miércoles, 13 de mayo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 62

Hoy mi día comenzó demasiado pronto, a las cuatro de la mañana. Oigo a mi hijo que me llama y con poca fuerza y mucho sueño me incorporo para ver la hora. Me acerco a su habitación y con voz temblorosa me dice que ha tenido una pesadilla aterradora. Me acerco entonces a su cama, lo abrazo y tiembla. Me pide que me quede hasta que se duerma porque no se quiere quedar solo. Hace años que no me tengo que quedar de noche con él ni por pesadillas ni por estar enfermo. Le digo que me quedo, claro. Abro la cama de al lado y me traigo mi almohada y una manta. Sé que es probable que me duerma yo antes que él pero en cuanto vuelva a despertar, me voy a mi cama. Lo que pasa es que yo no tenía ni idea de lo que iba a ser esta noche. Mi hijo dando una vuelta tras otra, cogiéndome la mano, hablando, preguntándome cosas... cuando estoy por fin durmiendo me despierta con nuevas preguntas, una y otra vez. Y claro, no tengo ninguna ocasión de irme. En otro momento me despierta para decirme que con "mis ruidos de dormir" no le dejo dormir a él. Le digo "pues me voy", pero no quiere. No sé las horas que han pasado pero está claro que no se relaja.  El plan no era este. A las siete de la mañana me despierta para decirme que no me preocupe, que si me quedo dormida él me avisa cuando se levante mi marido. Y entonces ya me enfado, le digo que no me tiene que avisar de nada, que lo que tiene que hacer es dormir y que en mala hora me quedé para que durmiese, porque la que no ha conseguido pegar ojo he sido yo. Nos dormimos y me vuelvo a despertar a las ocho y media. Me levanto y se levanta a continuación. Confiaba en que una vez que cogiese el sueño, compensaría por la mañana el tiempo que estuvo sin dormir, pero no.
He leído artículos de pediatras que dicen que en estos días de confinamiento las dificultades de los niños para dormir se están multiplicando y también los episodios de pesadillas y terrores nocturnos. Pero eso a las ocho y media de la mañana y con la noche toledana (que diría mi madre) que pasé, no me servía de nada. Yo tenía lo que viene siendo el cabreo monumental de libro por falta de sueño. 
Y pensando en el día que se me venía encima y cabreada perdida, dejé a mi hijo desayunando mientras me iba a la ducha a ahogar mis penas en agua caliente.
De entrada, además de tener tanto sueño, me estaba levantando tarde, así que las posibilidades de que mi hija me interrumpiese el desayuno eran altas. Creo que se despertó efectivamente antes de que yo acabase, pero por suerte mi hijo la oyó al primer "mamá" y fue a su habitación antes de que yo me enterase de nada. Cuando acabé de desayunar, los vi a los dos en la habitación y le pedí a mi hijo que volviese a lo que estaba haciendo.
Mi hija estaba en "modo desesperante" así que la dejé en el suelo poniéndose los calcetines a esa velocidad que hace que el tiempo y mi salud se detengan.
Y después siguió tardando taaaaaanto pero taaaaanto en hacerlo todo que directamente me puse a preparar las lentejas. Porque me pone tan mala que se ponga así que ni puedo aprovechar para trabajar.
Después, cuando todo pasa y nos metemos por fin en faena, tiene suerte, porque coincide que le tocan en inglés unos ejercicios de repaso que los hace en seguida, en música un vídeo y nada más, en mates unos relojes para poner las horas que resuelve rápido...y se encuentra haciendo descansos a la vez que su hermano, que empezó bastante antes pero que tuvo que interrumpir los trabajos por la vídeo llamada de toda la clase. A todo esto mi hijo me contó que la tutora les llamó la atención porque alguno estaba colgando las tareas a la una de la mañana. Cuando oigo esas cosas no doy crédito y pienso en esas veces que te planteas si lo haces bien, si lo haces mal, si te pasas de esto y lo otro.... bueno, pues al menos mi hijo a esas horas duerme y ni tiene acceso al iPad.
Y mientras, mi marido debió tener una mañana fina, porque no salió de la habitación ni para respirar. Cuando por fin asomó la cabeza, dijo que se iba al súper y yo ya ni contaba con ello. Él suele venir más rápido que yo y de nuevo trajo más cerezas (qué bonitas), porque las del lunes ya se las ventilaron mis hijos en un visto y no visto. Qué alegría da verles comer así la fruta.
Y yo en mi trabajo recibí la llamada de mi jefa que hablaba toda contenta ya desde su oficina. Como siempre, ni me deja hablar ni me escucha pero eso sí, me vuelve a preguntar por cosas de mi trabajo que no entiende y que ya me preguntó al menos un par de veces más y me vuelve a anunciar que en breve hablaremos de que "tendremos que trabajar más", en un nuevo servicio. A mí este anuncio me sienta fatal, porque ya vivo en un caos, trabajando cuando puedo a todas las horas del día y los fines de semana. No necesito más trabajo, ni siquiera más sueldo, necesito vacaciones y tranquilidad. Y sí, estoy de acuerdo con lo que me dice mi marido de que primero escuche las condiciones y después decida...pero es que yo tengo ya las cosas muy claras en mi vida a estas alturas de la película. Y si una cosa sé es que el tiempo que pasas con la gente que quieres es finito y el que no pasas no lo pospones, no vuelve. El verano en que mis hijos tendrán 9 y 6 años es este y no otro. Si me lo pierdo, no todo, pero sí bastante, me lo perderé para siempre, no volverá. Y si alguien me dice que el tiempo que no voy a estar con mis hermanas en la playa (si al final es posible) lo voy a recuperar, no es cierto. Viviré otros días, no estos. Yo sé que no se puede decir "me toca este verano trabajar y fastidiarme, pero no pasa nada porque hay otros". Yo sé que a veces, de repente, te quedas sin tus veranos, porque muere alguien y el verano es otro, pero nunca el mismo. Y no es ser dramática, es simplemente porque ya me ha pasado. Así que no, no renuncio a mi vida, me niego, porque ni sé lo que voy a vivir yo ni sé lo que les queda a los demás ¿o es que alguien sabía cuando tomamos las uvas que en menos de tres meses estaríamos confinados en casa? Pues eso, que el que no sea futurólogo, se abstenga de opinar.
Volviendo a lo cotidiano y mundano... volvimos a aplaudir un poco solos. Y justo a continuación me llega por WhatsApp una iniciativa que habla de la pena que da que los aplausos se vayan diluyendo y propone hacer el último gran aplauso el domingo. La verdad es que me pareció mejor, dar un final digno a lo que llevamos haciendo dos meses y sobre todo a la gente a la que llevamos aplaudiendo dos meses. Dentro de mí me haré la promesa de seguir aplaudiendo por dentro a todo el que se lo merezca, en esta situación y en la que sea.
Al final el día no fue tan terrible como imaginé esta mañana a las ocho y media con mi monumental cabreo. Incluso pudimos bajar al parque en un momento súper soleado pero no excesivamente caluroso. Estupendo para cargar pilas, divertirnos y volver molida.
Puede que el cansancio lo acuse en realidad mañana, no sería la primera vez, pero eso será ya otra historia. Hoy, prueba superada, me doy una palmadita en la espalda y pienso que en cualquier caso, mañana ya es jueves.

No hay comentarios:

Publicar un comentario