jueves, 26 de marzo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 13

Hoy me he levantado preocupada, pensando en los médicos, bueno, pensando en mi hermana.
Anoche, precisamente después de enviarles mi capítulo 12 de este diario, nos guasapeamos y hablamos de la situación. Mi hermana está acostumbrada a salvar vidas, es su trabajo. Hay otros médicos que tratan, que curan, que estudian, investigan o analizan, pero ella, entre otras cosas, salva vidas. Lo malo de trabajar salvando vidas, es que a veces las pierde. Pero en cada paciente que no ha conseguido sobrevivir, ella ha puesto todo lo que sabe, todas sus ganas, su fuerza (que es mucha) y simplemente no ha sido suficiente. Y ahora, esta médico del primer mundo, educada en un primer mundo para trabajar en el primer mundo, está entrando en una guerra, en una situación de país subdesarrollado y casi de campo de refugiados. Y faltan manos, faltan medios y sobran pacientes. La cuenta no sale. Y a ella, que se le dan fenomenal las matemáticas, cuando hace la división nunca es exacta y hay un resto al que no le ha tocado nada en el reparto. Y para eso no hay escuela que te prepare. Así que me preocupé ayer y seguía preocupada hoy al levantarme. Quiero que al acabar esto ella esté bien físicamente, pero sobre todo quiero que siga siendo la misma.
El día esta mañana estaba nublado, más bien brumoso, gris y pesado. Y me pregunté si el tiempo me está acompañando en mi estado anímico o si es el que me proporciona ese estado anímico. No lo sé, a lo mejor sólo está en mi imaginación y el tiempo simplemente va por libre.
Los niños volvieron a levantarse algo tarde, sobre todo mi hija. Hoy precisamente no quería empezar las clases tarde, porque como iba a ir a la compra sobre las dos, quería que acabasen antes. Pero reprimí antes de tenerlo el impulso de enfadarme y empezar con lo de "qué oportuna ésta, dormir tanto precisamente hoy que a mí me viene mal y..." No. Que duerma lo que necesite, que de noche tuvo pesadillas y se despertó un par de veces. Y ya cuando se levante y desayune, nos organizaremos para ver si da tiempo a todo o no. Las clases son muy útiles para que sigan activos, para mantener rutinas e incluso para diferenciar unos días de otros, pero creo que el curriculum de mi hija, con 6 años no se va a tambalear por una ficha menos.
Mi hijo sigue teniendo una muy buena actitud para trabajar en casa y viendo que su hermana iba a tardar y que él ya estaba listo, me pregunta si puede empezar por matemáticas y hacer más adelante el "buenos días" juntos. ¡Como para decirle que no con esa disposición!
Creo que a él le está dando la vida eso de ser dueño de su trabajo y su tiempo, se siente independiente y responsable y trabaja fenomenal casi sin ayuda. A veces, cuando entro en su habitación y lo encuentro tumbado en su cama atendiendo a un vídeo de su profe de inglés y me dice que no le moleste, parece casi un adolescente.
En medio del cole me llama mi jefa, que pone el altavoz para poder trabajar mientras hablamos (esa es la atención que me dedica). Básicamente la lectura es la de siempre, que mientras nadie nos mande parar, la empresa conserva todos los contratos y así estamos, tan ricamente. Como guinda, me suelta que en verano puede que le surja a la empresa otro contrato en Coruña y que nos podíamos encargar nosotras. Yo no le digo ni que sí ni que no, que para eso soy gallega, pero me siento a años luz de la empresa y por supuesto, de ella. Me parece que hay muchos mundos diferentes y es más que evidente que la empresa y yo no vivimos en el mismo. Yo, que básicamente estoy dedicando el día a mis hijos y al bienestar de mi familia, trabajo para una empresa que ve contratos y no trabajadores y que va sumando contratos con esa alegría que a mí sólo me provoca distancia. Un trabajo en verano cuando ya tengo trabajo supone...más trabajo ¿no? que yo no soy tan buena en mates como mi hermana, pero es que la cuenta me sale fácil. ¿Y entonces me están diciendo que después de todo lo que vamos a pasar estos meses, después deje a mis hijos (y a mí misma) sin nuestro verano? Es que va a ser que no. Yo que no he aceptado trabajos en empresas que no iban para nada conmigo, no voy a aceptarlo todo de mi propia empresa. Y más cuando sé porque lo estoy viviendo, que las empresas vienen y van y aquí nos quedamos siempre los mismos. 
Así que despacho rápido a mi jefa, que seguro que ella también lo agradece que siempre está liada y me quedo un tiempo sumida en esa sensación, la de la distancia cada vez mayor que siento con esta empresa. Creo que a estas alturas de la vida yo ya sé quien soy pero sobre todo sé quién no quiero ser. Y no quiero ser esa mujer que va subiendo de sueldo a costa de no disfrutar del verano de mis hijos. De todos modos salgo de esta marejada de pensamientos cuando me doy cuenta de que este no es momento de decisiones y que las clases me esperan.
Cuando se acercan las dos de la tarde aviso a mi marido de que me voy a ir al súper y de nuevo me suena el móvil, esta vez el personal. Miro la pantalla y es una amiga de mi madre, bueno, creo que la mejor amiga que tenía. Se conocían desde hace años y encima descubrieron que habían estudiado en el mismo colegio en Madrid. Así que en verano se pasaban las tardes charla que te charla contándose cosas de su cole. Como digo, miré la pantalla del móvil pero no descolgué enseguida. Tenía que ir al súper y sabía que si me paraba no llegaría a la hora que yo quería...pero descolgué. Porque era importante. Atenderla un momento, lo que pudiera, era importante, más que el súper y mas que el cole. Para algo nos tiene que valer esta situación ¿no? al menos que valga para atender lo importante. Y me alegré mucho de hablar con ella porque la pobre ha pasado una situación difícil y también porque a ella le falta mi madre, que es a la que llamaría si estuviese viva. En los últimos días era yo la que estaba pensando en llamarla para saber cómo estaba viviendo estos días, pero al final me ha llamado ella, qué casualidad, y pienso que en el fondo es como si hubiese sido mi madre, que no se habría quedado tranquila si no hablábamos con su amiga. Así que me alegré mucho de saber que dentro de todo estaba bien y tuve que despedirla para irme, no sin antes decirle que otro día podíamos volver a hablar.
Al colgar me fui corriendo al súper. Esta vez no me apetecía nada ir, a pesar de que el último día había ido bien. No me apetece salir de casa mientras no se pueda, es como si me sintiese en tierra hostil. Y encima esta vez había cola para entrar. Llevaba la cara tapada, como si fuese a atracarlos, pero la verdad es que ni me da vergüenza. Y la compra se me hace un poco engorrosa al intentar coger todo lo que vamos a necesitar para una semana. La verdad es que no me sentí aliviada hasta ponerme en la cola de las cajas. Y cargar el carro, y del carro al coche...es tardísimo...a qué hora vamos a comer hoy... pero bueno, ya estoy en el coche. Por el camino, entre el gris del polígono aparece como por sorpresa una mediana repleta de margaritas de un amarillo intenso. Y como despertando de un sueño, recuerdo que es primavera. Sigue siendo primavera.
Sonrío y me siento bien, porque además voy escuchando la música que me gusta.
Ya en casa hago rápido la comida y a los niños les encanta. Otra sorpresa.
Hemos acabado de comer muy tarde, claro, y pensamos que ni va a merecer la pena que merienden esta tarde. Una cosa menos, ja, ja, ja.
Aprovechando que los niños están muy tranquilos y que yo estoy de subidón, me siento a trabajar. "Qué bien, acabo este informe, lo envío y así parece que estoy trabajando a tope". Pero resulta que los niños no estaban tan tranquilos, el juego al que estaban jugando acaba y vienen a mi lado a dar un concierto. En un primer impulso me voy a cagar en todo pero...me doy cuenta de que en realidad no me importa. Bajo la tapa del portátil y me voy a la cocina a hacer bizcocho de plátano. Reinventando la frase de "si la vida te da limones, haz limonada" a mí la vida me ha dado un marido que el día que fue a comprar trajo un montón de plátanos demasiado maduros,  así que hago bizcocho de plátano. 
Y con el bizcocho y el concierto de fondo, la tarde no dio para mucho más. Enseguida fue la hora de aplaudir (es algo que me sigue encantando) y ya empezamos con los baños y cenas.
Por la mañana la amiga de mi madre me habló de que tenía en casa una foto de las dos en la playa tal y como estaban siempre, sentadas en sus sillas y charlando y riendo. Decía que le gustaba mirarla. De noche me la mandó. Creo que a mi madre le cambiaba la vida en verano. Pasaba las tardes en su silla, bajo la sombrilla y hablando con su amiga y en casa nosotros lo llenábamos todo con ruidos y niños. Y yo cada vez que pienso en ella la imagino así, en la playa, sentada en su silla bajo la sombrilla y con la sonrisa puesta porque sus hijos estábamos con ella.
Al final del día bajé la basura. Es la primera vez que salgo por el portal en todos estos días. En la plaza de mi casa las azaleas están en plena floración con ese rosa intenso que apenas deja ver las hojas. La primavera me vuelve a hacer un guiño y sigue esperándome. Un viento suave me toca la cara, la calle está desierta, respiro profundamente y me siento BIEN.

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