domingo, 29 de marzo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 16

Hoy me he despertado por un mordisco. Un mordisco mío que me he dado a mí misma en el labio. Nada divertido, vamos. Y además al despertar he tenido la sensación de que al menos me había mordido un par de veces más.
Salgo de la cama, camino hasta la cocina y me encuentro a mi marido planchando. Los niños en el salón viendo la tele. Todos han desayunado ya. 
Es raro que todos se despierten y que yo ni me entere, pero como esta noche me tuve que levantar varias veces por mis hijos, se ve que por la mañana me quedé profundamente dormida. Hasta que me mordí, claro.
De nuevo el sol entra por la ventana y es algo que agradezco. Me siento a desayunar y en la tele mi marido tiene un documental de una reserva en Kenia que tiene elefantes. Nosotros fuimos de luna de miel a Tanzania y la zona es muy similar. Fue un viaje inolvidable, África es una maravilla y a veces hablamos de volver cuando los niños sean mayores. La verdad es que me encantaría volver con o sin ellos, pero conocer África es algo que me gustaría que hiciesen.
Cuando termino de desayunar, estoy un rato con los niños. Me encanta abrazarlos por las mañanas, cuando aun están en pijama y se dejan achuchar. Me gusta darles abrazos sin final, porque los abrazos curan y creo que todos los necesitamos mucho.
No tengo nada urgente que hacer, no hay cole, no hay trabajo...así que me voy a dedicar un ratito a mí misma con esos pequeños tratamientos en la cara que siempre dejo para el fin de semana. Después me siento frente al ordenador y consulto mis redes. Quique González aun no ha cancelado su concierto en Coruña. Ya he asumido que acabará haciéndolo, pero verlo ahí en la pantalla, el primero de la lista, el próximo de la gira, me da cierta esperanza: ¿y si todo va tan bien que no se tiene que cancelar? Los sueños son libres.
Me siento como si viviésemos en una isla desierta, solos los cuatro, casi sin acordarnos de si existe un mundo ahí fuera. Es como si los primeros días nos hubiésemos dedicado a sentarnos en la playa a ver si pasaba un barco, pero ahora nos hemos hecho un refugio con hojas de palmera, hemos conseguido pescar a diario y tenemos cocos. No dejamos de mirar al mar, pero ya no nos obsesiona. Disfrutamos nuestra vida en la isla.
Hoy voy a hacer comida de la que me lleva algún tiempo pero merece la pena, porque de segundo haré tortilla de patatas y eso en mi casa equivale a alegría colectiva. Tengo tiempo de sobra así que cojo mi móvil, pongo en Spotify a Quique González en aleatorio y me pongo a pelar calabacines para hacer una crema de primero. Es increíble que a estas alturas me sigan saliendo canciones que no conozco. Y las que conozco me hacen cantar y hasta bailar. Hoy sólo podía ponerme a Quique González, porque aunque cante cosas que nada tienen que ver conmigo siempre me resulta mío y en otras ocasiones canta cosas que sí parecen escritas desde dentro de mí. Con los amigos que tengo a los que también les gusta siempre comentamos cuál fue la canción de él que nos enganchó y que hizo que después fuésemos fieles. La mía es "De haberlo sabido". El día que la oí en el concierto de Santiago se me puso hasta la piel de gallina. Sólo la música puede hacer eso. Por eso hoy en mi estado de guasap también hay una canción de Quique, una versión en este caso.
Casi sin darme cuenta y sin interrupciones (milagro) la comida está hecha y claro, en cuanto los niños se acercan al baño a lavarse las manos y pasan por la puerta de la cocina a preguntar qué comemos, se ponen contentos porque he hecho tortilla. Qué feliz se puede ser con tan poco.
Durante la comida mi hijo comenta que hoy es el día que han planeado los dos de actividades en familia. La tarde tiene eventos con horario y todo y afortunadamente empieza a las cinco, así que tenemos margen de sobra para comer, recoger con calma y reposar la comida. Cuando acabamos de recoger, están jugando a la consola en la habitación así que me tumbo en el salón un rato a ver la tele. Como era de esperar en mí, me quedo dormida. Me despierta la discusión entre mi hijo y mi marido porque al parecer son las cinco menos cuarto y mi hijo se empeña en despertarme para comenzar a jugar al bingo, que es la primera actividad de la tarde. Mi marido, con mejor criterio, le dice que jugamos cuando yo despierte, pero él se empeña porque por algún motivo hay que empezar a las cinco. Yo me enfado por haberme despertado así y le digo que no juego. Y es que da igual que tenga mucho o poco sueño, da igual que lleve diez minutos durmiendo o dos horas, despertarme a mí de la siesta debería incluirse en el código penal como delito grave. El caso es que me levanto adormilada y me voy (no muy lejos, claro).
Oigo como cogen el bingo y preparan todo pero en un ratito mi hijo viene hasta la cocina y me dice todo serio que prepararon una tarde de juegos en familia y que si yo no juego no son juegos en familia y sin mí, sólo ellos tres, no son una familia. Nos abrazamos y evidentemente, me voy a jugar al bingo. Me acuerdo de una de mis hermanas, que se deshizo de un bingo que le regalaron sin saber que en una cuarentena le había podido sacar mucho partido. La partida la gana mi marido y pasamos a la segunda actividad, un juego de mesa que tenían sin estrenar. Hace tanto que lo tienen que ya no recordamos si era de Reyes o del cumpleaños de mi hijo. Y como hay que montar el tablero, leer las instrucciones y son muy ansiosos mientras esperan, les propongo irnos a bailar "Living on a prayer" mientras mi marido prepara el juego.
Así que nos plantamos los tres en la cocina y ¡a bailar! cada vez me divierte más y mi hijo se ríe mucho de lo que me flipa.
De vuelta al salón nos lo pasamos muy bien con el juego, la verdad, muy entretenido y original. Seguro que ahora que lo sabemos, lo sacamos más veces. La partida la gana mi hija que se queda como si hubiese ganado unas olimpiadas y mi hijo, como siempre, aunque trate de ocultarlo, está picado porque le ha ganado su hermana. Así que él antes de que demos la opción de jugar otra partida dice que no podemos jugar más porque es la hora de la merienda.
Aun queda algo de bizcocho de plátano, el postre de la cuarentena, pero sólo tomamos un trocito mi marido y yo porque ya está algo seco. Mientras, los niños meriendan rápido para irse de nuevo a jugar, esta vez sin nosotros.
La verdad es que las actividades de la tarde en familia han sido un éxito y encima están encantados porque lo organizaron ellos. 
Me quedo pensando que es como un sábado normal pero en realidad ha sido mucho mejor, porque los sábados normales tenían deberes, partido o comida en casa de mis suegros (o las tres cosas). Un sábado normal no pasábamos tanto tiempo haciendo cosas juntos y sin tener que darnos prisa en comer o para irnos a hacer algo. Así que casi sin darnos cuenta, por fin hemos tenido un día de los que yo siempre quería tener los fines de semana.
Para terminar el día, nos vino por sorpresa el anuncio de que se suspenden (por fin) las actividades empresariales no esenciales. Mi marido y yo no hacemos trabajos esenciales y estábamos deseando esto desde el principio y no por nosotros, sino por los equipos con los que trabajamos, que están en la calle. Ahora lo que nos queda a los dos es ver cómo traducen esto nuestras respectivas empresas...que ya nos conocemos. En mi caso creo que hasta el lunes no voy a saber nada. Y visto lo visto, no sé si me dejaran a mí trabajando por aquello de que trabajo desde casa o qué se les va a ocurrir esta vez. El caso es que me alegro de que se tome por fin esta medida.
Lo de poner la tele para ver lo que estaban contando sobre esta medida casi hace que nos saltemos los aplausos, pero no, llegamos justos. Por el medio le cantamos el cumpleaños feliz a un vecino, ja, ja, ja. Miro a todas las caras que ya son familiares....pasa un autobús pitando...se escucha "resistiré" del dúo dinámico....más aplausos.....dejamos poco a poco de aplaudir...el niño del primero juega en el balcón.....Estrella Galicia sigue funcionando....¿será un servicio esencial a partir de ahora? yo creo que sí.
Y ahora viene algo que mi hija odia pero que llevamos semanas sin hacer, un nuevo tratamiento contra los piojos. Con todo lo del coronavirus me he olvidado un poco y tenía la sensación de que podía volver a tenerlos. Lo del tratamiento no lo voy a contar porque fue...eterno y acabó en lágrimas. El caso es que a pesar de la desatención de estos días, tenía poquísimas liendres y ningún piojo, así que algo positivo. A lo mejor el coronavirus se ha cargado los piojos, quién sabe.
Y como después hubo que lavarle la cabeza y secarle el pelo, se hizo tan tarde que en lugar de cenar primero los niños y luego nosotros, cenamos nosotros dos con mi hijo mientras mi hija hablaba y cantaba desde su cama. Esto es algo que a mi hijo le hace muchísima gracia, escucharla a ella sin verla mientras cenamos. Y me acordé del verano, porque es cuando nos pasaba eso, que cenábamos los tres con el concierto de mi hija de fondo hasta que se dormía.
Es curioso, este año tuve que reservar el piso de verano durante el mes de agosto porque a mi hermana le venía mejor esa fecha que ir desde mediados de julio. Cuando lo hice no me gustó y ahora todo apunta a que con el retraso de la selectividad, unas cosas u otras, va a ser lo más acertado. Me encanta cuando al final las cosas encajan.
Para acabar, dejo una canción de Quique González, cómo no, que me parece una delicia. Me encanta la frase "necesito entrar en los sueños de alguien".

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