miércoles, 22 de abril de 2020

Diario de una cuarentena. Día 40

Ayer me acosté a una hora bastante razonable para mí y lo extraño es que no conseguía dormir. No quedarme dormida nada más acostarme es más raro que un año bisiesto (como este). Creo que influía el frío. Últimamente, no sé por qué, me voy quedando helada cuando se hace de noche y al meterme en la cama tengo que echar una manta sobre el edredón. Y ayer de nuevo estaba helada, hecha un ovillo bajo las mantas y con los pies prácticamente muertos. Luego, bien entrada la noche, sentí mucho calor y resulta que había dejado alto el termostato de la calefacción que acabó por encenderse.
Así que al levantarme estaba algo aturdida pero no tenía frío en absoluto.
Hoy no dejé que el despertador sonase tanto como otras veces, para evitar coincidir en el desayuno con alguno de mis hijos. Casi lo conseguí, cuando me iba a calentar el café apareció mi hijo. De nuevo, como ayer, estaba vestido y más tarde descubrí que había hecho la cama y arreglado toda la habitación.
Lo dejé en la cocina desayunando con mi marido y pensé que todavía tendría un margen para trabajar antes de que se despertase mi hija, pero me llamó cuando me estaba lavando los dientes. Pues nada, ya nos ponemos en marcha con el cole cuanto antes.
Empezaron juntos el buenos días en el salón. Estamos con la tendencia de acabar haciendo todo en el salón. Ahora hasta tenemos el tipi, que llevaba días en la entrada.
Cuando se van cada uno a su habitación, como siempre, a mi hija le da mucha pereza empezar pero es mi hijo el que está especialmente inquieto y al final decido ir a su habitación a ordenarle un poco el trabajo. Funciona relativamente, a lo largo de la mañana se levantará muchas veces más.
Con mi hija las dos primeras clases van bastante fluidas aunque se bloqueó incomprensiblemente en una resta sencilla.
Después hicieron el primer descanso y yo aproveché para resolver temas de trabajo. Ya ni siquiera me llevo el portátil a un lugar más aislado, como digo, todos en el salón.
El descanso acaba cuando mi hija tiene la vídeo llamada del cole. Esta vez es un grupo reducido, de unos ocho alumnos y resulta mucho mejor que la semana pasada. La dejo sola porque sé que así se defiende mejor y la escucho hablar con su profe, a la que adora y con algunos de sus compañeros. Una de sus mejores amigas también está conectada. Es enternecedor oír a su profesora, que los escucha uno a uno y les pregunta, les alaba los trabajos... casi parece una profe de infantil. Y como la otra vez, para despedirse les manda muchos besos y les dice que les quiere. Creo que a mi hija esta conexión sí le ha aportado mucho más que la de la semana pasada. Ha sido muy graciosa oírla enseñando sus PinyPon a cámara y contando que muchos se los había dado su prima.
Después debe volver a sus clases y ella está tranquila pero mi hijo sigue muy alterado y la lía sentándose en la mesa de mi hija, escondiéndole los lápices... un lío. A mí no se me ocurrió nada mejor que decirle que si me retrasaba mucho el trabajo no me daría tiempo a preparar las lubinas. Puso una cara como si hubiese amenazado con matar a su perro (que no tiene). Medio impresionado, volvió a su cuarto.
El resto de la mañana siguió bien, porque quedaban algunas fichas que mi hija podía hacer sola y efectivamente, sí pude preparar las lubinas con patatas. Cuando aun estaban crudas pero ya puestas en las fuentes, mi hijo vino a la cocina, las miró y dijo maravillado "qué buena pintaaaa". Es absolutamente fan, le gusta hasta como huelen cuando están sin hacer.
Después, ya en la comida, todos apuramos bastante rápido la crema de calabacin porque el plato estrella era la lubina y más hoy, porque finalmente accedí a la petición de mi hijo de tomar una entera. He de decir que estaba  muy buena pero que las patatas estaban de morirse. Con decir que el trozo de su lubina que no comió mi hija nos lo repartimos entre mi hijo y yo pero que mi marido repitió sólo patatas. Riquísimo todo, la verdad. Uno de los placeres del confinamiento, comer lo mejor que podemos, aunque lo tenga que cocinar yo. Y mi hija, de nuevo comió bien y razonablemente rápido así que seguimos con la tendencia a mejorar algo que me molestaba bastante, lo mal que comía. Además a mí me gusta mucho comer, disfruto con la comida y me da pena que ella no lo haga siempre.
Por la tarde, como primera medida me tumbo a dormir, que con el sueño de después de comer no soy nadie. Cuando me despierto me llegan los primeros comentarios por móvil del tema de la tarde: la salida de los niños. Resulta que la ministra portavoz ha dicho que los niños saldrán a acompañar a los adultos a la compra, a la farmacia y al banco. Un total despropósito. Porque si resulta que yo voy a la compra una vez a la semana y es un auténtico suplicio ¿qué me estás diciendo ahora, que encima me tengo que llevar a mis hijos? vamoooos. Así que no, que nos quedamos como estábamos. Y me alegro de no haberles dicho nada, porque vamos con la tontería... Las redes sociales arden con las protestas de padres, educadores y de más familia y a última hora de la tarde el ministro de Sanidad da una rueda de prensa y dice claramente que los niños saldrán a pasear. BIEN. Entonces hablo con mi marido y le digo que ahora sí podríamos decir algo a los niños, entre otras cosas porque esta mañana la profe le dijo a mi hija que iban a salir y me temo que mañana que es mi hijo el que tiene vídeo llamada, podría enterarse también. Así que todos contentos llamamos a mis hijos a la cocina (bueno mi hija ya estaba allí cenando) y se lo decimos. Mi hijo dice que vale y se va a ver la tele. Mi hija dice que bien, sin entusiasmo alguno. No sé si les parece poco o que ya están tan acostumbrados que ni siquiera lo ven como una necesidad. La primera semana habrían bajado hasta a sacar la basura... Pero bueno, cuando mi hijo estaba cenando ya me preguntó si mañana podría salir a pasear. Creo que una vez asimilada la idea, ya le va gustando más. Ahora nos falta conocer los detalles.
Cuando los niños ya están acostados, cenamos nosotros viendo en la tele la serie de la cuarentena. Parece que vivimos en bucle pero es que la verdad es que es cortita y fácil de seguir. Y te ríes.
Después de recoger me vengo a la habitación a escribir y en el pasillo me llama mi hijo. Ya se había dormido pero sin saber por qué se ha despertado de golpe. Me siento en su cama y mientras hablamos en la oscuridad le acaricio el pelo y la frente. El movimiento de mis dedos sobre su piel inmediatamente me trae un recuerdo que parece lejano y lo comparto con él. Le cuento que cuando era bebé o muy pequeño, cuando no se podía dormir yo le acariciaba así la frente y la cara para que se relajase y se quedase dormido. Le encanta que le cuente cosas así y por un momento me parece el mismo niño. Aunque lo cierto es que se está haciendo mayor. 
Estoy cansada, ha sido un día un poco agitado. Pero de nuevo pienso que las novedades nos darán "aire": la vídeo llamada y los paseos, pero también que mañana sea miércoles, la mitad de la semana de cole.

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