lunes, 13 de abril de 2020

Diario de una cuarentena. Día 31

Ya hemos pasado oficialmente nuestro primer mes de cuarentena. Aunque para ser fiel a la verdad, diré lo que les gusta decir a mis hijos, que ellos sí han pasado 31 días sin salir de casa.
Y con esta celebración en mente, toca hacer balance, toca hacer recuento de sentimientos e impresiones. Parece que el último día de colegio fue el curso pasado y hasta parece que fue en otra vida. Mis hijos preguntaban hoy por el final de las vacaciones de Semana Santa y por cuándo empieza el cole, pero ya entendemos todos que hablamos del cole en casa, como si el otro nunca hubiera existido. Y yo recuerdo esa última tarde que fui a buscarlos, un jueves, con impaciencia y algo de miedo, como si ya adivinase en los otros padres a posibles afectados de coronavirus. Ahora me daría pavor volver y lo haría con mascarilla puesta, cuando hace nada veía a alguien con mascarilla en el súper y me quedaba sorprendida de lo alarmista que puede llegar a ser la gente. Ahora no imagino salir a la calle sin ella. No sé cuánto tiempo pasará hasta que deje de ver a los demás como una amenaza. Nos imagino a todos cuando podamos salir ya, con algún tipo de distintivo que indique nuestro estado de salud y todos apartándonos de los peligrosos. Pero incluso esa situación me dejaría más tranquila que salir a la calle "a pelo" sin saber a quién te estás cruzando o quién se sienta a tu lado en el autobús. Ahora mismo lo último que me apetece es meterme en una cafetería o ir a un concierto.
Todo el mundo habla de esas fiestas y esas comidas que haremos cuando todo acabe y yo sólo veo en esa imagen a gente que incumple la distancia de seguridad. 
Supongo que estoy bastante paranoica, pero sé que cuando todo acabe se me pasará. Poco a poco...
Y mientras, hoy ha sido un día de preparación de lo que se nos viene encima: mañana vuelta al trabajo y yo vuelta al súper. Consulté cómo van los envíos online del supermercado al que suelo ir, pero el plazo de entrega es demasiado largo, creo que no nos compensaría morir de hambre por no salir. Así que, una semana más, me mentalizo, intento acabar la lista de la compra y cuando considero que ya no hay nada más que apuntar me pregunto si no habría sido mejor escribir simplemente "todo".
Me encantaría que alguien me dijera que los cuatro hemos pasado el coronavirus sin síntomas y que estamos inmunizados, porque entonces me limitaría a proteger a los demás cuando salgo, pero me sentiría a salvo yo.
Y la vuelta al trabajo trae nuevas incógnitas y nuevos miedos. Para mí es precipitado pero en mi empresa están encantados. El hecho de que mis compañeras carezcan de medidas de protección parece que sólo les preocupa a ellas y a mí. 
Unos amigos hablaban hoy en el grupo precisamente de la vuelta al trabajo y sigo notando distancias enormes. Cuando alguien habla de que "prefiere" ir a la oficina o que va sola por la calle y trabaja sola y puede hacerlo... me parece un error de concepto. Si caemos en lo que cada uno prefiere o considera que puede hacer, mal vamos. Si la sociedad en conjunto, los enfermos, los muertos y el sistema sanitario no son la prioridad, mal vamos. Y después hablan de lo mucho que vamos a cambiar... yo creo que algunos no.
Y sigo pensando en nosotros cuatro, en cómo nos ha afectado este mes y más allá de las ganas que tenemos todos de ver a la familia y a la gente que queremos, nos sentimos a gusto. Y creo que tengo mucha suerte con eso: el hecho de que me sienta mejor con mi familia cuanto más tiempo paso con ellos es un lujo. No me imagino cómo te puedes sentir si descubres que la cuarentena es un infierno porque no aguantas a tu marido o porque tus hijos te caen mal. A mí me pasa ahora lo mismo que en vacaciones: duermo más, estoy menos cansada y de mejor humor, la relación con mi marido es mejor y no quiero que los niños empiecen el cole porque los echaría de menos. Ahora sólo me faltaría encontrar la manera de prolongar este estado pero sin confinamiento.

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