domingo, 12 de abril de 2020

Diario de una cuarentena. Día 30

Hoy nos hemos levantado todavía más tarde que ayer, a eso de las once y algo.
Bastante zumbados, nos hemos ido mi marido y yo a la cocina a desayunar. Mi hijo, una vez más, había hecho su desayuno y el de su hermana y cuando fui al salón a darles los buenos días, me echó en cara que ya llevaban un buen rato viendo la tele, como si fuera mi padre.
El tiempo parece que está algo mejor que el de ayer y pienso mientras me hago las tostadas que la mañana se me va a hacer corta. Corto el tomate mientras atiendo al canal 24 h y parece que todo sigue mejorando poco a poco. Me inquieta que la gente se confíe y que a partir de el lunes la situación vuelva a empeorar. Pero ahora pensar en el lunes me parece lejano, como si estas vacaciones fuesen a durar un par de semanas más. Me tomo mi gran café con leche y pienso en hacer bicicleta, pero de momento lo dejo y me conecto a practicar idiomas porque estoy por el final de la clasificación.
Sorprendentemente mi hijo se va a poner con los deberes que tenía pendientes. Es cierto que había dicho que se pondría el sábado y el domingo, pero pensé que lo decía por ir retrasándolo. Lo primero que tiene que hacer es rehacer un relato corto que le mandaron en lingua. Le expliqué el otro día por qué me parecía que no estaba bien. Una vez más le digo que a él se le da bien escribir y que tiene mucha creatividad, por eso no le consiento que escriba cualquier cosa. Que se esfuerce y lo haga lo mejor que pueda y que no se conforme con escribir algo y acabar deprisa. También me gustaría que esa fuese su actitud no sólo ante un relato, sino para la vida en general, pero supongo que ese es un concepto que tardará más en calarle. De todos modos la charla le anima y se pone a reescribir el texto con muy buena actitud. Como es habitual en él, no espera al final para enseñarme lo que ha hecho sino que va compartiendo el avance casi con cada párrafo. Está bien, porque así yo le pregunto por lo próximo que escribirá y le indico que debe pararse con los detalles de lo que quiere contar, para que quien lo lea se entere de lo que está diciendo y se haga una idea lo más aproximada posible de la situación.
Cuando da por terminado el relato sólo queda que le corrijamos algunos fallos que tiene en gallego, pero lo deja de momento.
Y decide que se va a poner a hacer una tarea que hoy mismo recibió por email, hacer su línea de vida. Como tiene que poner fotos, buscamos en el ordenador las de los acontecimientos más importantes que va a incluir: su nacimiento, el bautizo, la comunión... quiere una de su primer día de guardería, pero sin tener que buscarla, sé que no existe ninguna foto de ese día, porque bastante tenía yo con dejarlo como para ponerme a hacer fotos. Sin embargo sí encuentro otra de otro día de guardería que estaba muy guapo y con su mochila de los Pitufos y le propongo que la incluya. Con la disculpa de la búsqueda repasamos bastantes fotos... de su primer cumpleaños, de cuando nació su hermana... y le comento que la muerte de su abuela o de su bisa también son parte de su vida, pero dice que ya, que sí, pero que no quiere poner nada triste. Me parece bien, es su trabajo y él decide cómo lo enfoca.
Con el tema de las fotos ya se ha hecho tarde y tengo que hacer la comida. No me da tiempo a hacer bici y sólo me queda pegarme una ducha antes de comer. 
Durante la comida seguimos hablando de las fotos. Mi hijo me pregunta muchas cosas y le hace gracia verse de pequeño. A mí en el fondo me cuesta asumir que ese bebé fuese él y a la vez que las fotos me llenan de ternura y buenos recuerdos, también pienso en lo agotador que era pasarse las tardes con él, llevándolo en colo, de la mano, controlando que no se hiciese daño, cambiando de juegos, paseando... creo que tener hijos es algo que haces en un momento muy determinado, cuando estás muy convencida y que después se te pasa el momento y ya lo ves como un proceso infinito y agotador. Yo ahora estoy en esa etapa de pensar que mis hijos están en la mejor edad. Pero aun así sigo disfrutando de que crezcan, de que avancen y progresen y de ir haciendo cosas que antes no hacíamos... supongo que todo cambiará cuando piense que dejamos de hacer cosas con ellos que antes hacíamos. Pero mientras eso no llega disfruto del momento. De alguna manera, gracias a esta cuarentena, este momento de mis hijos lo estoy viviendo con más intensidad de lo que lo haría en una situación normal. 
Después de comer vuelvo a buscar fotos, porque mi hijo había olvidado poner el nacimiento de su última prima. Y ya que estoy, aprovecho para seguir y guardar en el ordenador fotos que tenía en el móvil. Guardo las de la comunión y las del viaje a Tenerife del año pasado. Este año también pensábamos hacer un viaje cuando el curso acabase, pero ahora todo está aplazado. Por suerte, ni siquiera habíamos empezado a organizarlo y por tener, ni teníamos el destino elegido. Así es mejor, es como si no nos estuviésemos perdiendo un viaje real, todo estaba muy difuso. Las fotos de la comunión me encantan. Disfrutaron de verdad y se les ve en las caras. Sigo maravillada con la mesa de la merienda que hicieron los padres, con las camisetas, con todos los detalles...y esas fotos de las familias que nos hicimos al final, con cara de "ya no puedo más" pero tan contentos!! Fue estupendo podernos juntar con los amigos y me encanta que los amigos de mi hijo tengan esas familias que me gustan tanto. Hicimos todos la comunión que queríamos, pensando en un día inolvidable para ellos, pero al final lo fue para todos.
Y con todo el lío de las fotos no conseguí que mi móvil dejase de quejarse por la falta de espacio, pero sí que llegase la hora de la merienda. Así que lo dejé y me fui a la cocina con todos. 
Después de merendar me dio el punto y me puse a trabajar, pero con el ordenador en el salón y los niños ahí jugando. Mi marido además puso música en otro intento de conectar el home cinema para que se oiga la televisión además de la radio. Pero a mí todo me daba igual y no me molestaban, creo que ya estoy en modo cuarentena, sin recordar que yo tenía un espacio propio y con las uñas de una sola mano pintadas de azul.
Después de salir a aplaudir veo que hay cero intenciones de empezar con los baños así que sigo con mi trabajo un rato. Luego limpio el aspirador para ponerlo a funcionar por casa y me pongo a separar cápsulas de café para poder reciclarlas; como ya no las va a usar mi hijo para el cole, las separaré por marcas para llevarlas a reciclar cuando se pueda hacer. La verdad es que tenemos muchísimas y el proceso es asqueroso porque están sucias, pero lo hago y me quedo encantada de no contaminar el planeta. Eso sí, ya nos plantearemos si no será más ecológico dejar de tener una Nespresso y ya está.
Como toda la familia sigue a ritmo de cuarentena me pongo a escribir el diario y ahí sí que se pone todo en marcha; creo que no había comenzado la segunda linea cuando tenía a mi hija a mi lado diciéndome que se iba al baño. Pues nada, a escribir de noche.
Me pongo con las cenas y como se ha hecho tarde no nos turnamos en la cocina para cenar, más bien nos vamos solapando: una se va, otros llegamos... todo vale, estamos confinados.
Mi hijo se pone a leer un rato mientras no acabamos de cenar mi marido y yo. Todo es parte de nuestra rutina de ahora. Esa no rutina o esas nuevas rutinas más dispersas en el tiempo, sin horarios, pero que se repiten cada día.
Y al final el día acaba como empezó, tranquilo. Y yo acabo de escribir antes de las doce. Eso sí que es raro y se sale de la rutina de la cuarentena.

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