martes, 21 de abril de 2020

Diario de una cuarentena. Día 39

Lunes. Vuelta al cole. Vuelta al trabajo. Vuelta al súper. Vuelta a la rutina.
Demasiados frentes para un solo día ¿no? Eso pensé esta mañana pero también pensé que hay que tomarse las cosas como vienen, no hay más.
Al levantarme, lo primero que noté fue un dolor de cabeza brutal, de estos que pienso que me va a acompañar todo el día. Pero por suerte no fue así.
Me ducho y desayuno. Normalmente si me duele la cabeza al levantarme, espero a tomarme un café, porque muchas veces sólo eso me lo quita; pero hoy no, pasé del café y del paracetamol y me tiré en plancha al ibuprofeno. Hay dolores de cabeza que no los tumbas con cualquier cosa y con el día que se me presentaba hoy, no podía estar a medio gas.
Mi hija se levanto más temprano de lo que es habitual en ella y después de desayunar, vestirse, lavarse los dientes... mi hijo aun no se había levantado. Eso sí que es raro.
De pronto apareció en la entrada, totalmente vestido y con el vaso de agua que yo le había llevado la noche anterior en la mano. Como un señor, nos saluda y dice "hoy me he levantado de buen humor" y a continuación "vete a mirar cómo he dejado mi habitación". Todo estaba recogido, la cama hecha, todo listo para cuando tuviese que empezar. Eso sí, había un olor raro y abrí la ventana para ventilar. Cuando un rato después cerré la ventana, el olor no se había ido y poco tuve que investigar para detectar que los culpables eran unos calcetines de huellas que rápidamente llevé a lavar.
Cuando mi hijo estuvo listo, los dos hicieron juntos los buenos días y les expliqué un trabajo que les proponen desde el cole para esta semana: tienen que hacer un dibujo dando las gracias a algún colectivo de los que están trabajando ahora para todos y sus dibujos se los harán llegar a personas reales de ese colectivo indicando su nombre y su edad. Les dije que era muy importante porque esas personas se iban a alegrar de verdad al recibirlos. Mi hija dijo que ella se lo iba a hacer a la policía local porque este año los visitaron y ella quedó impactada; me dijo que son muy importantes. Y mi hijo me dijo que el suyo quería que fuese para los médicos y que se lo mandasen a mi hermana al hospital. Me encantó que pensase en ella, pero le aclaré que no podía ser, que el cole enviaría su dibujo a un hospital de Coruña.
Cuando se pusieron a trabajar ya separados, intenté que mi hija hiciese primero las asignaturas en las que tenía que trabajar en el ordenador o en las que yo tenía que plantearle problemas de forma oral. Así después me podría ir al súper y ella podía hacer fichas.
Me salió genial y acabó en seguida las primeras asignaturas así que me dispuse a prepararme. Ya es como un ritual, ponerme ropa que luego echaré a lavar, peinarme con coleta, coger la mascarilla, las bolsas, un último repaso a la lista de la compra... uff. Nunca me ha gustado hacer la compra pero ahora le tengo una manía que no puedo... En el último momento me acuerdo de coger una moneda para el carro. Creo que lo tengo todo. Al bajar al garaje, la sensación de estar haciendo algo clandestino y al subir al coche la sensación de que no voy a saber conducir. Pongo la radio y me resulta agradable escuchar a los locutores de siempre, como si siguiesen ahí guardándonos el sitio hasta que salgamos.
Llego al supermercado, aparco, me pongo la mascarilla...me he olvidado los móviles, el personal y el de trabajo. Para que luego digan que ya no podemos vivir sin móvil. Bueno, pues está claro que ahora no voy a volver por eso.
Esta vez hay poca cola, sólo una persona delante que entra en seguida. También a mí me toca el turno rápido. Esta vez tengo que coger muchísimas cosas así que cuando me acuerdo de un par de cosas que no llevaba apuntadas ni me preocupo, en medio de tanto, algo más no importa. Tengo que parar en la pescadería porque mi hijo como no le lleve lubinas... Lo dejo para el final pero las hay y esta vez cojo cantidad, para que no proteste. En la frutería un chico coge fruta pegado a mí. No lleva mascarilla y me pone nerviosa. Me estoy poniendo paranoica. Cuando después lo veo a mi lado en la pescadería me entra manía persecutoria. Una vez más la compra es eterna y cuando voy hacia las cajas por fin, sólo me falta bailar. El señor que estaba delante no sé por qué piensa que se ha puesto ahí cuando estaba yo y me cede el sitio; yo insisto en que llegué después pero todo sonriente insiste en que pase. Es agradable encontrar gente como antes, yo también le sonrío pero no sé si lo nota o me ve con la pinta de atracadora pirada que yo me veo al llegar al coche. El proceso de descargar todo en la caja para volverlo a cargar y luego al coche... es eterno. 
La buena noticia es que llego a casa y aun es una buena hora para hacer la comida que yo quería, cintas a la carbonara. Una vez que guardamos todo y me cambio de ropa, me pongo a hacerlas. En una primera idea, como a mi hija no le gustan, pienso en separarle pasta y hacérsela con tomate y salchichas; pero no me gusta nada hacer eso y además hace mucho que no hago cintas. Como está comiendo mejor, si intento que las pruebe de nuevo... Además le voy a vender la moto, voy a su habitación y le cuento lo que voy a hacer, pasta con nata, que a ella le encanta que se la echa a las cremas de verduras; le digo que le va a gustar y además si se lo come todo le daré el huevo kinder que queda. Acepta el trato encantada.
Cuando nos sentamos a comer mi hijo está feliz y dice constantemente que le eche más y mi hija está al menos motivada. Se pone a comer y le gusta mucho. Mi hijo protesta por el premio y le explico que hoy y mañana voy a preparar dos comidas que le encantan a él, que gracias a que su hermana no quiere ni probar los flanes él tiene dos y que ya está. Al final todos acabamos de comer encantados, porque la verdad es que es un plato que nos gusta a todos y, por qué no decirlo, me sale muy bien.
Por la tarde "picamos" a mi hijo porque dijo que a las cuatro se ponía a hacer una asignatura que había dejado por la mañana. Pretendía que yo le ayudase sin ni siquiera intentarlo él primero y le dije que yo no estaba en ese momento para nada que no fuese tumbarme en el sofá. Dormí una media hora pero desperté con esa sensación de no saber si es lunes, fin de semana, si has comido o es de noche. Mis hijos estaban teniendo una tarde de lo más civilizada y el hecho de haberme dejado dormir la siesta hizo que los viese como los niños más maravillosos del planeta. Efectivamente, mi hijo había acabado la tarea solo y se pusieron a jugar en el salón. A pesar del ruido yo me puse allí también a hacer algo de trabajo. Cuando merendamos, coincidió que mi marido paraba de trabajar y ya se unió a la fiesta. En cuanto acabaron de merendar, se pusieron con la consola, porque para ellos tener un buen día siempre se traduce en poder jugar. 
A las ocho aplaudimos preguntándonos una vez más si todos esos motoristas que pasan pitando serán de Glovo. Hace frío y antes de cerrar de nuevo la ventana compruebo sin querer que Estrella Galicia sigue ahí, trabajando con su símbolo dando vueltas.
Aprovecho el momento en calma pre baños para enviar las fichas que ha hecho hoy mi hija. Hemos avanzado un poco y han hecho una carpeta para los trabajos en el Drive. Después imprimo las cosas para mañana. A las doce tendrá de nuevo vídeo llamada, esta vez de tan solo ocho niños. A ver cómo va.
Cuando acabo mi parte de profe, veo que mi hijo y mi marido juegan a las cartas, así que me llevo a la niña para que empiece a desnudarse para el baño. Después me meto con las cenas y la comida de mañana y acabamos cenando a la vez que mi hijo. 
Los dos se han dormido relativamente rápido y es algo que agradezco, que cuando se meten en la cama, sea el final del día y empiece mi rato de pensar, de escribir y de quedarme frita en el sofá.
Creo que mañana sabremos algo más de lo de la salida de los niños a la calle. Yo sigo sin decirles nada pero ya empiezo a ilusionarme, como mínimo será una novedad en nuestra rutina y a estas alturas, la verdad es que se agradece.

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