viernes, 27 de marzo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 14

Hoy ha sido un día tranquilo, pero bueno, esto es empezar por el final así que comenzaré por el principio.
Hoy me he levantado tranquila, intentando no pensar en que estamos encerrados y tratando de centrarme sólo en el hoy y el ahora. Consciente de que era jueves, las cosas se ven mejor, con el fin de semana ahí al lado y por tanto, más cerca de cierto descanso.
De todos modos, sin saberlo, estaba un poco cruzada y cansada mentalmente y me di cuenta cuando los niños estaban desayunando. Se levantaron algo más temprano que ayer y sin embargo a mí me estaba molestando que estuviesen tan relajados. Me enfadé y les solté el típico rollo de "no estáis de vacaciones, hoy hay cole y si empezamos tarde, acabamos tarde y luego queréis hacer descansos..." Me oía a mí misma decirles esas cosas (afortunadamente sin gritar) y al mismo tiempo me preguntaba a qué venía aquello. Ellos también me miraban un poco con cara de "y a esta qué le pasa". Y pasar no me pasaba nada, sólo que creo que en esta situación es muy fácil desestabilizarte.
Además después, como para confirmar que no había motivo para ponerse así, las clases se nos dieron bastante bien y acabaron del todo sobre la una de la tarde. Mientras estaba haciendo algo con mi hija, mi hijo me llamó para que fuese a su habitación. Tenía un vídeo de educación física que quería que yo viese con él. Era una coreografía con la canción "Living on a prayer". Yo creo que ni siquiera me tuvo que decir que la bailase con él, porque es una canción que me encanta y me conecté totalmente. Eso sí, en el segundo estribillo ya no podía cantar. Nos reímos mucho porque mi hijo decía que él miraba a un gordo que había al fondo de la clase que salía en el video y a mí me daba la risa y casi no podía bailar. Al acabar le dije que me lo había pasado muy bien y él me dijo "ya, por eso te llamé". Me encanta cómo a veces conecta conmigo de esa manera, cómo asocia algo que le gusta a él con algo que sabe que a mí me va a gustar y que vamos a disfrutar mejor juntos. Estos momentos compensan todos los "qué pesadaaa".
El caso es que el tema clases fue bastante rodado, hasta el punto de que no me enteré demasiado de las tareas de mi hijo (salvo el baile, claro).
Por el medio, como siempre, se me coló algún asunto laboral: mi jefa me envió alguno de sus audios de WhatsApp para saber si la madre de mi compañera ya tenía el resultado del test. Y no lo tiene. Entonces me pregunta si ella está en cuarentena. No sé qué es lo que no se entiende en esto. Mientras no sepa si su madre está contagiada o no, tiene que permanecer en su casa. Y ya está. Es una situación límite, estamos encerrados para evitar el contagio ¿cómo no va a permanecer en su casa alguien que sospecha que su madre, con la que convive, puede tener coronavirus? son las cosas que me sorprenden una y otra vez, pero bueno. Intento tranquilizarla diciéndole que le estoy dando trabajo para hacer en casa. Porque claro, eso es lo prioritario, que el ritmo no pare.
Cuando acabamos las clases y me fui a hacer cosas de casa y a rebuscar en la nevera para ver qué íbamos a comer, tuve otro semiarranque de enfado, sólo porque mi hijo vino a contarme no sé qué. Y le contesté algo como si le explicase a un cliente que viene a las cinco con intención de comer, que la cocina está cerrada. Pues yo igual "niño, se acabaron las clases, déjame". Pero es que creo que es lo que más afecta, que ahora siempre hay alguien hablándome y a veces me ahoga la sensación de no poder escuchar mis propios pensamientos. "Antes" tenía horas para escuchar mis pensamientos y hasta sonaba música en mi cabeza. Y esta ocupación de mi espacio mental es la culpable la mayor parte de las veces de esos enfados rápidos.
La comida improvisada me salió rica y una vez más disfrutamos de un momento muy chulo, con muchas risas y los niños muy contentos. Creo que cuando pase esto, me acordaré mucho de estas comidas. Es el momento en qué más siento el vínculo de familia de verdad.
Y al llegar la tarde, de nuevo...mucha calma. Y calma de verdad, no esa que precede a una trastada. Así que hice lo mismo que ayer (pensando que iba a acabar como ayer): sentarme a trabajar. Entró uno de mis hijos, salió, entró el otro...y sólo tuve que decir "estoy trabajando". Magia.
Y en un rato entra de nuevo mi hijo y me da una de esas charlas suyas solemnes que comienzan con "te voy a explicar una cosa, por favor, no me interrumpas". Lo que me explicó fue que se iba a encargar de su merienda y de la de su hermana para que yo así no tuviese que parar y acabase antes de trabajar y sólo quería saber si podía tomar bizcocho de plátano de merienda y si se podía cortar él solo un trozo. Le dije que sí.
Al cabo de unos minutos entró mi hija a chivarse de que su hermano había utilizado un cuchillo y había cortado bizcocho sin preguntar. Le aclaré que tenía mi permiso para hacerlo y se volvió a la cocina entre sorprendida y preocupada. Pero lo cierto es que se les dio muy bien y sí, conseguí acabar lo que estaba haciendo. Así que, más que bien, me sentí normal, haciendo una cosa normal, como acabar un trabajo y enviarlo.
A pesar de los movimientos emocionales que puedo experimentar a lo largo del día, la mayor parte del tiempo me siento acostumbrada a esto. Se supone que para incorporar un hábito nuevo necesitas 21 días, pero yo ya me siento bastante metida en esta rutina. Y soy consciente de que siempre estoy en un equilibrio inestable, en los momentos que me entra una angustia repentina, o miedo por cualquier anuncio; o cuando recibo algún vídeo o noticia y no quiero verlo ni hablar del tema. Por ejemplo, no me gusta nada hablar de cuándo va a a acabar esto. Porque interiormente sé que queda aun bastante, pero aun no quiero hablar de eso. Tampoco pienso en qué haremos cuando acabe, aunque sí les digo a los niños que esto es temporal, que vamos a volver a salir a la calle.
Y desde luego, lo que cada vez llevo peor es la politización de los grupos de whatsApp. Tú puedes tener un grupo de "amantes del macramé" que evidentemente son personas que lo que tienen en común es que les gusta el macramé y en lo demás cada uno es de su padre y de su madre. Pues de repente una del grupo dice que qué horror las decisiones de Sánchez y qué malo es y que a ver si se va...y yo tengo mi opinión pero me callo porque no sé de qué palo son las demás y no me parece prudente. Pero al callar, otorgas y automáticamente ya no es que todas odiemos a Sánchez, es que además se da por hecho que todas votamos lo mismo y ya hay barra libre para artículos de opinión, tuits y de todo poniendo a parir al gobierno, a la izquierda y a Irene Montero sobre todas las cosas. Y yo lo último que quiero en este momento es tener varias discusiones políticas (porque como digo esto me ocurre en varios grupos) pero a la vez me veo como escondida, borrando mensajes que no me aportan más que cansancio y esperando a ver si el próximo que llega es una buena coña y al menos me río un buen rato. Y mientras, me debato entre largarme de todos los grupos en los que se hable de política sin respeto a todas las opciones o entrar a saco y confesar lo que he votado yo en las últimas elecciones (hubo tantas que fui cambiando el voto) que por otro lado es algo que no puedo decir abiertamente porque me cae de todo menos piropos. Eso sí, una de mis amigas dijo que en las últimas elecciones había votado a Vox y todo el mundo callado. Pero bueno, a lo mejor es porque si conoces a alguien de Vox, mejor tenerlo de amigo que de enemigo.
Y al final he acabado hablando de política...lo que me hacen decir los grupillos de fachas, por Dios...
El caso es que, a lo tonto, mañana ya es viernes y mi hijo en educación física vuelve a tener la coreografía de "living on a prayer" ¡¡Rock & Roll!!

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