trabajo. La parte buena, que nada era de mal rollo, que estamos en cuadro y necesitan que ayude y que al final resolví todo, que era de lo que se trataba. Me siento como en un circo de tres pistas pero cuando acaba la función y ves que los malabaristas no se han lesionado y el león no se ha comido a nadie, pues das por bueno todo. Lo que viene siendo cansada pero contenta.
Pero soy consciente de que de todo esto me salvan los fines de semana con sus mañanas de despertar tarde, su falta de horarios y sus pelis. Y además el fin de semana es a mi marido al que le toca salir con los niños. Esa hora sola, en la que hacer lo que se dice hacer, no hago nada, pero hago eso, estar sola. 
Y del mundo exterior me llegan ecos de provincias que piden pasar de fase, poblaciones que quieren funcionar como menos de 5.000 habitantes y todo me suena lejos porque yo vivo el hoy, que nos permite salir con los niños y nada más. Porque sigo sin volver a intentar caminar, aun hay mucho movimiento. Así que salgo con los niños, que me da una pereza infinita porque me coincide con un momento en que tengo mucho sueño, pero después me gusta. 
Hoy, como no llovió en toda la mañana, fuimos al parque con una pelota y un frisbie y la verdad es que lo pasamos bien. Hacía calor y el sol pegaba bastante, deberíamos empezar a echarnos crema. El caso es que la tontería de agacharme una y otra vez a coger el disco ha provocado que ahora mismo ya sienta agujetas. Y el resto de la tarde fue bastante bueno y desde luego mucho mejor que las últimas semanas. Por eso pude trabajar y por eso cuando casi era la hora de aplaudir, ofrecí a los niños que jugasen a la consola. Aunque me dijeron que sí, esperaron a terminar una partida de un juego que se había inventado mi hijo con unos muñecos y que se parecía sospechosamente al Fortnite. Tiene tanta imaginación y le mete tanta literatura y tantos efectos especiales a todo, que tenía a mi hija emocionada.
Y al final entre que se estaban portando bien y que mi marido y yo estábamos trabajando, los niños acabaron duchándose y cenando tarde. Así que le propuse a mi hijo cenar ensalada y así cenábamos los tres juntos, que es algo que le encanta.
Creo que esta semana, poco a poco, se está invirtiendo esa tendencia que llevaban estos últimos días de portarse cada vez peor. Hemos alcanzado el pico y a ver si ahora doblamos la curva. Y es miércoles, que siempre hace que veas el resto de la semana con buenos ojos.

martes, 5 de mayo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 54

Tengo mucho sueño. Y todavía es martes.
No voy a contar qué hemos hecho hoy, porque seguro que no me acuerdo. Voy a divagar.
Empezando por el final, diré que me encuentro bien (a pesar del cansancio) porque hoy me siento "normal", haciendo esta vida sin pensar más allá. Y los días que me tomo así son los que funcionan o más bien, en los que funciono yo. Cuando estoy con los niños me centro en sus clases, cuando estoy trabajando en el trabajo, cuando cocino, en la comida. Y así debería ser siempre. Si te centras en lo que vas haciendo en cada momento, la vida va sola y no hay angustias, ni miedos ni nada más.
Me estoy acordando de que hoy me llamó una persona del servicio al cliente de R. Pobrecita. Llama con el discurso aprendido, "como estamos confinados y ya llevamos mogollón de días, seguro que llamo a la titular del contrato y se queda encantada con la oferta, un canal de estrenos de cine". Y la pobre da conmigo, que le digo que a mí lo que me pasa es que me sobran canales. Lo intenta y me dice que acaban de estrenar "Cuando acabe la guerra" y yo que sí, que me parece muy bien, pero que a mí lo que me faltan son horas para ver la tele, no canales. Nada, al menos a la segunda se dio por vencida y muy educada se despidió y se fue a buscar a alguien normal a quien poder llamar.
La verdad es que ya lo he dicho, veo más películas que antes, pero aun así ese más es ver una o dos a la semana y para eso ya tenemos opciones de sobra. Lo que sí me apetece cada vez más es leer. Tengo en casa algún libro empezado y varios sin leer y me encantaría coger uno, sumergirme en él y sobre todo, llegar a acabarlo. Ahora que escribo tanto que no me lo creo, tanto, que estoy más cerca de parar que de seguir... lo que me va apeteciendo de verdad es leer. Siempre pienso que me queda tanto por leer...
¿Y qué más...?
Que hoy mi marido ha ido a la compra (a coger lo que yo dejé sin coger ayer) y hemos cambiado la lubina por atún rojo. Que bueno, que dice mi marido que él vio precisamente el otro día uno de estos programas de investigación que llegaba a la conclusión de que en España prácticamente no hay atún rojo. Pero da igual, estaba bueno. Y seguimos comiendo muy bien. Y los niños también.
El tiempo ha estado algo mejor que ayer pero como por la mañana llovió mucho, no fuimos a jugar al parque y volvimos a optar por el paseo. Enseñé a mis hijos un parque de juegos que queda casi en nuestro límite del kilómetro. Ahora está cerrado, con cinta de la policía y todo, pero les dije que se quedasen con el sitio y con la idea, porque cuando se pueda ir, un día les diré "¿queréis ir al parque de las montañas que queda más allá de la pasarela azul? y vosotros diréis siiiiiiiii". Y no sé muy bien por qué, esa chorrada les hizo muchísima gracia y al llegar a casa se la contaron  a mi marido muertos de risa. Está genial que se adapten a lo que yo les propongo. Y mira que en casa son más tiquismiquis pero cuando se trata de salir a la calle, todas las opciones les parecen buenas. Aceptan salir a jugar, a pasear, cualquier destino y yendo por cualquier camino. Nos sienta de maravilla, la verdad, pero yo vengo agotada. Y hoy habría cambiado la salida por una siesta, pero al menos a la vuelta ya no tenía sueño.
No he visto en todo el día noticias ni ruedas de prensa pero por mensajes y redes me suena que la derecha no quería prolongar el estado de emergencia. Me flipa que algunas cosas sean de derechas o de izquierdas y no de sentido común. Si hay que estar en casa, eso no es opinable. Y si encima pensaban que habría que haber parado antes no sé por qué ahora hay que volver a la normalidad antes también. Yo es que sigo con cero prisas. Hasta cuando dicen que hay que asumir que nos contagiaremos todos... vale, pero que se vayan contagiando otros y de manera ordenada, si puede ser. Porque después me quedo siempre con lo mismo, volver a la "normalidad" pero con los niños en casa ¿normalidad para quién? Igual que lo de volver en septiembre al cole pero con la mitad de niños ¿y quién se va a quedar con la otra mitad en casa? ¿quienes van a renunciar a sus empleos, quiénes pedirán excedencias y reducciones de jornadas? pues como siempre, las madres. Porque como siempre, si hay que hacerlo por nuestros hijos, se hará, pero eso no hace que deje de ser una putada.
Ya me voy a dormir pero antes quiero contar que hoy mi hijo tenía una actividad de plástica que resultó ser muy chula. Yo estoy con su hermana y sólo lo puedo atender a él si tiene alguna duda o algún problema. En un momento dado vino a decirme que tenía un enlace para entrar en el museo del Prado pero que no iba. Le dije que esperase un rato porque cuando todos intentan entrar a la vez en algo, pasan estas cosas. Al rato entró y dijo que ya había escogido un cuadro. Entonces mi marido dijo que el cuadro era bastante feo y yo, sin verlo pero conociendo a mi hijo como si lo hubiese parido, dije que probablemente fue el primero o segundo que encontró al abrir la página. Mi hijo dijo que había escogido el cuadro pero que ahora no era capaz de subirlo a la aplicación que había puesto la profe. Me sonó raro que esa fuese la tarea de plástica, sin tener que hacer nada y mi hijo dijo poco convencido que creía que eso era todo. Cogí yo el iPad, leí el contenido del trabajo y lo que tenía que hacer era recrear en la realidad el cuadro y sacarle una foto. El cuadro era un retrato ecuestre y le dije que como no tenía caballo al que subirse, podía hacerlo con uno de juguete y con jinete de juguete también. Y me enseña un click de Playmobil con un caballo igual al del cuadro. Pretendía dejarlo así. Y le dije que de eso nada, que con todos los recursos que tiene, ya podía buscar chistera para el jinete, árboles de Playmobil u otros juegos, muros... vamos, todo lo que se veía en el retrato. Al ver por dónde iba yo, le entusiasmó la idea y se puso a buscar con interés. Al final la composición se iba pareciendo más a la del cuadro y como punto final le dije que en lugar de poner todo encima de su mesa, que es blanca, pusiésemos un cartón, que se parecía más a la tierra. Una vez todo colocado, faltaba hacer la foto con un encuadre parecido. Quedó genial. Y lo mejor es que después de llevar unos días discutiendo, ponernos a hacer esto juntos fue como suavizarlo todo. Creo que a partir de ahí nos cambió el día a los dos.


Diario de una cuarentena. Día 53

Lo malo de pasar tres días durmiendo a pierna suelta es madrugar el cuarto.
Hoy fue uno de esos días en que no conseguía ni apagar el despertador a la primera, como si no fuese mío y no supiese cómo funciona.
Me levanté muerta de sueño, fui a la ducha y cuando entré en la cocina después de vestirme, ahí estaba mi hijo desayunando. Me supera que madrugue cuando no tiene que hacerlo. No lo entiendo. Y mi hija tampoco durmió demasiado, se despertó cuando yo me estaba lavando los dientes. Para mejorarlo, ella además se levantó cruzada, sin hacer ningún caso cuando le decía que fuese a desayunar... así que pasé de ella. Pero es algo que no le gusta y se pone insufrible.
Mi intención era ponerme a trabajar, acabar un informe y después ir a la compra, pero mis hijos estaban liándola tanto que preferí centrarme en la lista de la compra y marcharme. Hoy no iba a comprar todo lo que necesitábamos como hacía siempre; mi marido me dijo que mañana iría a por la leche y otras cosas pesadas, así que eso me animó. Y hoy al prepararme no me vi tan mal como otras veces, hasta creo que tengo mejor color en la cara. Creo que se me nota que he engordado, pero parece que en la cara me sienta bien. El caso es que repasé toda la lista, cogí las bolsas, mi bolso con la mascarilla y me fui. En el coche cambié el CD de las últimas veces, fuera Quique González y sonando, Alejandro Sanz, una grabación en directo que ni recordaba que tenía en la guantera. Las primeras canciones son las que cantábamos a grito pelado cuando estábamos en primero en Lugo... qué divertido. Ni siquiera puedo pensar de una manera objetiva si me gustan o no, porque son esas canciones que cantábamos...
En el súper una vez más tengo suerte y casi no tengo que esperar. Las cuatro cosas que no me voy a llevar esta vez hacen que la compra me parezca mucho más corta e incluso me permito "el lujo" de pararme a coger quitaesmalte (lo de mis uñas azules ya da pena) y unos recambios del plumero. También aprovecho y cojo fresas y yogur, que hace mucho que no las preparo y a mi hijo le hará ilusión. Y toda contenta me pongo en la caja y salgo más rápido de lo habitual. Al llegar al coche no hay viento ni lluvia como la última vez y aunque me carga un poco pasar todo al maletero... nada que ver.
Por el camino voy cantando como una loca y al llegar a casa toda contenta mis hijos salen a verme y ponen las típicas caras de "te estamos preparando algo". Cuando entre mi marido y yo acabamos de colocar toda la compra, me cambio de ropa, me lavo las manos y aparecen mis hijos en la puerta del baño. Como ayer no me regalaron nada, hoy quieren darme unos regalos. Primero mi hijo me da un dibujo que hizo gracias a una actividad que le plantearon en plástica, pasando pintura de un plástico a un folio. Me parece súper chulo, tengo que enmarcarlo. Y mi hija me hizo uno de esos dibujos suyos que me gustan tanto porque mete corazones, coronas y todo lo que a ella le parece lo más, además de mucho color. Ah y yo soy una superheroína y la gente me aplaude desde los balcones. La verdad es que me he quedado encantada.
Así que toda contenta, me tomo algo con mi marido en la cocina (que hoy estamos de aniversario) y después queda poco tiempo ya hasta la comida. Precisamente guasapeo con mis amigas de Lugo y les mando la canción de Alejandro Sanz que escuché en el coche. Parece increíble pero de esas chorradas que hacíamos en primero hará treinta años en octubre ¡treintaaaa! Digo yo que habría que celebrarlo. Madre mía, no me extraña que nos huyese la gente, si es que juntas dábamos miedo.
Cuando llamo a mis hijos a comer, ninguno de los dos me hacen ni caso. Es la última moda, pasar abiertamente de lo que les digo. Cuando no les da por preguntar "¿por qué tengo que ir a comer?". Hoy no, hoy simplemente mi hijo dijo "no" cuando le dije que fuese a lavarse las manos y mi hija me ignoró como si no le hubiese dicho nada.
Al final vinieron, claro, pero ya con nosotros mosqueados, con amenazas...
Fuera empezaba a soplar bastante viento pero la temperatura estaba bien, casi como ayer. Eso sí, había nubes, pero casi mejor, porque ayer pasaron demasiado calor en el parque. Les digo que en cuanto acabemos de comer, bajamos. Cuando acabamos es como si no se acordasen, se van a jugar, a ver la tele...y yo les digo que se tienen que vestir mientras me voy a lavarme los dientes. Cuando salgo la habitación está tan oscura que por un instante pienso que mi marido ha bajado las persianas. Pero paso por el resto de habitaciones y todo está igual, ha oscurecido de pronto. Me acerco a una ventana y además de que el viento se ha enfurecido, ha empezado a llover. Me quedo sorprendida con el cambio repentino de tiempo y en el fondo pienso que me vendrá bien para adelantar trabajo. Pero mis hijos están insoportables juntos y tengo que separarlos una vez más hoy.
Me pongo a trabajar pero cuando no entra uno, entra el otro. Y una de las veces mi hija lía un pollo por no dejarle jugar con su hermano. De pronto deja de llover y sale el sol. Decido que demos un paseo, a ver si nos despejamos un poco.
A los diez minutos de salir se pone de nuevo a llover pero volviendo hacia casa para. Retomamos el paseo y llueve de nuevo pero para otra vez. Finalmente caminamos toda la hora de la que disponíamos y nos da tiempo a pasar por la estación de trenes, que era el destino al que quería llegar mi hijo el primer día que paseamos.
Cuando llegamos a casa teníamos calor los tres porque en el último tramo del trayecto pegaba mucho el sol. Nos sienta de maravilla salir pero yo noto que cuando caminamos todo el tiempo en lugar de salir al parque, vuelvo bastante cansada.
Saco la tarta de chocolate para merendar pero de nuevo la lían tanto que la única manera de que coman tranquilos es separarlos.
Cuando acabamos, yo quiero seguir trabajando y le digo a mi hijo que aproveche para acabar el último trabajo que le quedaba pendiente de los dos que le pusieron para el puente. Ni siquiera esto me da un respiro, porque no para de llamarme y yo le recuerdo que le advertí que si lo dejaba para el lunes no lo ayudaría. Pienso que soy muy dura, pero creo que el trabajo era muy asequible y que tiene que aprender a ser coherente y responsable. Yo le advertí que le ayudaría si trabajaba viernes, sábado o domingo pero no el lunes. Si ahora lo ayudase, creo que en el fondo no le estaría haciendo ningún bien. Pero claro, precisamente porque lo deja para el último día a última hora, le está costando más. Menos mal que mi marido se lo revisa y corrige alguna cosa que tenía mal por no fijarse en el enunciado.
Entre los deberes y los aplausos consigo terminar mi informe. He tardado tantos días en completarlo que le he dado mil repasos antes de enviarlo. A ver ahora qué les parece. Me da mucha inseguridad trabajar así, pero es mi realidad ahora. Intento continuar trabajando y ya no puedo más. Mejor me voy a poner una lavadora. 
Un mensaje en el móvil me recuerda que mañana vuelven las clases y me voy al ordenador a ver qué tienen mañana. Pero mi hija, que en teoría va al baño, no calla en ningún momento, está a mi lado y no soy ni capaz de leer lo que mandan. Me voy a preparar las fresas.
Cuando por fin sale del baño y mi marido le seca un poco el pelo, se sienta a cenar y yo sigo preparando la cena de su hermano. Cuando mi hijo viene a cenar, me pongo a preparar la comida de mañana y nuestra cena. Con tanto cocinar no entiendo cómo no se me quita el hambre. Pero bueno, al final creo que algo sí, porque ceno más bien poco y no me quedo con sensación de hambre.
Me siento bastante cansada, me gustaría tener las energías de mis hijos. Pienso en el comentario que me hizo un día un médico, que si me sentía cansada, revisase mis niveles hormonales, que probablemente tenía mal la tirosina. Pero claro, con días como hoy (que son todos) siempre acabo cansada, no puedo notar la diferencia entre estar descompensada y la vida normal. Así que lo único que puedo hacer, a falta de análisis, es irme a dormir, que mañana hay cole.

lunes, 4 de mayo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 52

Hoy empecé el que se supone que era mi día, levantándome tarde de nuevo. Pero al menos tenía ya hecha parte de la comida. Esto de comer fuera los días señalados tiene el pequeño inconveniente de que me da más trabajo, aunque de todos modos, merece la pena. Y como es algo que hago porque nos gusta, no me agobié por el tiempo, por llegar a alguna hora, sino por disfrutarlo. Así que primero empecé por la tarta de chocolate para pasar después a la tortilla de patatas. La tortilla no es mucho del tipo de restaurante al que íbamos a comer, pero sí es mucho de madres, así que iba perfecta con el día. Mientras la hacía, no dejaba de pensar que a mí lo que me salva para cocinar y para intentar hacerlo cada vez mejor, es lo mucho que me gusta comer. Y en concreto la tortilla me compensa por lo rica que me sale. Como no tengo abuela, ya me lo digo yo todo. Y como no, es que además de acordarme de mi madre, también me acuerdo de mi abuela, tan parecida a ella, con sus ataques de risa y lo riquiña que era. Y con la montaña de patatas tan ricas que hacía...
Cuando todo estaba listo me duché y me sequé el pelo con secador, dejándomelo bien peinado. Lo tengo más largo de lo que es habitual en mí últimamente pero estoy contenta con el color. También me puse las lentillas y me maquillé y como el día estaba tan bueno, aproveché para ponerme una blusa medio trasparente. Para acabar, escogí unos pendientes llamativos, ahora que a diario no me pongo ningunos. Los niños y mi marido también se pusieron guapos y mi hijo mayor se repeinó todo echándose agua y dándose diez toques de colonia, ja, ja, ja.
Nos hicimos fotos al llegar al restaurante, había que aprovechar la ocasión. Y una vez más fue super agradable comer en el salón, esta vez con las ventanas abiertas y hasta con el ventilador en marcha. La verdad es que hacía un día espectacular.
Después de comer, los demás se cambiaron para bajar al parque mientras yo recogía todo y hacía la cobertura de la tarta. De aspecto me quedó un poco rara pero no importa, porque de sabor siempre está espectacular. Mis hijos llegaron a tiempo para catarla, aunque no tuve la prudencia de decirles que se lavasen las manos antes ¡¡¡aaaaah!!! Estamos con todo el cuidado y se me pasa lo básico.
El caso es que llegaron de la calle sudando, como si fuera verano. Mañana también hay un buen pronóstico y tendremos que buscar una alternativa. No me gustaría salir más tarde de casa, así que habrá que pensar en algún sitio más fresco o con más sombra. Mi marido me contó que en el parque no había sólo niños, como correspondería a la hora y que, en concreto, vio gente que claramente estaba en la franja de mayores de 70. Después si hay un brote, esa misma gente dirá que "es que la gente que salió" o "es que los niños" que son los que tienen ahora la culpa de todo. Yo, después de la experiencia de ayer, ya tengo claro que hoy no voy a repetir. Y la verdad es que me vendría bien caminar, que estoy empezando a engordar, pero no quiero salir así, no por ahora.
Hoy también nos ha sorprendido la nueva medida que anuncia que a partir del 11 de mayo (que será fase 1 de desescalada) podremos juntarnos en casas hasta 10 personas. Yo la verdad es que no lo veo, no nos veo yendo a casa de mis suegros con mascarilla y manteniendo una distancia de 2 m... prefiero esperar a otra fase. Y es que en general me sigue causando más desasosiego esta desescalada que la escalada.
Por la tarde tomamos la tarta de chocolate, a pesar de que habíamos comido tan tarde que podríamos haber pasado sin merendar... pero esa tarta de chocolate que nos llamaba desde la nevera... no se podía aguantar. Y la verdad es que estaba buenísima.
Después de la tarta me puse a trabajar, en el salón. Y si bien ayer se produjo el milagro y mi marido por fin consiguió que se oyese la tele por el home cinema, hoy consiguió que se oyese un CD en el DVD. Nos reímos mucho cuando lo consiguió porque yo no sé los días que estuvo intentándolo, pero está claro que sin cuarentena esto no habría pasado. Pero bueno, una vez que vimos que funcionaba, le pedí que lo apagase para trabajar. Como siempre, no me apetecía nada de nada, pero es que ya no tengo elección, tengo que sacarme esto de encima. Y mi hijo no ayudó mucho, la verdad, porque estaba petardo, molestón... tuvimos que acabar por decirles que jugasen separados.
Cuando salimos a aplaudir se notaba el ambiente relajado y casi de fiesta. Por la zona donde vivimos no hay mucho movimiento de gente un domingo y sin embargo hoy, con las ventanas abiertas, nos llegaban conversaciones de ventana a ventana de los vecinos y otras de gente que paseaba. Lo más alucinante es que se oía música y gente haciendo ruido que parecía venir de la plaza de mi casa. No es por ser cascarrabias, pero no me gusta nada eso de que ahora parezca que valga todo y que porque cuatro vecinos se quieran montar la fiesta, los demás tengamos que aguantarlos. Yo estaba intentando trabajar pero del mismo modo, habrá gente que quisiese dormir, ver la tele o lo que sea. Pero bueno.
En un momento mi hija apareció a mi lado, me abrazó, me dijo que me quería y se fue. Por la tarde me regaló una canción que improvisó por el día de la madre. Soy muy fan de sus canciones y sobre todo de sus bailes, me encanta que se exprese así sin ninguna vergüenza.
Mi hijo se dio cuenta en la cena de que no me había regalado nada y me dijo que mañana me haría un regalo. La verdad es que me da igual. Todo el día me han llegado mensajes de grupos de madres, felicitaciones...y me dan igual, es como si no fuese conmigo. Sí me he quedado contenta de mandarle a una de mis hermanas un regalito, una foto de mi madre con ella cuando era un bebé. La encontré ayer por casualidad y de hecho el original está en casa de mis padres, creo que esta es una foto de aquella. Es una preciosidad y me encantó encontrarla justo para dársela hoy. 
Me acordé de tantos días de la madre con la mía, de las flores que le comprábamos...y le pedí por la tarde a mi marido que me hiciese unas fotos con mis hijos. Ellos no son conscientes ahora pero este ha sido un día de la madre muy especial, confinados y llenos de preguntas. Con los años les encantará redescubrir este día en esas fotos.
Y mañana vuelta al trabajo, a la compra y ¡estamos de aniversario! Menos mal que al menos no hay cole.

domingo, 3 de mayo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 51.

Hoy creo que me levanté aun más tarde que ayer. Y con sueño. Si es que lo mío...
Desayuné tranquilamente y hablé con mi marido sobre la comida, de si haría ensaladilla o no. También hablamos de la compra, porque este lunes al volver del súper yo dije que no podía seguir yendo así y que el sábado podía ir él a por cosas pesadas (cajas de leche, botellas, bricks) y yo a por los frescos y más perecederos. El caso es que cuando se lo recordé le sonó a chino y simplemente le dije que no es que tuviese que ir hoy, que fuese cuando a él le parezca, pero que yo desde luego no vuelvo a hacer toda la compra. Si el país entero está desescalando...
Y el caso es que mi hija quería pintar con pinceles, me lo dijo en cuanto me levanté y yo le había dicho que le ponía todo cuando acabase de desayunar, así que en cuanto me vio hablando con su padre y sin desayuno, vino a por mí. 
Fui abriéndole los botes de pintura y como los vi algo secos, añadí algo de agua a cada uno. Cogí un folio de los gruesos y se lo enganché al caballete o atril que tiene. Le puse un bote con agua y papeles de sobra para limpiarse y mancharse todo lo que quisiese. Y ahí la dejé, toda feliz, con su inspiración y su futura obra de arte.
Intenté hacer algo de provecho pero mi hijo se había puesto con uno de los trabajos que tenía para este puente (no entiendo estos deberes ahora) y de vez en cuando me pedía ayuda.
Y entre ir de una habitación a otra y lavarme los dientes, poco más hice.
Una vez que la pintora acabó su obra, me la explicó: un corazón en el centro, estrellas, una flor, un tiburón y la palabra "love" arriba con pintura morada, que le encanta. Una típica creación de su autora, todo amor.
Después quiso jugar con otra de esas cosas que manchan y que sólo le dejamos usar cuando mamá o papá pueden estar con ella, plastilina, con los artilugios de hacer comidas. Cogió sus platos de papel, puso a una de sus muñecas en la trona y ahí estuvo haciéndole comidas de plasti.
Y entre una cosa y otra ya no hice ensaladilla. La haré para el lunes que así me voy a comprar con la comida ya hecha. 
Acercándome casi a la hora de comer se me ocurrió hacer un poco de bici, pero se me adelantó mi marido y opté por irme a la ducha.
La comida encantó a todo el mundo, claro, es lo que tiene hacer tortelini. Y que conste que mi hija hace poco no los comía, pero en este tiempo de cuarentena en el que se está convirtiendo en otra niña, sí. Después de comer, con las pipas también está avanzando, porque ya no quiere que se las pelemos, sólo se las abrimos un poco y ella es la que las acaba de abrir del todo. Después enseña orgullosa su montañita de cáscaras, todo un logro de mayor.
En cuanto acabamos de comer les digo que se preparen para bajar al parque. De nuevo bajarán con mi marido y yo tendré otro maravilloso momento sola. Antes pasaba toda la mañana sola y no me gustaba demasiado, pero ahora esta hora diaria recién estrenada me sienta de maravilla. 
Hoy hace algo más de sol que ayer y ya quieren bajar de pantalón corto, pero como se van a tirar por la hierba, les convencemos para que no lo lleven. También llevan chubasqueros en la mochila, por si acaso, con el balón y el disco.
Cuando salen no sé qué hacer, como cuando te quedabas sola en casa las primeras veces de pequeña. Es inexplicable pero tengo sueño, así que no voy a aprovechar para trabajar. Me tumbo en el sofá y veo uno de los programas frikis que me gustan y que no puedo poner cuando están los niños.
Cuando llegan apago la tele y no me puedo creer que ya haya pasado una hora. Resulta que les ha llovido y yo ni me enteré. Como siempre, están muy contentos, creo que les sienta de maravilla salir. Antes no lo apreciaban como ahora, de hecho había veces que no querían salir al parque.
Mientras hacemos tiempo para la merienda trabajo un poco en un informe que está prácticamente terminado. Tengo que añadir unos últimos datos de inspecciones de este mes, pero realmente, teniendo tiempo, prefiero echarle un vistazo a todo y corrijo algunas cosas. Me gusta presentar los informes bien escritos y no quiero dejar de hacerlo por estas circunstancias.
Paro el trabajo para merendar y en un rato aparecen mis suegros en la calle. Abrimos de par en par las ventanas del salón y los saludamos. Es la ventaja de vivir en un piso bajo. Están los dos con mascarillas pero parecen contentos, más que las últimas veces en las vídeo llamadas. Les va a dar mucha vidilla lo del paseo diario, porque les mataba el aburrimiento.
Cuando se despiden ya falta poco para la hora de aplaudir y yo decido preparame para salir a caminar en cuanto acabemos, porque hoy es el primer día en que ya puedo hacerlo. La verdad es que este año ya no estaba saliendo a caminar, pero sólo por falta de tiempo.
Aplaudimos, me acabo de preparar y cojo la mascarilla. La idea de ponérmela para caminar no me gusta nada pero prefiero llevarla y si luego no me cruzo gente me la quito. Salgo a la calle y me pongo a hacer el itinerario que hacía antes, yendo hacia el polígono. Normalmente voy sola pero hoy no paro de cruzarme gente. Por el medio del polígono la cosa mejora algo, pero no lo suficiente como para poder sacarme la mascarilla. Sudo por la cara y tengo que ir algo más despacio de lo que me gustaría porque si no me voy a ahogar. El día se ha quedado bastante bueno y en otras circunstancias me encantaría ver tanta gente por la calle, pero hoy... cuando ya estoy volviendo hacia el parque decido que me vuelvo a casa porque todas las aceras del parque están llenas de gente. Hay gente en bici y gente que directamente corre por la carretera. Varios de los de la franja de 70 años no se han ido a casa. Una feria.
Me vuelvo a casa esquivando a los últimos viandantes que me cruzo y no me quito la mascarilla hasta que entro en casa. Qué agobio. Tendré que salir a otra hora o tendré que esperar a que la gente se calme y se canse de salir. Pero tengo claro que así no me compensa. No se puede.
Me saco la ropa, los tenis, guardo mis cosas, me lavo las manos y bebo agua. Me quedo un momento en la cocina. La ventana está completamente abierta y se oye a la gente que pasa por la calle charlando. La temperatura es buenísima, hay una luz preciosa de atardecer y me doy cuenta de que el día huele a verano. De repente, con esa sensación, me relajo del todo, pongo música y bailo. Me siento muy muy bien, plena. Ya da igual si vuelvo a salir o si no, todo está bien, todo saldrá bien. La vida sigue y habrá verano.
Con esa buena sensación enfilo baños y cenas toda contenta. 
Les recuerdo a mis hijos que mañana comemos fuera y claro, mi hija, con todo este follón de fases y desescaladas se lía y pregunta si de verdad comemos fuera. Le aclaro que es en el restaurante "mi salón" y se ríe de su error. Pero se da cuenta de que no tiene regalo para el día de la madre. A mí, sinceramente me da igual. Me hacen mucha ilusión los regalos de mis hijos, como siempre, pero si no los hay no me entristece. Además, mira que lo intento, pero para mí el día de la madre es el de mi madre y desde que ella no está...pues no es lo mismo.
Precisamente hoy me acordé de ella, viendo sus fotos. Siempre sonriente, desde muy pequeña, con su familia, en el cole, con amigos... las miro y la veo feliz, y eso me reconforta, el pensar que disfrutó de su vida y que en muchas ocasiones se sintió feliz. Mañana será su día, no el mío. Yo sólo se lo tomo prestado.