martes, 14 de abril de 2020

Diario de una cuarentena. Día 32

Hoy ha sido nuestra vuelta a la rutina después de las vacaciones de Semana Santa. Nuestra, de los adultos, porque los niños aun estaban de vacaciones. Y ese escalonamiento en la vuelta a la actividad, que diría el gobierno, nos ha supuesto tomárnoslo con más calma.
Aunque he madrugado un montón comparado con las panzadas a dormir que nos estábamos pegando últimamente, no me ha costado demasiado, precisamente porque estoy descansada. Y me ha gustado volver a levantarme sola e ir cerrando puertas para que nadie se despierte. Desayunar en silencio viendo mi programa favorito, que ha vuelto y permitirme ir despertando a mi ritmo. 
A mi hijo lo he oído levantarse cuando yo ya estaba en el salón trabajando y al rato ha entrado a saludarme. Siempre funciona mejor si es él el que me busca y viene a darme un beso y un abrazo. Y yo ya le había dejado todo listo para que pudiese hacerse el desayuno, así que él se queda encantado y realmente a mí me evita interrumpir lo que estoy haciendo.
Cuando se despierta su hermana también se ocupa él y me pasa lo mismo, realmente es una ayuda para mí, pero además lo hace porque quiere.
Después de una Semana Santa con bastante mal tiempo, hoy el sol vuelve a brillar y da gusto trabajar con la luz entrando por la ventana del salón. Por un momento había olvidado que hoy me toca hacer la compra.
Como después de desayunar los niños están tranquilos viendo la tele, veo que es un buen momento para irme. Me pongo una ropa que a la vuelta echaré a lavar, me recojo el pelo (se me notan más las raíces), cojo la mascarilla, la lista de la compra, digo varias veces que me voy, como esperando que surja algo que me detenga... pero no. Y me voy.
Siempre que subo al coche pienso que no va a arrancar o que no voy a saber conducir. Y antes me daba la sensación de que estaba todo el día subiendo y bajando del coche.
Por el camino voy pensando que nunca encuentro policía y esta vez tampoco lo hago. Todo está tranquilo y cuando aparco, ni siquiera hay cola y entro directamente. La compra, como siempre, se me hace larguísima y la mascarilla me molesta y no me deja respirar bien. Una vez más pienso en toda la gente que por su trabajo tiene que pasarse así horas. Compro caramelo, porque mi marido me ha propuesto hacer flanes y me parece muy bien. Mi hijo se ha quedado asombrado cuando se lo he dicho: "¿tú sabes hacer flanes?" Y lo cierto es que nunca los he hecho, entre otras cosas, porque los hace mi suegra y son tan ricos que para qué me iba a poner yo a hacerlos. La explicación es chorras pero es esa.
También compro unas lubinas, porque la verdad es que no estamos comiendo pescado (sacando el atún) y no sé muy bien por qué. A mi marido y a mí nos encantan y creo que a los niños les van a gustar mucho también. Al escribirlo me acuerdo de que pensaba hacer una sopa de primero y no la he hecho. Pues nada, ya va a tener que ser mañana.
Y al final el lío de pasar tooooodo el carro por caja y volverlo a meter todo y luego toooodo al coche y al llegar a casa guardar tooooodo. Sólo me siento bien cuando veo la nevera rebosando comida y las estanterías también. Me da una sensación de abundancia que me encanta y encima no vuelvo a salir en una semana.
El amigo que se encargó de comprar las entradas para el concierto de Quique González me cuenta que lo han cancelado, le han devuelto el dinero y que él ya me lo ha devuelto a mí. Ya sabía que iba a pasar así que no me sorprendo en absoluto, pero me da pena. De la misma manera que creo que no me he perdido la Semana Santa, pienso que no me he perdido este concierto. Son cosas que no han pasado, por eso no me las pierdo. El matiz es diferente. Si la Semana Santa hubiese sido normal y toda mi familia se hubiese juntado en Pontevedra menos yo, sí me lo habría perdido. Pues el concierto igual, si al final se celebra en una fecha en la que yo no pueda ir, me lo perderé, pero no esta vez. De momento se aplaza, no se pierde.
Mis hijos están cada uno en su habitación porque la liaron mientras yo compraba. Durante la comida van contando lo que hicieron esta mañana y no podemos evitar acabar muertos de risa los cuatro. Por decirlo finamente, estuvieron estudiando el cuerpo humano y mi hijo contaba maravillado que su hermana le había enseñado "la cuca" y tenía un pito pequeño; ella decía que él le había enseñado el culo "separando las cachas" y así uno y otro. Las descripciones de lo que vieron no tenían desperdicio y lo  que más les asombra es que el pito pequeño no sirve para hacer pis. Clase de anatomía total.
Después de comer me tumbé a dormir la siesta en el salón porque esta tradición de la cuarentena la mantengo hasta con trabajo. Hay que fomentar las cosas buenas. Y al despertar intenté que mis hijos merendasen pero como no me hacían caso me puse a hacer bici y abdominales. Lo de la bici es una novedad fuera de los festivos y los abdominales son una novedad desde ayer. Retomé una tabla de 10 min que hacía yo hace tiempo y ayer no llegué ni al minuto 7. Hoy me dolía a los dos minutos, así que me lo tomé con calma. Encima cuando toso me acuerdo de los dichosos abdominales porque para lo poco que hice tengo unas agujetas importantes.
Evidentemente decidieron venir a merendar cuando yo estaba tumbada en la entrada con mi tabla de abdominales así que me hicieron hablar cuando no podía y me saltaban del salón al baño, del baño a la cocina...
Cuando me levanté les di un huevo kinder a cada uno, porque con esto del confinamiento prácticamente se me pasó lo de la Pascua. Y cuando cogí los huevos en el súper me di cuenta de que sacando los postres que yo hago, no los estoy mimando nada en cuanto a llevarles chorradas. Pero es que el súper me carga tanto que ya... bueno, para nosotros cogí vino, todo hay que decirlo.
El caso es que desde la merienda se pusieron en plan chincharse y tocarse las narices, de estas veces que ves venir la tragedia y no te hacen caso. Así que los dejé hasta que vino la tragedia y acabaron llorando. Cada uno por su lado y más tranquilos todos.
Después de aplaudir, como daba el sol en la ventana, me fijo en que las dos estanterías de libros que hay al lado tienen bastante polvo. Cojo un paño y me entrego a la limpieza frenética, esta de sacar todos los libros, limpiarlos uno por uno hasta las páginas y volver a colocar todo. Y luego limpié la ventana, ja, ja, ja. Es increíble lo a gusto que te quedas cuando das rienda suelta al ansia de la limpieza.
Ya metida en baños y cenas mi compañera me confirma que sigue de baja dos semanas más, pero esta vez no por su madre, sino por ella. Ha tenido algo de fiebre y le harán la prueba en cuanto puedan. No dejo de pensar que ella no quería trabajar y tenía miedo por sus padres. Pobre. Sólo espero que como ya lo ha pasado con su madre, esté tranquila y piense que lo va a llevar bien. Pero se siente muy cansada y supongo que eso no la animará demasiado cuando se siente responsable de sus padres. Sé que los voluntarios le llevaban comida, así que espero que reciba toda la ayuda que necesite. A ver qué dice mi jefa mañana.
Y yo vuelvo a mi rutina de revisar las tareas con las que van a retomar mis hijos el cole. Una vez más, creo que mi hija tiene una mañana más dura que mi hijo. Pero se la voy a administrar en función de cómo la vea, porque con lo tarde que se levanta y lo que le cuesta, no la pienso agobiar. Teniendo en cuenta que está en primero y que ha sacado buenísimas notas, creo que se podría permitir pasar el trimestre leyendo y dibujando.
Así que me pongo a imprimir, leer, pensar, organizar, porque mañana volvemos al lío.
Cenando me doy cuenta de que sólo estoy pendiente de Máster Chef y no pienso en que estamos confinados y en nada de lo que estamos pasando. Y la verdad es que he estado así todo el día, centrada en lo que hago sin pensar más allá. Esta es nuestra vida ahora y transcurre de manera tranquila, viviendo cada momento y sin pensar más allá.

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