lunes, 30 de marzo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 17

Hoy me ha vuelto a pasar, por la mañana me he quedado dormida porque a lo largo de la noche mi hija se despertó varias veces. No sé cómo hacía cuando eran bebés, lo de interrumpir el sueño es algo que me agota.
El caso es que me despierto y aun en la cama miro el reloj: las once menos veinte. Pero al llegar a la cocina veo en el microondas que son las doce menos veinte. Claro, esta noche se ha cambiado la hora, no es que haya tardado tanto de la habitación a la cocina. Voy a empezar a desayunar cerca de las doce, algo que no me pasaba sin haber salido la noche anterior...pues ni me acuerdo desde cuándo.
Desayuno con tranquilidad, me acabo el último trocito de bizcocho de plátano y pienso que hoy la mañana se me va a pasar volando. Me siento aliviada y no sé por qué, porque en todos estos días no he tenido problemas en llenar las horas, más bien al contrario, tengo mil cosas por hacer. Así que debe ser algo que se me ha quedado dentro desde los primeros días, esos en que no sabía cómo iba a ser esto y me imaginaba llegando a agotar todos los recursos que tuviésemos para pasar el tiempo y entretener a los niños. Ahora ya sé cómo es nuestro encierro y sé que los días y las horas pasan pero que siempre quedan cosas, películas que ver, libros que leer, juegos a los que jugar...y que cuando la cuarentena acabe, me habrán quedado mil cosas pendientes.
A pesar de la mañana corta que se me ha quedado, realmente no tengo nada que hacer hasta la hora de la comida, así que hago un poco de bicicleta mientras pongo el canal 24h para ver cómo va el país. Hay rueda de prensa técnica, de la que me gusta a mí y a pesar de ello, pierdo el hilo y dejo de atender. Nos acostumbramos a todo, hasta a ver cifras de muertos como si hablasen de pollos y no de personas. Supongo que eso también es supervivencia.
Mi marido y yo seguimos sin una comunicación clara de lo que van a hacer nuestras empresas. Me parece hasta gracioso que nosotros sepamos sin lugar a dudas que no somos esenciales y ellas analicen cada trabajo con incertidumbre. Si nuestro trabajo es tan importante, quizá deberían subirnos el sueldo a la vuelta, que al fin y al cabo estamos aquí, levantando el país durante la pandemia, ja, ja, ja.
Al final de la mañana al menos, mi jefa me confirma que el lunes mi compañera no irá a trabajar a la calle...pero tiene dudas de qué haremos después. Que me contará algo cuando hable con el ayuntamiento. Yo ya he aprendido a dejarla decidir y esperar sin desesperarme, porque al final la situación va decidiendo por sí sola ante las empresas y las administraciones que no toman decisiones.
Y mientras hablaba por teléfono, mis hijos o mi marido de fondo me preguntaban "¿qué comemos?", un clásico en estos días. No me gusta cocinar pero además encargarme de la comida implica encargarme de planear el menú de cada día, de comprarlo, de intentar equilibrar lo que vamos comiendo a lo largo de una semana...y siento que me pesa, como si la responsabilidad de tenerlos a todos bien alimentados sin engordar ni perder peso fuese mía. O como si al final la responsabilidad de que todos estemos bien físicamente sea mía también. Vamos, que sin querer soy la que se encarga de que nadie muera de hambre pero tampoco se entregue a los hidratos, las grasas y las guarrerías.
A todo esto comimos sopa de fideos y hamburguesas = pocas ganas de trabajar pero apariencia de comida medio casera.
La comida volvió a ser divertida, más de lo que recuerdo que eran nuestras comidas en casa los fines de semana. Puede que influya que ahora los fines de semana son verdaderamente de descanso y absolutamente nuestros. Sin deberes ni partidos, sin visitas ni horarios...todo el tiempo es nuestro; lo más estricto que hacemos es aplaudir a las 20.00 h.
Después de comer vencí las ganas de ir a tumbarme en el sofá para hacer algo que había visto por la mañana en twitter: se anunciaba un concurso de relatos de GEPAC, el grupo español de pacientes con cáncer. Yo en este encierro estoy escribiendo a diario y comparto lo que escribo cada día con varias personas. Algunas me dicen a menudo que les gusta cómo escribo y en varias ocasiones de mi vida ha habido gente que me ha dicho por qué no me dedicaba a escribir. Yo escribo porque me gusta y creo que a la gente que le gusta lo que escribo es porque me conocen. Pero no sé qué opinarían los desconocidos. Pues un concurso para mí es eso, la ocasión de que personas que no me conocen valoren cómo escribo. El tema del cáncer por desgracia me resulta familiar y en el relato tengo que relacionarlo con la música, que es parte fundamental en mi vida. Pero reconozco que se me da mal escribir "por encargo" y también inventarme relatos... así que me decido a escribir algo para el concurso, aunque sólo sea como reto. 
Me siento y escribo rápida la idea, porque como no se puede pasar de 1.000 palabras, quiero asegurarme de que no me paso. Después añado unos párrafos más y en total no llego a 700 así que me quedo pensando si dejarlo así o completar. No estoy muy contenta con el resultado, la historia no me ha quedado natural...aunque estoy orgullosa de haberlo hecho y decido que me quede como me quede al final, lo voy a presentar. Pero tengo que darle una vuelta...
Cierro el portátil y vuelvo con todos. Mi hija me llama sólo con sentir mis pasos, sin tan siquiera haber entrado en el salón. Quiere hacer pulseras y collares. Así que dejamos a los chicos viendo "High School Musical 2" en el salón (mi hijo encantado y yo sorprendida con la elección de la película) y nos vamos a su habitación. El tiempo discurre deliciosamente tranquilo mientras mi hija va cogiendo bolitas, mariposas y corazones para su primera creación, un collar para mí. Después hace una pulsera para mi marido y finalmente otro collar para ella. No hace ninguna joya para nadie de fuera, no se ha olvidado de sus amigas ni de la familia, claro, pero se nota que ahora mismo no están en su vida. 
Merendamos juntos los cuatro pero ellos tienen prisa por acabar para irse a jugar a la consola, porque saben que después de los aplausos empiezan los baños. Lo que pasa es que van a tener que esperar porque los abuelos quieren vernos por vídeo llamada. Aceptan contentos. Mi hijo se acerca al teléfono para enseñar el diente que se le mueve y mi hija repite el gesto para que puedan admirar su collar. Les cuentan cómo están y qué hacen pero...quieren jugar a la consola así que mi marido les libera y se pone él a hablar con sus padres. Después, efectivamente les queda aun un rato hasta las ocho y mi marido y yo aprovechamos para hablar, sobre su trabajo y el mío, la situación en general... Es raro, pero pasando tanto tiempo juntos no es habitual que tengamos tiempo para hablar solos. En cualquier caso hoy sí siento que está cerca de mí.
Para acabar el día sólo me queda organizar la próxima semana de cole: enviar alguna tarea pendiente y revisar lo que tienen que hacer mañana. Me doy cuenta de que es la última semana antes de Semana Santa. Y eso me anima porque la verdad es que estar pendiente del cole se me hace pesado.
Después de los baños y cenas se acuestan los niños y ya sólo nos queda cenar nosotros y por mi parte, preparar la comida de mañana y escribir mi diario.
En la cena le pregunté a mi hijo cómo estaba y me dijo que bien. También le pregunté si esta semana fue mejor que la anterior y dijo que sí. Me alegro. Ellos también se van adaptando y tranquilizando. Eso sí, me preguntó si la semana que viene era Semana Santa, porque sabía que tenía nueve días de vacaciones.
Me voy a acostar, que mañana empezamos otra vez.

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