jueves, 19 de marzo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 6.

Hoy puse el despertador algo más tarde que los días laborales. En tiempos difíciles el descanso es más importante que el trabajo. Fue una buena decisión, me levanté bien.
Además desayuné sola, con un sol radiante entrando por la ventana de la cocina. Sentada delante de mi desayuno recibo una foto de un amanecer. Me siento acompañada. Sé que hoy la cosa va a ir mejor.
Los niños también descansaron más y creo que todos estamos algo más relajados. 
Con el cole en casa, mi marido decide encargarse del mayor mientras trabaja y yo me encargo de mi hija. Aunque bueno, mi hijo me pide que comparta el video de una canción con él y acabamos los dos bailando la coreografia. Con el subidón que da bailar, no entiendo cómo no lo hago todos los días (me lo apunto).
Las clases se desarrollan más o menos, con idas y venidas de una clase a otra, imprimiendo cosas...creo que tenemos que planificarlas mejor el día anterior. Agradezco un montón lo que están haciendo los profes, grabando videos y sus propias explicaciones y a mi hijo noto que le encanta. Él mismo envía mails cuando tiene una duda y se queda encantado cuando le responden. El pobre es tan sensible y necesita tanto contacto que creo que siente más la distancia que otros niños.
La novedad más grande para mí se planteó cuando llegó la hora de la comida y decidí que era yo la que iba a ir a la compra. Las últimas veces que había ido, antes del encierro, me habían dejado muy mala sensación, con esas familias casi al completo (con abuelos y niños) llevándose carros llenos hasta los topes, con esas estanterías vacías y sobre todo con esa sensación de abismo.
Así que salí, con guantes y un pañuelo para taparme la cara, con algo de nerviosismo pensando en lo que iba a encontrar. Pero, más allá de la extrañeza de entrar en el súper con guantes y la cara tapada como si fuese a robar, la cosa estaba tranquila: la gente hacía cola en las cajas guardando su distancia de seguridad, por los pasillos todo el mundo circulaba ordenadamente y sin prisa...y las estanterías estaban casi como un día normal. Me encantó la sensación de normalidad y de vida cotidiana, de hacer las cosas que hacía "antes". Y lo mejor fue que logré mi principal objetivo, coger huevos para hacer una tarta de chocolate para mañana. Y es que yo soy muy de celebrar todo, pero ahora más. Creo que celebrar el día del padre y mi santo sin tarta, me hubiese puesto triste.
Y a la vuelta de la compra la comida fue genial, disfrutamos, nos relajamos y nos reímos mucho.
Por la tarde vimos una peli, "Charlie y la fábrica de chocolate", que me gustó más que nunca y pasamos al principal evento del día, conectar por videollamada con mi sobrino, que cumplía 18 años. La verdad es que me alegré muchísimo de ver a mi familia, aunque faltaba mi hermana, que estaba de guardia. Fue genial charlar como si estuviésemos todos juntos ahora que vamos a pasar sin vernos algún tiempo más del que pensábamos. Mi sobrino días atrás estaba agobiado por pasar su cumple así, pero en casa recibió un regalo (supongo que no se lo esperaba) y le pusieron los videos que familia y amigos estuvimos grabando para él estos días. Después hablamos, nos reímos y cortamos la llamada justo antes de las ocho para salir a aplaudir. Pero después supimos que en el aplauso también le esperaba una sorpresa, porque los vecinos le cantaron el cumpleaños feliz. Muy chulo. Yo creo que estaba muy emocionado y con el tiempo verá que precisamente por la situación que estamos pasando, ha tenido un cumple más especial del que habría tenido en una situación normal. Yo no recuerdo qué pasó cuando cumplí 18 años, sólo recuerdo el regalo que me hizo mi madre, pero creo que él no olvidará el suyo.
Mañana es un día de fiesta así que a ver si hacemos un día especial de verdad. Tener días señalados y objetivos creo que va a marcar mucho la diferencia de cómo pasamos los días.

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