sábado, 11 de abril de 2020

Diario de una cuarentena. Día 29

Lo primero que quiero contar es que he liquidado el tema del relato. Ayer, al acabar de escribir el diario, con nocturnidad y nada de alevosía. Fue un "ahora o nunca", tenía que deshacerme de él de una vez. Así que abrí el Word por enésima vez, leí y releí las tres frases que había escrito ayer y ya no sabía cuál era peor... escribí una. Escribí el título, lo guardé en PDF, me inscribí en el concurso y lo envié ¡ya está! ayyy no, ya está, ya está. Sin vuelta atrás. Ahora ya no está en mis manos y sólo queda esperar que guste. Me dió una cosa en el estómago y también vergüenza, pero no lo pensé más, ya estaba hecho.
Esta mañana al levantarme lo recordé y era como recordar la típica cagada que hiciste ayer de copas. Pero da igual, me siento liberada de esa carga. Me di cuenta de que si seguía retocándolo iba a empeorarlo.
Lo más llamativo que me pasó esta mañana es que sonó el despertador. Cuando no tengo que madrugar, el despertador lo pongo a una hora a la que calculo que estaré levantada con toda seguridad, por eso me extrañó que sonara. Eran las once menos cuarto.
Fui a la cocina y mi hija estaba desayunando. Mi hijo estaba de pie, a su lado, totalmente vestido y sin que yo preguntase me informó de que él ya había desayunado y que "como niño responsable que soy" le había puesto el desayuno a su hermana. Es algo que está haciendo todos los días, hacerse el desayuno. Yo me temo que un día de estos se cargará la jarra de la leche, pero se siente tan orgulloso de lo independiente que es, que ya compraremos otra.
Así que con los niños emancipados y a semejantes horas, desayunamos mi marido y yo con esa tranquilidad que da el nada que hacer y el ningún sitio al que acudir. Con esta vida llegaríamos a los cien años.
El tiempo sigue siendo malísimo, con lluvia y algo de frío y me consuelo a lo tonto, pensando que de todos modos no habríamos tenido una buena Semana Santa. Y de pisar la playa ni hablamos.
Me llega una foto de unas torrijas de unos amigos y en el fondo me alegro de no saber hacerlas ni tener pan, porque con lo que me gustan, podría ponerme como una bola. Precisamente el tema de la comida creo que lo estamos llevando bien; no estamos comiendo más y los postres que he hecho eran como siempre, por celebrar algo. Bueno, el bizcocho de plátano fue por reciclar los plátanos pochos, pero al menos no lo hice por gula ni aburrimiento.
Y precisamente con la comida no me voy a complicar hoy. Hago un amago de fabada, con habichuelas en bote a las que añado caldo, un sofrito, chorizo y panceta. Tanto mi marido como yo hacemos ejercicio y nos duchamos antes de comer, así que la fabada tiene un tiempo para reposar y coger sabor. A mí que no me gusta cocinar, me parece que la comida ha conseguido estar más que aceptable en poco tiempo de preparación, así que por mí perfecto. Y el sabor es lo suficientemente suave como para que mi hija se coma todo el plato. Mi hijo es el que esta vez come peor, pero es porque quiere ver una película que están poniendo y sale pitando. Nosotros aun nos quedamos un rato largo en la cocina.
Y por la tarde llega el aburrimiento. Después de tantos días, me aburro. Me pregunta mi marido qué voy a hacer y ni lo sé. Tengo un aburrimiento de estos de disfrutarlo, de no sé qué hacer pero es que tampoco quiero hacer nada. Así que me tumbo en el sofá a hacer nada y a ver si me duermo. Como era previsible, me duermo un rato. Después los niños se acaban la tarta de chocolate y yo sigo en velocidad de crucero, mirando por la ventana, viendo la lluvia caer y gaviotas invadiendo la mediana de césped que hay delante de casa. En mi linea de aburrimiento, le propongo a mi hija pintarle las uñas. Es algo que cualquier otro día me daría una pereza infinita, pero hoy es el día. Cojo dos esmaltes, uno azul celeste que le dejó su madrina un día que vino a casa y otro rojo con el que yo me pinto las uñas de los pies en verano. Como no se decide por uno o por otro, quiere que le pinte una mano de cada color. El azul, además de ser claro, es algo acuoso, así que en algunas partes queda un poco transparente de más, "carne" según mi hija. La otra mano la pinto con el rojo y vuelvo a dar una capa azul a las primeras uñas ya secas. Como no tenía prisa me he tomado mi tiempo para pintar las uñas y ya puestos, comienzo a pintar las mías también. Jamás me pinto las uñas de las manos en casa, siempre en la peluquería cuando tengo alguna celebración o ceremonia. Y nunca me las habría pintado de este azul pero ahora me da igual. También para mí me doy una segunda capa y cuando están secas, me sorprende que me gustan más de lo que habría esperado. Menos mal que el tinte ya lo tengo y me lo compré en otro estado mental porque podría acabar la cuarentena pelirroja. 
Después de los aplausos de las ocho mi marido enciende la música en el salón, que suena muy bien. Yo subo el volumen de la radio y me pongo a bailar y a cantar "I love rock & roll". Mis hijos, que ya se habían ido, vienen atraidos como los ratoncitos de Hamelin y también bailan. Lo que les va la marcha... después se vuelven a desconectar (de mí) y quieren jugar a la consola. Pero ya es tarde y nos ponemos en plan "ni consola ni consolo" y que ya está bien de pantallas. Como es habitual protestan pero en nada están tan contentos en el pasillo muertos de risa con un globo. Siguen bastante alterados y más a última hora, más que los días con clase.
Yo ya empiezo a apuntar cosas en la lista de la compra, porque es posible que vaya el lunes y quiero acordarme de todo. Cada semana vamos calculando mejor y esta vez sí que tendremos que coger papel higiénico, pero será la primera vez que lo hagamos desde que estamos encerrados. Si a nosotros nos llegó la cantidad normal que teníamos en casa para un mes ¿cuánto tiempo pasará esa gente que hizo acopio sin comprar papel? Ahora se ve que lo que falta es la levadura...pero nosotros también tenemos.
Y aprovechando el día tranquilo voy haciendo la comida de mañana a la vez que las cenas. No es que tenga necesidad de adelantarla como los días que trabajo, pero prefiero tener la mañana para lo que me apetezca, aunque sea estar en pijama y no hacer nada.
Si he tenido que pasar casi un mes encerrada para tener una tarde de aburrimiento, esto confirma lo que yo decía siempre, que nunca me aburro.
A ver si mañana me tiño, pero de color castaño.

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