jueves, 30 de abril de 2020

Diario de una cuarentena. Día 49

Estoy entrando en el desencantamiento. Es la última fase (por ahora) de la cuarentena. Al principio, esos primeros días tan raros y tan inciertos, yo pensaba en esto como una oportunidad, casi una nueva era y enseguida comprobé que sólo era un agobio y un estrés. Después llegó la calma y pasé a fase enamoramiento, en la que organizamos la isla desierta y pensamos que podríamos resistir ya lo que fuera y por el tiempo que fuera. Ahora, precisamente cuando el final se ve más cerca, cuando ya hay fechas para ir haciendo cosas "normales", es cuando me siento cansada y desencantada. No me siento segura con lo del desescalamiento y me temo que cuando lleguemos a cierta normalidad, me quedaré sola pero peor que antes. En mi trabajo me exigirán como si nada hubiese pasado, pero con los niños en casa. Y por otro lado yo ya quiero estar algún día sola... o no, no lo sé, la verdad.
Y sin embargo, cuando las medidas se van haciendo realidad, las disfrutamos. Lo de la salida de los niños, por ejemplo, es algo que seguimos disfrutando mucho. Y eso que hoy salí con ellos sin ganas, después de intentar que saliese mi marido. Pero a los niños les sienta fenomenal, se lo pasan bien simplemente pateando una pelota y persiguiéndose por la hierba del parque, que sigue alta y llena de margaritas. Y la hora pasa volando, pero ni se quejan, saben que otro día podrán volver a salir. La tarde se nos acorta como si en realidad saliésemos más de una hora y de noche se duermen antes. Yo no hago mucho ejercicio cuando salimos al parque y sin embargo físicamente lo noto. Y además de nuevo hoy, novedades desde el gobierno. Desde el sábado 2 de mayo se podrá salir a hacer deporte o pasear. Habrá distintas franjas horarias para las distintas edades. A mis suegros, por ejemplo les dará un respiro, hartos ya de su bici estática y de caminar por el pasillo, aunque aun no podremos verlos o más bien, aun no podrán ellos ver a los niños, que es en realidad lo que quieren.
Y yo pienso que si el sábado y el domingo mi marido saliese con los niños y yo saliese a caminar, ya estaría haciendo una vida mejor que la de antes del confinamiento, así que no está nada mal.
Además de las novedades estas que me provocan sentimientos encontrados (alivio-miedo) tengo por delante un fin de semana de casi cuatro días. Mañana, el sábado y el domingo no tenemos ni trabajo ni cole y el lunes tenemos trabajo pero no cole. Me gustaría, además de descansar y salir a caminar, trabajar, porque si estos días me centro y saco adelante unos cuantos informes sé que la semana que viene no me sentiré tan mal cuando no esté trabajando al 100%.
Y el domingo es el día de la madre y el lunes nuestro aniversario, así que estamos de fiesta. Lo de salir a comer fuera está pasando de una novedad a casi una costumbre y además voy a hacer mi tercera tarta de chocolate del confinamiento. Pero bueno, haga las que haga, las cochelates siempre son muy bienvenidas en esta casa.

Diario de una cuarentena. Día 48

Hoy dos nuevos capítulos de "Ingeniería romana" han provocado que me ponga a escribir prácticamente a las doce de la noche. Pero es que es apasionante. Así que simplemente resumiré el día.
Lo que más me ha marcado todo el transcurso del día ha sido el cansancio, físico pero también algo mental. A los niños también los noto cansados. Ahora no están tan alterados como la semana pasada pero creo que sí más aburridos mentalmente. Esta semana se nos ha pasado a todos la novedad y el entusiasmo. Noto un bajón en el sentimiento que teníamos de familia, de disfrutar esta nueva rutina y creo que estamos cansados. Así que las novedades en cuanto a las salidas nos vendrán bien. Pero sigo teniendo miedo, más que al virus, a lo desconocido, a no saber cómo será la semana que viene y la siguiente y la otra.
Hoy no he salido con los niños. Hacía un día de esos feos, con viento, frío y lluvia pequeña. Hasta la hora de comer estuve esperando a ver si cambiaba pero creo que fue a peor. Así que se lo expliqué a los niños, que no estaba día de salir, que antes no salíamos con un tiempo así y que tener derecho a salir no era obligación. Lo entendieron perfectamente y después de comer simplemente se pusieron a jugar. Y a mí me vino fenomenal porque estaba tan cansada que ni siquiera recogí la cocina. Me fui al salón y me acosté dispuesta a dormir la siesta. Mis hijos me despertaron dos o tres veces a gritos y claro, no me lo tomé muy bien. Mi intención era reponer fuerzas y ya despejada, trabajar. Me levanté totalmente zumbada y enfadada, así que no arreglé mucho. Y viendo que intelectualmente no estaba ni para sumar 2+2 me puse a planchar y así al menos cambié las sábanas de la cama de mi hijo. Una de esas pequeñas tonterías que me hacen sentirme bien, como las ansias de limpieza. Y así superé el enfado pero no el cansancio y cierta apatía. 
Estoy algo inquieta por una cosa del trabajo que quiero hacer y en la que no avanzo. Supongo que mañana tampoco la acabaré pero teniendo en cuenta que es el último día de cole hasta el martes que viene, tendré que sacar tiempo estos cuatro días de fiesta. Aunque por algún motivo que desconozco, a mi hijo le van a poner deberes. Y se los envían mañana, como para asegurarse de que los hagan en vacaciones. O yo no entiendo nada o son las profes las que no entienden la situación. Habrá niños a los que les vengan bien esos días precisamente si tienen que completar alguna tarea que les haya quedado colgada, pero lo que es seguro es que a todos nos vendrán bien para lo que son las vacaciones, para descansar. Parece que incluso con lo que están haciendo, con esta situación tan rara, seguimos pensando que si los dejamos sin trabajar "se van a acostumbrar". Como si los niños no hubiesen demostrado bastante ya que se adaptan a todo y que responden mucho mejor de lo que pensamos. Así que sólo espero que sea asumible y sobre todo que sea algo entretenido. Por el bien de todos.
Una idea que me ronda estos días al escribir el título es cuándo acaba la cuarentena. Porque si ya salimos el día 2 a pasear ¿seguimos confinados? será hasta que salgamos siempre que queramos a donde queramos. Y yo que pensé que íbamos a estar 15 días...

miércoles, 29 de abril de 2020

Diario de una cuarentena. Día 47

Hoy el día ya ha sido normal. Es lo bueno que tienen los días malos, que son insuperables. Y eso que me levanté cansada, tarde... y que los niños se despertaron a la vez que nosotros... pero ya el día tenía otra luz. 
Y mi hija, siguiendo su línea de los últimos días, se levantó intentando fastidiar, pero simplemente pasamos de ella y cuando se cansó de que nadie le hiciese caso, se puso a funcionar.
A partir de ahí las clases fueron bien. A mi hijo últimamente le cuesta más estar solo y viene muchas veces con cualquier disculpa. Le recordé que por la tarde queríamos salir después de comer y que tenía que hacer todo por la mañana. Le dije que si hacía los descansos cortos y los respetaba, acabaría antes. Y funcionó, porque cada vez que paraba se ponía una alarma en el iPad y cuando sonaba, volvía.
Con mi hija, como tenía vídeo llamada con un grupo de clase y la profe, funcionó organizar varias clases antes de la llamada y así dejar menos para después.
Y por el medio de los descansos y fichas fui haciendo crema de calabacín con champis y también algo de trabajo. Cuando acabaron las clases me puse con las lubinas y las patatas.
Normalmente la lubina es lo más para mi hijo pero esta vez mi hija también la comió fenomenal y dijo que estaba riquísima. Es un gusto cómo está avanzando, pero es que en casa cada vez comemos mejor todos. Es el pequeño lujo que nos estamos permitiendo. Ay cuando vuelvan al comedor...
Y en cuanto acabamos de comer, nos preparamos para salir a la calle de nuevo. Cuando les dimos la noticia de que podrían salir a la calle, se quedaron como estaban, pero ahora cada salida les hace mucha ilusión. Y yo sigo haciéndoles fotos, como el primer día. Hoy fuimos al parque y la verdad es que se estaba muy bien. Se pusieron a jugar a la pelota en una zona de césped amplia y todos los grupitos de hijos y padres estaban a mucha distancia. Aun así, yo estoy pendiente todo el tiempo y estuve pensando que en pocos días a esa imagen se sumarán adultos caminando, corriendo, paseando... me inquieta. Tendremos que salir todos con mascarilla, de lo contrario no creo que me sienta cómoda. Hace nada, antes del estado de alarma, veía a gente con mascarilla en el súper y me parecía ridículo. Ahora no podría entrar yo sin ella.
La hora en la calle pasó rápido y eso que yo no estaba haciendo nada. Pero la sensación del paso del tiempo también me ha cambiado. Lo que antes me habría parecido una eternidad, ahora pasa volando.
Ya en casa, nos sacamos todo, nos ponemos la ropa de casa y nos lavamos bien las manos. En un rato ya es la hora de merendar y me piden que les lleve la merienda al salón. Estoy de buen humor y no me importa hacerlo. Están muy tranquilos viendo la tele, la salida les ha sentado bien. Yo no me he cansado tanto como ayer pero aun así, lo noto. Aprovecho para trabajar y hacer cosas de las clases de los niños. A última hora de la tarde a mi hijo le duele la cabeza pero no tiene fiebre. Yo también noto la cabeza un poco pesada. Me recuerda a esas veces que empiezas a ir a la playa, los primeros días, y de noche te duele la cabeza. Creo que tanta luz del sol durante una hora nos puede dar este atontamiento, parece una exageración, pero la luz en casa no es la misma.
La gran novedad de la tarde es que Pedro Sánchez contó en rueda de prensa las fases que va a tener la vuelta a la "nueva normalidad" y que suponen que si todo va bien, esa nueva normalidad llegará a finales de junio. Se me ocurren muchas cosas y las dudas son infinitas. Por un lado me alegra muchísmo que de alguna forma podamos ir a la playa y que vayamos a poder movernos de provincia. Pero por otro me da miedo. Me parece pronto. No me apetece ir a un bar, un restaurante y menos a un concierto o al cine. Y me desagrada imaginarme con más gente que la que hay ahora por la calle. Como siempre, lo iremos viendo poco a poco, pero me da vértigo esta vuelta a la realidad de mentira esa.
Mi hijo iba a cenar con nosotros pero como estaba medio regular le dijimos que lo mejor era que cenase antes y se fuese a la cama lo antes posible.
La verdad es que otra vez se han dormido rápido, yo creo que es lo de salir de casa. A mí también me sienta bien, que he vuelto a dormir como un tronco. A ver si hoy descansamos todos, que quedan dos días de trabajo y cole.

martes, 28 de abril de 2020

Diario de una cuarentena. Día 46

Hoy he tenido un mal día. Pero no malo de esos que te pasan mil cosas, malo interno, de estar yo que no me aguanto a mí misma.
Me desperté algo antes de que sonase el despertador, cosa que me fastidia mucho. Pero después me costó salir de la cama cuando sonó. 
Mis hijos, los dos, se despertaron demasiado pronto, cuando yo ya estaba duchada y vestida, pero no desayunada = zona de peligro. Creo que debería poner un cartel en la cocina de "no molestar a mamá si aun no ha tomado café" y ya de paso otro cartel con el menú del día porque me quema mucho el incesante "¿qué comemos? ¿qué cenamos?".
Pero bueno, al menos pensé que así empezarían antes las clases y me vendría bien, porque yo tenía que irme al súper en cuanto pudiese. 
Con mi hija empecé bien porque además tenía matemáticas y las profes les hicieron una especie de videojuego en el que va pasando etapas resolviendo cuentas y problemas. Genial. Después hizo otra asignatura en el ordenador y ya sólo quedaban asignaturas en las que tenía que hacer fichas, con lo cual yo podía irme. Mi hijo sin embargo, estaba algo atrancado en mates y yo oía cómo mi marido le explicaba algo de fracciones equivalentes.
Así que en cuanto pude, me preparé para ir a la compra. Los mismos rituales de siempre de lentillas para no empañar las gafas con la mascarilla, pelo recogido, moneda para el carro. Conduzco hasta allí y al llegar no hay cola. Voy a entrar, la puerta no abre y veo que una señora también venía y se ríe porque coincidió que yo llegué antes. Mientras esperamos a que nos abran nos reímos y comentamos algo. Es agradable que la gente no pierda eso, ni la risa ni la costumbre de hablarte. A mí que me gusta sonreír a la gente a la que hablo, me pregunto si se nota cuando voy con mascarilla. 
Haciendo la compra pienso que voy a acabar antes que otras veces y que llevo menos cosas, pero creo que al final el carro está más lleno. No he tenido que hacer cola al llegar, ni en la pescadería, ni en la frutería, ni en las cajas y sin embargo estoy un poquito sobrepasada y hasta siento que necesito aire. Pensé en casa si dejarlo para el martes, o mandar a mi marido... pero al final creo que es peor cualquier arreglo que sacármelo de encima y vengo. En la caja empiezo a pensar que es un error. Salgo por fin al coche, abro el maletero y me pongo a pasar las cosas del carro a meterlas en las bolsas del coche. Lo hago así porque dentro, al tardar en embolsar, estoy haciendo que la gente espere más fuera en la cola. Pero claro, hoy no he tenido en cuenta que podía ponerse a llover... y se pone a llover. Y hay viento. Y yo llenando bolsas, que parece que no me llegaban y el carro no se vaciaba nunca. Y venga a pasar y pasar cosas y cada vez llueve más y no se acaba nunca. Me quito un guante porque me resbalaba. Y yo pensando encima que cualquiera que se pudiese a acercar a echarme una mano pensaría "mira esta con sus lubinas y su vino como se agobia y seguro que no tiene problemas de verdad". Y claro, es que es cierto que voy, que compro todo lo que quiero y sin mirar precios... pero estoy que no puedo más y al final, veo las tabletas de chocolate empapadas y ya las echo al maletero de cualquier forma, que total en mi casa el chocolate se come hasta hecho añicos. Me voy a devolver pacíficamente el carro cuando me gustaría haberlo estrellado contra la puerta de cristal y de vuelta, al sentarme en el coche me echo a llorar. Me siento estúpida porque no sé muy bien el motivo pero no puedo más. Fue como un día que estaba embarazada, que rayé un poquito el coche y me pillé una llorera estupenda. Es ese estado, casi el mismo, el de estoy bien, todo va bien, no me pasa nada, pero una mierdecilla me desestabiliza. Es esta incertidumbre y este malabarismo diario que me vuelve loca a ratos. 
En fin, me voy a casa. Al descargar las bolsas junto al ascensor me temo que se me van a romper y se llenará todo del aceite de los tarros de atún. No pasa, pero mi ánimo está como si me hubiese pasado.
Al entrar en casa le digo a mi hijo un "ahora no vengas aquí" tan serio que en vez de la compra, parece que estoy metiendo en la cocina uranio.
Algo en mi tono de voz le debe indicar a mi marido también que hay radiactividad, no en la compra sino en mí, porque empieza a sacar todo y poco a poco va secando lo que puede. Las tabletas de chocolate las dejamos que se sequen más antes de guardarlas. Menos mal que tienen ese papel de aluminio por dentro, están hechas una pena.
Cuando todo pasa y ya me he quitado la ropa mojada, los zapatos y me he lavado bien, voy a ver unas dudas de mi hijo. Ya estoy zen. También me paro con mi hija, que quiere enseñarme qué bien hizo las fichas y además no entiende un ejercicio.
Vuelvo a la cocina. Me relajo. Me siento. Respiro. Me tomo dos mandarinas de las que acabo de comprar. Y de pronto, como si saliese de un sueño, recuerdo que relativamente pronto comeremos y que por tanto tengo que hacer la comida. Creo que el primer día que vaya a un restaurante, aplaudiré a los camareros cuando me traigan la comida.
Con la proximidad de la comida se suceden los "¿qué comemos?" cuando van desfilando al baño a lavarse las manos. Definitivamente tengo que colgar el menú en la puerta. Porque además a veces repiten la pregunta, de ida y de vuelta.
Mi hijo tarda en venir porque le he dicho que si no acaba lo de las clases no pasea por la tarde.
Pero por la tarde quiero pasear en cuanto acabemos de comer y no pienso dejar a ninguno de los dos en casa. Sé que me pierdo la siesta pero a veces, si cambio dormir por algo de ejercicio, también tiene ese efecto de venirme arriba. Hoy el planteamiento será distinto, no iremos al parque porque la hierba está alta y al haber llovido, se mojarían mucho. Así que vamos a pasear. Les digo que vamos a explorar los límites de "nuestro territorio", caminaremos hasta el límite de nuestro kilómetro y después hasta otro límite. Por el camino paramos en el piso en el que yo vivía sola, en un olivo muy grande donde solía pasear el perro, en la guardería a la que fue mi hija el último año y en la guardería a la que fueron los dos. Mi hijo propuso también pasar por la estación de tren, pero ya no nos daba tiempo. Lo dejamos para otro día de paseo. Al llegar a casa justo se puso a llover, menuda suerte. 
Cuando entramos en casa me sentía agotada y hasta me dolían las piernas. Así que creo que me va a venir bien esta salida de los niños. Es evidente que no me estaba moviendo mucho. Los niños se ponen a jugar tranquilamente y yo organizo cosas, tanto de casa como de trabajo hasta la hora de la merienda. Mi marido sale de la habitación para avisar de que tiene vídeo llamada y que no entremos hasta nuevo aviso. Y en cuanto se va, mi hija se pone a hacer ruido, a gritar... y mi hijo a picarla, a hacerla rabiar. Yo no doy crédito a la reacción y les digo si no han oído que se tienen que callar, pero todo es inútil, van a más y claro, acabo separándolos. Mi hija, desconsolada como si la estuviesen matando, llora y grita más. Me imagino a mi marido en su vídeo llamada flipando y lo único que hago es cerrar todas las puertas que puedo entre él y mi hija.
Yo me pongo a trabajar con la niña sirena de fondo hasta que mi hijo "pide permiso" para calmarla. Se calma, pero sigue insufrible. Así que después de aplaudir, cuando su padre me dice que cuándo la baña, le digo que "YA". 
Yo me tomo el tramo que va de los baños a las cenas como minutos musicales y me pongo unas canciones de las que me gustan mucho mucho. Descubro alguna cosa chula y repito canciones que me he puesto hasta la saciedad pero que siempre me motivan. Bien. En el lote de vídeos que me pongo se me cuela uno de Ana Milán que me hace reír mucho, soy muy fan. Y pienso que así a lo tonto, me he arreglado la tarde.
A mi hija intento esquivarla un poco porque no estoy para aguantarla pero a mi hijo lo acompaño en la cena y precisamente me pregunta que cuándo fue la última vez que lloré. No se lo cuento, le digo que no me acuerdo exactamente. No me apetece. Hay días que le explico que los adultos también lloramos y me encanta hablarlo con él porque es sensible y entiende muy bien las cosas... pero hoy no. Y no me apetece nada ademas transmitirle la angustia... creo que la pena se entiende mejor, o el dolor... pero no, hoy no, hoy paso del tema y del taller emocional. Que si no se puede intentar ser superwoman todo el tiempo, hoy menos que nunca. Hablamos igual, pero de otras cosas.
Y nosotros, mi marido y yo, conseguimos cenar a una hora muy razonable así que al acabar me pregunta si ya me voy a ir a escribir o tengo unos minutos. Aunque sólo sea por curiosidad, tengo unos minutos. Y me pone un monólogo de una tía que descubrimos hace poco y me hace mucha gracia. 
Qué bien sienta reírse y además, cuanto más pirada sea la monologuista, más me gusta. Esta está de atar.
Así que acabo escribiendo a una buena hora, con el cuerpo medio dolorido (mañana tendré agujetas ¿?) pero de una pieza. Sólo quedan tres días de clase, no está mal para ser lunes.

domingo, 26 de abril de 2020

Diario de una cuarentena. Día 45

¡Y por fin llegó el día de sacar a los niños a la calle!
He de decir que la noche y el despertar no fueron buenos. Ayer los niños se durmieron tardísimo con lo de "la fiesta de pijamas" y nos pusimos a ver una peli mi marido y yo. Esto no lo hacía ni los fines de semana antes de la cuarentena. Total, que la película acabó como a las dos y al meternos en la cama yo estaba despiertísima. Tardé en dormirme y cuando lo hice, estaba inquieta, tenía frío, tenía tos, me levanté varias veces... me pasó de todo. Y por la mañana los niños la liaron, como era de esperar durmiendo juntos. Hicieron ruido temprano, y más tarde también... para mí todo era confuso, tenía sueño y no sé bien qué hora era. El caso es que había puesto el despertador a las diez, para que no saliésemos a pasear tarde y como suele pasar, a esa hora sí que estaba muy dormida. La única parte buena fue despertar de un sueño en el que teníamos que hacer una mudanza en un solo día.
Total, que me levanto, voy a la cocina y mis hijos ya han desayunado y están viendo la tele en el salón. Así que desayuno, nos duchamos y hoy los niños obedecen a la primera. Cuando les decimos que se vistan, de inmediato; se ponen hasta los tenis y mi hija se peina sin que se lo diga. Por cierto, lo de los tenis fue un alivio que les sirvan, después de 44 días en zapatillas y calcetines los pies podrían no querer volver a estar confinados. 
Con todo listo, mi marido bajó a coger la bici y el patinete y los subió a casa. La bici de mi hijo es nueva, se la regalamos por su cumple y aun no la había estrenado, así que teníamos que comprobar que el sillín estuviese a su altura. Comprobamos, ponemos las cazadoras, el casco y allá vamos. En el vídeo que grabé para la posteridad y para la familia se veían nerviosos. Y al bajar a la calle, nada más abrir el portal, se ríen y se asombran, dicen cosas... y es que llevan 44 días sin sentir el aire, el sol (hoy más bien la luz). Como en casa ya habíamos revisado el km a la redonda que nos correspondía fuimos a tiro fijo hacia el parque. En esto somos unos privilegiados, por tener un espacio verde grande tan cerca. Es algo de lo que siempre se habla en conferencias de jardinería e infraestructura verde y que con esto queda patente, que cada ciudadano tiene derecho a tener cerca de su casa un espacio verde de calidad. Yo camino junto a mi hija y voy más pendiente de si hay gente, de lo de la distancia... y cuando se cae la segunda vez decido centrarme sólo en el patinete. Por un momento tengo una cierta sensación de normalidad, como si nada hubiese pasado, pero cuando nos metemos dentro del parque la normalidad es relativa. Hay casi tantos padres como niños y los niños no se relacionan entre sí, salvo los que ya salían juntos. Mi hija saluda tímidamente primero a una niña de su colegio con la que se cruza y luego a un niño de su curso, pero no hace ni gesto de pararse, tiene la lección bien aprendida. En algún momento vemos a mi hijo pasar con su bici, no para. Cuando ya llevamos como media hora, mis hijos preguntan si pueden jugar juntos y entonces dejan la bici y el patinete y se ponen a correr por la hierba, a coger margaritas y a tirar pétalos de camelias por el aire. Son la viva imagen de la felicidad. Les hago unas cuantas fotos y vídeos porque el momento es precioso y el parque falto de cuidados está lleno de margaritas. Les aviso de que quedan 10 min y se lo toman bien. Observo al resto de la gente y creo que todo el mundo se está "comportando". No hay más que niños y padres o madres, alguna persona con perro, pero todos guardando las distancias, sin hacer grupos y muchos con mascarilla. Cuando casi se ha cumplido la hora, aviso a los niños y nos vamos sin que se quejen. Saben que ahora podremos repetir más días. Al llegar a casa cumplen las indicaciones de dejar el calzado, la ropa, lavarse las manos... qué bien llevan las rutinas en las cosas importantes.
Me siento cansada. Hoy he dormido mal pero creo que el paseo también tiene la culpa, no estoy acostumbrada a caminar y moverme durante una hora. Pero ha sido estupenda la sensación.
Los niños se relajan un rato viendo la tele y en breve preparo la comida. Hoy con lo de la salida ya programé algo facilito, arroz con huevos. Mi hija, aunque tarda más que el resto de la familia, se acaba su plato. Parece que el ejercicio le ha abierto el apetito, si es que todo son ventajas... yo hasta me veo mejor cara.
Cuando los niños se van vemos en el telediario niños saliendo a la calle por primera vez y me emociono.
Por la tarde busco en el ordenador un proyecto que necesito para mi trabajo pero ya no puedo más, me voy al salón a dormir.
Mi marido está una vez más probando la conexión del home cinema. A mí todo me va bien, me tumbo allí.
Cuando despierto (zumbada perdida) recuerdo que mis sobrinos propusieron para hoy una scape room por web. Mis hijos acaban de liar alguna, porque estaban medio llorando, pero se lo digo a mi hijo y nos vamos al ordenador. En breve nos conectamos y empezamos a jugar. Es entretenido pero a mí me cansa pensar una hora seguida. Casi al límite lo resolvimos y luego aprovechamos y ya nos quedamos charlando un rato en vídeo llamada. Esta vez las tres hermanas tenemos el pelo bien, ja, ja, ja pero ojalá que las peluquerías vuelvan pronto. Sólo mis hijos y una de sus primas han salido, pero estamos todos contentos. Madrid se diferencia mucho de Pontevedra y Coruña, siempre nos cuentan que muchos abuelos de conocidos han muerto, pero es que también padres de compañeros de mis sobrinos. Es muy impactante. Mis hermanas, claro, hablan de lo afectado que ha estado el sector sanitario en España, pero es que las condiciones en las que han tenido que trabajar... mi hermana al principio compartía mascarilla y los trajes de protección se los hacían con bolsas de basura. A ver cómo acaba esto...
Nos despedimos para ir a merendar y al rato hay vídeo llamada con mis suegros. Están tristes porque se aburren mucho y mi suegra siempre llora en algún momento. Mi marido les anima a que vean películas, que entren en internet a ver exposiciones... yo creo que no les vale nada. Cuando los niños dejan de hablar con ellos me hacen la típica jugada aprovechando que mi marido sigue hablando: pedirme la consola a mí que no sé que mientras dormía él ya les había dicho que hablarían de si jugaban o no. Yo cuando me entero de lo que han hecho, no le doy demasiada importancia, creo que estoy de muy buen humor para enfadarme hoy. Mi marido, sin embargo, se lo toma a la tremenda.
Lo que sí hago hoy es apurarles con los baños para que se duerman más o menos como los domingos antes de la cuarentena. Voy a aprovechar que se les ha juntado el paseo de la mañana con "la noche de pijamas" y a ver si se duermen rápido. Funciona, sobre todo con mi hija. Así descansan y en el mejor de los casos mañana podemos empezar rapidito el cole, que yo tengo que salir a comprar. 
De nuevo me da una pereza infinita las dos cosas, empezar una nueva semana y salir al súper, pero al menos es una semana más corta. El viernes es festivo y el lunes siguiente no tienen clase los niños. Y tenemos celebración porque el domingo es el día de la madre y además íbamos a celebrar nuestro aniversario, que es el lunes. 
Así que ánimo, para mí y para todos, que hay luz al final del túnel.

sábado, 25 de abril de 2020

Diario de una cuarentena. Día 44

Hoy no quiero escribir. Es que se me ha hecho tarde, mis hijos han hecho lo que ellos entienden como "una fiesta de pijamas" y aun están despiertos. Son de esas pequeñas concesiones que nos podemos permitir en la cuarentena y que compensan sólo por ver la ilusión que les hace. Dormirán juntos en la habitación de mi hija y se han leído cuentos, se han contado historias y sobre todo se han partido de risa.
Pero lo dicho, que es tarde, estoy cansada y haciendo recuento del día... pues ha ido bien, la verdad, mejor que el resto de la semana. En los fines de semana del confinamiento descanso de verdad y eso se agradece y se nota en el ánimo. Los niños también han estado bastante mejor que el resto de los días y han acabado jugando a la consola.
Y los pensamientos, al menos los míos, han girado bastante entorno a la salida de los niños. He recibido varias veces información por distintos medios y la que más me ha ayudado ha sido el bando de la alcaldesa, que dice claramente que podremos ir a las zonas verdes. A ver qué tal se nos da, porque dan mal tiempo para la tarde y no me gustaría que por la mañana coincidiésemos con mucha gente. Mi hijo me preguntó si la casa de los abuelos estaba a menos de 1 km y le he dicho que sí pero que los abuelos no pueden salir ni nosotros ir a su casa. Lo que sí podríamos hacer es saludarlos desde la calle y que se asomasen. Pero más adelante, el primer día mejor paseamos por aquí.
Además hoy he subido mi microrrelato al concurso de la página de Escapada Rural. No pretendo ganar el premio ni mucho menos, porque además se elige por los votos de la gente que entre en la página y claro, saldrá elegido el que más haya compartido el relato entre sus amigos. Pero me hace ilusión hacer estas cosas. Nunca había presentado un escrito a nada y ahora ya llevo dos. Creo que este es más chorras que el otro pero a mí me ha servido para ver si sabía escribir algo muy corto.
Dejo el enlace para compensar lo poco que escribo hoy.

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Diario de una cuarentena. Día 43

Por fin es viernes.
Los viernes son maravillosos, son la vida misma. Por muy malos que sean, la semana acaba, nada puede con eso.
Antes de levantarme de la cama, oigo a mi hijo hacer ruido en su habitación. No me lo puedo creer pero se está despertando antes que nosotros. Cuando me levanto ni le digo nada, prefiero irme a la ducha a asimilar que ya no voy a desayunar sola. Cuando llego a la cocina aun se está calentando su leche y no me explico qué ha estado haciendo. Me dijo que estuvo pensando que el ruido del microondas iba a despertar a su hermana y a su padre, que esperó y que finalmente decidió que iba a hacerlo de todas formas. Así que desayunamos a la vez... viendo a Doraemon. Además de que habla bastante para acabar de despertarse, mi hijo hace preguntas complicadísimas. Pero está muy contento y muy riquiño así que simplemente le digo con cara de "no me hagas esto" que en ese momento no se me ocurre la respuesta.
Cuando llega mi marido y él acaba, se ponen a hablar y finalmente también se despierta mi hija. Ya no hay tregua. Aunque mi marido va a su cama a darle los buenos días y mi hijo también, ella quiere que vaya yo. Así que ahí voy. Y nada, sólo quiere que la abrace y está tan dormida aún y tan calentita que da gusto. Pero esta sobredosis de amor cae en picado cuando sale de la cama porque empieza a divagar, a hablar como un bebé, a chulear a su hermano que se está portando fenomenal con ella y se ha ofrecido a hacerle el desayuno... así que corto el tema y le digo a mi hijo que muchas gracias pero que lo deje, que vaya a seguir con sus clases que ya había empezado.
Mi hija se centra lo justo para desayunar pero las tonterías siguen para vestirse, lavarse los dientes y todo en general. Iba a decir que menudo día tenía pero es que ha sido toda la semana. Cargada de toda la paciencia que puedo, le voy  aguantando el rollo, tomando algo de distancia, le digo que haga algo, me voy y vuelvo cuando creo que ha acabado. El proceso es lento pero funciona y además así no me altero.
Comenzamos con lengua, tiene una ficha y eso me permite trabajar yo a la vez. Acaba bastante pronto y hace un descanso. La verdad es que hoy mis hijos van bien de tiempo, ventajas de que se despierten antes. Hacen el "buenos días" juntos, que se les había pasado y es la canción de "Volveremos a brindar". Yo ya la he escuchado en varias ocasiones pero esta vez tengo que esforzarme para que no me pueda la emoción y me eche a llorar. Se ve que tengo el día sensible, por las mañanas me pasa más. 
Después seguimos con inglés y cuando hace el siguiente descanso, mi hijo ya ha acabado todo. Está encantado, claro y además me cuenta maravillado que él sabía que la rueda se había inventado en la prehistoria, pero que resulta que en concreto fue en el Neolítico. Se ponen a jugar y yo a trabajar. Todo está tranquilo, pero mi hija no ha acabado y ya veo que no está por la labor de seguir. Me tomo un café con mi marido, que en un rato tendrá llamada en grupo con los de su trabajo. Cuando él vuelve a trabajar, mis hijos ya no están tranquilos, así que con la disculpa de que ella tiene que acabar una asignatura, le digo que nos vamos. Pero como suele pasar cuando está revuelta no obedece. Se lo digo varias veces, me voy, vuelvo, les digo que recojan... y siguen cada vez más hacia el lío, empezando a chincharse a golpearse... y yo "que recojáis que si no lo recojo yo"... final: toooodo el mundo de PinyPon a una bolsa azul de Ikea. Se acabó. Mi hijo captó la idea y salió por pies a su habitación. Mi hija subió los decibelios del berrinche. Y mi marido en vídeo llamada, es que no falla. Con todas las puertas cerradas seguía oyendo a mi hija, así que con la tontería yo no podía trabajar. En unos minutos llega mi hijo y me pide permiso para ir a calmar a su hermana ¡permiso concedido, vete por favor! De manera casi inmediata, se calla. Se pasan unos minutos hablando en bajito hasta que entran en el salón. Ella con la cara de haber llorado a lo bestia, me pide perdón y me abraza. Muy guay todo, pero nos conocemos, mejor cada uno que juegue en su habitación. Así la calma dura hasta la comida.
En el primer plato mi hija acaba la segunda, antes que yo. El pollo no se lo acaba todo, pero me da igual, además algunos muslos no estaban muy ricos. Toma plátano y yogur, comida completa, desde luego. Al acabar comemos pipas y ellos salen pitando a ver la tele juntitos en el sofá. Yo aunque estoy cansada, no me voy inmediatamente al salón. El motivo es que ayer me llegó un correo con un concurso de microrrelatos y tengo uno en la cabeza. Si sigo dándole vueltas me volveré loca, así que tengo que escribirlo ya. Me sale del tirón, con una musicalidad que me sorprende, como si quisiese ser poema y no prosa. No parece hecho por mí, pero me ha salido así. Creo que ni lo voy a retocar. Porque me ha hecho gracia "el ejercicio", nunca me había propuesto hacer un microcuento y me ha salido. Genial.
Ahora sí que me marcho al salón y me quedo dormida en segundos. Mis hijos por fin están tranquilos y por las ventanas entra una luz de esas que te obliga a cerrar los ojos. Cuando despierto es ya la hora de la merienda y me piden que se la traiga. Nada que objetar siempre que se laven las manos. Merendamos todos y después me acuerdo de que tengo que subir al Drive los trabajos de hoy. Voy al ordenador y trasteo un poco por internet. No tenía ni idea pero resulta que hay unos padres y madres poniendo a parir a los que pensamos sacar a nuestros hijos de paseo el domingo. A pesar de todo lo visto (en esta época y en la vida en general) me sorprenden estas cosas. Nos están criticando un comportamiento inadecuado que no he tenido. Me da igual, yo lo tengo claro: hemos cumplido durante seis semanas todo lo que se nos ha indicado por parte del gobierno y simplemente saldremos porque se nos permite. Evidentemente no queremos exponer a nadie y menos a nuestros hijos, así que haremos lo correcto y pasearemos lo que ellos necesiten (dentro de la hora permitida). Mis hijos precisamente llevaban bien el confinamiento hasta esta semana, así que nos llega este permiso como llovido del cielo. Que esa es otra, que con el mal tiempo que dan, tampoco nos va a apetecer tanto pasear.
Como hoy ha sido el mejor día de la semana, mis hijos se han ganado jugar a la consola, pero al final mi hija la ha vuelto a liar porque no quería ir al baño.
En la cena he empezado a contarle a mi hijo que la semana que viene hay un festivo y he acabado animándome a mí misma. Serán cuatro días de cole y cuatro de descanso, no está mal.
Así que la semana ha acabado mejor de lo que fue y para mí ya se ha acabado. El fin de semana es otra cosa.

viernes, 24 de abril de 2020

Diario de una cuarentena. Día 42

Otro día más de esta semana pesada y revuelta. 
Me levanto cansada y una de las primeras cosas que aprecio es que el tiempo ha cambiado, hace sol. 
Mi hija me llama antes de que me haya dado tiempo a meterme en la ducha. Quiere suero porque no respira bien. Le digo que se vuelva a dormir. No soporto que se despierten tan pronto.
Al volver de la ducha veo que mi hijo arrima la puerta de su habitación. Le hablo y me chilla. Empezamos bien...
No sé si está durmiendo menos porque está alterado o está alterado porque está durmiendo menos. Pienso que cuando pueda salir a la calle se cansará más, como si fuera a hacer una maratón...
Mientras desayuno, llega vestido y se sienta a la mesa. No le hago caso. Prefiero acabar de desayunar callada a tener una bronca antes del café. Por lo menos capta la idea y me habla suave.
Mi hija también se despierta en un rato. Ahora ha cogido la manía de levantarse, caminar descalza hasta la entrada y ponerse los calcetines de huellas sentada en el suelo. Yo ya no digo nada, a lo mejor todos necesitamos pequeñas novedades en nuestras vidas. Pero vamos, que claramente está cruzada, porque ya empieza a hablar como un bebé y a hacer cosas raras en lugar de ir a desayunar.
Señor, qué paciencia, y eso que no los despierto yo...
Hoy también quiero hacer algo de trabajo antes de ponerme con las clases, así que dejo a mi hija que se entretenga mientras no acabo. Pero me falla el cálculo porque mi hijo, que se supone que ya estaba con sus asignaturas, se pone a hablar con ella, no sé qué lía y mi hija acaba llorando a gritos. Él se muere de la risa de la que ha liado y no le importa ni que yo me enfade, ni que salga mi marido y también se enfade... cuando prepara algo para chinchar a su hermana y le sale el truco, disfruta tanto de la hazaña que creo que todo le compensa.
En fin, despacho las cosas más urgentes de trabajo y me pongo con mi hija. Creo que los jueves me dan toda la pereza del mundo y más. Estoy cansada, ya no es miércoles, que me da ese subidón de que ya estoy en la mitad, pero todavía no es viernes, que me da ese subidón de acabar todo. La parte buena es que hoy solo tiene cuatro asignaturas y una ni siquiera se la voy a hacer. Es que en plástica la profe propone hacer un dibujo de un búho y pegar macarrones, lentejas, arroz... ya en condiciones normales me daría pena desperdiciar comida para algo tan feo, pero ahora!! Me muero de pena pensando en la gente que habrá sin poder llevarse nada al estómago y encima comprar una vez a la semana para esto. No, no, no se hace plástica.
Mientras ella hace una ficha, cojo el móvil distraída, felicito a los Jorges y veo en el estado de whatsApp de una amiga que ha puesto una foto de su hermano, que se llamaba Jorge y se murió hace algo más de un año. Era muy buen tío, yo lo conocía, simpático, educado, divertido... cumplía años cuatro días antes que yo, nacimos el mismo año y como siempre nos veíamos en agosto, nos felicitábamos mutuamente. Qué dura es a veces la vida. Aun no me puedo creer que se haya muerto. Le mandé a ella un mensajito y me contestó enseguida, diciéndome que se le hacía muy duro y que lo echaba de menos. Yo soy muy positiva, pero en esto no quise intentar consolarla, porque le mentiría si le dijese que se le va a pasar. Se pasa la angustia, aprendes a seguir viviendo y a disfrutar de tu vida, pero no olvidas. Y no se lo pregunté, pero a mí sí que me pasa, que en esta situación cuando me da por pensar en mi familia, me acuerdo mucho también de los que ya no están. He pensado en más de una ocasión cómo se lo habría tomado mi hermano, qué diría... seguro que estaría acojonado, pero contaría algo que le pasó en el súper o en un trabajo pendiente en el que tuvo que tratar con un cliente raro y nos reiríamos mucho con la situación. En mi madre también pienso. Mucho. Creo que es una pena enorme que no esté, pero un alivio, porque estaría muy preocupada por ella. Mi madre estaría sola, encargándose de ir a la compra... yo le diría que intentase bajar menos, que las chicas del súper le subiesen la compra... y ella me diría que "ya, ya" con esa forma diplomática que tenía mi madre de pasar de lo que le decías sin necesidad de mandarte a ningún sitio. Mi padre no la cuidaría ni se contagiaría él del coronavirus, que es como una roca, pero contagiaría a mi madre y ninguno de los dos se darían cuenta... mejor no pensarlo. Y también pienso mucho en mi madre cuando necesito a mi familia. Es absurdo pero es así. Cuando tengo ganas de hablar con alguien muy cercano, de que me abracen, de que alguien me diga que no pasa nada, que todo está bien y sólo es aguantar... pienso en ella, porque sólo quiero que me lo diga ella, que sea ella la que me abrace y me diga que todo esto va a pasar.
Mi hija varias veces al día viene y me da un abrazo. No suele decir nada, sólo viene y me abraza. La abrazo un rato, lo que ella quiera, y se va. Espero estar dándole lo que yo querría para mí.
Hoy lució el sol. Dormí la siesta (mi hijo me soltó que llevaba una hora durmiendo en cuanto abrí un ojo) y vi parte de un capítulo de una serie nueva a la que están enganchados mis hijos. Se pelearon varias veces. Gritaron. Aplaudimos. Mi hijo me pidió que hiciésemos yoga... y accedí. Pero creo que llevaba un minuto cuando me di cuenta de que el yoga no es para mí. Demasiado lento. Me pone nerviosa.
En cuanto pude pasé del yoga y me puse a hacer crema de zanahoria para mañana. A mi hijo le sorprende que eso que hago ahora en la cazuela mañana sea crema, como si hiciese magia.
Mi marido, después de acabar de trabajar ha aprovechado que los niños estaban cada uno en su habitación y se ha tumbado en el salón a escuchar música. Y yo no puedo evitar pensar que después de pasarse todo el día trabajando pensará que se merece un descanso, cuando yo siento que la que necesito descansar soy yo, particularmente de los niños. Lo que no voy a hacer es esperar a que bañe a mi hija, porque si no se nos hace tarde como ayer, así que en cuanto acaban de hacer yoga, la mando al baño.
El día se me está haciendo largo y me tengo que cargar de paciencia y contar hasta muchos números para no arrear a mis hijos como ganado. Cuando quiero que se acuesten rápido, es contraproducente decírselo o que me lo noten. Así que sólo trato de estar algo distante, para que no me líen con preguntas.
Hoy el tema de sacarlos a pasear el domingo me ha estado ocupando la cabeza a ratos, por dónde ir, si ponerles mascarilla... pero ya no puedo pensar más.
Ahora ya duermen, mañana por fin es viernes y lo mejor que puedo hacer es acostarme, descansar y dar por zanjado el día.

jueves, 23 de abril de 2020

Diario de una cuarentena. Día 41

Esta mañana el despertador sonó como unas mil veces antes de que consiguiese levantarme. Me incorporo en la cama, me fijo en la hora y pienso en el día que me espera si ahora estoy tan dormida. Camino por el pasillo y veo que mi hijo arrima la puerta de su habitación y enciende la luz. No me puedo creer que vaya a madrugar sin necesidad. Pero no le digo nada, demasiado sueño para hablar aún.
Después de la ducha me lo encuentro desayunando en la cocina, vestido ya y todo contento. A mí me gusta desayunar sola pero me tengo que rendir a su carita.
Cuando termina su desayuno le animo a que empiece con las clases cuanto antes porque hoy tiene vídeo llamada con toda la clase y le hará falta el tiempo para no dejar nada para la tarde. Se resiste un poco pero finalmente empieza y se encuentra con una actividad que le gusta, para celebrar el día del libro.
Yo quiero ver una cosa de trabajo antes de nada y como no, la historia se repite, mi hija se despierta antes de que yo me haya lavado los dientes. Vale, me encargo de ella, pero cuando finalmente está lista le digo que no podemos empezar hasta que yo acabe mi asunto pendiente del trabajo. Cuando estoy a punto de acabar, me llaman del Ayuntamiento preguntándome precisamente por lo que estaba haciendo; ¡bien! envío el correo en cuanto cuelgo. Salvada por la campana, qué bien he quedado.
Mis hijos, sobre todo mi hijo, están de nuevo bastante alterados y gritan y me la lían en cuanto pestañeo. Parece que lo de los paseos nos ha caído del cielo, pero como la semana siga así, se me va a hacer largo. Encima el tiempo está feísimo y yo tengo siempre sensación de frío.
Las tareas con mi hija van bien, mientras escucho a mi hijo hablando con su profe y sus compañeros. Tiene un día asequible, así que aunque hace descansos porque la noto espesa, llega a estar libre a una hora que a mí me va bien para hacer la comida. Mi hijo, al acabar la llamada, aun tiene unas cuantas cosas que hacer. En un momento me llama para que vea con él un vídeo de su profe de natural. Es muy didáctico porque su profe va contando lo que hay en pantalla y va marcando todo con círculos, cuadrados... yo me acuerdo de una chorrada de Barrio Sésamo donde un teleñeco dibujaba en el aire círculos y triángulos. Lo tengo que buscar en youtube.
Total, que de tiempo vamos genial pero de actitud... movidos, por decirlo de forma educada. Hubo bronca justo antes de la comida.
Hoy comimos normal (después de dos días de comida muy rica) y mi hija volvió a comer mejor de lo que es habitual en ella.
Por la tarde no dormí siesta, porque quería revisar un presupuesto que me enviaron y una documentación que necesitaba mi compañera para inspeccionar una obra. Sorprendentemente pude hacer todo lo que me propuse y no acabé de trabajar porque alguien me interrumpiese, sino por dar por finalizado lo que estaba haciendo. El truco es que mandamos a cada uno de mis hijos a jugar solo a su habitación. Y después me pidieron (porfi porfi) volver a jugar juntos, así que sabiendo que se la jugaban, la verdad es que se portaron bien. Pero en la merienda volvió a haber drama... y volvieron a calmarse.... y así llegamos a los aplausos y a los baños...
Entorno a los aplausos yo me desconecté de ellos, porque no es bueno saturarse cuando tienen un mal día. Mi marido puso música en el salón, ellos estaban escribiendo y yo aproveché para organizar temas de las clases y para hacer unas lentejas para mañana. También para comenzar a escribir el diario. Y es que un momento tranquilo hay que ver lo que cunde.
De las tres hermanas que somos sólo una faltaba por teñirse en casa y lo hizo hoy. Como hicimos las demás, mandó fotos y la verdad es que el resultado fue muy bueno. Sacarse las canas y más ahora que ni nos pintamos ni nos ponemos pendientes, ni nada, es fundamental. Un poquito de vidilla y alegría ahora no tiene precio. También hablamos un poco de la situación de Madrid, de lo que se va sabiendo y de todo lo que quedará por saber. Es escalofriante lo que ha pasado y lo que ha podido llegar a vivir tanta gente. De nuevo me siento una privilegiada porque la tragedia real me pille lejos, en la tele.
Pero mientras yo estoy entretenida en mis cosas y mi hueco para respirar, advierto a mi marido que para el día que llevan los niños, no es muy prudente alargar lo de la hora de irse al baño. No me hace caso y de nuevo la lían. Él quizá piense que la iban a liar igual y de esta manera también él se ha permitido un pequeño respiro.
Cuando todo está en calma, cenamos nosotros y vemos en la tele un documental sobre ingeniería romana. Flipante. Te das cuenta de que no hemos inventado nada desde hace dos mil años, sólo materiales y mejora de medios. Nos hemos enganchado ya al programa, como dos frikis de la ingeniería que somos. A ver si de aquí a una semana recordamos que lo ponen. Y así, admirando acueductos romanos se nos ha hecho tarde, pero me ha sentado muy bien conectarme a algo que me apasiona, sin pensar en nada más.

miércoles, 22 de abril de 2020

Diario de una cuarentena. Día 40

Ayer me acosté a una hora bastante razonable para mí y lo extraño es que no conseguía dormir. No quedarme dormida nada más acostarme es más raro que un año bisiesto (como este). Creo que influía el frío. Últimamente, no sé por qué, me voy quedando helada cuando se hace de noche y al meterme en la cama tengo que echar una manta sobre el edredón. Y ayer de nuevo estaba helada, hecha un ovillo bajo las mantas y con los pies prácticamente muertos. Luego, bien entrada la noche, sentí mucho calor y resulta que había dejado alto el termostato de la calefacción que acabó por encenderse.
Así que al levantarme estaba algo aturdida pero no tenía frío en absoluto.
Hoy no dejé que el despertador sonase tanto como otras veces, para evitar coincidir en el desayuno con alguno de mis hijos. Casi lo conseguí, cuando me iba a calentar el café apareció mi hijo. De nuevo, como ayer, estaba vestido y más tarde descubrí que había hecho la cama y arreglado toda la habitación.
Lo dejé en la cocina desayunando con mi marido y pensé que todavía tendría un margen para trabajar antes de que se despertase mi hija, pero me llamó cuando me estaba lavando los dientes. Pues nada, ya nos ponemos en marcha con el cole cuanto antes.
Empezaron juntos el buenos días en el salón. Estamos con la tendencia de acabar haciendo todo en el salón. Ahora hasta tenemos el tipi, que llevaba días en la entrada.
Cuando se van cada uno a su habitación, como siempre, a mi hija le da mucha pereza empezar pero es mi hijo el que está especialmente inquieto y al final decido ir a su habitación a ordenarle un poco el trabajo. Funciona relativamente, a lo largo de la mañana se levantará muchas veces más.
Con mi hija las dos primeras clases van bastante fluidas aunque se bloqueó incomprensiblemente en una resta sencilla.
Después hicieron el primer descanso y yo aproveché para resolver temas de trabajo. Ya ni siquiera me llevo el portátil a un lugar más aislado, como digo, todos en el salón.
El descanso acaba cuando mi hija tiene la vídeo llamada del cole. Esta vez es un grupo reducido, de unos ocho alumnos y resulta mucho mejor que la semana pasada. La dejo sola porque sé que así se defiende mejor y la escucho hablar con su profe, a la que adora y con algunos de sus compañeros. Una de sus mejores amigas también está conectada. Es enternecedor oír a su profesora, que los escucha uno a uno y les pregunta, les alaba los trabajos... casi parece una profe de infantil. Y como la otra vez, para despedirse les manda muchos besos y les dice que les quiere. Creo que a mi hija esta conexión sí le ha aportado mucho más que la de la semana pasada. Ha sido muy graciosa oírla enseñando sus PinyPon a cámara y contando que muchos se los había dado su prima.
Después debe volver a sus clases y ella está tranquila pero mi hijo sigue muy alterado y la lía sentándose en la mesa de mi hija, escondiéndole los lápices... un lío. A mí no se me ocurrió nada mejor que decirle que si me retrasaba mucho el trabajo no me daría tiempo a preparar las lubinas. Puso una cara como si hubiese amenazado con matar a su perro (que no tiene). Medio impresionado, volvió a su cuarto.
El resto de la mañana siguió bien, porque quedaban algunas fichas que mi hija podía hacer sola y efectivamente, sí pude preparar las lubinas con patatas. Cuando aun estaban crudas pero ya puestas en las fuentes, mi hijo vino a la cocina, las miró y dijo maravillado "qué buena pintaaaa". Es absolutamente fan, le gusta hasta como huelen cuando están sin hacer.
Después, ya en la comida, todos apuramos bastante rápido la crema de calabacin porque el plato estrella era la lubina y más hoy, porque finalmente accedí a la petición de mi hijo de tomar una entera. He de decir que estaba  muy buena pero que las patatas estaban de morirse. Con decir que el trozo de su lubina que no comió mi hija nos lo repartimos entre mi hijo y yo pero que mi marido repitió sólo patatas. Riquísimo todo, la verdad. Uno de los placeres del confinamiento, comer lo mejor que podemos, aunque lo tenga que cocinar yo. Y mi hija, de nuevo comió bien y razonablemente rápido así que seguimos con la tendencia a mejorar algo que me molestaba bastante, lo mal que comía. Además a mí me gusta mucho comer, disfruto con la comida y me da pena que ella no lo haga siempre.
Por la tarde, como primera medida me tumbo a dormir, que con el sueño de después de comer no soy nadie. Cuando me despierto me llegan los primeros comentarios por móvil del tema de la tarde: la salida de los niños. Resulta que la ministra portavoz ha dicho que los niños saldrán a acompañar a los adultos a la compra, a la farmacia y al banco. Un total despropósito. Porque si resulta que yo voy a la compra una vez a la semana y es un auténtico suplicio ¿qué me estás diciendo ahora, que encima me tengo que llevar a mis hijos? vamoooos. Así que no, que nos quedamos como estábamos. Y me alegro de no haberles dicho nada, porque vamos con la tontería... Las redes sociales arden con las protestas de padres, educadores y de más familia y a última hora de la tarde el ministro de Sanidad da una rueda de prensa y dice claramente que los niños saldrán a pasear. BIEN. Entonces hablo con mi marido y le digo que ahora sí podríamos decir algo a los niños, entre otras cosas porque esta mañana la profe le dijo a mi hija que iban a salir y me temo que mañana que es mi hijo el que tiene vídeo llamada, podría enterarse también. Así que todos contentos llamamos a mis hijos a la cocina (bueno mi hija ya estaba allí cenando) y se lo decimos. Mi hijo dice que vale y se va a ver la tele. Mi hija dice que bien, sin entusiasmo alguno. No sé si les parece poco o que ya están tan acostumbrados que ni siquiera lo ven como una necesidad. La primera semana habrían bajado hasta a sacar la basura... Pero bueno, cuando mi hijo estaba cenando ya me preguntó si mañana podría salir a pasear. Creo que una vez asimilada la idea, ya le va gustando más. Ahora nos falta conocer los detalles.
Cuando los niños ya están acostados, cenamos nosotros viendo en la tele la serie de la cuarentena. Parece que vivimos en bucle pero es que la verdad es que es cortita y fácil de seguir. Y te ríes.
Después de recoger me vengo a la habitación a escribir y en el pasillo me llama mi hijo. Ya se había dormido pero sin saber por qué se ha despertado de golpe. Me siento en su cama y mientras hablamos en la oscuridad le acaricio el pelo y la frente. El movimiento de mis dedos sobre su piel inmediatamente me trae un recuerdo que parece lejano y lo comparto con él. Le cuento que cuando era bebé o muy pequeño, cuando no se podía dormir yo le acariciaba así la frente y la cara para que se relajase y se quedase dormido. Le encanta que le cuente cosas así y por un momento me parece el mismo niño. Aunque lo cierto es que se está haciendo mayor. 
Estoy cansada, ha sido un día un poco agitado. Pero de nuevo pienso que las novedades nos darán "aire": la vídeo llamada y los paseos, pero también que mañana sea miércoles, la mitad de la semana de cole.

martes, 21 de abril de 2020

Diario de una cuarentena. Día 39

Lunes. Vuelta al cole. Vuelta al trabajo. Vuelta al súper. Vuelta a la rutina.
Demasiados frentes para un solo día ¿no? Eso pensé esta mañana pero también pensé que hay que tomarse las cosas como vienen, no hay más.
Al levantarme, lo primero que noté fue un dolor de cabeza brutal, de estos que pienso que me va a acompañar todo el día. Pero por suerte no fue así.
Me ducho y desayuno. Normalmente si me duele la cabeza al levantarme, espero a tomarme un café, porque muchas veces sólo eso me lo quita; pero hoy no, pasé del café y del paracetamol y me tiré en plancha al ibuprofeno. Hay dolores de cabeza que no los tumbas con cualquier cosa y con el día que se me presentaba hoy, no podía estar a medio gas.
Mi hija se levanto más temprano de lo que es habitual en ella y después de desayunar, vestirse, lavarse los dientes... mi hijo aun no se había levantado. Eso sí que es raro.
De pronto apareció en la entrada, totalmente vestido y con el vaso de agua que yo le había llevado la noche anterior en la mano. Como un señor, nos saluda y dice "hoy me he levantado de buen humor" y a continuación "vete a mirar cómo he dejado mi habitación". Todo estaba recogido, la cama hecha, todo listo para cuando tuviese que empezar. Eso sí, había un olor raro y abrí la ventana para ventilar. Cuando un rato después cerré la ventana, el olor no se había ido y poco tuve que investigar para detectar que los culpables eran unos calcetines de huellas que rápidamente llevé a lavar.
Cuando mi hijo estuvo listo, los dos hicieron juntos los buenos días y les expliqué un trabajo que les proponen desde el cole para esta semana: tienen que hacer un dibujo dando las gracias a algún colectivo de los que están trabajando ahora para todos y sus dibujos se los harán llegar a personas reales de ese colectivo indicando su nombre y su edad. Les dije que era muy importante porque esas personas se iban a alegrar de verdad al recibirlos. Mi hija dijo que ella se lo iba a hacer a la policía local porque este año los visitaron y ella quedó impactada; me dijo que son muy importantes. Y mi hijo me dijo que el suyo quería que fuese para los médicos y que se lo mandasen a mi hermana al hospital. Me encantó que pensase en ella, pero le aclaré que no podía ser, que el cole enviaría su dibujo a un hospital de Coruña.
Cuando se pusieron a trabajar ya separados, intenté que mi hija hiciese primero las asignaturas en las que tenía que trabajar en el ordenador o en las que yo tenía que plantearle problemas de forma oral. Así después me podría ir al súper y ella podía hacer fichas.
Me salió genial y acabó en seguida las primeras asignaturas así que me dispuse a prepararme. Ya es como un ritual, ponerme ropa que luego echaré a lavar, peinarme con coleta, coger la mascarilla, las bolsas, un último repaso a la lista de la compra... uff. Nunca me ha gustado hacer la compra pero ahora le tengo una manía que no puedo... En el último momento me acuerdo de coger una moneda para el carro. Creo que lo tengo todo. Al bajar al garaje, la sensación de estar haciendo algo clandestino y al subir al coche la sensación de que no voy a saber conducir. Pongo la radio y me resulta agradable escuchar a los locutores de siempre, como si siguiesen ahí guardándonos el sitio hasta que salgamos.
Llego al supermercado, aparco, me pongo la mascarilla...me he olvidado los móviles, el personal y el de trabajo. Para que luego digan que ya no podemos vivir sin móvil. Bueno, pues está claro que ahora no voy a volver por eso.
Esta vez hay poca cola, sólo una persona delante que entra en seguida. También a mí me toca el turno rápido. Esta vez tengo que coger muchísimas cosas así que cuando me acuerdo de un par de cosas que no llevaba apuntadas ni me preocupo, en medio de tanto, algo más no importa. Tengo que parar en la pescadería porque mi hijo como no le lleve lubinas... Lo dejo para el final pero las hay y esta vez cojo cantidad, para que no proteste. En la frutería un chico coge fruta pegado a mí. No lleva mascarilla y me pone nerviosa. Me estoy poniendo paranoica. Cuando después lo veo a mi lado en la pescadería me entra manía persecutoria. Una vez más la compra es eterna y cuando voy hacia las cajas por fin, sólo me falta bailar. El señor que estaba delante no sé por qué piensa que se ha puesto ahí cuando estaba yo y me cede el sitio; yo insisto en que llegué después pero todo sonriente insiste en que pase. Es agradable encontrar gente como antes, yo también le sonrío pero no sé si lo nota o me ve con la pinta de atracadora pirada que yo me veo al llegar al coche. El proceso de descargar todo en la caja para volverlo a cargar y luego al coche... es eterno. 
La buena noticia es que llego a casa y aun es una buena hora para hacer la comida que yo quería, cintas a la carbonara. Una vez que guardamos todo y me cambio de ropa, me pongo a hacerlas. En una primera idea, como a mi hija no le gustan, pienso en separarle pasta y hacérsela con tomate y salchichas; pero no me gusta nada hacer eso y además hace mucho que no hago cintas. Como está comiendo mejor, si intento que las pruebe de nuevo... Además le voy a vender la moto, voy a su habitación y le cuento lo que voy a hacer, pasta con nata, que a ella le encanta que se la echa a las cremas de verduras; le digo que le va a gustar y además si se lo come todo le daré el huevo kinder que queda. Acepta el trato encantada.
Cuando nos sentamos a comer mi hijo está feliz y dice constantemente que le eche más y mi hija está al menos motivada. Se pone a comer y le gusta mucho. Mi hijo protesta por el premio y le explico que hoy y mañana voy a preparar dos comidas que le encantan a él, que gracias a que su hermana no quiere ni probar los flanes él tiene dos y que ya está. Al final todos acabamos de comer encantados, porque la verdad es que es un plato que nos gusta a todos y, por qué no decirlo, me sale muy bien.
Por la tarde "picamos" a mi hijo porque dijo que a las cuatro se ponía a hacer una asignatura que había dejado por la mañana. Pretendía que yo le ayudase sin ni siquiera intentarlo él primero y le dije que yo no estaba en ese momento para nada que no fuese tumbarme en el sofá. Dormí una media hora pero desperté con esa sensación de no saber si es lunes, fin de semana, si has comido o es de noche. Mis hijos estaban teniendo una tarde de lo más civilizada y el hecho de haberme dejado dormir la siesta hizo que los viese como los niños más maravillosos del planeta. Efectivamente, mi hijo había acabado la tarea solo y se pusieron a jugar en el salón. A pesar del ruido yo me puse allí también a hacer algo de trabajo. Cuando merendamos, coincidió que mi marido paraba de trabajar y ya se unió a la fiesta. En cuanto acabaron de merendar, se pusieron con la consola, porque para ellos tener un buen día siempre se traduce en poder jugar. 
A las ocho aplaudimos preguntándonos una vez más si todos esos motoristas que pasan pitando serán de Glovo. Hace frío y antes de cerrar de nuevo la ventana compruebo sin querer que Estrella Galicia sigue ahí, trabajando con su símbolo dando vueltas.
Aprovecho el momento en calma pre baños para enviar las fichas que ha hecho hoy mi hija. Hemos avanzado un poco y han hecho una carpeta para los trabajos en el Drive. Después imprimo las cosas para mañana. A las doce tendrá de nuevo vídeo llamada, esta vez de tan solo ocho niños. A ver cómo va.
Cuando acabo mi parte de profe, veo que mi hijo y mi marido juegan a las cartas, así que me llevo a la niña para que empiece a desnudarse para el baño. Después me meto con las cenas y la comida de mañana y acabamos cenando a la vez que mi hijo. 
Los dos se han dormido relativamente rápido y es algo que agradezco, que cuando se meten en la cama, sea el final del día y empiece mi rato de pensar, de escribir y de quedarme frita en el sofá.
Creo que mañana sabremos algo más de lo de la salida de los niños a la calle. Yo sigo sin decirles nada pero ya empiezo a ilusionarme, como mínimo será una novedad en nuestra rutina y a estas alturas, la verdad es que se agradece.

domingo, 19 de abril de 2020

Diario de una cuarentena. Día 38

Hoy me levanté tarde pero un poco mal, con dolor de cabeza. No sé si me sentaron mal tantas horas, acostarme tarde ayer o incluso el vino de la cena. Me miré en el espejo y el pelo, que el día anterior tenía de peluquería, estaba ahora espantoso, revuelto y medio enmarañado. Me lo cepillé un poco antes de ir a darle los buenos días a los niños.
La verdad es que es maravilloso levantarme y que mis hijos hayan desayunado. Es algo que estuvimos hablando precisamente en la comida para que mi hijo no piense que no se lo valoramos. Él dice que le encanta hacerlo, y no lo dudo, pero eso no quita que a nosotros nos de la vida este descanso los fines de semana.
Y aunque levantándome tarde la mañana dure poco, lo cierto es que no tengo un recuerdo claro de a qué me dediqué. Sé que hice la comida y que justo antes de eso, estuve limpiando a fondo un rincón del salón que queda detrás de una columna y tiene una estantería con libros. Pero no recuerdo nada más. Quizá no hice nada más, como digo la mañana fue corta y además la actividad discurre a velocidad de cuarentena.
En la comida, como es habitual, sonrisas y lágrimas: mi hijo feliz por comer garbanzos con espinacas y huevo y mi hija preguntando si lo que no se coma, le queda para la cena. Al final nunca se lo hacemos, pero es una amenaza que le "anima" a comer.
Después, ya empiezo a pensar en la compra del lunes. Apunto cosas, miro la nevera... siempre vengo cargada y aun así nunca llega un día que tenga que traer una cantidad más pequeña. Pero es que entre la leche, la fruta y los yogures ya poco importan el resto de las cosas, ya tengo el carro lleno.
Y con la compra, pienso en una nueva semana de clases y trabajo y no me apetece nada, necesito unas vacaciones.
Recuerdo que mañana es 20 de abril y me pongo a hacer los resúmenes trimestrales para Hacienda de este año. Son los últimos que presento, porque en enero todavía estaba como autónoma y estos documentos corresponden al primer trimestre. Me da cierta melancolía pensar en que dejé de ser autónoma, jefa de mi trabajo y mi tiempo, pero de no haber surgido lo de la pandemia, el cambio habría ido a mejor.
Sorprendentemente, para una tarde que intento hacer algo importante en el ordenador de mi habitación, mis hijos se ponen a jugar en la puerta, pegando tiros a la pelota en el pasillo. Les propongo que cierren la puerta y aceptan encantados. 
Como no tuve actividad alguna, los documentos los relleno en seguida y me saco de encima el trámite.
Entonces recuerdo que le había dicho a mi hijo que iba a hacer flanes y me pongo con ello. Automáticamente a todos les da la urgencia de venir a merendar a la cocina y yo digo que no, que esperen que no tardo tanto. Entonces mi hijo y mi marido se ponen a jugar a las palas de la playa en la entrada (con pelota blandita). Lo que hace el confinamiento, se le ocurre a mi hijo hacer dos meses preguntar si podía jugar a las palas en casa y le habríamos dicho de todo.
Y hablando de los niños, la última noticia es que el día 27 podrían empezar a salir de casa. Como aún no se saben los detalles, no hemos querido decirles nada. Por un lado, tal y como está la situación, no vamos a decirles que salen y que por lo que sea al final no pase, pero es que además mis hijos hacen miles de preguntas. Así que primero nos tendremos que informar bien y darles después una rueda de prensa a la altura de sus inquietudes. Precisamente viendo una rueda de prensa, preguntaron al ministro de Sanidad por la franja de edad de los niños que se va a permitir salir. Es algo que ni me había planteado, pero a ver si afinan, porque no me imagino la situación en familias en que un hijo puede salir y otro no. Y yo solo espero que podamos salir los dos con los niños porque yo no me lo quiero perder, pero tampoco quiero que se lo pierda mi marido.
A ratos seguí dándole vueltas a la compra y acabé haciendo un menú de la semana para comprobar si olvidaba algo. Qué ganas tengo de dejar de comprar así. 
Por el medio me llega un vídeo de una sanitaria que es recibida con aplausos por sus vecinos cuando llega de trabajar. Me emociono, me emociona hasta las lágrimas la gente que expresa esto y la que lo está sufriendo. Y cuando acaba el vídeo me cuesta un poco volver a estar normal. Y es que esta situación es frágil. Somos frágiles. Estás bien, te sientes a gusto, tu familia está bien... pero en cualquier momento podrías ponerte a llorar desconsoladamente. Por eso no damos rienda suelta a todo lo que sentimos o a todo lo que se nos pasa por la cabeza, porque sería imparable. Y porque esta es una carrera de fondo y hay que seguir, no queda otra. Yo me repito sin cesar que somos unos privilegiados y que estamos bien pero eso no consigue que a veces... no sé, somos humanos y la incertidumbre es mucha. Creo que en esto también ayuda tener hijos, llevas puesto el estar bien, dar ejemplo y ocuparte de que los demás estén bien. Pero a veces no sabes de dónde se nutre tu energía y tu fuerza.
Sigo sintiendo que me sienta bien leer y escuchar a otra gente. En la cena vimos "Lo de Évole" y era muy reconfortante oír a un experto en economía hablar de forma clara de lo que hay que hacer para salir de esta ¡bien, hay gente que tiene ideas y soluciones! Y después también vimos a Joaquín Sabina, muy sabio y muy divertido a pesar de sus propios achaques. Ahora que ves a todo el mundo a través de una pantalla, sientes más cercana a la gente que en la televisión también te habla desde su móvil o su ordenador, parece que la situación nos iguala. Poco glamour, eso sí, todos más o menos peinados, más o menos guapos y en zapatillas seguro, por no hablar de lo que llevarán de cintura para abajo. Todos somos lo mismo ahora, gente en su casa.
Y para acabar el día, como ya es habitual los domingos, imprimo las tareas de la semana de mi hija y le echo un ojo a las de mi hijo. Vale, no tienen un mal día, me podré ir al súper tranquila. A ver si yo también tengo un buen día y empezamos contentos la semana.

Diario de una cuarentena. Día 37

Hoy me desperté casi a las once. Benditos fines de semana y benditos niños que se levantan sin hacer ruido y cierran las puertas.
Casi lo primero que recordé es que ayer había hablado con unas amigas del piso de Lugo de quedar hoy a las doce para tomar un vermut. Así que les avisé de que me acababa de levantar y no estaba yo para tomarme nada a las doce. 
Voy al salón a darle los buenos días a mis hijos y en unos minutos me pongo a desayunar.
Pienso que debería teñirme el pelo, ayer vi a mi hermana mayor que se lo había hecho y me animó...pero me da una pereza terrible.
A pesar del aviso me suena el móvil y era la llamada en grupo de mis amigas. Les cuelgo la llamada y les digo que si mejor lo cambiamos para el domingo, que me voy a teñir el pelo. Decir que vas a hacer algo también es una estrategia para obligarte a hacerlo.
Así que acabo tranquilamente de desayunar y cuando llega mi marido le enseño en el móvil un vídeo que me ha encantado: Rita Maestre ofreciendo todo su apoyo al alcalde de Madrid y dando una lección magistral de lo que debe ser la política. Con el espectáculo de ataques y odio en el que se ha convertido el Congreso de los Diputados, ver algo así me reconforta de verdad.
Me voy al baño a lavarme los dientes y todavía sin ganas, cojo el tinte y me pongo en el móvil un par de tutoriales para animarme. Funciona y en unos minutos me estoy poniendo una bolsa de basura como parte de arriba para no mancharme. Yo esto ya lo hice un par de veces así que esta vez me voy a esforzar por no cometer algún error que sí tuve en las otras ocasiones. El proceso es un poco rollo y te hace valorar más a las peluqueras. Es algo que si tienes que hacer, lo haces, pero que si puedes pagar, mejor dejárselo a las profesionales. Mis hijos se quedan con los ojos abiertos cuando me ven porque, claro, el aspecto que tienes cuando te estás tiñendo y la mezcla se empieza a oscurecer en tu cabeza y pinta el contorno de tu frente... es pa´ verlo.
En un momento la conversación de mis hijos, que juegan en la habitación de al lado, alude al olor de mi tinte:
- Huele a desesperación
- Ya, es mamá tiñéndose el pelo
Cuando termino y me tengo que quedar unos minutos esperando a que el producto haga su efecto, veo que mi marido ha recolectado varios juguetes pequeños que se habían roto y se ha puesto a pegarlos y repararlos. Advierte a los niños de la gravedad de los pacientes y de que el que no se recupere de esta, irá a la basura. Para muchos, será su última oportunidad. Yo no doy un duro por Honey, que tiene una cabeza muy grande para ese cuellito, pero mi hija no quiere deshacerse de ella aunque se quede decapitada por el resto de su vida.
Cuando me aclaro el pelo y me lo seco, el resultado me encanta. Parezco otra persona, porque sin canas me saco años de encima y porque me ha quedado algo oscuro. Pero no me importa, porque en unos días con los lavados se aclara y además el color es muy bonito y ha quedado muy uniforme. Me pongo a enviar fotos del antes y después a mis hermanas y amigas. Varias han tenido que teñirse y otras lo tendrán que hacer en breve (es lo que tiene la edad) así que las aportaciones de marca, trucos, etc. son bienvenidas.
Mis hijos vienen a verme y se quedan sorprendidos con el resultado, sobre todo pensando en cómo me vieron antes. Mi hija abre la boca y dice "¡qué guaaapa!" y según mi hijo, parece que voy a salir a comer fuera.
Me visto y con la hora que es ya no me planteo hacer crema de zanahoria, así que arroz, hamburguesas y para que no sea tan soso, descongelo lo último que queda de mi salsa de tomate que según mi hijo sabe a pizza.
Comemos y por la tarde guasapeo un poco con una amiga. Le cuento también lo del pelo (es que estoy muy contenta), hablamos de lo que estamos haciendo y me acaba recomendando un producto para sacar esa mancha negra que queda en las juntas de los azulejos y que no sacas ni frotando, ja, ja, ja, ella dice que ya se está haciendo adicta. Le enseño también mis uñas azules (sólo en una mano) y las dos nos reímos de las cosas que haces cuando estás sola o cuando no te va a ver nadie.
Después me voy a tumbar con mis hijos en la tele y ¡oh, sorpresa! me duermo una siestecilla. Al despertar busco a mi marido y lo encuentro viendo una cosa muy chula en el ordenador: el País Semanal ha reunido a cinco políticos de ideologías diferentes a hablar de cultura: de la música que escuchan, los libros que leen, las series que siguen... y no sólo resulta de lo más interesante sino que sobre todo da gusto el tono, el buen rollo y que gente de lados opuestos pueda tener muchas cosas en común. Me uno a él para verlo porque dura unos 45 min pero paramos algunas veces, para aplaudir y para decirle a los niños que no griten. Y es que al final no es tan difícil si ves a la gente como personas y no como enemigos, si vemos lo que tenemos en común y no lo que nos separa y sobre todo si hay tolerancia y respeto a todos y todo. En fin, que da muy buen rollo y comparto el enlace:
Y después los baños y las cenas se prolongaron más de lo que a mí me hubiese gustado...pero es que les dio por estrenar un juego nuevo de la consola y claro, cuando le van  cogiendo el truco no quieren parar. Después hubo drama porque no les dejé hacer "una fiesta de pijamas" pero con unas cosas y otras acabamos cenando con mi hijo, que es algo que le encanta y encima se quedó con mi marido viendo un partido de España del mundial que ganamos.
Ha sido un buen día. Me siento bien, reconfortada, descansada y con esperanza renovada.

sábado, 18 de abril de 2020

Diario de una cuarentena. Día 36

Esta mañana me he levantado enfadada, por todo y con todo. Y cuando estás enfadada las cosas no te salen bien, porque crees que todo se cruza y todo está en tu contra.
No me apetecía levantarme, ni trabajar, ni las clases, ni nada. Pero como no tenía escapatoria, pues estaba enfadada.
Y encima mi hijo apareció en la cocina cuando empezaba a desayunar. Y a medio desayuno me pongo a hacerle el suyo. Y llega mi marido, se echa café en una taza sin darse cuenta de que yo le había echado ya parte del café que quedaba en otra taza. Y al darse cuenta del despiste suelta el consabido "como no me avisas...". Y me enfadé, más. Y le contesté que no pasaba nada porque vaya despistado o dormido y que no vea una taza, pero que desde luego no es culpa mía, porque yo no tengo que estar pendiente de todo lo que hacen y avisar de todo. Es que eso es lo malo de ocuparse de todo, que se acostumbran y te echan en cara si un día no te ocupas de algo. Y no quise montar el pollo porque estaba mi hijo, pero por la cara que puso, algo de más grité.
Y yo que sólo tenía en mente, acabar de desayunar e irme a trabajar rápido antes de que mi hija se despertase, oigo "mamaaaaaa" y sí, mi hija se despertó una hora antes de lo normal. Nada, no pasa nada, "no lo hacen a propósito" me digo yo para no enfadarme. Y le doy un beso, le hago el desayuno y todo el lote completo. Pero mi hija va leeenta y yo quiero enviar un correo de un tema que preparé ayer y que tenía prisa. Y me siento a enviarlo pero mi hija quiere que la peine. Me levanto. Quiere un chicho atrás. Pero se toca el pelo, pone las manos en la cabeza. Y se estira, se frota los ojos, se vuelve a estirar, "cariño, estate quieta que así no te puedo peinar" y ella venga a repetir todos los movimientos, estiramientos.... y ya... "¡pues te pones una diadema y me voy a trabajar!".
Mi marido sale al rescate y los niños van a esperar a que yo mande el correo. Bueno, en realidad le dije a mi hijo que fuese haciendo cosas, que él puede trabajar solo y a mi hija que me esperase jugando en la habitación. Pero no. Porque mi hijo decide que va a hacer educación física con su hermana y por algún motivo que desconozco, acaba siendo una competición y se enfadan. Mi hijo protesta, mi hija llora a grito pelado y yo intento calmarlos porque mi marido está en la habitación de al lado hablando por teléfono (de trabajo). Pero la advertencia no sólo no los apacigua sino que mi hija grita como si la estuviesen matando y mi hijo directamente entra en la habitación donde está su padre.
Claro, yo que ya estaba estupenda, llevo a mi hija a su habitación, le grito y me voy y ella cada vez grita más y más. Cuando mi marido acaba la llamada y sale yo ya no puedo más y le digo a mi hija que no pienso darle clase. Y decido que mejor paso de todo, que no puedo más y que me niego a seguir así. Que se acabaron las clases y que yo ya no voy a pasar más por esto.
Y directamente me pongo a hacer la comida, por lo menos el tiempo que me tomo lo aprovecho.
Por suerte me calmo rápido, incluso de un calentón así y paso a acompañar a mi hija con las fichas que estaba haciendo. Le pongo una canción en gallego y como después tenía que copiarla y hacer un dibujo y le lleva un ratito, ella se tranquiliza totalmente y yo también.
Cuando llega el descanso me tomo un café con mi marido, le comento unas cosas de trabajo y cuando vuelve a trabajar me doy cuenta de lo bien que sienta hablar con un adulto de cosas de adultos. Tenemos suerte de pasar juntos esto.
Y el resto de la mañana ya va rápido y acabamos las clases bastante antes de comer. Eso sí, a mi hijo todavía le queda empezar por la tarde la exposición oral que tiene que presentar hoy.
Durante la comida mi hija vuelve a comer bastante bien. Creo que de las cosas más positivas que está aportando esta cuarentena es esa, que está mejorando algo en la manera de comer. De postre disfrutamos todos de las pipas ¡qué vicio y qué ricas están!
Y acabamos a una buena hora así que yo imagino que mi marido y mi hijo van a aprovechar para preparar la expresión oral pero mi marido dice que tiene que descansar unos minutos. Como descansar se traduce en coger un sofá para tumbarse, yo ya no tengo sitio para tumbarme y me voy a mi habitación a ver cosas en el portátil. Encuentro un hilo en twitter de vídeos de Ana Milán que me alegran la tarde ¡lo que me reí! Y me alegro un montón y agradezco estas cosas que me aporta la pandemia esta.
Mi marido sigue "descansando" y mis hijos se van del salón para no despertarlo.
Y al final lo de la expresión oral comienza como a las seis. Sorprendentemente, a eso de las siete estoy yo grabando a mi hijo haciendo su exposición con el iPad. El tío tiene tanta capacidad que le sale bien pero claro, ahora está feliz al habérselo sacado de encima tan rápido y no era eso lo que yo quería que aprendiese.
Da igual, es viernes y ya estamos de fin de semana. Mientras mi marido y mi hijo estuvieron con la tarea pendiente, mi hija y yo jugamos a un juego de mímica y describir objetos que le encanta y la verdad es que está genial poder dedicarle un rato y a ella sola, porque me lo había pedido varios días y no pude acompañarla. Y es que esta mañana estuvo insoportable, pero es que a veces no llega ni con que pasemos las 24 h pegados y hay que hacerle caso de verdad.
Después de aplaudir, un poquito de jugar a la consola, que bastante requisada la tuvieron esta semana. 
Y a mí me dio por ver un vídeo de Iker Jiménez que me dejó helada y me dio mucho que pensar. El 20 de febrero un experto en su programa avisaba de lo que podía traer el Coronavirus y le llovieron las críticas por alarmistas. Visto hoy, el hombre tocaba todos los puntos claves: los respiradores, las UCIs, enseñar a toser, a lavarse las manos... Y yo que durante mucho tiempo sólo quise estar tranquila y saber lo justo para sobrevivir... de momento me cambió la perspectiva. Ahora no siento que me alarme ni que me altere, pero sí quiero información. Quiero ser plenamente consciente del momento que estamos viviendo, del problema real al que nos enfrentamos, no quiero escapar de nada ni cerrar los ojos...y de repente recuerdo un cómic que leí de pequeña y que me había inquietado mucho. Cuando yo era pequeña, el miedo más real que había era a una guerra nuclear. Parecía que en cualquier momento rusos y americanos se podían enfadar y empezar a mandarse misiles. Pues ese cómic planteaba una guerra nuclear y había un matrimonio que se metía en un refugio para sobrevivir. El encierro en aquel búnker era penoso pero un buen día salían y parecía que todo había pasado, que el mundo ya estaba bien. En unos días se les empezaba a caer el pelo, les aparecían manchas en la piel...porque la radiación no se percibe, pero está ahí.
Pues el recuerdo de ese encierro nuclear me viene a veces y yo no quiero salir del búnker feliz pensando que todo ha pasado, quiero salir sabiendo qué está pasando y sintiéndome segura cuando lo haga.

jueves, 16 de abril de 2020

Diario de una cuarentena. Día 35

Hoy ha sido el día de las vídeo llamadas. Mis hijos han conectado con toda su clase y todos sus profes. Nos lo habían anunciado hace días y teníamos muchas dudas de cómo sería pero por fin el día ha llegado. Y de hecho ahora me siento como si fuera viernes y ya hubiésemos completado la semana con esto. Bueno, un día más.
A mí me parecía una locura eso de juntarlos a todos pero cuando fue la reunión de mi hijo cambié de opinión. Creo que fue buena idea. Los profes súper cariñosos, dándoles ánimos, diciendo que lo de las tareas era lo de menos, que lo importante era estar bien, que les preguntasen lo que quisiesen... me gustó especialmente un profe que les dijo que ellos también son héroes, superhéroes. No sé si están muy acostumbrados a que los profesores les hablen así y aunque todos demos por hecho que los niños están teniendo un papel importante en este confinamiento, me encantó que se lo dijesen. Y a todo esto yo lo oía todo detrás de la puerta, porque mi hijo me echó de la habitación en cuanto se conectó. La profe les dio la oportunidad de hablar uno a uno y que cada uno contase lo que quisiese. Mi hijo dijo "a mí la cuarentena me va bien, porque tengo privilegios, como ver la tele en el desayuno y empiezo el cole cuando yo quiero". Más claro imposible. Me sorprendió lo bien que hablaban los niños, parecían mayores. Yo he oído a algunos de sus compañeros antes y no hablan así, es como si delante de padres y madres se hiciesen más los niños y en el cole se centrasen. Fue gracioso oírlos contar su percepción de su día a día y gratificante, porque todos parecían estar bien.
Antes de que mi hijo terminase, empezó la vídeo llamada de la clase de mi hija y eso sí que fue el caos. Se iban conectando y se oían a la vez niños y padres, profes... y la profe no tenía la capacidad organizativa de la tutora de mi hijo, que les iba dando turnos y en ocasiones se perdía y no sabía ni quién le hablaba. Los tres años de diferencia entre mis hijos se notan mucho, como cuando vas a sus funciones del festival de Navidad.
A pesar de todo, creo que en los dos casos fue una buena experiencia para ellos. Ver a sus compañeros y sus profes y poder contar cómo se encuentran aunque fuese un ratito... Y a partir de ahora las siguientes vídeo llamadas serán en grupos más reducidos, así que imagino que irán mejor.
Cuando acabaron ya me tuve que poner con la comida porque además ayer me olvidé de preparar el primero. Media mañana perdida.
Con todo este lío a mi hijo no le dio tiempo a acabar lo que tenía para esta mañana, pero tampoco le insistí porque para él lo de la reunión también era cole.
Durante la comida comentamos lo que habían hablado, qué tal les había ido... y mi marido y yo hablamos de el rumor de que vuelvan al colegio a principios de junio. Yo dije que a mí, llegados a este punto, me parece un error, por el riesgo de contagio y también por el lío de acostumbrarlos de nuevo a la rutina de cole para unas pocas semanas. Lo mejor es que al decirlo, mi hijo contestó "¡ah, no, yo al cole voy un día, saludo y punto!". Espero que de aquí a septiembre se haga a la idea...
Y por la tarde me tocaba trabajar, porque del Ayuntamiento me pidieron que revisase un presupuesto y que esperaban que yo diese mi opinión para poner en marcha la obra. Así que cuando es para algo así, me gusta contestar rápido. Tuve que trasladar mi oficina del salón a la cocina porque los niños se pusieron a hacer la actividad de educación física de mi hijo, un juego de la oca de ejercicios. Me saltó una lucecita y le dije a mi hija que eso contaba como su clase de educación física del martes. Y se quedó toda feliz, porque estaba preocupada porque el martes nos habíamos saltado educación física. Me gusta que sea responsable siendo tan pequeñita, pero tanto... a veces es cuadriculada.
Y ahí estuvieron los dos saltando y bailando en el salón mientras yo revisaba precios en la cocina. En un momento dado mi hijo me llamó para que yo también bailase, cómo me tiene de calada...
Y cuando íbamos a merendar, avisan del equipo de fútbol de que se va a hacer vídeo llamada de grupo. Y ahí va mi hijo otra vez a conectarse. Creo que los del equipo son estupendos, desde el gerente que siempre está enviando retos y acertijos por WhatsApp para los niños, como los entrenadores. Conectan con los niños a otro nivel de cómo lo hacen los profesores y en más de una ocasión les han dicho a los niños que pueden contar con ellos para todo. Ahora mi hijo tiene que grabar un vídeo para un reto del equipo, haciendo que otro le pasa un balón, le da unos toques y lo pasa al siguiente compañero. Siempre les proponen cosas así.
En el lado negativo (por decirlo de alguna manera) le noto que esta semana está dejando tareas para la tarde y antes no lo hacía. Y una expresión oral que tiene que entregar mañana ni siquiera la ha empezado, cuando tuvo dos semanas para prepararla. Me molesta cuando no se esfuerza y como la exposición la prepara con mi marido, la verdad es que también me molesta que mi marido no le exija más. Lo académico no me importa, pero sí que cumpla obligaciones, objetivos y sobre todo, que quiera hacer las cosas bien.
Pero bueno, mañana aun hay un día entero para hacer lo correcto, no hay que tirar la toalla. Además es viernes y para bien o para mal, todo acaba el viernes. Para mí es el mejor día de la semana, aunque yo lo acabe arrastrada.