domingo, 15 de marzo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 2.

Hoy me he levantado espesa, con dolor de cabeza por haber dormido de más y una sensación rara, como de pesadumbre. La verdad es que creo que era resaca, ese bajón que experimentas después de un día intenso. Y me parecía pronto para un bajón, al fin y al cabo sólo llevábamos un día encerrados, pero lo cierto es que me sentía mal, desencantada y hasta algo triste.
De inmediato, al verme levantada, mi hijo vino a ver si había visto la sorpresa (sorpresa que nos vino a anunciar a la habitación a eso de las ocho y media de la mañana). La sorpresa era que nos había dejado a mi marido y a mí preparadas las tazas de desayuno después de que él se hubiese preparado su propio desayuno y el de su hermana (eso también recuerdo haberlo oído desde la cama). Y claro, de inmediato me invadió la ternura al verlo poner su granito de arena; de algún modo es bastante consciente de que estamos en un momento difícil y ha querido estar a la altura y colaborar. Así que paso de mi letargo y le miro y le sonrío todo lo bien que me sale en ese momento para que sepa que reconozco lo que está haciendo.
Después de desayunar me siento algo agobiada, siento que me ahoga la casa y decido que tengo que salir a caminar. Caminar me daba aire (no solo el de la calle), me despejaba la mente y me sentaba fenomenal, así que sé que es exactamente lo que necesito. Me pongo mi ropa de caminar y mis zapatillas, pero me encuentro con mi marido que me riñe como un padre y me trata como a una insensata. Yo sé que tiene razón, pero me aferro a mi idea con el argumento de que no hay nadie y que no me cruzaré con ninguna persona a menos de la distancia recomendada; la verdad es que me siento como una niña pequeña que sabe perfectamente que no puede jugar pero llora igual. Él me dice que ni siquiera se trata de eso, que se trata de ser coherente y ajustarnos a lo que todos estamos haciendo, quedarnos en casa; y que si no hay nadie en la calle es precisamente porque la gente no sale a caminar como quiero hacer yo y que si todos hiciésemos lo mismo, bla, bla, bla... y ya no le quiero escuchar más porque sé que tiene razón y eso sólo hace que me sienta peor. Y de nuevo como una niña pequeña le digo que si no salgo de casa me voy a agobiar y que encima me voy a poner como una bola. Creo que en ese momento podría haberme puesto a llorar y que no me estaba agobiando por el tiempo que llevaba en casa sino porque me pesaba mucho la incertidumbre de no saber el tiempo que estaremos así.
Entonces me dijo que si quería que me subiese del trastero la bici estática y simplemente le dije que sí. Fue como abrir una ventana.
La bici estática había venido de la casa de mis padres y básicamente era de una de mis hermanas y mía. Me puse a limpiarla a fondo porque coronavirus no, pero cualquier otra enfermedad me la podría haber pasado en el estado en el que estaba. Sacarle toda la mugre y a la vez recordar el vínculo con mi familia y mi casa (mi otra casa) me sentó bastante bien. Y con mi ropa de caminar, me senté en mi bici, en nuestra bici estática de casa, hice los ajustes y me puse a pedalear. Fueron poco más de diez minutos, sin resistencia, sin demasiado esfuerzo...pero suficiente para sentirme equilibrada.
A partir de ahí sentí que retomaba el rumbo, no sé si de mi vida, pero al menos del día. Me puse en plan organizativo /limpiador y saqué todas esas cosas que en las últimas semanas se habían ido acumulando sin querer en el lavadero; limpié, el suelo, tiré cosas, guardé otras y coloqué las que quedaban, ordenadas y limpias. Limpiar y ordenar me da sensación de control y de que sigo al mando, ja, ja, ja.
Y el resto del día ya estuve más...arriba, de mejor humor y con más energía (que no me falte nunca el café, también lo digo). Mis hijos se portaron razonablemente bien, como cualquier fin de semana normal, vamos, con peleas intermitentes y momentos muy buenos y pude compaginar el atender a algunas noticias con atenderles a ellos, hacer la comida y esas cosas.
A nivel mundo exterior, el día nos lo marcó el consejo de ministros y la rueda de prensa de Sánchez, anunciada para la hora de comer y que acabó siendo a la hora de la cena. Básicamente no hubo sorpresas, anunciaba el estado de alarma y sólo la escuchamos para saber en qué iba a consistir. Lo más curioso es que mi hijo, que sabía que llevábamos toda la tarde esperándola, se puso a verla con su padre mientras yo le hacía la cena y luego me pidió que se la dejase ver mientras cenaba. Me hizo muchas preguntas y me contaba con una mezcla de emoción y sorpresa que Sánchez había dicho que íbamos a ganar ¡qué expresivo es! sus ojos se abrían y me miraba como queriéndome hacer partícipe del momento que estábamos viviendo. Me parece que se hace mayor por momentos, mientras mi hija vive todo esto desde otro lugar más mullido, con sus preguntas también, pero con menos conciencia global, claro. Me gusta pensar que esto va a cambiar sus vidas, pero no para mal. Pienso a menudo qué recordaran pasados los años y qué aprenderán.
Por la tarde también les propuse que grabasen algún vídeo cortito para saludar a sus compañeros y les encantó la idea. Como les pasa siempre, fue mi hijo el que tomó el papel de guionista y director y ella la que hizo de actriz. Decidieron que harían dos vídeos, uno para cada clase y que en cada vídeo uno diría la frase principal mientras el otro "hacía coros". La verdad es que quedaron muy chulos y después de que ellos los supervisasen y les diesen el visto bueno, los mandé desde mi móvil a los grupos de las respectivas clases. Hacer estas cosas les entretiene mucho pero además les encanta porque se siguen sintiendo en contacto con sus compañeros. Cuando un rato después les mostraba los mensajes y emojis de las respuestas, se sentían un poco youtubers (ja ja ja).
Y lo mejor para cerrar el día fue lo de salir a aplaudir a la ventana. Por la mañana me había llegado por WhatsApp la iniciativa de salir a aplaudir a las diez de la noche para homenajear a los médicos, personal de supermercados y farmacias y hasta a nosotros mismos por la cuarentena. Un par de minutos antes de la hora marcada oímos a los vecinos de arriba, nos asomamos y empezamos a oír más aplausos y cada vez más, así que nos pusimos a aplaudir y nos reímos bastante; seguimos así un rato, parando y volviendo a empezar cada vez que alguien se unía y saludamos a la vecina de abajo como si no nos hubiésemos visto en años. Después me quedé yo sola en la ventana, sintiendo el frío y escuchando y la verdad es que me sentí realmente bien. Volví a aplaudir cuando oí a un espontáneo, para acompañarlo y esta vez mi hijo se acercó para decirme muerto de risa que parase, que ya le daba vergüenza. Así que cerramos y acabó de cenar.
Ahora me siento bien, en calma, no pienso, ni siento agobio ni temor. Sí que tengo la sensación de que llevamos más tiempo del que llevamos, que el jueves no fue hace dos días sino hace una semana, pero ahora mismo no me pesa el tiempo.
Y así hemos pasado un día más, un día menos.

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