domingo, 3 de mayo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 51.

Hoy creo que me levanté aun más tarde que ayer. Y con sueño. Si es que lo mío...
Desayuné tranquilamente y hablé con mi marido sobre la comida, de si haría ensaladilla o no. También hablamos de la compra, porque este lunes al volver del súper yo dije que no podía seguir yendo así y que el sábado podía ir él a por cosas pesadas (cajas de leche, botellas, bricks) y yo a por los frescos y más perecederos. El caso es que cuando se lo recordé le sonó a chino y simplemente le dije que no es que tuviese que ir hoy, que fuese cuando a él le parezca, pero que yo desde luego no vuelvo a hacer toda la compra. Si el país entero está desescalando...
Y el caso es que mi hija quería pintar con pinceles, me lo dijo en cuanto me levanté y yo le había dicho que le ponía todo cuando acabase de desayunar, así que en cuanto me vio hablando con su padre y sin desayuno, vino a por mí. 
Fui abriéndole los botes de pintura y como los vi algo secos, añadí algo de agua a cada uno. Cogí un folio de los gruesos y se lo enganché al caballete o atril que tiene. Le puse un bote con agua y papeles de sobra para limpiarse y mancharse todo lo que quisiese. Y ahí la dejé, toda feliz, con su inspiración y su futura obra de arte.
Intenté hacer algo de provecho pero mi hijo se había puesto con uno de los trabajos que tenía para este puente (no entiendo estos deberes ahora) y de vez en cuando me pedía ayuda.
Y entre ir de una habitación a otra y lavarme los dientes, poco más hice.
Una vez que la pintora acabó su obra, me la explicó: un corazón en el centro, estrellas, una flor, un tiburón y la palabra "love" arriba con pintura morada, que le encanta. Una típica creación de su autora, todo amor.
Después quiso jugar con otra de esas cosas que manchan y que sólo le dejamos usar cuando mamá o papá pueden estar con ella, plastilina, con los artilugios de hacer comidas. Cogió sus platos de papel, puso a una de sus muñecas en la trona y ahí estuvo haciéndole comidas de plasti.
Y entre una cosa y otra ya no hice ensaladilla. La haré para el lunes que así me voy a comprar con la comida ya hecha. 
Acercándome casi a la hora de comer se me ocurrió hacer un poco de bici, pero se me adelantó mi marido y opté por irme a la ducha.
La comida encantó a todo el mundo, claro, es lo que tiene hacer tortelini. Y que conste que mi hija hace poco no los comía, pero en este tiempo de cuarentena en el que se está convirtiendo en otra niña, sí. Después de comer, con las pipas también está avanzando, porque ya no quiere que se las pelemos, sólo se las abrimos un poco y ella es la que las acaba de abrir del todo. Después enseña orgullosa su montañita de cáscaras, todo un logro de mayor.
En cuanto acabamos de comer les digo que se preparen para bajar al parque. De nuevo bajarán con mi marido y yo tendré otro maravilloso momento sola. Antes pasaba toda la mañana sola y no me gustaba demasiado, pero ahora esta hora diaria recién estrenada me sienta de maravilla. 
Hoy hace algo más de sol que ayer y ya quieren bajar de pantalón corto, pero como se van a tirar por la hierba, les convencemos para que no lo lleven. También llevan chubasqueros en la mochila, por si acaso, con el balón y el disco.
Cuando salen no sé qué hacer, como cuando te quedabas sola en casa las primeras veces de pequeña. Es inexplicable pero tengo sueño, así que no voy a aprovechar para trabajar. Me tumbo en el sofá y veo uno de los programas frikis que me gustan y que no puedo poner cuando están los niños.
Cuando llegan apago la tele y no me puedo creer que ya haya pasado una hora. Resulta que les ha llovido y yo ni me enteré. Como siempre, están muy contentos, creo que les sienta de maravilla salir. Antes no lo apreciaban como ahora, de hecho había veces que no querían salir al parque.
Mientras hacemos tiempo para la merienda trabajo un poco en un informe que está prácticamente terminado. Tengo que añadir unos últimos datos de inspecciones de este mes, pero realmente, teniendo tiempo, prefiero echarle un vistazo a todo y corrijo algunas cosas. Me gusta presentar los informes bien escritos y no quiero dejar de hacerlo por estas circunstancias.
Paro el trabajo para merendar y en un rato aparecen mis suegros en la calle. Abrimos de par en par las ventanas del salón y los saludamos. Es la ventaja de vivir en un piso bajo. Están los dos con mascarillas pero parecen contentos, más que las últimas veces en las vídeo llamadas. Les va a dar mucha vidilla lo del paseo diario, porque les mataba el aburrimiento.
Cuando se despiden ya falta poco para la hora de aplaudir y yo decido preparame para salir a caminar en cuanto acabemos, porque hoy es el primer día en que ya puedo hacerlo. La verdad es que este año ya no estaba saliendo a caminar, pero sólo por falta de tiempo.
Aplaudimos, me acabo de preparar y cojo la mascarilla. La idea de ponérmela para caminar no me gusta nada pero prefiero llevarla y si luego no me cruzo gente me la quito. Salgo a la calle y me pongo a hacer el itinerario que hacía antes, yendo hacia el polígono. Normalmente voy sola pero hoy no paro de cruzarme gente. Por el medio del polígono la cosa mejora algo, pero no lo suficiente como para poder sacarme la mascarilla. Sudo por la cara y tengo que ir algo más despacio de lo que me gustaría porque si no me voy a ahogar. El día se ha quedado bastante bueno y en otras circunstancias me encantaría ver tanta gente por la calle, pero hoy... cuando ya estoy volviendo hacia el parque decido que me vuelvo a casa porque todas las aceras del parque están llenas de gente. Hay gente en bici y gente que directamente corre por la carretera. Varios de los de la franja de 70 años no se han ido a casa. Una feria.
Me vuelvo a casa esquivando a los últimos viandantes que me cruzo y no me quito la mascarilla hasta que entro en casa. Qué agobio. Tendré que salir a otra hora o tendré que esperar a que la gente se calme y se canse de salir. Pero tengo claro que así no me compensa. No se puede.
Me saco la ropa, los tenis, guardo mis cosas, me lavo las manos y bebo agua. Me quedo un momento en la cocina. La ventana está completamente abierta y se oye a la gente que pasa por la calle charlando. La temperatura es buenísima, hay una luz preciosa de atardecer y me doy cuenta de que el día huele a verano. De repente, con esa sensación, me relajo del todo, pongo música y bailo. Me siento muy muy bien, plena. Ya da igual si vuelvo a salir o si no, todo está bien, todo saldrá bien. La vida sigue y habrá verano.
Con esa buena sensación enfilo baños y cenas toda contenta. 
Les recuerdo a mis hijos que mañana comemos fuera y claro, mi hija, con todo este follón de fases y desescaladas se lía y pregunta si de verdad comemos fuera. Le aclaro que es en el restaurante "mi salón" y se ríe de su error. Pero se da cuenta de que no tiene regalo para el día de la madre. A mí, sinceramente me da igual. Me hacen mucha ilusión los regalos de mis hijos, como siempre, pero si no los hay no me entristece. Además, mira que lo intento, pero para mí el día de la madre es el de mi madre y desde que ella no está...pues no es lo mismo.
Precisamente hoy me acordé de ella, viendo sus fotos. Siempre sonriente, desde muy pequeña, con su familia, en el cole, con amigos... las miro y la veo feliz, y eso me reconforta, el pensar que disfrutó de su vida y que en muchas ocasiones se sintió feliz. Mañana será su día, no el mío. Yo sólo se lo tomo prestado.


No hay comentarios:

Publicar un comentario