viernes, 10 de abril de 2020

Diario de una cuarentena. Día 28

Hoy el día ha sido muy parecido a un festivo normal. De los de antes, digo.
Me he levantado yo hoy a la vez que los niños, como hacía antes del encierro. Y el día estaba malo, lluvioso, así que nos quedamos en casa. Todo encaja. 
Primero les he dado el desayuno a ellos. Así, aunque nos despertemos a la vez, después puedo desayunar sola, uno de los pequeños placeres de mi vida.
Mientras desayuno mi hijo ve la tele en el salón pero mi hija ha decidido escribir cartas. Como ayer le escribió una a mi marido por su cumple, dice que hoy también me escribe a mí. Escoge un papel y un sobre que me guste y se pone a escribir. Hace mil paseos de su mesa a la cocina: "¿haber es con h y con b?...¿hoy es con h?" Y cuando termina la decora con los rotus de purpurina, pegatinas, sellos... se le sale el amor por los poros.
Cuando acabo de desayunar me doy cuenta de que hoy puedo hacer algo de ejercicio y me pongo en la bici estática mientras mi marido...¿plancha? ¿desayuna? ni recuerdo lo que estaba haciendo en la cocina.
Hoy hemos quedado con los amigos de Pontevedra para hacer una llamada en grupo así que me voy a la ducha y me arreglo un poco. Después me visto en plan telediario, blusa mona pero leggins. Mi hijo se da cuenta en seguida y me pregunta por qué estoy guapa como cuando vamos a comer fuera. Le digo que he quedado con mis amigas.
Cuando nuestros amigos empiezan a mandar fotos para decir que están preparados, me doy cuenta de que lo de quedar para tomar el aperitivo era literal. Miro en nuestro mueble bar y descubro sorprendida que tenemos Martini rojo sin abrir. Creo que debió llegar en alguna cesta de Navidad cuando éramos demasiado jóvenes como para plantearnos beber eso. Lo saco y lo vuelvo a guardar cuando compruebo que no tenemos hielo. Pero me parece un puntazo para otra ocasión.
Nos conectamos y abrimos unas cervezas. Al principio es raro pero después es muy agradable tomarnos algo juntos. Casi no nos vemos y de no ser por el coronavirus, quizá no lo habríamos hecho ni por teléfono. Cuando voy a Pontevedra en Semana Santa son tan poquitos días que intento no quedar con nadie más que con mi familia. Y además a ellos les pasa lo mismo, tienen hermanos fuera a los que quieren ver.
Cuando colgamos ya llamamos a los niños para comer. Mi hijo nos echa en cara que estuvimos hablando mucho, como si fuera él el padre.
Estos días cuando acabamos de comer, mi hijo coge las pipas y ahí nos ponemos los cuatro como si las fuesen a prohibir. No sé de dónde hemos sacado esa tradición, pero es algo que no perdonamos.
Después, recogiendo la cocina, me llega un mensaje de una de mis hermanas que no puede abrir mi blog para leer este diario. Tengo un problema con la cuenta, me siento frente al ordenador y como no controlo nada de este tema, no sé muy bien qué hacer. Pero de entrada me doy cuenta por primera vez de que si el blog desaparece, me quedo sin todo lo que he escrito, así que me pongo a copiar todo el diario en un archivo de word. Ocupa 48 paginas. Y yo que siempre pienso que no sería capaz de escribir un libro...
Una vez solucionado lo del blog, me quedo tranquila y me voy al salón a dormir un ratito. Esta tradición de confinamiento la voy a echar de menos después.
Después de la siesta mis hijos nos invitan a una verbena que han organizado en la habitación de mi hija. Han puesto una guirnalda de un lado a otro y me entero que al colocarla mi hijo se ha subido a la cama y a la mesa. Lo primero que hay preparado es un simulador de vuelo espacial. Una vez más me quedo pasmada con el ingenio de mi hijo. Le ponen una careta de astronauta a mi marido que se sienta en una silla que es la nave. Mi hijo comienza a hablarle con voz de simulador y en el despegue le mueve la silla para que note las turbulencias. Al llegar le dice que admire las estrellas (unas luces que hay en la estantería) y la luna (una que hay en la cuna de un muñeco); también le indica la distancia al sol, que es la lámpara. Pasamos todos por el simulador de vuelo y luego hay verbena. Ponen música y se ponen a bailar "agarraos". Nos dicen a mi marido y a mí que hagamos lo mismo y ahí estamos los cuatro como en las fiestas del pueblo. Después hay bailes individuales y también cantan rap. Hay de tó.
Acabada la fiesta, me pongo a ver si acabo mi relato para el concurso, pero no hay manera. Creo que esa frase del final cuanto más la cambio peor queda. Y no sé si eliminarla. Me estoy volviendo loca, creo que no debería seguir dándole vueltas por mucho plazo que tenga, debería tomar una decisión y enviar el texto ya. Decido dejarlo y me encargo del baño de mi hija, que está un poco mimosa y necesita que la abrace un rato.
He enviado varias frases del texto a mis hermanas para ver si opinan. Pero opinamos distintas cosas y yo ya no sé qué hacer. Mi marido dice que le siga dando vueltas pero creo que eso es precisamente lo que no voy a hacer. La estoy estropeando de tanto pensarla. 
Así que mañana decido la última frase de mi relato y lo envío. Y ya está. Si el relato les gusta no creo que la última frase lo vaya a estropear todo. 
Prefiero sacármelo de encima ya. Sacabó.
Y mañana es festivo otra vez, pero a ver si hago algo de trabajo para compensar lo que no trabajaré después.

2 comentarios:

  1. Hola,por eso del final del relato...es normal, pasa muchas veces. A mí lo que me funciona es leerlo del tirón y escribir lo que me salga. Me suele funcionar, si no es a la primera, pues a la segunda, y si no...pues a la tercera.
    Me encanta leerte, que lo sepas.
    Besos y abrazos a la afición

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  2. Muchas gracias. Hoy contaré lo que hice con el relato

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