martes, 12 de mayo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 61

Hoy cuando fuimos a aplaudir abrimos la ventana y no había nadie asomado en el edificio de al lado. Nadie. Ni el "niño encerrado" del primero, ni los de la sábana de arriba. Ya hace días que las niñas de los arco iris del primero han dejado de salir y un día vimos a sus padres a las ocho saliendo a caminar. Pero hoy, nadie. Confusos, nos miramos y yo busqué mi móvil para comprobar la hora: las ocho en punto, no nos habíamos equivocado. Me asomé, miré hacia arriba y al menos estaban los del tercero y los del quinto, así que empezamos a aplaudir. Con los aplausos salieron los de la sábana pintada y gente mayor de los pisos más altos, también los del primero de nuesto edificio. Pero ni rastro ya de los motoristas que pasaban pitando, ni de protección civil ni nada. Fue como si entre las medidas de la fase 1 se hubiese incluido dejar de aplaudir desde hoy. Bueno, está claro que esto no iba a durar para siempre, pero se hace raro. Sobre todo para nosotros que, a todos los efectos, seguimos viviendo en la fase 0. Hoy además, debido a la lluvia, ni salí con los niños. Eso sí, lo siento más por ellos que por mí porque yo sustituí la salida por una merecida y maravillosa siesta. Y además, como mi hijo sigue con su actitud de responsable, en cuanto me vio acostada, me cerró la puerta y se llevó a su hermana a jugar a una de las habitaciones. Cuando me desperté le escuché cómo le decía "lávate las manos para merendar". Pobre, un montón de veces le digo que no le hable a su hermana como si fuera su padre, porque es más exigente con ella que nosotros, pero después bien que me aprovecho de que se ocupe de ella. En mi defensa diré que tengo que sobrevivir y que además, sin sueño soy más riquiña y eso repercute en el bien de toda la familia. 
Haciendo balance, no hay queja con el día de hoy. Mi marido tuvo que salir esta mañana a una obra y los niños estuvieron algo revueltos, pero aun así acabaron todo lo que tenían de clase por la mañana, lo cual es un alivio. La verdad es que ya podía ser la vida normal así, más equilibrada: trabajamos por la mañana y disfrutamos por la tarde. Estoy segura de que todo funcionaría mejor, todos tendríamos más tiempo para todo, no estaríamos tan estresados y disfrutaríamos más de la vida. Y las empresas funcionarían igual, estoy segura. Nos obligan a jornadas tan largas que es evidente que nadie rinde al 100% durante toda su jornada. Si sabes que en cinco o seis horas acabas, lo das todo y te vas. El otro día me enteré de que la jornada de 8 h se consiguió hace un siglo. 100 años después con lo que ha cambiado no sólo el trabajo, sino la sociedad y la vida en general ¿seguimos igual? No tiene sentido.
Así que con todo el caos que conlleva el confinamiento, sobre todo para mí (hoy estaba contestando un correo de trabajo después de las ocho de la tarde), mejor seguimos disfrutando de lo bueno que nos sigue aportando. Y es que cada vez tengo más claro que la nueva normalidad esa no me va a gustar demasiado.
Si es que ya lo decía Dorothy "se está mejor en casa que en ningún sitio".

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