lunes, 6 de abril de 2020

Diario de una cuarentena. Día 24

Hoy me he levantado algo zumbada, una media hora después de oír a mi hija. Pensaba que se había despertado temprano, pero no, eran casi las nueve y media. Aun así dejé que mi marido fuese con ella. Pensé que volvería a la cama, pero ya se quedó a hacerle el desayuno. Los oí hablar, mi hija descubría lo que le había dejado el ratoncito Pérez. Pensé en levantarme yo también para compartir el momento, pero pudo más la pereza. Soy una malamadre.
Una vez levantada voy al salón a dar los buenos días a mis hijos. Por las ventanas veo la lluvia y hace algo de frío. La verdad es que el día está horrible, debe ser el peor de los que llevamos confinados.
Desayuno mientras mi marido plancha y comentamos lo de la nueva prórroga del estado de alerta. Le digo que lo que no se amplía es lo de cancelar todas las actividades no esenciales, así que eso supone que después de Semana Santa, nuestras empresas volverán a la actividad. Él comenta que entonces tendrá que volver a la oficina y yo que no, que volveremos a lo que hacíamos antes del paro de actividades, que era el teletrabajo. No lo tenemos claro pero pensar en que deje de trabajar en casa me da pena. Y soy consciente de que algún día volverá a hacerlo, pero ahora mismo no entiendo por qué, si nos va tan bien así... ¿no podríamos cambiar el modo de trabajar para siempre?
Después de desayunar voy directa al ordenador, necesito cambiar el relato. Ayer pensaba dejar la próxima revisión para la semana que viene pero mi hermana me comentó a última hora algunas cosas, frases que no se entendía o que no sonaban bien y, sobre todo, la frase final del relato, que no era buena. Yo coincido en que la escribí para acordarme de qué quería decir, pero no para dejarla así y es verdad, parece un anuncio. Así que me siento a escribir, cambio palabras, algún tiempo verbal que no encajaba... y añado algo que dije el día del funeral y que me recordó ayer mi hermana. Y con todo eso, justo son 1.000 palabras. No puedo añadir ni una más. Y creo que ahora ha quedado redondo así que reenvío la nueva versión a mis hermanas. La primera que contesta me dice que le encanta, pero espero las correcciones de "mi editora", la que ayer me dijo lo que no le encajaba ¡también le gusta! Es fantástico verlas tan implicadas en esto. Pero yo sigo viendo mal el final. Así que ahora se lo tengo que enseñar a mi marido.
Me siento muy bien con esto, lo del relato ha llegado justo ahora que estoy escribiendo a diario, de no ser así ni me lo habría planteado. Ayer me di cuenta de que de las 43 entradas que tenía mi blog, 23 eran de la cuarentena y 24 de este año. Así que he escrito más este 2020 que desde el 2012 al 2019. Me siento impresionada. Y me siento algo extraña también.
Dejo reposar lo del texto y me voy hacia otro objetivo del día, el estor del salón. Mi marido es esta vez el que tiene el ansia de la limpieza y se está peleando con los baños. Si el ansia limpiadora propia es satisfactoria, la del marido ni te cuento. El estor aun está tendido en la terraza y aprovecho que está ahí para coserle un par de cintas que se le habían roto y que sirven para fijar las cuerdas que después lo sujetarán. Cuando termino, lo descuelgo y lo coloco en su sitio en el salón, la ventana de aplaudir. Se fija fácilmente con velcro a la parte superior de la ventana y ahora queda la parte de ir pasando las cuerdecitas por unos enganches que tiene todo a lo largo y finalmente atarlas a las cintas que he cosido. Meto en la parte de abajo una barra de metal, compruebo que todas las cuerdas están atadas más o menos a la misma longitud y ¡ya está! sube y baja perfectamente. Además la tela se ve luminosa...tendré que lavar el de al lado también.
Con todo esto es casi la hora de comer, así que me voy a pegar una ducha y comeremos en seguida. Hoy es domingo (de Ramos) y no me voy a matar con la comida, plato único hecho en el microondas, chicharrones con arroz. Antes de prepararlo, me llega por dos contactos diferentes el vídeo de un cura de Pontevedra, hermano de una amiga, dando la bendición del Domingo de Ramos delante del convento de San Francisco. Aunque hace años que no participo de estas cosas, la imagen me conmueve.
Después de comer retoco el final de mi relato porque de nuevo no dejo de darle vueltas. Entonces sí que le digo a mi marido que lo lea y me dé su opinión. También le gusta pero coincide en que la frase final falla. Él dice que es como poner el telediario después de leer una poesía y estoy de acuerdo. Pero la verdad es que no sé qué hacer con ella. A lo largo de la tarde la cambio un par de veces pero creo que sigue sin funcionar. Estoy decidiéndome entre tener valor y eliminarla o tener talento y cambiarla. Creo que lo segundo me cuesta más, pero como tengo tiempo no me doy por vencida.
Liberada ya al haber pasado mi obra por tres críticos, me voy al salón con mis hijos. Están viendo una peli chorras y me tumbo un rato con ellos. Me quedo dormida (estoy durmiendo más siestas en este 2020 que en varios años anteriores juntos) y cuando despierto la película se ha acabado y están jugando. Me levanto y cuando voy hacia la puerta veo que mi marido está montando algo en el pasillo con unas cuerdas. Cuando lo tiene listo llama a los niños y les plantea un juego de pasar entre las cuerdas sin tirar unos topes de las puertas que cuelgan de ellas. Hasta yo lo intento una vez. Mi marido es especialista en hacer estas cosas y a los niños les entusiasman. De lo de las cuerdas pasan a unos obstáculos en el pasillo que tienen que pasar con una bola de metal. Es estupendo, la verdad.
Yo ya estoy con la compra de mañana en la cabeza y aprovecho para apuntar cosas en la lista y pensar en la previsión de la semana. A ver si me acuerdo de todo y consigo traer lo suficiente para aguantar hasta el lunes siguiente. Esto de la salida al súper es un estrés pero a ver si me lo tomo mejor esta vez. Como los niños están de vacaciones he pensado en salir a media mañana y así tomármelo con calma. Hasta ahora siempre he ido casi a la hora de comer y después comíamos tarde.
Enseguida ya toca salir a aplaudir. Qué buen tiempo hace comparado con lo cerrado que estaba el día por la mañana. Las niñas de enfrente han puesto dibujos en la ventana y los del último piso siguen con su sábana pintada. Los del piso de arriba cada vez la lían más con el megáfono y la sirena. Sus niños se parten de risa, claro. Y los míos. Durante un rato aun suena música, pitidos de coches y alguna conversación de ventana a ventana. Yo vuelvo a bajar los estores, el limpio y el otro.
Es pronto y aprovechamos para que me hija se vaya ya al baño y así se lave el pelo.
Mi marido enciende el home cinema, que no ha conseguido que suene bien con la tele, pero sí con la radio. En el salón el sonido es muy bueno. Con lo que me gusta la música y siempre la estoy escuchando "mal", en el móvil o en el ordenador. Mi hijo se queda tumbado en el sofá escuchando y el ambiente en casa es una gozada con la música de fondo. Parece otra casa, porque esto nunca lo habíamos hecho.
Después del baño, mi marido le seca un poco el pelo a mi hija y llega a la cocina a cenar. Lo hace sorprendentemente rápido. Preparo la cena de mi hijo que también se ha duchado y vuelve de nuevo al salón, esta vez con su padre. Después, mientras cena, empiezo a escribir el diario, porque nosotros vamos a cenar sobras y así no tengo nada que hacer.
Ahora sólo pienso en mañana, que es un lunes distinto a estos últimos, porque los niños están de vacaciones. Mi intención es aprovechar y avanzar en el trabajo lo que he atrasado estas semanas. Me gusta lo que hago y me gusta trabajar, pero en este momento me cuesta centrarme. Sé que si saco cosas adelante me sentiré mejor pero también quiero disfrutar de esta semana de vacaciones juntos. A ver qué tal se me da.

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