viernes, 20 de marzo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 7

Día 7... consulto el teléfono para asegurarme... sí, llevamos una semana encerrados. Lo confirmo con mi marido, la última vez que hicimos una salida normal (no al súper) fue el jueves pasado por la tarde cuando traje a los niños del cole. Parece que hace meses que no van al cole...
Voy a desayunar y mi hijo me cuenta que ha soñado que salía a la calle. Nada más. Normalmente sus sueños están llenos de detalles e historias raras. Este no, sólo... salía a la calle. Menos mal que es un sueño que acabará cumpliendo.
De todas formas no me siento triste porque sé que hoy será un día especial, haremos que sea un día especial. Es el día del padre y mi santo y les digo a todos que se pongan guapos, que vamos a comer fuera.
Después de desayunar, los niños le dan a su padre dibujos; como los regalos del día del padre no pudieron acabarlos y se quedaron en el cole, le hicieron dibujos para que tuviese alguna sorpresa. El mayor ha dibujado un comic de "Super papá" derrotando a un monstruo que quizás esté inspirado en el coronavirus; mi hija ha intentado copiarlo (ja, ja, ja). Se quedan entusiasmados con la sorpresa que le han dado a papá.
Yo me paso media mañana cocinando pero empiezo por la tarta de chocolate. Aquí si no hay tarta de chocolate, nos parece que no hay fiesta. Después ya paso a la comida rica y sana, porque ya hemos comprado verduras frescas y carne.
Al salir de la ducha veo a mi marido montando algo en la entrada de casa con unas sillas. Me mira y me dice "es que al restaurante iremos en coche". Y me quedo encantada, porque veo que ha entendido a la perfección lo que vamos a hacer hoy.
Yo me arreglo y me maquillo, como siempre que comemos fuera y recuerdo que tengo un pantalón en el armario sin estrenar ¡perfecto! Estreno en mi santo, como si me lo hubiesen regalado. Ver mi propio reflejo en el espejo mientras me arreglo y me pongo unos pendientes preciosos que tengo, me hace sonreír y me anima como si de verdad fuese a salir con mi familia a comer.
Y ponemos la mesa en el salón, algo que con nuestros hijos no habíamos hecho nunca: Un mantel bonito (comprado por mi madre) y la vajilla, cubertería y cristalería que nos regalaron por nuestra boda... me quedo ensimismada mirando la mesa y de nuevo pienso, como con muchas de las cosas que hacemos ahora, "¿por qué no habíamos hecho esto nunca?".
Los niños eligen sus mejores ropas, las de ir elegantes y nos subimos al coche. Conduce mi hijo,  que se mete absolutamente en el papel y hasta se encuentra ¡un atasco! ja, ja, ja. Menos mal que toma un atajo y al llegar aparca en seguida y nos sentamos a comer. Yo hago de mamá y camarera y mi hija se porta fenomenal dando gracias a los camareros cada vez que traen o retiran algo.
La verdad es que la comida es de lo más agradable (ambiente familiar), con esas vistas de nuestro salón a los árboles de la avenida.
Pero por la tarde el tiempo se pone algo desagradable y preferimos todos volver a casa después de comer. Esta vez conduce mi hija.
Ya en casa, acabo de preparar la cobertura de la tarta y llevo los restos que quedan en el cazo a que "los catadores oficiales" le den el visto bueno. Todo ok. La cobertura es aceptada con muy buena calificación.
En la merienda, por fin, tomamos la tarta que, no es porque la haga yo, pero es deliciosa. No nos cansamos nunca de comerla, por eso yo casi nunca hago otra.
Con el último trozo en la boca nos volvemos a conectar con la familia, esta vez para felicitarme a mí. Y esta vez sí que están mis dos hermanas y me siento contenta al comprobar que, dentro de todo esto, están bien. Por ahora estamos bien.
Una de mis hermanas, en primera linea de atención de enfermos de coronavirus, nos cuenta algo de su experiencia. Las cosas se están poniendo mal y todos sabemos que se pondrán peor. Creo que casi damos por hecho que se va a contagiar. Espero que no. Espero que no sea nada. 
Y otra vez dejamos la conversación porque ¡vamos a aplaudir! creo que no me cansaré de esto. Nos encanta, entra el aire por la ventana, nos da la risa, nos miramos a los ojos y reímos... es fantástico.
Y para finalizar el día dejamos que los niños jueguen un rato a la consola antes de los baños. Al fin y al cabo yo mañana trabajo, pero mi marido no y los niños no tienen cole.
En la cena me siento feliz y después disfrutamos, ya solos y con los niños durmiendo, del último capítulo de la temporada de "Cuéntame". A ver si hay más temporadas, que como metan a los protagonistas en la carcel, no sé yo...
Antes de acostarme consulto el teléfono y tengo un mensaje de la dueña del piso al que íbamos a ir en Semana Santa. Me explica que la página web donde lo encontré le obliga a cancelar todas las reservas, pero que al ser por el coronavirus, me devolverán el dinero. Ya lo sabía, sabía hace días que no íbamos a ir, lo que pasa es que me daba pena cancelarlo y lo iba dejando. No pasa nada, ni siquiera me pongo triste y lo que hago es hacer el trámite en ese momento. Como un esparadrapo, mejor quitárselo rápido. La dueña y yo intercambiamos mensajes de apoyo "gracias...no pasa nada...volveremos" y noto en la distancia un acercamiento con una desconocida que no habría tenido lugar en circunstancias normales. Y es que da igual, todos estamos juntos en esto.
Me acuesto pensando en el día especial que hemos tenido y en que mañana toca otro día especial, aunque sea a nivel laboral y me toque sólo a mí.

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