jueves, 2 de abril de 2020

Diario de una cuarentena. Día 20

Estaba a punto de escribir que hoy me levanté cansada, pero no, la verdad es que me levanté cruzada. Estaba en la cama oyendo el despertador y de repente mi hijo desde su habitación: "¿qué hora eeees?". Noooo. Ya sé que no se va a volver a dormir. Me levanto, veo su luz encendida y le digo que vuelva a la cama, sabiendo que no lo hará. No quiero empezar la típica discusión absurda ya al levantarme y sólo le digo que cuando madruga más de lo que debe, tiene un mal día. Le da igual. Así que lo único que sí consigo es que por lo menos no vaya a desayunar ya. No quiero empezar el día a cien, hablando y teniendo que contestar preguntas. Voy a regalarme al menos una ducha y un desayuno en silencio antes de que todo empiece. 
Solo estamos encerrados pero no nos pasa nada, es un día menos...me lo digo todo y me lo sé todo pero no, no me animo ni a mí misma. Es un día más, un día gris y un día de colegio. Me acuerdo de la canción de la Sirenita de Disney, la busco, la canto y entiendo perfectamente la letra. Pasar un día fuera, el exterior... me ahogo.
Lo de no dejar que mi hijo desayune conmigo tiene la contrapartida de que ahora se ha levantado su hermana. Juntos en la cocina y con la tele encendida van a tardar más. Pero les dejo, no es muy tarde y no quiero enfadarme por cualquier cosa.
Pienso vagamente en mi trabajo, en lo poco que me importa... en lo que me agobia no poder hacerlo en condiciones...
Una vez que están listos, empiezo con mi hijo porque noto que esta semana le está costando más. Me pregunta si una cosa que ha hecho es obligatoria, le digo que no y a continuación me pregunta si algo de lo que está haciendo es obligatorio. Al decirle que no, quiere dejarlo, dice que no quiere, que no le apetece y está harto. Lo entiendo perfectamente porque yo me siento igual y se supone que soy la adulta. Me siento con él a hablar. Le explico que no les pueden obligar a nada porque la situación es difícil y en cada casa no saben qué dificultades puede haber para seguir las clases, que habrá compañeros que no puedan trabajar. Pero que él sí puede y por tanto debe hacerlo. Hablamos de las notas, que han llegado por la plataforma. A mí me parece inapropiado lo que le han bajado algunas notas por actitud, precisamente en la situación en la que estamos. Pero no le digo nada, no le comento qué ha sacado en todo, sólo en inglés. Él les da más importancia a las notas que yo, que no le doy ninguna. Le digo una vez más lo brillante e inteligente que es y que sacar buenas notas en el cole no significa que luego en el mundo real te vaya bien ni mucho menos. Siempre intento ser muy precisa y muy gráfica cuando le explico estas cosas porque sé que en los temas que le importan absorbe todo lo que le cuento y le gusta entenderlo y rebatirlo. Pero pienso una vez más con tristeza lo poco que se adapta esta escuela "actual" a niños como mi hijo.
Enredado en la conversación ya no se plantea no trabajar y se sienta a ver lo que le toca.
El resto de la mañana va bien aunque tengo que hacer más viajes entre las habitaciones de mis hijos que otros días. Incomprensiblemente eso no me pone de mal humor, porque me solidarizo con ellos más que nunca y entiendo que aunque queda poco para las vacaciones les cueste más. A mí esta semana se me está haciendo interminable.
Hasta cuando paro a tomar un café siento que sigo cruzada pero me mantengo a salvo contestando con monosílabos y evitando el contacto.
En un momento en el que abro la nevera mi hijo ve los tortelini y me dice si los voy a hacer de comida. En principio le digo que no porque la pasta no la quiero hacer a menudo, pero al final veo que no tengo una alternativa más saludable o tan diferente a la pasta (tenía arroz) así que al menos le puedo dar una alegría si los hago.
Cuando vienen a comer, efectivamente se alegra, tanto que le parece poco y hablamos de cuánto debería cocinar la próxima vez. Pasa lo mismo con la tortilla, que siempre le parece poca y me recuerda a mí cuando era pequeña y no entendía por qué mi madre no podía hacer una tortilla inmensa para cada dos miembros de la familia.
En la comida vuelvo a ser consciente de que nos lo pasamos mejor que antes. No sé qué es exactamente, pero estamos más relajados. No hay nada pendiente, no hay horarios ni prisas, así que vivimos este momento, exclusivamente, como si el mundo hubiera desaparecido y fuésemos los únicos supervivientes.
Al acabar de comer sólo tengo un objetivo, echarme a dormir. Soy consciente de que parte de mi cansancio mental es por el cansancio físico así que creo que es el momento de hacer algo. Duermo en el sofá del salón, tapada por una manta y aunque me despiertan al cabo de un rato entrando y saliendo y haciendo ruido con la puerta, no me importa. Bueno, no me importa tanto como otras veces. Ya casi es la hora de merendar y después me conectaré con mi familia por el ordenador. 
Esta mañana hablando con mis hermanas por whatsApp una propuso hacer la conexión y pensamos que pasaba algo. Lo que pasaba es que como tenía el día libre, quería vernos, nada más. Qué fácil es sobresaltarse en esta situación, que equilibrio tan frágil tenemos... 
El caso es que nos conectamos y, como siempre, fue genial verlas. Los niños haciendo tonterías, los míos enseñando el último hueco que ha dejado el diente caído ayer, los primos luciendo nuevos cortes de pelo...y nosotras cambiando de temas, desde el estado de las UCIs y residencias a cómo retocar las canas... todo vale. Y mi hermana que mañana, otra vez, le toca una jornada de trabajo extenuante, en medio de la tensión, el miedo y su hasta de no saber cómo le van a pagar el esfuerzo. Y luego les llaman héroes y les aplaudimos todos, pero cuando todo esto acabe a ver cuánto tardan en volver a decir lo bien que viven y lo mucho que cobran los médicos.
Mis sobrinos comentan sus hazañas en Tik Tok, y evidentemente yo no veo lo que van colgando pero después lo comparten en el grupo de whatsApp y me encanta. Además de que creo que hay que tener talento para crear esas mini historias, me parece un entretenimiento de lo más "sano". Yo no estoy renunciando a mi vida social, porque apenas la tenía, pero ellos (más o menos en función de la edad) sí están en un momento de mucha vida social. Hasta mis hijos están en un momento de su vida en el que ir al cole, compartir vivencias con los compañeros y hacer amigos es toda su vida. Y a pesar de ello, creo que se están adaptando bien a esto. Ayer mi hijo me decía que si su mejor amigo hubiese estado durmiendo en nuestra casa el día que Pedro Sánchez anunció el estado de alerta, ahora estaría pasando la cuarentena con nosotros. Es un análisis más claro que muchos de los que he tenido que oír por ahí.
El caso es que finalizamos la vídeo llamada unos minutos antes de las ocho para aplaudir. El tráfico de datos por Internet en el confinamiento es brutal, pero todo baja antes de las ocho para volver a subir después. Espero que no nos olvidemos muy pronto de esto.
Pasado el aplauso me siento mejor. Por todo, por la vídeo llamada, por los propios aplausos, por nosotros...mi marido me comenta que él ya se ha hecho a esta vida, que no tiene que ir a la oficina, tiene un horario más flexible, trabaja en chándal...y la verdad es que se le nota, se le ve contento. Y nosotros le vemos más que antes.
Y yo me quedo pensando en que hemos acabado el día de una manera bastante organizada, con todo lo que tengo que enviar y revisar hecho, los niños acostados a una hora razonable, nosotros cenando a la hora de antes...
Sigo pensando en el exterior, pero ya no me siento como la Sirenita.

No hay comentarios:

Publicar un comentario