miércoles, 15 de abril de 2020

Diario de una cuarentena. Día 33

Hoy han vuelto los niños al cole, al de casa, claro... como si hubiera otro...
Y no ha ido mal, teniendo en cuenta que venimos de unas vacaciones que a mí me han parecido larguísimas. Incluso teniendo en cuenta que mi hija se ha levantado tarde y no muy espabilada.
Pero luego se sienta, se centra y la verdad es que se esfuerza y hace las cosas muy bien. Yo ya no tengo claro si sigue viendo cosas que ya había visto en el cole o son nuevas, porque la veo bastante segura y yo prácticamente no tengo que enseñarle nada. Así que vivo el momento y disfruto y cuando los profes planteen algo diferente, ya veremos.
Mi hijo también se levantó bastante centrado, aunque lo hizo algo más temprano de lo que me hubiese gustado y coincidió conmigo en la cocina cuando yo estaba acabando el desayuno. Pero después tuve con él una agarrada gorda cuando me puse a ayudarle con un trabajo que empezó en Semana Santa y tiene que entregar antes del viernes. Como tenía una cosa mal y se la dije, empezó a protestar de mala manera echándome la culpa a mí y hablándome mal. Así que corté de raíz y le dije que no le consentía el trato y menos cuando le estaba ayudando. Y reconozco que me afectó y me sacó de quicio, pero es algo que no le quiero tolerar, que a mí me falte al respeto y que no se ponga así nunca con mi marido. Si se comporta con él que lo haga también conmigo. No quiero que lo tome como costumbre y que llegue a asumir que me puede hablar como quiera porque al fin y al cabo, voy a estar ahí igual. Y creo que es algo que todos hemos hecho alguna vez con nuestras madres y ahora veo horrible. Claro, lo veo desde el otro lado.
Así que me fui toda digna a poner una lavadora, cuando por la situación pegaba más dar un portazo, pero ni puedo salir de casa ni quiero que luego imiten esos gestos violentos. 
Y en cuanto mi hija estuvo lista, me puse con ella y me negué a volver a ayudar a mi hijo. No me gustaba nada estar así, pero repito que hay ciertas actitudes que no quiero dar como normales.
El caso es que lo del cole fue mejor de lo que pensaba y por el medio pude prestar atención a mi trabajo, a una llamada de mi jefa y a parte de la comida. Creo que una vez que me he relajado y he asumido que no me va a dar tiempo a todo, lo llevo mejor. Y además al final acabo haciendo más cosas de las que pensaba.
Cuando mis hijos acabaron todo o casi todo lo que tenían que hacer, acabé de preparar la comida. Hoy me hacía ilusión porque teníamos lubinas y además de que me apetecían mucho, sabía que a mi hijo le iba a encantar. Y así fue. Primero tomamos sopa y cuando serví la lubina y se la limpiamos, mi hijo estaba eufórico. No dejaba de decir lo rica que estaba "¡y las patatas también!" como si no pudiese creer tanta felicidad. Tuvimos que darle un poco más y del otro lado, su hermana, que le decía que si quería, ella le daba de la suya. No le dejamos y al final se comió todo, así que aunque no lo dijese, yo creo que también le gustó. Lo que tengo claro es que la próxima vez traigo más, porque la que puse nos supo a poco... bueno, menos a mi hija.
Por la tarde intenté echar la siesta en el salón aprovechando que mis hijos estaban viendo la tele, pero fue cerrar los ojos y empezaron a hablar (alto), a traer juguetes, apagaron la tele, encendieron la luz... y finalmente se pelearon a gritos. Toda una experiencia la siesta, vamos. 
Y yo otra vez enfadada me levanto y me voy toda digna... al baño de mi habitación, que es lo más lejos que puedo estar del salón. Me di un tiempo, escuché a mi hijo apaciguando a su hermana y diciéndole que se tenían que portar bien.... en fin.
Como no soy muy capaz de mantener un enfado y menos cuando mi hijo ya había cambiado de actitud, le eché una mano con lo que había dejado a medias por la mañana.
Además, para otra asignatura tenía que hacer una foto de algo que relacionase con su confinamiento y decidió hacerla de la ventana por la que salimos a aplaudir. También le animé a que hiciese varias y eligiese la mejor. Es curioso, pero cuando leí la tarea, yo también pensé en que le haría la foto a la ventana. Después estuvimos viendo juntos como subir la foto a la aplicación y comentamos las fotos de algunos de sus compañeros. Me fijé en que casi ningún niño había puesto el nombre a la foto tal y como había indicado su profesora... y es que no es sólo el mío el que pretende hacer las tareas sin atender a la explicación. Actúan como cuando estrenan un videojuego, simplemente juegan y ya van aprendiendo sobre la marcha. No es la primera vez que viene a decirme que no entiende qué tiene que hacer en algún ejercicio y ni siquiera se había leído el enunciado.
Y por la tarde de nuevo me puse con la bici y luego con los abdominales. Pero esta vez prácticamente no los empecé porque me dolían mucho y yo creo que no estoy yo para sufrir tanto. Eso sí, tumbada en la colchoneta descubrí un bicho en la pared. Me levanté, lo observé y lo dejé donde estaba. Porque me parecía muy plano como para ser capaz de cogerlo sin espachurrarlo contra la pared y también porque para una visita que tenemos...
Me pregunté por qué ahora tengo tiempo para vaciar el lavaplatos, tender la ropa y encima hacer bici y los primeros días se me iba la vida. Supongo que es la adaptación, el saber que no hay horarios y también que paso más de mis hijos, todo hay que decirlo. Sí, los primeros días tienes esta cosa de estar con ellos, de atenderlos, hacer cosas juntos... pero pasados los días creo que están bien y que muchas veces funcionan mucho mejor si les dejo resolver su vida solos. Ya saben que estamos juntos en esto, no hay necesidad de demostrarlo a cada minuto. Y, en cualquier caso, cuando necesitan algo, saben que no ando muy lejos.
Pero al final de la tarde ya estaban algo revueltos, sobre todo mi hija, así que no quise retrasar mucho lo de mandarla al baño.
Cuando aplaudimos llovía algo y aun así al acabar me quedé un rato con la ventana abierta. Olía a lluvia de verano y no hacía nada de frío, la verdad. A lo lejos vi de manera intermitente algún relámpago y avisé a mis hijos de que se acercaba una tormenta, pero la verdad es que nunca llegó. Me pareció que pasaban más coches de lo habitual en estos últimos días, pocos de todos modos, y pensé si no sería una hora en la que la gente vuelve de trabajar o va a la compra. Me inquieta que la gente se pueda relajar y tengamos al final que pasar más tiempo encerrados.
Al terminar de aplaudir mi hijo encendió la radio en el salón, como lo hacía su padre los últimos días y ahí se quedó disfrutando de algunas canciones de rock. Me hacía gracia oír a mi hija repitiendo "loco por incordiar" con Rosendo y mi hijo acabó bailando como un loco canciones que nosotros bailábamos cuando salíamos de copas en Lugo. Menuda herencia le ha tocado con estos padres.
Por suerte el tema baños y cenas salió más rodado que el resto de la tarde y hasta creo que se durmieron más rápido. Eso me da un respiro, un tiempo para ver algo en la tele mientras cenamos mi marido y yo solos, para escribir antes y para escuchar mis propios pensamientos o el silencio. Aunque ya estoy acostumbrada, mis días transcurren entre muchas preguntas, muchas peticiones, música, ruido y también comida, no porque esté comiendo mucho,  sino porque me da la impresión de que todo el tiempo estoy dando de comer a alguien. Y creo que al menos eso me ha ayudado a no comer de más, precisamente porque tengo la sensación de que siempre estoy cogiendo comida o pensando qué comemos, qué cenamos, qué hay que comprar...
Y aunque creo que la comida la estoy controlando, empiezo a pesar un poquito más. Y si me recojo el pelo, me veo vieja, por culpa de las dichosas canas. Así que voy a intentar no comer de más (creo que ya lo estaba haciendo), ser más constante con lo de moverme (claro, he dejado la coreo de "Living on a prayer") y que de este fin de semana no pase lo de teñirme el pelo.

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