sábado, 17 de abril de 2021

La cajita de costura

Esta mañana me propuse arreglar una muñeca de ganchillo de mi hija. Es una pequeña Hello Kitty que le había hecho mi suegra hace unos años y que había sufrido un pequeño percance un día que la llevó al cole. Como mi hija me había pedido en más de una ocasión que hiciese algo con ese hilo que sobresalía del brazo de su muñeca, me dispuse a buscar entre mis utensilios de costura alguna herramienta que pudiera ayudarme. Abrí el costurero, saqué la pequeña cajita de paja y busqué en su interior el tubo donde guardo las agujas. Las volqué todas sobre la mesa para comprobar si había alguna de coser lana, una de esas con las que mi madre remataba los jerséis que nos calcetaba. Y no, las había de distintos tamaños, pero no de lana. Mientras elegía una de las más grandes, pensé en la cantidad de años que tendría aquel tubito, al igual que la caja de alfileres que también guardaba en el mismo sitio. Y es que mi madre, cuando me fui a estudiar la carrera, lejos de casa, me había preparado aquel "kit de costura" que básicamente contenía un rollo de hilo blanco, otro negro y otro beis, una caja de alfileres y el tubito de agujas. Ahora me produce ternura recordarlo, imaginar en qué pensaba mi madre al seguir aquel ritual de preparar los elementos imprescindibles de costura y guardármelos en una cajita de paja. Y digo ritual porque mis hermanas mayores se llevaron kits similares cuando se fueron a estudiar fuera de casa. Me resulta gracioso pensar en el razonamiento que le llevó a aquello: "que no les caiga un botón y no puedan volverlo a poner en su sitio porque yo no esté", cuando es más que probable que los fines de semana siguiese pasándole a ella mis botones caídos o cualquier otro pequeño arreglo de costura que pudiese necesitar (lo cierto es que no lo recuerdo). Pero ahora entiendo la cajita de costura, me pongo en el lugar de mi madre, teniendo que vivir una y otra vez ese momento de dejarnos ir, y la imagino preparándonos esas pequeñas cosas que al final le permitirían estar aunque no estuviese. 

También recuerdo haber ido con ella a comprar otros utensilios que me acompañarían en mi nueva casa: un cazo para calentar la leche del desayuno, una taza, una espumadera, una cuchara de madera, unas tijeras....de nuevo los imprescindibles para "estar", para asegurarse de que al menos, llevase la vida que llevase, siempre desayunaría una buena taza de leche. La leche del desayuno, una constante de mi madre, uno de sus imprescindibles para asegurarse de que nuestro día arrancaría bien...ja ja ja ahora lo tengo absolutamente interiorizado, como cerrar las persianas antes de acostarme, revisar todas las luces de la casa o hacer los zumos siempre utilizando dos naranjas. Me encantaría que pudiera verme, poder decirle que sus rituales funcionaron y que la siento en cada uno de ellos; que consiguió hacerlo, seguir presente en las pequeñas cosas, ofrecerme su protección en la distancia, permanecer a mi lado.

Vuelvo de nuevo mi mirada a las agujas y pienso una vez más en ella, en todos los gestos que hizo para intentar protegernos de todo, para estar con nosotras cuando no podía estar. Y me pregunto ahora cuáles serán mis kits para proteger a mis hijos, qué pequeñas piedrecitas meteré en sus bolsillos para que el viento no les lleve cuando sople fuerte.