martes, 31 de marzo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 18

Hoy me he levantado cansada. En la cama apagué el despertador varias veces y por un momento tuve la tentación de seguir durmiendo. Sería muy fácil dejarme ir, encender el móvil y quedarme en la cama hasta que los niños despierten.
Pero en seguida me levanto porque sé que eso es lo último en lo que quiero caer. Quizá si no tuviese hijos...me tomaría un respiro, un día de no hacer nada de nada, de vagar de una habitación a otra sin rumbo...pero no es eso lo que quiero que aprendan.
En la cocina la luz ya no es la de estos últimos días. No hay sol radiante, más bien está medio gris...o soy yo. Desayuno diferente, tostada con jamón y tomate, que hace días que no me lo hago y me encanta. Uno de los pequeños placeres de tener dos sueldos es poder comprar un aceite de oliva exquisito y echárselo al tomate de mi tostada. Este comentario me ha quedado como clasista, pero lo que quiero decir es más bien lo contrario, que en las épocas en que yo no tenía trabajo, pensaba más en qué me gastaba el dinero y no era en chorradas como esta. No me sentía mal entonces por no comprarme un aceite caro, ahí sí que sería idiota, es al contrario, me siento bien cuando me lo puedo permitir.
El caso es que desayuno y como los niños duermen, puedo ocuparme de mi trabajo. Hoy se supone que para todo, pero visto lo visto, no me fío. Mi jefa me llama y me confirma que mi compañera para. Me dice también que ha hablado con el ayuntamiento y jardinería para (bien). Me parece lo más razonable, claro. Así que aprovecho y doy un aviso a una de las jefas de servicio por si acaso cuando vuelvan es tarde. Me dice que están trabajando como siempre y yo ya no entiendo nada. De hecho después me entero de que todas las empresas de mantenimiento están trabajando. Y nosotros que no tenemos gente en la calle (por fin)... como la empresa no sabe cómo hacer esto del permiso, obligan a mi compañera a tomárselo de vacaciones. Estoy cogiendo mucho asco a la visión empresarial en toda esta crisis. No sé qué más tiene que pasar para que algunas cosas cambien. Por eso nunca llegaré a rica.
Como sigo cansada me da pereza pensar en las clases de mis hijos y más cuando cada día se despiertan más tarde. Ya sé que no es obligatorio lo que están haciendo, ya sé que lo importante es cómo se encuentren ellos... pero como estoy con lo del trabajo por el medio, me cansan más los tiempos de espera.
Al final, como siempre, se levantan, se preparan y nos ponemos a trabajar. Comenzamos viendo un corto juntos y después cada uno a su "clase". La verdad es que los dos avanzan muy bien en las primeras asignaturas, como para quitarme la razón al apurarles antes. Me sigue sorprendiendo la dedicación que pone mi hija en los dibujos y que después de un rato pensando en qué dibuja y haciendo corazones, palabras, etc no le dé pereza ponerse a colorear. 
Llega el recreo y me voy a tomar un café pero me molesta hasta que me hablen. Hoy estoy cansada y necesito más que nunca mi pequeño espacio, unos minutos sola. Soy consciente de que soy yo, de que mis hijos no están haciendo nada malo, pero sólo quiero un poco de silencio y tengo la sensación de que siempre hay alguien pidiéndome algo o preguntándome "¿qué comemos?".
Mi hijo acaba el descanso por iniciativa propia y vuelve al cole. Le sienta muy bien este método en casa, le gusta organizarse y administrar sus tiempos. Me pide ayuda con algo de religión pero es la típica cosa que no es que no sepa, es que le da pereza. Así que le digo que se lo curre un poco y no sea vago.
Con mi hija tenemos lingua y debe buscar y memorizar una poesía en gallego. Es un reto para hacer a lo largo de la semana pero se empeña en hacerlo ya. Cojo un libro con varios poemas en gallego y tarda en decidirse: "este", lo lee..."el de la araña mejor", lo lee..."el de o arco da vella"....finalmente se decide por uno del caracol y, eso sí, se lo aprende bastante rápido. Creo que como le he dicho que la tengo que grabar recitándolo, se esfuerza en hacerlo bien para que la vea su profe. La verdad es que la adora y aun en la distancia sigue muy unida a ella.
Hoy la comida está hecha de ayer así que en cuanto mi marido para, comemos. A mi hijo le ha dado tiempo a acabar todo, salvo una partida de ajedrez, que en lugar de jugarla en el iPad, ha preferido reservarla para su padre. A mi hija le falta colorear una ficha. Contra todo pronóstico, la mañana ha ido bien.
Mientras comemos yo voy pensando en qué nos queda para comer mañana, qué para las cenas, cuánta fruta, cuántos yogures... Como fui al súper el miércoles pasado, estoy intentando no tener que volver hasta este miércoles y así adaptarnos a salir sólo una vez a la semana. Lo cierto es que me inquieta esta nueva salida. No sólo me he acostumbrado a estar en casa, es que no quiero salir. Me siento segura aquí y cuando salgo es como meterme en el campo del enemigo. El exterior es ahora terreno hostil y las personas posibles portadores. 
Cuando la gente habla del famoso "cuando salgamos" yo empiezo a imaginar personas sonrientes que se acercan a abrazarme mientras yo los evito y huyo, ja, ja, ja. Y sin embargo los de casa no estamos tomando ninguna medida entre nosotros para evitar un posible contagio más allá de lavarnos las manos con frecuencia y después de toser o estornudar. Pero es que privar a mis hijos y a mí misma de abrazos sería más dañino que cualquier enfermedad.
Después de comer no tengo ganas de nada así que me voy al salón y mientras juegan mis hijos, me quedo dormida. Cuando despierto, me hace gracia que lo primero que escucho es que, aunque siguen jugando se hablan entre ellos con susurros para no despertarme. Hay veces que no parece que sean capaces de bajar la voz hablando entre ellos y sin embargo ahora se han dado cuenta de que duermo y lo han hecho sin que nadie se lo diga.
Siento frío después de la siesta, pero es que hoy ha habido una bajada brusca de la temperatura y se nota en casa. Después, cuando salgamos a aplaudir, lo notaremos de verdad.
El resto de la tarde, sin embargo, los niños parecen alterados y más revueltos que yo por la mañana. Mi hijo me contesta mal en un par de ocasiones y mi hija está molestando a su hermano constantemente. Por suerte mi marido acaba por fin de trabajar y se pone a montarle los típicos juegos que improvisa él (con cuerdas y pruebas que hay que resolver) que a los niños les vuelven locos. 
Yo hoy sigo cansada a pesar de la siesta y todo me pesa más que otros días, así que no dejo para más tarde las tareas de mañana del cole y decido revisarlas cuanto antes, aunque sea con interrupción para ir a aplaudir.
Tal y como pensaba, el aplauso dura algo menos, porque sopla un viento helado y todo el mundo se apresura a cerrar las ventanas y puertas en cuanto puede.
Y yo sólo pienso en cenar y que se acuesten los niños, porque como en el resto del día, no me apetece que me hablen. Aun tengo que contestar a un par de "¿qué ceno?" y después llamarle la atención a mi hijo por lo alto que está cantando en la ducha, pero bueno.
Durante la cena sí que me relajo y me río con la tele, tanto que olvido que a mi hijo no le hemos dicho que apague la luz y sigue leyendo cuando acabamos. La verdad es que después no puede dormir y sigue despierto hasta que empiezo a escribir. Era algo que también le pasaba antes, pero me parece que ahora más frecuentemente. Quiero pensar que es por falta de madrugar y de ejercicio intenso, pero no sé hasta que punto, sus pequeñas o grandes preocupaciones no le asaltarán en el momento de meterse en la cama. La parte buena es que si es así, en algún momento lo soltará, comenzará una de sus sesiones de preguntas en las que sale todo lo que pasa por su cabeza. Normalmente, cuando pasa eso, como intento no ocultarle nada y darle explicaciones lo más claras, extensas o precisas que puedo, se queda tranquilo y contento. 
Así que yo también voy a descansar y a animarme pensando que sólo quedan cuatro días de cole para las vacaciones.
Es curioso, hace un mes me preguntaba cuándo perdería de vista mi hijo a su tutora... otro deseo cumplido de una forma extraña. Este coronavirus parece un genio de la lámpara con un sentido del humor un poquito cabrón.

lunes, 30 de marzo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 17

Hoy me ha vuelto a pasar, por la mañana me he quedado dormida porque a lo largo de la noche mi hija se despertó varias veces. No sé cómo hacía cuando eran bebés, lo de interrumpir el sueño es algo que me agota.
El caso es que me despierto y aun en la cama miro el reloj: las once menos veinte. Pero al llegar a la cocina veo en el microondas que son las doce menos veinte. Claro, esta noche se ha cambiado la hora, no es que haya tardado tanto de la habitación a la cocina. Voy a empezar a desayunar cerca de las doce, algo que no me pasaba sin haber salido la noche anterior...pues ni me acuerdo desde cuándo.
Desayuno con tranquilidad, me acabo el último trocito de bizcocho de plátano y pienso que hoy la mañana se me va a pasar volando. Me siento aliviada y no sé por qué, porque en todos estos días no he tenido problemas en llenar las horas, más bien al contrario, tengo mil cosas por hacer. Así que debe ser algo que se me ha quedado dentro desde los primeros días, esos en que no sabía cómo iba a ser esto y me imaginaba llegando a agotar todos los recursos que tuviésemos para pasar el tiempo y entretener a los niños. Ahora ya sé cómo es nuestro encierro y sé que los días y las horas pasan pero que siempre quedan cosas, películas que ver, libros que leer, juegos a los que jugar...y que cuando la cuarentena acabe, me habrán quedado mil cosas pendientes.
A pesar de la mañana corta que se me ha quedado, realmente no tengo nada que hacer hasta la hora de la comida, así que hago un poco de bicicleta mientras pongo el canal 24h para ver cómo va el país. Hay rueda de prensa técnica, de la que me gusta a mí y a pesar de ello, pierdo el hilo y dejo de atender. Nos acostumbramos a todo, hasta a ver cifras de muertos como si hablasen de pollos y no de personas. Supongo que eso también es supervivencia.
Mi marido y yo seguimos sin una comunicación clara de lo que van a hacer nuestras empresas. Me parece hasta gracioso que nosotros sepamos sin lugar a dudas que no somos esenciales y ellas analicen cada trabajo con incertidumbre. Si nuestro trabajo es tan importante, quizá deberían subirnos el sueldo a la vuelta, que al fin y al cabo estamos aquí, levantando el país durante la pandemia, ja, ja, ja.
Al final de la mañana al menos, mi jefa me confirma que el lunes mi compañera no irá a trabajar a la calle...pero tiene dudas de qué haremos después. Que me contará algo cuando hable con el ayuntamiento. Yo ya he aprendido a dejarla decidir y esperar sin desesperarme, porque al final la situación va decidiendo por sí sola ante las empresas y las administraciones que no toman decisiones.
Y mientras hablaba por teléfono, mis hijos o mi marido de fondo me preguntaban "¿qué comemos?", un clásico en estos días. No me gusta cocinar pero además encargarme de la comida implica encargarme de planear el menú de cada día, de comprarlo, de intentar equilibrar lo que vamos comiendo a lo largo de una semana...y siento que me pesa, como si la responsabilidad de tenerlos a todos bien alimentados sin engordar ni perder peso fuese mía. O como si al final la responsabilidad de que todos estemos bien físicamente sea mía también. Vamos, que sin querer soy la que se encarga de que nadie muera de hambre pero tampoco se entregue a los hidratos, las grasas y las guarrerías.
A todo esto comimos sopa de fideos y hamburguesas = pocas ganas de trabajar pero apariencia de comida medio casera.
La comida volvió a ser divertida, más de lo que recuerdo que eran nuestras comidas en casa los fines de semana. Puede que influya que ahora los fines de semana son verdaderamente de descanso y absolutamente nuestros. Sin deberes ni partidos, sin visitas ni horarios...todo el tiempo es nuestro; lo más estricto que hacemos es aplaudir a las 20.00 h.
Después de comer vencí las ganas de ir a tumbarme en el sofá para hacer algo que había visto por la mañana en twitter: se anunciaba un concurso de relatos de GEPAC, el grupo español de pacientes con cáncer. Yo en este encierro estoy escribiendo a diario y comparto lo que escribo cada día con varias personas. Algunas me dicen a menudo que les gusta cómo escribo y en varias ocasiones de mi vida ha habido gente que me ha dicho por qué no me dedicaba a escribir. Yo escribo porque me gusta y creo que a la gente que le gusta lo que escribo es porque me conocen. Pero no sé qué opinarían los desconocidos. Pues un concurso para mí es eso, la ocasión de que personas que no me conocen valoren cómo escribo. El tema del cáncer por desgracia me resulta familiar y en el relato tengo que relacionarlo con la música, que es parte fundamental en mi vida. Pero reconozco que se me da mal escribir "por encargo" y también inventarme relatos... así que me decido a escribir algo para el concurso, aunque sólo sea como reto. 
Me siento y escribo rápida la idea, porque como no se puede pasar de 1.000 palabras, quiero asegurarme de que no me paso. Después añado unos párrafos más y en total no llego a 700 así que me quedo pensando si dejarlo así o completar. No estoy muy contenta con el resultado, la historia no me ha quedado natural...aunque estoy orgullosa de haberlo hecho y decido que me quede como me quede al final, lo voy a presentar. Pero tengo que darle una vuelta...
Cierro el portátil y vuelvo con todos. Mi hija me llama sólo con sentir mis pasos, sin tan siquiera haber entrado en el salón. Quiere hacer pulseras y collares. Así que dejamos a los chicos viendo "High School Musical 2" en el salón (mi hijo encantado y yo sorprendida con la elección de la película) y nos vamos a su habitación. El tiempo discurre deliciosamente tranquilo mientras mi hija va cogiendo bolitas, mariposas y corazones para su primera creación, un collar para mí. Después hace una pulsera para mi marido y finalmente otro collar para ella. No hace ninguna joya para nadie de fuera, no se ha olvidado de sus amigas ni de la familia, claro, pero se nota que ahora mismo no están en su vida. 
Merendamos juntos los cuatro pero ellos tienen prisa por acabar para irse a jugar a la consola, porque saben que después de los aplausos empiezan los baños. Lo que pasa es que van a tener que esperar porque los abuelos quieren vernos por vídeo llamada. Aceptan contentos. Mi hijo se acerca al teléfono para enseñar el diente que se le mueve y mi hija repite el gesto para que puedan admirar su collar. Les cuentan cómo están y qué hacen pero...quieren jugar a la consola así que mi marido les libera y se pone él a hablar con sus padres. Después, efectivamente les queda aun un rato hasta las ocho y mi marido y yo aprovechamos para hablar, sobre su trabajo y el mío, la situación en general... Es raro, pero pasando tanto tiempo juntos no es habitual que tengamos tiempo para hablar solos. En cualquier caso hoy sí siento que está cerca de mí.
Para acabar el día sólo me queda organizar la próxima semana de cole: enviar alguna tarea pendiente y revisar lo que tienen que hacer mañana. Me doy cuenta de que es la última semana antes de Semana Santa. Y eso me anima porque la verdad es que estar pendiente del cole se me hace pesado.
Después de los baños y cenas se acuestan los niños y ya sólo nos queda cenar nosotros y por mi parte, preparar la comida de mañana y escribir mi diario.
En la cena le pregunté a mi hijo cómo estaba y me dijo que bien. También le pregunté si esta semana fue mejor que la anterior y dijo que sí. Me alegro. Ellos también se van adaptando y tranquilizando. Eso sí, me preguntó si la semana que viene era Semana Santa, porque sabía que tenía nueve días de vacaciones.
Me voy a acostar, que mañana empezamos otra vez.

domingo, 29 de marzo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 16

Hoy me he despertado por un mordisco. Un mordisco mío que me he dado a mí misma en el labio. Nada divertido, vamos. Y además al despertar he tenido la sensación de que al menos me había mordido un par de veces más.
Salgo de la cama, camino hasta la cocina y me encuentro a mi marido planchando. Los niños en el salón viendo la tele. Todos han desayunado ya. 
Es raro que todos se despierten y que yo ni me entere, pero como esta noche me tuve que levantar varias veces por mis hijos, se ve que por la mañana me quedé profundamente dormida. Hasta que me mordí, claro.
De nuevo el sol entra por la ventana y es algo que agradezco. Me siento a desayunar y en la tele mi marido tiene un documental de una reserva en Kenia que tiene elefantes. Nosotros fuimos de luna de miel a Tanzania y la zona es muy similar. Fue un viaje inolvidable, África es una maravilla y a veces hablamos de volver cuando los niños sean mayores. La verdad es que me encantaría volver con o sin ellos, pero conocer África es algo que me gustaría que hiciesen.
Cuando termino de desayunar, estoy un rato con los niños. Me encanta abrazarlos por las mañanas, cuando aun están en pijama y se dejan achuchar. Me gusta darles abrazos sin final, porque los abrazos curan y creo que todos los necesitamos mucho.
No tengo nada urgente que hacer, no hay cole, no hay trabajo...así que me voy a dedicar un ratito a mí misma con esos pequeños tratamientos en la cara que siempre dejo para el fin de semana. Después me siento frente al ordenador y consulto mis redes. Quique González aun no ha cancelado su concierto en Coruña. Ya he asumido que acabará haciéndolo, pero verlo ahí en la pantalla, el primero de la lista, el próximo de la gira, me da cierta esperanza: ¿y si todo va tan bien que no se tiene que cancelar? Los sueños son libres.
Me siento como si viviésemos en una isla desierta, solos los cuatro, casi sin acordarnos de si existe un mundo ahí fuera. Es como si los primeros días nos hubiésemos dedicado a sentarnos en la playa a ver si pasaba un barco, pero ahora nos hemos hecho un refugio con hojas de palmera, hemos conseguido pescar a diario y tenemos cocos. No dejamos de mirar al mar, pero ya no nos obsesiona. Disfrutamos nuestra vida en la isla.
Hoy voy a hacer comida de la que me lleva algún tiempo pero merece la pena, porque de segundo haré tortilla de patatas y eso en mi casa equivale a alegría colectiva. Tengo tiempo de sobra así que cojo mi móvil, pongo en Spotify a Quique González en aleatorio y me pongo a pelar calabacines para hacer una crema de primero. Es increíble que a estas alturas me sigan saliendo canciones que no conozco. Y las que conozco me hacen cantar y hasta bailar. Hoy sólo podía ponerme a Quique González, porque aunque cante cosas que nada tienen que ver conmigo siempre me resulta mío y en otras ocasiones canta cosas que sí parecen escritas desde dentro de mí. Con los amigos que tengo a los que también les gusta siempre comentamos cuál fue la canción de él que nos enganchó y que hizo que después fuésemos fieles. La mía es "De haberlo sabido". El día que la oí en el concierto de Santiago se me puso hasta la piel de gallina. Sólo la música puede hacer eso. Por eso hoy en mi estado de guasap también hay una canción de Quique, una versión en este caso.
Casi sin darme cuenta y sin interrupciones (milagro) la comida está hecha y claro, en cuanto los niños se acercan al baño a lavarse las manos y pasan por la puerta de la cocina a preguntar qué comemos, se ponen contentos porque he hecho tortilla. Qué feliz se puede ser con tan poco.
Durante la comida mi hijo comenta que hoy es el día que han planeado los dos de actividades en familia. La tarde tiene eventos con horario y todo y afortunadamente empieza a las cinco, así que tenemos margen de sobra para comer, recoger con calma y reposar la comida. Cuando acabamos de recoger, están jugando a la consola en la habitación así que me tumbo en el salón un rato a ver la tele. Como era de esperar en mí, me quedo dormida. Me despierta la discusión entre mi hijo y mi marido porque al parecer son las cinco menos cuarto y mi hijo se empeña en despertarme para comenzar a jugar al bingo, que es la primera actividad de la tarde. Mi marido, con mejor criterio, le dice que jugamos cuando yo despierte, pero él se empeña porque por algún motivo hay que empezar a las cinco. Yo me enfado por haberme despertado así y le digo que no juego. Y es que da igual que tenga mucho o poco sueño, da igual que lleve diez minutos durmiendo o dos horas, despertarme a mí de la siesta debería incluirse en el código penal como delito grave. El caso es que me levanto adormilada y me voy (no muy lejos, claro).
Oigo como cogen el bingo y preparan todo pero en un ratito mi hijo viene hasta la cocina y me dice todo serio que prepararon una tarde de juegos en familia y que si yo no juego no son juegos en familia y sin mí, sólo ellos tres, no son una familia. Nos abrazamos y evidentemente, me voy a jugar al bingo. Me acuerdo de una de mis hermanas, que se deshizo de un bingo que le regalaron sin saber que en una cuarentena le había podido sacar mucho partido. La partida la gana mi marido y pasamos a la segunda actividad, un juego de mesa que tenían sin estrenar. Hace tanto que lo tienen que ya no recordamos si era de Reyes o del cumpleaños de mi hijo. Y como hay que montar el tablero, leer las instrucciones y son muy ansiosos mientras esperan, les propongo irnos a bailar "Living on a prayer" mientras mi marido prepara el juego.
Así que nos plantamos los tres en la cocina y ¡a bailar! cada vez me divierte más y mi hijo se ríe mucho de lo que me flipa.
De vuelta al salón nos lo pasamos muy bien con el juego, la verdad, muy entretenido y original. Seguro que ahora que lo sabemos, lo sacamos más veces. La partida la gana mi hija que se queda como si hubiese ganado unas olimpiadas y mi hijo, como siempre, aunque trate de ocultarlo, está picado porque le ha ganado su hermana. Así que él antes de que demos la opción de jugar otra partida dice que no podemos jugar más porque es la hora de la merienda.
Aun queda algo de bizcocho de plátano, el postre de la cuarentena, pero sólo tomamos un trocito mi marido y yo porque ya está algo seco. Mientras, los niños meriendan rápido para irse de nuevo a jugar, esta vez sin nosotros.
La verdad es que las actividades de la tarde en familia han sido un éxito y encima están encantados porque lo organizaron ellos. 
Me quedo pensando que es como un sábado normal pero en realidad ha sido mucho mejor, porque los sábados normales tenían deberes, partido o comida en casa de mis suegros (o las tres cosas). Un sábado normal no pasábamos tanto tiempo haciendo cosas juntos y sin tener que darnos prisa en comer o para irnos a hacer algo. Así que casi sin darnos cuenta, por fin hemos tenido un día de los que yo siempre quería tener los fines de semana.
Para terminar el día, nos vino por sorpresa el anuncio de que se suspenden (por fin) las actividades empresariales no esenciales. Mi marido y yo no hacemos trabajos esenciales y estábamos deseando esto desde el principio y no por nosotros, sino por los equipos con los que trabajamos, que están en la calle. Ahora lo que nos queda a los dos es ver cómo traducen esto nuestras respectivas empresas...que ya nos conocemos. En mi caso creo que hasta el lunes no voy a saber nada. Y visto lo visto, no sé si me dejaran a mí trabajando por aquello de que trabajo desde casa o qué se les va a ocurrir esta vez. El caso es que me alegro de que se tome por fin esta medida.
Lo de poner la tele para ver lo que estaban contando sobre esta medida casi hace que nos saltemos los aplausos, pero no, llegamos justos. Por el medio le cantamos el cumpleaños feliz a un vecino, ja, ja, ja. Miro a todas las caras que ya son familiares....pasa un autobús pitando...se escucha "resistiré" del dúo dinámico....más aplausos.....dejamos poco a poco de aplaudir...el niño del primero juega en el balcón.....Estrella Galicia sigue funcionando....¿será un servicio esencial a partir de ahora? yo creo que sí.
Y ahora viene algo que mi hija odia pero que llevamos semanas sin hacer, un nuevo tratamiento contra los piojos. Con todo lo del coronavirus me he olvidado un poco y tenía la sensación de que podía volver a tenerlos. Lo del tratamiento no lo voy a contar porque fue...eterno y acabó en lágrimas. El caso es que a pesar de la desatención de estos días, tenía poquísimas liendres y ningún piojo, así que algo positivo. A lo mejor el coronavirus se ha cargado los piojos, quién sabe.
Y como después hubo que lavarle la cabeza y secarle el pelo, se hizo tan tarde que en lugar de cenar primero los niños y luego nosotros, cenamos nosotros dos con mi hijo mientras mi hija hablaba y cantaba desde su cama. Esto es algo que a mi hijo le hace muchísima gracia, escucharla a ella sin verla mientras cenamos. Y me acordé del verano, porque es cuando nos pasaba eso, que cenábamos los tres con el concierto de mi hija de fondo hasta que se dormía.
Es curioso, este año tuve que reservar el piso de verano durante el mes de agosto porque a mi hermana le venía mejor esa fecha que ir desde mediados de julio. Cuando lo hice no me gustó y ahora todo apunta a que con el retraso de la selectividad, unas cosas u otras, va a ser lo más acertado. Me encanta cuando al final las cosas encajan.
Para acabar, dejo una canción de Quique González, cómo no, que me parece una delicia. Me encanta la frase "necesito entrar en los sueños de alguien".

sábado, 28 de marzo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 15

Lo primero que me pasa al sentarme hoy a escribir es que tengo que pararme a pensar qué ha pasado hoy. Y creo que eso es normalidad. Me refiero a que un día normal (de los de toda la vida) yo ni recuerdo qué hice por la mañana al llevar a los niños al cole o si hoy salimos rápido de casa o discutimos...porque son cosas cotidianas, normales, que así como pasan, las olvido.
Así que un día más me he levantado con ese sentimiento o pensamiento de comenzar otro día de esta vida de ahora. Nada más. Bueno, nada más no, que es viernes y eso da vidilla, en esta vida y casi en cualquiera.
Esta mañana mi hijo se levantó cuando yo estaba desayunando y es algo que no llevo demasiado bien, porque me gusta desayunar sola y darle tiempo a mi cerebro para despertarse. Pero bueno, no me he molestado demasiado y le he puesto a desayunar a mi lado. Me gusta tenerlo cerca, observarle ahora que parece que crece más rápido delante de mis ojos. Me encanta cómo habla, lo bien que se expresa y lo sensible que es. Es tan guapo por dentro como por fuera. Puede que más incluso.
Cuando acaba de desayunar, su hermana aun duerme y noto que le da una pereza infinita cuando le digo que haga lo mismo del día anterior, empezar a hacer algo de las tareas y luego hacer con ella el "buenos días". Remolonea, habla por lo bajo y se va al salón a ver la tele. Yo también le murmuro un "tú verás". Pero lo dejo.
Mi hija se despierta tarde y con mocos y yo pienso sin darme cuenta que los mocos no son un síntoma. Creo que de manera imperceptible voy testeando síntomas en las cosas que les pasan. Paranoia.
Mientras ella desayuna hablo con mis compañeras de trabajo del posible positivo de la madre de una de ellas. Con estas cosas eres más consciente de que este virus es real y no estamos en una película de ciencia ficción.
Los niños empiezan juntos las clases en el salón, viendo un corto de animación que esta vez los profes han enviado a los dos, basado en un cuento de Saramago. Después ven el vídeo de una canción y al acabar ya tienen incorporado el irse cada uno a "su clase" sin que yo les diga nada. Mi hijo está algo más disperso hoy y le acompaño a revisar lo que tiene para el día. Una vez que lo centro, me voy con mi hija.
Con ella tengo que luchar con que se sitúe en la clase y no en casa con mamá, pero también tengo que luchar conmigo misma, que acortaría algunas tareas que a estas edades se hacen lentas. Los dictados, por ejemplo, son eternos y me quedo pensando en el esfuerzo que hace escribiendo tanto y tan despacio. Me sorprende que no quiera dejarlo, es muy constante y disciplinada. Cuando llega al final pienso que no querrá hacer el dibujo que su profe propone de manera opcional y no sólo lo acepta con alegría, sino que le dedica tiempo y lo colorea. Es un gusto verla disfrutar con tan poco.
Esta mañana los descansos que hacemos se nos van un poco de las manos o se me van a mí, que casi olvido lo que estamos haciendo y me sorprendo cuando veo en el reloj del microondas que son más de las doce. Tengo la tentación de cancelar las clases por hoy, como si fuera Feijóo, pero evidentemente no llego a proponerlo porque con mis hijos cada excepción crea un precedente a repetir. Tomando un café pongo la tele, porque estoy perdiendo la costumbre de mantenerme informada (al principio lo que costaba era desconectar de la información). Me encantan las ruedas de prensa de técnicos, las de políticos no las veo. Estas me dan seguridad, me gusta que los que de verdad están llevando el país me cuenten cómo van. Particularmente me estoy haciendo fan del jefe del Estado Mayor de Defensa, fíjate tú. Me gusta la contundencia con la que habla, transmitiendo a la vez mucha más empatía que los políticos. Muy buena energía da este hombre.
Así que una vez informada, volvemos al trabajo, pero mi hijo hoy está algo más espeso que estos días y le tengo que ayudar más. De una asignatura, además, le aconsejo que la deje para el fin de semana porque es que al pobre no lo veo...
Ah, olvidaba decir lo mejor, que volvimos a bailar "Living on a prayer" y esta vez también se unió mi hija. Muy divertido. Propongo hacer esto todos los días aunque no toque y mi hijo duda: "a ver...que yo tengo cinco asignaturas todos los días" en plan "te estás tomando a coña mis clases y esto es serio".
Al final de la mañana vuelvo a tener noticias de mi compañera, su madre ha dado positivo. Me cae mal la noticia porque puedo imaginar el miedo que se puede experimentar ante esta enfermedad. Le doy ánimos y le digo que pida la baja y que se libre así de la parte del trabajo, que atienda sólo al estado de su madre y a vigilar que ella y su padre también estén bien.
Esto es real. Está ahí al lado.
Le comunico la situación a mi jefa que responde con un "vaya". No sé si por su cabeza pasará el recuerdo de que esta compañera mía, hace pocos días le expresó sus miedos por seguir trabajando porque vivía con sus padres que son grupo de riesgo. Puede que no, pero no lo sé, tampoco la conozco.
El caso es que es ya la hora de comer y sin tiempo ni ganas de cocinar, decido hacer pasta con atún. Mis hijos felices, claro.
Me siento contenta porque el cole ha terminado hasta el lunes y el trabajo de mi marido también. 
Comemos. Mi hija repite, está presumiendo de lo bien que come, ja,ja, ja. Que sea pasta es el truco, pero bueno, es cierto que estos días está comiendo mejor.
Por la tarde nos dispersamos algo por casa, cuando la tendencia habitual es ir al salón, pero no importa, está bien, otro respiro para estar sola. Me pongo con los idiomas en el móvil y en unos minutos ya están todos en el salón. Esto sí que es lo habitual. Juegan un ratito a la consola, poco, la verdad y mi marido les propone unos acertijos que han llegado en un guasap. Mi hija los resuelve de una manera sorprendente y a los dos les gustan tanto que mi marido busca más. Se pasan casi todo el resto de la tarde así, respondiendo de manera alterna, como en un concurso de la tele. Me hace gracia lo nerviosos que se ponen. Mi hijo además de nervioso se pone tenso cuando su hermana razona mejor que él, le fastidia no ser el mejor y sobre todo le fastidia que ella se ponga en plan repipi. Pero no llega la sangre al río y todos nos divertimos.
La merienda y el resto de la tarde transcurren con tranquilidad y me siento muy contenta. Y al sentirme alegre descubro que se puede, que a pesar de toda la situación y de ser consciente de todo lo malo que está pasando, me puedo sentir así, alegre de verdad. Es viernes, tenemos por delante un fin de semana para descansar y organizarnos para la semana siguiente, pero también para disfrutar. Hemos superado la primera semana, hemos superado esta segunda, más larga al no tener festivos y estamos bien, verdaderamente bien ¿cómo no me voy a sentir alegre?

viernes, 27 de marzo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 14

Hoy ha sido un día tranquilo, pero bueno, esto es empezar por el final así que comenzaré por el principio.
Hoy me he levantado tranquila, intentando no pensar en que estamos encerrados y tratando de centrarme sólo en el hoy y el ahora. Consciente de que era jueves, las cosas se ven mejor, con el fin de semana ahí al lado y por tanto, más cerca de cierto descanso.
De todos modos, sin saberlo, estaba un poco cruzada y cansada mentalmente y me di cuenta cuando los niños estaban desayunando. Se levantaron algo más temprano que ayer y sin embargo a mí me estaba molestando que estuviesen tan relajados. Me enfadé y les solté el típico rollo de "no estáis de vacaciones, hoy hay cole y si empezamos tarde, acabamos tarde y luego queréis hacer descansos..." Me oía a mí misma decirles esas cosas (afortunadamente sin gritar) y al mismo tiempo me preguntaba a qué venía aquello. Ellos también me miraban un poco con cara de "y a esta qué le pasa". Y pasar no me pasaba nada, sólo que creo que en esta situación es muy fácil desestabilizarte.
Además después, como para confirmar que no había motivo para ponerse así, las clases se nos dieron bastante bien y acabaron del todo sobre la una de la tarde. Mientras estaba haciendo algo con mi hija, mi hijo me llamó para que fuese a su habitación. Tenía un vídeo de educación física que quería que yo viese con él. Era una coreografía con la canción "Living on a prayer". Yo creo que ni siquiera me tuvo que decir que la bailase con él, porque es una canción que me encanta y me conecté totalmente. Eso sí, en el segundo estribillo ya no podía cantar. Nos reímos mucho porque mi hijo decía que él miraba a un gordo que había al fondo de la clase que salía en el video y a mí me daba la risa y casi no podía bailar. Al acabar le dije que me lo había pasado muy bien y él me dijo "ya, por eso te llamé". Me encanta cómo a veces conecta conmigo de esa manera, cómo asocia algo que le gusta a él con algo que sabe que a mí me va a gustar y que vamos a disfrutar mejor juntos. Estos momentos compensan todos los "qué pesadaaa".
El caso es que el tema clases fue bastante rodado, hasta el punto de que no me enteré demasiado de las tareas de mi hijo (salvo el baile, claro).
Por el medio, como siempre, se me coló algún asunto laboral: mi jefa me envió alguno de sus audios de WhatsApp para saber si la madre de mi compañera ya tenía el resultado del test. Y no lo tiene. Entonces me pregunta si ella está en cuarentena. No sé qué es lo que no se entiende en esto. Mientras no sepa si su madre está contagiada o no, tiene que permanecer en su casa. Y ya está. Es una situación límite, estamos encerrados para evitar el contagio ¿cómo no va a permanecer en su casa alguien que sospecha que su madre, con la que convive, puede tener coronavirus? son las cosas que me sorprenden una y otra vez, pero bueno. Intento tranquilizarla diciéndole que le estoy dando trabajo para hacer en casa. Porque claro, eso es lo prioritario, que el ritmo no pare.
Cuando acabamos las clases y me fui a hacer cosas de casa y a rebuscar en la nevera para ver qué íbamos a comer, tuve otro semiarranque de enfado, sólo porque mi hijo vino a contarme no sé qué. Y le contesté algo como si le explicase a un cliente que viene a las cinco con intención de comer, que la cocina está cerrada. Pues yo igual "niño, se acabaron las clases, déjame". Pero es que creo que es lo que más afecta, que ahora siempre hay alguien hablándome y a veces me ahoga la sensación de no poder escuchar mis propios pensamientos. "Antes" tenía horas para escuchar mis pensamientos y hasta sonaba música en mi cabeza. Y esta ocupación de mi espacio mental es la culpable la mayor parte de las veces de esos enfados rápidos.
La comida improvisada me salió rica y una vez más disfrutamos de un momento muy chulo, con muchas risas y los niños muy contentos. Creo que cuando pase esto, me acordaré mucho de estas comidas. Es el momento en qué más siento el vínculo de familia de verdad.
Y al llegar la tarde, de nuevo...mucha calma. Y calma de verdad, no esa que precede a una trastada. Así que hice lo mismo que ayer (pensando que iba a acabar como ayer): sentarme a trabajar. Entró uno de mis hijos, salió, entró el otro...y sólo tuve que decir "estoy trabajando". Magia.
Y en un rato entra de nuevo mi hijo y me da una de esas charlas suyas solemnes que comienzan con "te voy a explicar una cosa, por favor, no me interrumpas". Lo que me explicó fue que se iba a encargar de su merienda y de la de su hermana para que yo así no tuviese que parar y acabase antes de trabajar y sólo quería saber si podía tomar bizcocho de plátano de merienda y si se podía cortar él solo un trozo. Le dije que sí.
Al cabo de unos minutos entró mi hija a chivarse de que su hermano había utilizado un cuchillo y había cortado bizcocho sin preguntar. Le aclaré que tenía mi permiso para hacerlo y se volvió a la cocina entre sorprendida y preocupada. Pero lo cierto es que se les dio muy bien y sí, conseguí acabar lo que estaba haciendo. Así que, más que bien, me sentí normal, haciendo una cosa normal, como acabar un trabajo y enviarlo.
A pesar de los movimientos emocionales que puedo experimentar a lo largo del día, la mayor parte del tiempo me siento acostumbrada a esto. Se supone que para incorporar un hábito nuevo necesitas 21 días, pero yo ya me siento bastante metida en esta rutina. Y soy consciente de que siempre estoy en un equilibrio inestable, en los momentos que me entra una angustia repentina, o miedo por cualquier anuncio; o cuando recibo algún vídeo o noticia y no quiero verlo ni hablar del tema. Por ejemplo, no me gusta nada hablar de cuándo va a a acabar esto. Porque interiormente sé que queda aun bastante, pero aun no quiero hablar de eso. Tampoco pienso en qué haremos cuando acabe, aunque sí les digo a los niños que esto es temporal, que vamos a volver a salir a la calle.
Y desde luego, lo que cada vez llevo peor es la politización de los grupos de whatsApp. Tú puedes tener un grupo de "amantes del macramé" que evidentemente son personas que lo que tienen en común es que les gusta el macramé y en lo demás cada uno es de su padre y de su madre. Pues de repente una del grupo dice que qué horror las decisiones de Sánchez y qué malo es y que a ver si se va...y yo tengo mi opinión pero me callo porque no sé de qué palo son las demás y no me parece prudente. Pero al callar, otorgas y automáticamente ya no es que todas odiemos a Sánchez, es que además se da por hecho que todas votamos lo mismo y ya hay barra libre para artículos de opinión, tuits y de todo poniendo a parir al gobierno, a la izquierda y a Irene Montero sobre todas las cosas. Y yo lo último que quiero en este momento es tener varias discusiones políticas (porque como digo esto me ocurre en varios grupos) pero a la vez me veo como escondida, borrando mensajes que no me aportan más que cansancio y esperando a ver si el próximo que llega es una buena coña y al menos me río un buen rato. Y mientras, me debato entre largarme de todos los grupos en los que se hable de política sin respeto a todas las opciones o entrar a saco y confesar lo que he votado yo en las últimas elecciones (hubo tantas que fui cambiando el voto) que por otro lado es algo que no puedo decir abiertamente porque me cae de todo menos piropos. Eso sí, una de mis amigas dijo que en las últimas elecciones había votado a Vox y todo el mundo callado. Pero bueno, a lo mejor es porque si conoces a alguien de Vox, mejor tenerlo de amigo que de enemigo.
Y al final he acabado hablando de política...lo que me hacen decir los grupillos de fachas, por Dios...
El caso es que, a lo tonto, mañana ya es viernes y mi hijo en educación física vuelve a tener la coreografía de "living on a prayer" ¡¡Rock & Roll!!

jueves, 26 de marzo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 13

Hoy me he levantado preocupada, pensando en los médicos, bueno, pensando en mi hermana.
Anoche, precisamente después de enviarles mi capítulo 12 de este diario, nos guasapeamos y hablamos de la situación. Mi hermana está acostumbrada a salvar vidas, es su trabajo. Hay otros médicos que tratan, que curan, que estudian, investigan o analizan, pero ella, entre otras cosas, salva vidas. Lo malo de trabajar salvando vidas, es que a veces las pierde. Pero en cada paciente que no ha conseguido sobrevivir, ella ha puesto todo lo que sabe, todas sus ganas, su fuerza (que es mucha) y simplemente no ha sido suficiente. Y ahora, esta médico del primer mundo, educada en un primer mundo para trabajar en el primer mundo, está entrando en una guerra, en una situación de país subdesarrollado y casi de campo de refugiados. Y faltan manos, faltan medios y sobran pacientes. La cuenta no sale. Y a ella, que se le dan fenomenal las matemáticas, cuando hace la división nunca es exacta y hay un resto al que no le ha tocado nada en el reparto. Y para eso no hay escuela que te prepare. Así que me preocupé ayer y seguía preocupada hoy al levantarme. Quiero que al acabar esto ella esté bien físicamente, pero sobre todo quiero que siga siendo la misma.
El día esta mañana estaba nublado, más bien brumoso, gris y pesado. Y me pregunté si el tiempo me está acompañando en mi estado anímico o si es el que me proporciona ese estado anímico. No lo sé, a lo mejor sólo está en mi imaginación y el tiempo simplemente va por libre.
Los niños volvieron a levantarse algo tarde, sobre todo mi hija. Hoy precisamente no quería empezar las clases tarde, porque como iba a ir a la compra sobre las dos, quería que acabasen antes. Pero reprimí antes de tenerlo el impulso de enfadarme y empezar con lo de "qué oportuna ésta, dormir tanto precisamente hoy que a mí me viene mal y..." No. Que duerma lo que necesite, que de noche tuvo pesadillas y se despertó un par de veces. Y ya cuando se levante y desayune, nos organizaremos para ver si da tiempo a todo o no. Las clases son muy útiles para que sigan activos, para mantener rutinas e incluso para diferenciar unos días de otros, pero creo que el curriculum de mi hija, con 6 años no se va a tambalear por una ficha menos.
Mi hijo sigue teniendo una muy buena actitud para trabajar en casa y viendo que su hermana iba a tardar y que él ya estaba listo, me pregunta si puede empezar por matemáticas y hacer más adelante el "buenos días" juntos. ¡Como para decirle que no con esa disposición!
Creo que a él le está dando la vida eso de ser dueño de su trabajo y su tiempo, se siente independiente y responsable y trabaja fenomenal casi sin ayuda. A veces, cuando entro en su habitación y lo encuentro tumbado en su cama atendiendo a un vídeo de su profe de inglés y me dice que no le moleste, parece casi un adolescente.
En medio del cole me llama mi jefa, que pone el altavoz para poder trabajar mientras hablamos (esa es la atención que me dedica). Básicamente la lectura es la de siempre, que mientras nadie nos mande parar, la empresa conserva todos los contratos y así estamos, tan ricamente. Como guinda, me suelta que en verano puede que le surja a la empresa otro contrato en Coruña y que nos podíamos encargar nosotras. Yo no le digo ni que sí ni que no, que para eso soy gallega, pero me siento a años luz de la empresa y por supuesto, de ella. Me parece que hay muchos mundos diferentes y es más que evidente que la empresa y yo no vivimos en el mismo. Yo, que básicamente estoy dedicando el día a mis hijos y al bienestar de mi familia, trabajo para una empresa que ve contratos y no trabajadores y que va sumando contratos con esa alegría que a mí sólo me provoca distancia. Un trabajo en verano cuando ya tengo trabajo supone...más trabajo ¿no? que yo no soy tan buena en mates como mi hermana, pero es que la cuenta me sale fácil. ¿Y entonces me están diciendo que después de todo lo que vamos a pasar estos meses, después deje a mis hijos (y a mí misma) sin nuestro verano? Es que va a ser que no. Yo que no he aceptado trabajos en empresas que no iban para nada conmigo, no voy a aceptarlo todo de mi propia empresa. Y más cuando sé porque lo estoy viviendo, que las empresas vienen y van y aquí nos quedamos siempre los mismos. 
Así que despacho rápido a mi jefa, que seguro que ella también lo agradece que siempre está liada y me quedo un tiempo sumida en esa sensación, la de la distancia cada vez mayor que siento con esta empresa. Creo que a estas alturas de la vida yo ya sé quien soy pero sobre todo sé quién no quiero ser. Y no quiero ser esa mujer que va subiendo de sueldo a costa de no disfrutar del verano de mis hijos. De todos modos salgo de esta marejada de pensamientos cuando me doy cuenta de que este no es momento de decisiones y que las clases me esperan.
Cuando se acercan las dos de la tarde aviso a mi marido de que me voy a ir al súper y de nuevo me suena el móvil, esta vez el personal. Miro la pantalla y es una amiga de mi madre, bueno, creo que la mejor amiga que tenía. Se conocían desde hace años y encima descubrieron que habían estudiado en el mismo colegio en Madrid. Así que en verano se pasaban las tardes charla que te charla contándose cosas de su cole. Como digo, miré la pantalla del móvil pero no descolgué enseguida. Tenía que ir al súper y sabía que si me paraba no llegaría a la hora que yo quería...pero descolgué. Porque era importante. Atenderla un momento, lo que pudiera, era importante, más que el súper y mas que el cole. Para algo nos tiene que valer esta situación ¿no? al menos que valga para atender lo importante. Y me alegré mucho de hablar con ella porque la pobre ha pasado una situación difícil y también porque a ella le falta mi madre, que es a la que llamaría si estuviese viva. En los últimos días era yo la que estaba pensando en llamarla para saber cómo estaba viviendo estos días, pero al final me ha llamado ella, qué casualidad, y pienso que en el fondo es como si hubiese sido mi madre, que no se habría quedado tranquila si no hablábamos con su amiga. Así que me alegré mucho de saber que dentro de todo estaba bien y tuve que despedirla para irme, no sin antes decirle que otro día podíamos volver a hablar.
Al colgar me fui corriendo al súper. Esta vez no me apetecía nada ir, a pesar de que el último día había ido bien. No me apetece salir de casa mientras no se pueda, es como si me sintiese en tierra hostil. Y encima esta vez había cola para entrar. Llevaba la cara tapada, como si fuese a atracarlos, pero la verdad es que ni me da vergüenza. Y la compra se me hace un poco engorrosa al intentar coger todo lo que vamos a necesitar para una semana. La verdad es que no me sentí aliviada hasta ponerme en la cola de las cajas. Y cargar el carro, y del carro al coche...es tardísimo...a qué hora vamos a comer hoy... pero bueno, ya estoy en el coche. Por el camino, entre el gris del polígono aparece como por sorpresa una mediana repleta de margaritas de un amarillo intenso. Y como despertando de un sueño, recuerdo que es primavera. Sigue siendo primavera.
Sonrío y me siento bien, porque además voy escuchando la música que me gusta.
Ya en casa hago rápido la comida y a los niños les encanta. Otra sorpresa.
Hemos acabado de comer muy tarde, claro, y pensamos que ni va a merecer la pena que merienden esta tarde. Una cosa menos, ja, ja, ja.
Aprovechando que los niños están muy tranquilos y que yo estoy de subidón, me siento a trabajar. "Qué bien, acabo este informe, lo envío y así parece que estoy trabajando a tope". Pero resulta que los niños no estaban tan tranquilos, el juego al que estaban jugando acaba y vienen a mi lado a dar un concierto. En un primer impulso me voy a cagar en todo pero...me doy cuenta de que en realidad no me importa. Bajo la tapa del portátil y me voy a la cocina a hacer bizcocho de plátano. Reinventando la frase de "si la vida te da limones, haz limonada" a mí la vida me ha dado un marido que el día que fue a comprar trajo un montón de plátanos demasiado maduros,  así que hago bizcocho de plátano. 
Y con el bizcocho y el concierto de fondo, la tarde no dio para mucho más. Enseguida fue la hora de aplaudir (es algo que me sigue encantando) y ya empezamos con los baños y cenas.
Por la mañana la amiga de mi madre me habló de que tenía en casa una foto de las dos en la playa tal y como estaban siempre, sentadas en sus sillas y charlando y riendo. Decía que le gustaba mirarla. De noche me la mandó. Creo que a mi madre le cambiaba la vida en verano. Pasaba las tardes en su silla, bajo la sombrilla y hablando con su amiga y en casa nosotros lo llenábamos todo con ruidos y niños. Y yo cada vez que pienso en ella la imagino así, en la playa, sentada en su silla bajo la sombrilla y con la sonrisa puesta porque sus hijos estábamos con ella.
Al final del día bajé la basura. Es la primera vez que salgo por el portal en todos estos días. En la plaza de mi casa las azaleas están en plena floración con ese rosa intenso que apenas deja ver las hojas. La primavera me vuelve a hacer un guiño y sigue esperándome. Un viento suave me toca la cara, la calle está desierta, respiro profundamente y me siento BIEN.

martes, 24 de marzo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 12

Hoy me he levantado con otra energía. Dejé que el despertador sonase algo más de lo habitual, me levanté, me di una ducha y me puse una de mis camisetas favoritas, de las de salir a la calle, no de las de andar por casa. También me dejé el pelo suelto. No es que a lo largo del día pase mucho delante del espejo, pero soy consciente de cuál es mi aspecto y saber que estoy más "guapa" me anima.
Además el día acompaña porque un sol radiante ilumina la cocina y me alegra el desayuno.
Los niños se despertaron muy tarde para lo que es normal en ellos, sobre las nueve y media. Aunque me viene mejor que se levanten antes, para comenzar con las clases y que la cosa no se alargue mucho, tampoco es algo que me importe. Y hoy todo me parecía bien. Tenía la sensación de que así descansarían más y se encontrarían mejor.
Como suele pasar, intentan demorar el comienzo del cole, pidiéndome ver la tele, comentándome cosas super importantes...pero comenzamos. Y ya vamos cogiendo la costumbre de que empiecen juntos, viendo un vídeo, una canción  o algo que les mandan para motivarlos. Hoy fue un anuncio de Gadis donde los protagonistas eran los niños, poniendo todo de su parte para ayudar en la situación.
Como siempre, acompaño más a mi hija en las tareas y a mi hijo le hago visitas. La primera clase pasó rápido para ella, pero luego descansó más y acabaron enlazando sus descansos y tardando un poco en volver. Yo les animo a mantener un ritmo, a que los descansos sean algo compensados con el tiempo de trabajo...pero como digo, hoy todo me lo tomo bien y pienso que dada la situación, como no pueden elegir cómo estudian, al menos que puedan elegir el cuándo.
Además la comida la tenía hecha del día anterior, así que sé que podemos alargarnos todo lo que queramos hasta justo el momento de comer.
Creo que mi marido también estaba más contento hoy. Se pasa la mañana trabajando en nuestra habitación y hace su descanso de media mañana coincidiendo con el recreo. Tomamos juntos el café, charlamos algo y normalmente también ponemos la tele para ver cómo va la cosa. Hasta eso va poco a poco formando parte de nuestras vidas: ver el en televisión cómo van subiendo los contagiados, también los curados...alguna buena noticia de más material para sanidad, para residencias...comparativas con otros países...
Y no sé si ya lo he comentado, pero la cuarentena se alarga hasta el 11 de abril, que es una forma de no decir el 12, porque a ver si vamos a desperdiciar así como así un festivo. Es algo que dí por hecho desde que el 12 de marzo se anunció que los niños se quedaban sin cole, que no iban a volver la semana antes de Semana Santa para después tener una semana de vacaciones. Lo que no me atrevo a aventurar es qué fecha será de verdad la final, porque el 12 de abril tampoco va a ser. Pero es algo que ahora no me aporta nada, pensar a largo plazo. Vivo más tranquila si me centro en el día a día, en preparar las cosas del cole, la ropa, la comida, ver qué día nos toca ir a la compra, que son las ocho, vamos a aplaudir...y así me pasa como "antes" que los días se van sucediendo unos a otros casi sin darte cuenta. 
Esta es nuestra vida ahora y no va a durar un rato precisamente. Cuanto mejor la organizo, mejor la vivo, pero sobre todo cuanto más la acepto. No es muy diferente a un duelo por una muerte, al principio te revuelves, te haces miles de preguntas pero no puedes ni pensar en las respuestas, pero llega un momento en que asumes lo que ha pasado, aceptas la realidad y sólo entonces puedes avanzar. Pues así creo que estoy yo, en la aceptación. Estamos aquí ahora, en casa, juntos y por mucho tiempo. Pues seamos prácticos, vamos a organizarnos, vamos a encajar todas las piezas de este puzzle diabólico y mañana...será otro día.
Hoy, además de relajarme (mentalmente) y ponerme guapa, me he puesto música a mí misma en el móvil. Creo que me he cuidado un poco más que ayer,  que me he parado algo más a pensar en mí  misma y me he permitido tener más vida. Otro paso más. Además tengo claro que cuidarme y quererme también mejora la vida de los demás así que me siento bien porque creo que voy haciendo de este pequeño universo nuestro un sitio mejor.

Diario de una cuarentena. Días 10 y 11

Creo que el hecho de que hoy escriba lo de los dos días juntos, da una idea del ritmo que llevo. De todos modos, ahora mismo he leído un mensaje de un amigo que me preguntaba qué había pasado con mi diario, así que eso me anima a seguir. Además he releído algo de lo que he escrito y, aunque llevamos poco tiempo confinados, ya veo diferencias entre los primeros días y estos últimos. Así que ahí voy.
El domingo fue un día tranquilo, todo lo tranquilo que es un domingo cualquiera en mi casa, vamos. De hecho por la mañana los niños estaban algo sobrados de energía y les propuse hacer algo para canalizarla, alguna actividad, algún juego, deporte...y mi hijo me dijo con desgana "ya estamos con el puto deporte" y la verdad es que me hizo tanta gracia que los dejé.
Me lo tomé como un día de calma y de preparación. De preparación de la compra que tendríamos que hacer el lunes, de la semana de cole que me iba a tocar a mí sola...la experiencia de los tres primeros días me hizo llegar a la conclusión de que todo va mejor si lo preparo el día anterior. Así, que como los profes (supongo) el domingo por la tarde-noche me puse a leer, imprimir, organizar mi nuevo trabajo de profe. Por la parte de la calma el máximo exponente fue que me dormí una siesta en el sofá y no fue precisamente pequeña. Creo que no había vuelto a quedarme dormida después de comer desde que empezamos el aislamiento. Y es que aunque muchas veces me tumbo en el salón después de la comida, es como si siempre estuviese en estado de alerta (nunca mejor dicho, claro).
Y durante todo el día tuve esa sensación de cotidianidad, de "día normal" y de relajarme para recargar pilas. De hecho, casi a la hora de la cena me llamaron unas amigas para una videollamada en grupo y directamente les colgué. Sí, soy una borde, pero ellas ya lo saben. Son de las mejores amigas que tengo y me habría hecho una ilusión enorme hablar con ellas, pero sabía que si me ponía a hablar tan tarde después acabaría acostándome más tarde aun y se me pondría el comienzo de semana cuesta arriba. Y claro, cuando la gente está tan positiva y tan intensa, tan de hacer cosas, tan de salir al balcón a las diez por los profesores, a la una por las asistentas y a las cuatro por el niño del sexto que está de cumple, y tú cuelgas a una vídeo llamada en grupo....oooooooh estás cayendo en la apatía, en la depresión y rondando el suicidio. Y tienes que dar explicaciones como si ya no fueses dueña de tu tiempo y tu ocio, si es que puedes tenerlo. Además es que me sentía bien, no me pasaba nada...quería cenar, no hablar, eso era todo.
Y después de cenar seguía tan tranquila y tan zen que hasta me dio por no escribir este diario por el simple placer de tirarme en el sofá a ver cualquier cosa en la tele. Porque no hacer nada guay ni que quede para la posterioridad también es un derecho que reivindico y sigo teniendo.
Así que hoy, ya metida en esta "semana dos" tan completa, me levanté temprano pero lo justo, para no dejar que el supermadrugón me amargase el día. Desayuné con mi marido que me habló lo justo (bieeeen) y cuando los niños consiguieron remontar esa pereza que les da empezar el cole, nos pusimos. 
Como mi hijo tenía una oración y una canción de buenos días chulas, decidí que la clase de primero iba a hacer sus "buenos días" con la de cuarto. Y mi hijo cortándome el rollo diciendo que no les hablase como una profesora, ja, ja, ja. Le di mucha vergüenza ajena, no lo ocultó ni un poquito.
Pasado ese comienzo juntos (me encanta que empiecen con una canción que les gusta) ya se fueron animados cada uno a su clase a empezar con mates. A mi hija le sigue costando más esfuerzo. No sé si se siente desubicada o le falta la autoridad de su profe, los compañeros...y por eso estoy más con ella. Una de las tareas que tenía que hacer era buscar y aprender tres chistes, así que me dio la disculpa perfecta para que la ayudase su hermano, que se entusiasmó con el encargo nada más conocerlo. Menos mal que les dije que lo tenían que dejar para el final de la mañana, porque aunque él puso toda su buena intención y tuvo una paciencia infinita leyéndole todos los chistes que él consideraba "buenísimos" a ella o no le hacían gracia o directamente no los entendía. Al final de mucho buscar se quedó con alguno del tipo:
- ¿Qué le dice un techo a otro?
- Techo de menos
Humor inteligente, vamos.
Laboralmente la mañana fue caótica. Una de mis compañeras trabajó en casa porque su madre puede tener coronavirus y estaban a la espera de que viniesen a casa a hacerle la prueba. Desde el ayuntamiento me pidieron que contestase a unas dudas de una jefa de servicio, que no me extraña que tuviese dudas de lo que tenía que hacer, porque lo que le requerían del ayuntamiento estaba entre poco y nada claro. Yo en este momento creo que a las empresas les tengo que echar una mano y no por las empresas, sino por la gente que trabaja en ellas. No me hace falta conocer la situación personal de cada técnico para imaginar que quien más quien menos, todos están en una situación difícil en estos momentos. Así que no seré yo quien añada más malestar y si además aporto algo, me sentiré útil y me parecerá menos absurdo seguir haciendo este trabajo como si el mundo no se estuviese desmoronando a mi alrededor.
El caso es que este malabarismo clase- trabajo- clase más propio del Circo del Sol que de una ingeniera, hace que llegue a la hora de la comida como si fuese la de la cena: cansada y hambrienta.
Y después de comer, mando a mi marido a la compra (y digo mando porque tengo claro que no quería ir) y aprovecho que los niños están tranquilos ¡haciendo solitarios de cartas! para trabajar un poco más.
Y cuando mi marido viene de la compra es él el que vuelve a trabajar un poco más y yo vuelvo a quedarme sola con los niños y a acordarme de toda esa gente que con toda la buena intención del mundo me manda libros digitales, conciertos, películas, revistas...PARA QUE NO ME ABRURRAAAAA. Ojalá me aburriese, qué envidia.
Y de colocar la compra paso al trabajo, a la merienda, a mandar los deberes de hoy...y voy enlazando una con otra actividades que son para otros siempre o para otros y para mí, pero no he tenido tiempo en todo el día para mí sola. Me siento invisible, como si hoy no hubiese sido más que un instrumento para los demás. Enseño a otros, cocino para otros, limpio para otros, organizo para otros y al final del día, si excluyo la canción del buenos días, ni siquiera he escuchado música, mi música, la que me gusta a mí escuchar y disfruto cuando estoy sola.
Este confinamiento me está borrando de mi vida, al menos por la semana. Pero ni siquiera me siento triste o abrumada, me siento un poco inexistente, como si me estuviese tomando una baja de mi vida.
Pero es que no me dan las 24 horas del día y creo que al menos de lunes a viernes, voy a tener que vivir la vida en los guasaps que me mandan y mando porque fuera de ahí todo lo que me queda libre sólo lo quiero dormir.
Pero no ha sido un mal día, ha sido como un día que no he consumido, más bien me ha consumido a mí.

domingo, 22 de marzo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 9

Lo primero que me sorprende al comenzar a escribir es el título. Los últimos dos o tres días han volado, no me creo que ya llevemos nueve días. Los tres primeros, sin embargo, duraron una eternidad. Creo que es porque lo que al principio era una novedad, ahora es nuestra rutina. Lo único que me desconcierta un poco es ser consciente del día exacto en el que vivo, pero eso es porque el jueves fue festivo y el viernes no había cole ni mi marido tenía que trabajar.
Hoy el día ha empezado algo revuelto. Como digo, yo me levanto con normalidad, sin agobios ni pensar que seguimos en este confinamiento, normal, esta es nuestra vida...pero mis hijos están revueltos y mi marido parece algo alterado con ellos. En concreto mi hijo no quiere que se le acerque su hermana, quiere que no esté a su lado, que desaparezca. Y claro, se desespera y se siente frustrado, porque en estas condiciones no es posible. Discuten y ninguno de los dos encuentra su sitio ni sabe muy bien qué hacer. Yo intento guardar unas fotos en el ordenador porque mi teléfono no puede más y va a reventar, pero desisto porque necesitan ayuda. De todos modos, no se dejan guiar ni aconsejar, no quieren hacer nada de lo que les proponemos, nada les parece mal ni les apetece. Y les entiendo, claro. A diario me llegan mensajes de cientos de propuestas para hacer con los niños, pero no necesito ideas, lo que necesito es motivarles. Al final, sacamos el tipi y montamos una cabaña en una habitación. El karaoke también ayuda, ja, ja, ja. Cuando se lo regalaron me pareció una locura pero la verdad es que les entretiene un montón y me he acostumbrado a sus músicas electrónicas y repetitivas y a las canciones en francés. Sí, es en francés.
Superado el caos de la mañana la vida vuelve a la normalidad y me dedico a cocinar. Después ponemos la mesa y comemos como un fin de semana cualquiera. 
Por la tarde también parece una tarde normal de fin de semana, con tele y siesta...pero me llaman por teléfono. Es una vídeo llamada en grupo de mis compañeras de piso de Lugo. Llevábamos tiempo hablando de quedar, pero como dos de ellas estaban preparando oposiciones, decidimos que tendría que ser después de febrero de este año, después del último examen. Así que, con la xuntanza aplazada, nos hizo mucha ilusión vernos. Como siempre, nos echamos unas risas y hablamos de hacer esto más veces. Pero la conversación se vio interrumpida ¡porque yo tenía otra vídeo llamada en grupo! Los mejores amigos de mi hijo le llamaban. Así que dejé mi llamada, lo avisé y se pusieron a hablar ellos. La verdad es que se liaron un poco, hablando todos a la vez y encima quisieron ajustar las consolas para poder jugar juntos...pero aun así fue una buena experiencia para él.
Y parece que fue el día oficial de la vídeo llamada, porque hablando después con otras amigas, varias me comentaron que habían hecho distintos encuentros en grupo. La verdad es que somos unos privilegiados. Hace no tantos años el contacto se haría sólo por teléfono y de uno en uno. Y ver a tu gente te aporta mucho más que oírles, porque las caras y sobre todo los ojos no mienten.
Es curioso, porque en esta situación, me siento más cerca de la gente. Nos intercambiamos muchas chorradas, que al fin y al cabo son importantes porque nos hacen reír y mantener el buen humor, pero también nos preguntamos mucho más a menudo "¿Cómo estás?" Y nos contamos las pequeñas mierdecillas que nos pasan y los alegrones. Compartimos sentimientos, al fin y al cabo y al compartir, las tristezas se hacen más pequeñas y las alegrías más grandes.
En el aplauso de las ocho volvemos a ver al padre de un compañero de equipo de mi hijo, que vive enfrente y siempre transmite muy buen rollo. Es muy agradable ver una cara conocida de las de antes del encierro, aunque las otras caras de los balcones ahora también empiezan a ser conocidas.
Y para acabar el día, dejo a mis hijos que jueguen a la consola, con la disculpa de que es festivo y no hay cole, pero creo que es una opción que tenemos que reconsiderar. Una cosa es que no importa que jueguen, incluso que jueguen más que antes, pero empiezan tan tarde que luego las duchas se eternizan, están cansados, se ponen más irritables...y nosotros acabamos cenando a las once. Hay que buscar el equilibrio. Los niños son nuestra prioridad, pero sin olvidarnos de nosotros, que hay días que hablo menos con mi marido que antes.
Además creo que se acuestan más nerviosos y eso a mi hijo le afecta. Cuando se acostó parecía tranquilo pero al cabo de unos minutos me llamó. Decía que pensaba "en cosas malas" y no sabía cómo quitarse esos pensamientos de la cabeza. Las cosas malas era que pensaba que mi marido y yo podíamos "enfadarnos". Le dije si se refería a una separación o a un divorcio y me dijo que sí. No estamos discutiendo, no más de lo habitual que, la verdad, es muy poco. Creo que es un miedo que surgió de la nada pero intenté calmarlo diciéndole que yo quería mucho a su padre y que si no me equivocaba, él también a mí. Y me apuré a decirle que no los iba a dejar, ni a su padre ni a ellos, por si acaso por ahí iban sus miedos, por si piensa que yo algún día podría dejarles. Sentada en su cama, seguí hablándole y contestándole a sus miles de preguntas (como mejor puedo). Las siguientes sí estaban directamente relacionadas con el coronavirus y la cuarentena. Decía que había escuchado cómo Pedro Sánchez decía que permitían salir de casa para ir a cuidar a otros y que si nosotros en Semana Santa podríamos salir de casa diciendo que íbamos a cuidar a los primos ¡qué listo es! Le afecta mucho que no nos vayamos a ver en Semana Santa pero es algo con lo que no puedo ni quiero engañarle. Le he dicho que en Semana Santa, en realidad, sólo nos veíamos cuatro días y también que es algo que no tiene ninguna solución y que no nos vamos a inventar un truco para hacer lo que queremos. Le hablé de responsabilidad y de hacer lo correcto, de que todos y cada uno tenemos que hacerlo pensando en todos y no en cada uno...y al final se quedó más tranquilo. Es muy inteligente, pero también muy sensible. Lo entiende todo, pero le afecta.
Creo que esta situación le va a hacer madurar un poquito más de lo que le correspondía y a su hermana también. Pero espero que también les aporte muchos buenos sentimientos, como la solidaridad y el valor de la familia. 
Antes del coronavirus pensaba que teníamos que pasar más tiempo con los niños, que era necesario que tuviesen claro que siempre estaríamos a su lado pasase lo que pasase, que supiesen recurrir a nosotros siempre...
...ten cuidado con lo que deseas.

viernes, 20 de marzo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 8

Cuarentena son cuarenta días ¿no?... bah, déjalo.

Esta mañana me levanté cuando todos en casa dormían. Normalmente disfruto de esa sensación, pero la verdad es que estaba bastante aturdida; de noche me había despertado por un dolor en la barriga y estuve más de media hora despierta. Interrumpir el sueño es algo que me sienta fatal.
Después de la ducha y el desayuno ya estaba más centrada y sobre todo, tenía un objetivo laboral (últimamente no sé para qué o para quién trabajo). Tenemos una aplicación para gestión de zonas verdes y la empresa que nos lo vendió, dijo hace un tiempo que buscásemos un día para hacer un curso online. Cuando lo propusieron pensé "uff, pues a ver cuándo encontramos un día que nos venga bien parar para esto" y sin embargo, ahora nos encajaba perfectamente. ¡Cómo nos está cambiando la vida en pocos días! Buscando la forma de conseguir que mis compañeras pudiesen trabajar más desde casa fue cuando se me ocurrió este curso. Y además de ser la excusa perfecta para no salir tanto a la calle, sabía que iba a estar bien, porque a la chica que los imparte ya la conocemos y es estupenda. El único problema es que sólo nos podía dar la formación a dos a la vez, y fue mi otra compañera la que dijo que a ella no le importaba salir a la calle y dejarle el puesto a mi otra compañera. Es estupendo que nos conozcamos y sepamos nuestras preferencias y las necesidades de cada una, es fundamental trabajar a gusto. Siempre tratamos de amoldarnos unas a otras.
El caso es que mientras hacía tiempo para que empezase, se despertó mi hija. Ayer a última hora de la tarde se le cayó su primer diente y hoy, nada más despertarse, me llamaba para que comprobásemos juntas si el ratoncito Pérez le había dejado un regalo. Y es que ayer tenía sus dudas, con esto de la cuarentena, ja, ja, ja. Yo le dije que a los animales no les afectaba este virus y que además el ratoncito Pérez era mágico...pero ella tenía sus dudas.
Así que hoy, metió la mano debajo de la almohada, sacó la bolsita en la que la noche anterior habíamos metido el diente y vio una moneda. Aun medio dormida, se la acercó a los ojos como si fuera un tasador de joyas y sonrió al comprobar que había un dos. Era una moneda de 2 €.
Se levantó toda contenta con su moneda y su diente y la verdad es que la alegría le duró todo el día: envió una foto a sus compañeros de clase y hasta organizó una fiesta para celebrar lo del diente con sus muñecas y el karaoke.
Yo me fui a "mi trabajo" otra vez y estuve un par de horas dedicada al curso. La verdad es que estuvo muy bien por el contenido, muy práctico, pero también porque hablamos un poco del trabajo, de las dificultades que tenemos ahora para hacerlo...ella hablaba de lo que le apetece volver a visitar Coruña...sienta muy bien centrarse en cosas normales. Es el primer día desde que estamos encerrados que puedo pensar con claridad en mi trabajo. De hecho, después del curso pude continuar trabajando y aproveché para enviar unos correos pidiendo un poco que alguien nos dé indicaciones; que me digan qué hacemos y a quién le doy explicaciones, que ni siquiera me ha informado nadie de eso. No recibí ninguna respuesta, me siento todo el rato como si nos abandonasen a nuestra suerte, pero casi cuando iba a comer, recibo una llamada de mi jefa diciendo que desde el Ayuntamiento no entienden para qué estamos trabajando si no prestamos un servicio esencial. Yo ya no entiendo nada, pero tampoco me enfado como otros días, simplemente le digo que yo soy la primera que no creo que debamos seguir trabajando y que si estamos todos de acuerdo, que alguien me lo diga y ya está. Es inútil romperse la cabeza y pedir ayuda cuando nadie te escucha. Sólo cabe esperar con la mejor actitud posible.
Así que cuelgo y me pongo a comer con mi familia.
Por la tarde, aprovechando que todo el mundo está calmado y que yo estoy con ganas, sigo revisando cosas del trabajo hasta la hora de la merienda. Y en la merienda, de nuevo, tarta de chocolate 👏👏👏La tarta de chocolate es la vida y el amor y todo lo que más nos gusta.
El resto de la tarde transcurre con normalidad y me cuesta creer precisamente eso, que todo parezca tan normal. Pero es que cuando las cosas salen así tampoco hay que pedir explicaciones; estamos bien, tranquilos, nos sentimos bien y dejamos transcurrir la vida.
Hoy ha sido el primer día de la primavera. Me encanta la naturaleza y las plantas. Es reconfortante saber que ahí fuera, la vida sigue y el mundo continúa desarrollándose como siempre. La naturaleza sigue trabajando para que todo esté listo cuando salgamos.

Diario de una cuarentena. Día 7

Día 7... consulto el teléfono para asegurarme... sí, llevamos una semana encerrados. Lo confirmo con mi marido, la última vez que hicimos una salida normal (no al súper) fue el jueves pasado por la tarde cuando traje a los niños del cole. Parece que hace meses que no van al cole...
Voy a desayunar y mi hijo me cuenta que ha soñado que salía a la calle. Nada más. Normalmente sus sueños están llenos de detalles e historias raras. Este no, sólo... salía a la calle. Menos mal que es un sueño que acabará cumpliendo.
De todas formas no me siento triste porque sé que hoy será un día especial, haremos que sea un día especial. Es el día del padre y mi santo y les digo a todos que se pongan guapos, que vamos a comer fuera.
Después de desayunar, los niños le dan a su padre dibujos; como los regalos del día del padre no pudieron acabarlos y se quedaron en el cole, le hicieron dibujos para que tuviese alguna sorpresa. El mayor ha dibujado un comic de "Super papá" derrotando a un monstruo que quizás esté inspirado en el coronavirus; mi hija ha intentado copiarlo (ja, ja, ja). Se quedan entusiasmados con la sorpresa que le han dado a papá.
Yo me paso media mañana cocinando pero empiezo por la tarta de chocolate. Aquí si no hay tarta de chocolate, nos parece que no hay fiesta. Después ya paso a la comida rica y sana, porque ya hemos comprado verduras frescas y carne.
Al salir de la ducha veo a mi marido montando algo en la entrada de casa con unas sillas. Me mira y me dice "es que al restaurante iremos en coche". Y me quedo encantada, porque veo que ha entendido a la perfección lo que vamos a hacer hoy.
Yo me arreglo y me maquillo, como siempre que comemos fuera y recuerdo que tengo un pantalón en el armario sin estrenar ¡perfecto! Estreno en mi santo, como si me lo hubiesen regalado. Ver mi propio reflejo en el espejo mientras me arreglo y me pongo unos pendientes preciosos que tengo, me hace sonreír y me anima como si de verdad fuese a salir con mi familia a comer.
Y ponemos la mesa en el salón, algo que con nuestros hijos no habíamos hecho nunca: Un mantel bonito (comprado por mi madre) y la vajilla, cubertería y cristalería que nos regalaron por nuestra boda... me quedo ensimismada mirando la mesa y de nuevo pienso, como con muchas de las cosas que hacemos ahora, "¿por qué no habíamos hecho esto nunca?".
Los niños eligen sus mejores ropas, las de ir elegantes y nos subimos al coche. Conduce mi hijo,  que se mete absolutamente en el papel y hasta se encuentra ¡un atasco! ja, ja, ja. Menos mal que toma un atajo y al llegar aparca en seguida y nos sentamos a comer. Yo hago de mamá y camarera y mi hija se porta fenomenal dando gracias a los camareros cada vez que traen o retiran algo.
La verdad es que la comida es de lo más agradable (ambiente familiar), con esas vistas de nuestro salón a los árboles de la avenida.
Pero por la tarde el tiempo se pone algo desagradable y preferimos todos volver a casa después de comer. Esta vez conduce mi hija.
Ya en casa, acabo de preparar la cobertura de la tarta y llevo los restos que quedan en el cazo a que "los catadores oficiales" le den el visto bueno. Todo ok. La cobertura es aceptada con muy buena calificación.
En la merienda, por fin, tomamos la tarta que, no es porque la haga yo, pero es deliciosa. No nos cansamos nunca de comerla, por eso yo casi nunca hago otra.
Con el último trozo en la boca nos volvemos a conectar con la familia, esta vez para felicitarme a mí. Y esta vez sí que están mis dos hermanas y me siento contenta al comprobar que, dentro de todo esto, están bien. Por ahora estamos bien.
Una de mis hermanas, en primera linea de atención de enfermos de coronavirus, nos cuenta algo de su experiencia. Las cosas se están poniendo mal y todos sabemos que se pondrán peor. Creo que casi damos por hecho que se va a contagiar. Espero que no. Espero que no sea nada. 
Y otra vez dejamos la conversación porque ¡vamos a aplaudir! creo que no me cansaré de esto. Nos encanta, entra el aire por la ventana, nos da la risa, nos miramos a los ojos y reímos... es fantástico.
Y para finalizar el día dejamos que los niños jueguen un rato a la consola antes de los baños. Al fin y al cabo yo mañana trabajo, pero mi marido no y los niños no tienen cole.
En la cena me siento feliz y después disfrutamos, ya solos y con los niños durmiendo, del último capítulo de la temporada de "Cuéntame". A ver si hay más temporadas, que como metan a los protagonistas en la carcel, no sé yo...
Antes de acostarme consulto el teléfono y tengo un mensaje de la dueña del piso al que íbamos a ir en Semana Santa. Me explica que la página web donde lo encontré le obliga a cancelar todas las reservas, pero que al ser por el coronavirus, me devolverán el dinero. Ya lo sabía, sabía hace días que no íbamos a ir, lo que pasa es que me daba pena cancelarlo y lo iba dejando. No pasa nada, ni siquiera me pongo triste y lo que hago es hacer el trámite en ese momento. Como un esparadrapo, mejor quitárselo rápido. La dueña y yo intercambiamos mensajes de apoyo "gracias...no pasa nada...volveremos" y noto en la distancia un acercamiento con una desconocida que no habría tenido lugar en circunstancias normales. Y es que da igual, todos estamos juntos en esto.
Me acuesto pensando en el día especial que hemos tenido y en que mañana toca otro día especial, aunque sea a nivel laboral y me toque sólo a mí.

jueves, 19 de marzo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 6.

Hoy puse el despertador algo más tarde que los días laborales. En tiempos difíciles el descanso es más importante que el trabajo. Fue una buena decisión, me levanté bien.
Además desayuné sola, con un sol radiante entrando por la ventana de la cocina. Sentada delante de mi desayuno recibo una foto de un amanecer. Me siento acompañada. Sé que hoy la cosa va a ir mejor.
Los niños también descansaron más y creo que todos estamos algo más relajados. 
Con el cole en casa, mi marido decide encargarse del mayor mientras trabaja y yo me encargo de mi hija. Aunque bueno, mi hijo me pide que comparta el video de una canción con él y acabamos los dos bailando la coreografia. Con el subidón que da bailar, no entiendo cómo no lo hago todos los días (me lo apunto).
Las clases se desarrollan más o menos, con idas y venidas de una clase a otra, imprimiendo cosas...creo que tenemos que planificarlas mejor el día anterior. Agradezco un montón lo que están haciendo los profes, grabando videos y sus propias explicaciones y a mi hijo noto que le encanta. Él mismo envía mails cuando tiene una duda y se queda encantado cuando le responden. El pobre es tan sensible y necesita tanto contacto que creo que siente más la distancia que otros niños.
La novedad más grande para mí se planteó cuando llegó la hora de la comida y decidí que era yo la que iba a ir a la compra. Las últimas veces que había ido, antes del encierro, me habían dejado muy mala sensación, con esas familias casi al completo (con abuelos y niños) llevándose carros llenos hasta los topes, con esas estanterías vacías y sobre todo con esa sensación de abismo.
Así que salí, con guantes y un pañuelo para taparme la cara, con algo de nerviosismo pensando en lo que iba a encontrar. Pero, más allá de la extrañeza de entrar en el súper con guantes y la cara tapada como si fuese a robar, la cosa estaba tranquila: la gente hacía cola en las cajas guardando su distancia de seguridad, por los pasillos todo el mundo circulaba ordenadamente y sin prisa...y las estanterías estaban casi como un día normal. Me encantó la sensación de normalidad y de vida cotidiana, de hacer las cosas que hacía "antes". Y lo mejor fue que logré mi principal objetivo, coger huevos para hacer una tarta de chocolate para mañana. Y es que yo soy muy de celebrar todo, pero ahora más. Creo que celebrar el día del padre y mi santo sin tarta, me hubiese puesto triste.
Y a la vuelta de la compra la comida fue genial, disfrutamos, nos relajamos y nos reímos mucho.
Por la tarde vimos una peli, "Charlie y la fábrica de chocolate", que me gustó más que nunca y pasamos al principal evento del día, conectar por videollamada con mi sobrino, que cumplía 18 años. La verdad es que me alegré muchísimo de ver a mi familia, aunque faltaba mi hermana, que estaba de guardia. Fue genial charlar como si estuviésemos todos juntos ahora que vamos a pasar sin vernos algún tiempo más del que pensábamos. Mi sobrino días atrás estaba agobiado por pasar su cumple así, pero en casa recibió un regalo (supongo que no se lo esperaba) y le pusieron los videos que familia y amigos estuvimos grabando para él estos días. Después hablamos, nos reímos y cortamos la llamada justo antes de las ocho para salir a aplaudir. Pero después supimos que en el aplauso también le esperaba una sorpresa, porque los vecinos le cantaron el cumpleaños feliz. Muy chulo. Yo creo que estaba muy emocionado y con el tiempo verá que precisamente por la situación que estamos pasando, ha tenido un cumple más especial del que habría tenido en una situación normal. Yo no recuerdo qué pasó cuando cumplí 18 años, sólo recuerdo el regalo que me hizo mi madre, pero creo que él no olvidará el suyo.
Mañana es un día de fiesta así que a ver si hacemos un día especial de verdad. Tener días señalados y objetivos creo que va a marcar mucho la diferencia de cómo pasamos los días.

miércoles, 18 de marzo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 5

Hoy hemos hecho PUM. 
A ratitos, por turnos, con brotes más o menos intensos...pero ya hemos hecho pum. Tenía que pasar.
Yo he vuelto a levantarme temprano porque trabajo, pero mi hijo se ha despertado casi tan temprano como yo y a continación ha despertado a su hermana. Empezamos mal...
Lo de las clases, pues ya pasada la novedad del primer día, les ha costado empezar. Y una vez que ya estábamos en ello, otra vez creo que le ha costado más a mi hija, que en el cole es super disciplinada, que a mi hijo, que en el cole es más disperso. Hasta en eso son diferentes, en su modo de amoldarse a esta situación. Ella estaba más cansada al principio, "a primera hora" y después de un recreo largo, volvió mejor; él, al contrario, empezó con ganas y fue al final, cuando le tocaba plástica, cuando notamos los primeros signos de que estaba mal. Hizo el trabajo de plástica para acabar pronto y salir del paso rápido y le dijimos simplemente que se tomase su tiempo, que no lo subiese a la aplicación y que, como se podía permitir hacerlo en el momento que quisiese, era mejor que lo terminase cuando su actitud fuese mejor. Pues se cruzó, encima se le acabó la batería del iPad y ya fue como si se acabase el mundo: se puso a llorar y a decir todo tipo de quejas, cuando yo creo que claramente su desesperación poco tenía que ver con el trabajo de plástica. Después, sin embargo, se volvió a tomar con muy buena actitud la última asignatura. Una montaña rusa.
Además el día ya era muy estresante porque lo de trabajar en casa parece muy bonito, somos unos privilegiados porque nuestro trabajo se adapta a teletrabajar y no tenemos que salir (como mis compañeras de trabajo, sin ir más lejos). Pero la realidad es que cuando intentas meter dos jornadas laborales con dos jornadas escolares reducidas y este encierro...pues haces PUM. Mi marido no dejó de recibir llamadas en toda la mañana y por la tarde se encerró a trabajar. Los niños, que saltaban a la mínima, más gritones y quejicas, y yo haciendo de todo, con dolor de cabeza y cansada. 
Aplaudimos por la ventana a las 20:00 y esta vez se saludaron mi hijo y un compañero de su equipo de fútbol que vive en frente. Sus padres son muy riquiños y la verdad es que también nos hizo ilusión saludarnos.
El aplauso es el pistoletazo de salida de los baños, lo uso para eso: "chicos, casi son las ocho; aplaudimos y al baño".
Y al salir del baño, mi hijo, el pobre, venga a llorar. Le pregunto y me dice que no le pasa nada, pero me lo llevo a su habitación y lo abrazo. Está desconsolado y no sabe qué le pasa, pero yo sí e intento explicárselo. Me parte el corazón, porque sabe que ha tenido un mal día, él, desde dentro y no sabe muy bien cómo manejarlo. No dejo de abrazarle y de mirarle a los ojos y no le miento, porque es muy listo y lo sabría. Le digo que llora con razón, que no se avergüence ni se disculpe, que estamos viviendo una situación que ninguno había vivido antes y que dejar de salir a la calle, de hacer nuestra vida y ver a la gente que queremos nos apena a todos; pero que tenemos la suerte de estar juntos en esto y si uno llora y se siente mal, lo cuenta y los demás lo abrazamos y le animamos. Como si me hubiese escuchado, su hermana se asoma y le pregunta si está bien. Y ya los dejo solos hablando y dándose ánimos mutuamente; él le agradeció lo buena hermana que está siendo...para comérselo!
Y con la cosa más relajada...pues me tocó a mí. Perdí los nervios con mi hija porque tenía un ojo muy rojo de tanto rascárselo y le dije que no podíamos ir al médico, que se dejase echar suero. Y fue una guerra, yo creo que me puse a pensar qué iba a pasar como necesitásemos de verdad ir al médico y acabé gritándole y ella a todo llorar. Vino mi marido a relevarme y a tranquilizarla y aunque me fui para tranquilizame, me puse llorar. Así que después vino mi marido a tranquilizarme a mí. Ja, ja, ja, ja ahora al contarlo me hace gracia, tranquiliceitor...pero en el momento yo también necesitaba que mi madre me abrazase.
En fin, en el beso de buenas noches a mi hija "nos reconciliamos" con mucho amor y abrazos. Y en el de mi hijo hablé de nuevo de las emociones, de llorar cuando lo necesitemos y de estar ahí unos para otros. También le dije que no pasaba nada por un día malo, y que podíamos pensar cómo mejorar el de mañana.
Y ya hace un rato, preparándome para ir a la cama, iba a poner el despertador para un poco más tarde que estos días y no funciona. Y es que a la hora de comer se bajó el interruptor de corriente ¡también la casa hizo PUM! y debe ser que se estropeó y ahora no puedo poner el despertador, ni la hora en el despertador, ni le funciona la radio, ni nada ¿Será una señal? ja, ja, ja. Es que están pasando cosas raras, de verdad. Hoy se baja el limitador (no recuerdo que nos pasase nunca), lo del despertador, ayer a mi marido se le cayó una copa en la mesa y lo que se quedó hecho añicos fue el plato sobre el que cayó. Y entonces pienso en un amigo que me contó que se le había intentado suicidar un pez saltando fuera de la pecera. Otra señal.
Bueno, bueno, bueno. Cuando me lea mi hermana me dirá "vete a dormir". Y creo que no habrá nada mejor que pueda hacer. Además cualquiera le lleva la contraria, que es la mayor.
Buenas noches noches a todos todos.