martes, 5 de mayo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 53

Lo malo de pasar tres días durmiendo a pierna suelta es madrugar el cuarto.
Hoy fue uno de esos días en que no conseguía ni apagar el despertador a la primera, como si no fuese mío y no supiese cómo funciona.
Me levanté muerta de sueño, fui a la ducha y cuando entré en la cocina después de vestirme, ahí estaba mi hijo desayunando. Me supera que madrugue cuando no tiene que hacerlo. No lo entiendo. Y mi hija tampoco durmió demasiado, se despertó cuando yo me estaba lavando los dientes. Para mejorarlo, ella además se levantó cruzada, sin hacer ningún caso cuando le decía que fuese a desayunar... así que pasé de ella. Pero es algo que no le gusta y se pone insufrible.
Mi intención era ponerme a trabajar, acabar un informe y después ir a la compra, pero mis hijos estaban liándola tanto que preferí centrarme en la lista de la compra y marcharme. Hoy no iba a comprar todo lo que necesitábamos como hacía siempre; mi marido me dijo que mañana iría a por la leche y otras cosas pesadas, así que eso me animó. Y hoy al prepararme no me vi tan mal como otras veces, hasta creo que tengo mejor color en la cara. Creo que se me nota que he engordado, pero parece que en la cara me sienta bien. El caso es que repasé toda la lista, cogí las bolsas, mi bolso con la mascarilla y me fui. En el coche cambié el CD de las últimas veces, fuera Quique González y sonando, Alejandro Sanz, una grabación en directo que ni recordaba que tenía en la guantera. Las primeras canciones son las que cantábamos a grito pelado cuando estábamos en primero en Lugo... qué divertido. Ni siquiera puedo pensar de una manera objetiva si me gustan o no, porque son esas canciones que cantábamos...
En el súper una vez más tengo suerte y casi no tengo que esperar. Las cuatro cosas que no me voy a llevar esta vez hacen que la compra me parezca mucho más corta e incluso me permito "el lujo" de pararme a coger quitaesmalte (lo de mis uñas azules ya da pena) y unos recambios del plumero. También aprovecho y cojo fresas y yogur, que hace mucho que no las preparo y a mi hijo le hará ilusión. Y toda contenta me pongo en la caja y salgo más rápido de lo habitual. Al llegar al coche no hay viento ni lluvia como la última vez y aunque me carga un poco pasar todo al maletero... nada que ver.
Por el camino voy cantando como una loca y al llegar a casa toda contenta mis hijos salen a verme y ponen las típicas caras de "te estamos preparando algo". Cuando entre mi marido y yo acabamos de colocar toda la compra, me cambio de ropa, me lavo las manos y aparecen mis hijos en la puerta del baño. Como ayer no me regalaron nada, hoy quieren darme unos regalos. Primero mi hijo me da un dibujo que hizo gracias a una actividad que le plantearon en plástica, pasando pintura de un plástico a un folio. Me parece súper chulo, tengo que enmarcarlo. Y mi hija me hizo uno de esos dibujos suyos que me gustan tanto porque mete corazones, coronas y todo lo que a ella le parece lo más, además de mucho color. Ah y yo soy una superheroína y la gente me aplaude desde los balcones. La verdad es que me he quedado encantada.
Así que toda contenta, me tomo algo con mi marido en la cocina (que hoy estamos de aniversario) y después queda poco tiempo ya hasta la comida. Precisamente guasapeo con mis amigas de Lugo y les mando la canción de Alejandro Sanz que escuché en el coche. Parece increíble pero de esas chorradas que hacíamos en primero hará treinta años en octubre ¡treintaaaa! Digo yo que habría que celebrarlo. Madre mía, no me extraña que nos huyese la gente, si es que juntas dábamos miedo.
Cuando llamo a mis hijos a comer, ninguno de los dos me hacen ni caso. Es la última moda, pasar abiertamente de lo que les digo. Cuando no les da por preguntar "¿por qué tengo que ir a comer?". Hoy no, hoy simplemente mi hijo dijo "no" cuando le dije que fuese a lavarse las manos y mi hija me ignoró como si no le hubiese dicho nada.
Al final vinieron, claro, pero ya con nosotros mosqueados, con amenazas...
Fuera empezaba a soplar bastante viento pero la temperatura estaba bien, casi como ayer. Eso sí, había nubes, pero casi mejor, porque ayer pasaron demasiado calor en el parque. Les digo que en cuanto acabemos de comer, bajamos. Cuando acabamos es como si no se acordasen, se van a jugar, a ver la tele...y yo les digo que se tienen que vestir mientras me voy a lavarme los dientes. Cuando salgo la habitación está tan oscura que por un instante pienso que mi marido ha bajado las persianas. Pero paso por el resto de habitaciones y todo está igual, ha oscurecido de pronto. Me acerco a una ventana y además de que el viento se ha enfurecido, ha empezado a llover. Me quedo sorprendida con el cambio repentino de tiempo y en el fondo pienso que me vendrá bien para adelantar trabajo. Pero mis hijos están insoportables juntos y tengo que separarlos una vez más hoy.
Me pongo a trabajar pero cuando no entra uno, entra el otro. Y una de las veces mi hija lía un pollo por no dejarle jugar con su hermano. De pronto deja de llover y sale el sol. Decido que demos un paseo, a ver si nos despejamos un poco.
A los diez minutos de salir se pone de nuevo a llover pero volviendo hacia casa para. Retomamos el paseo y llueve de nuevo pero para otra vez. Finalmente caminamos toda la hora de la que disponíamos y nos da tiempo a pasar por la estación de trenes, que era el destino al que quería llegar mi hijo el primer día que paseamos.
Cuando llegamos a casa teníamos calor los tres porque en el último tramo del trayecto pegaba mucho el sol. Nos sienta de maravilla salir pero yo noto que cuando caminamos todo el tiempo en lugar de salir al parque, vuelvo bastante cansada.
Saco la tarta de chocolate para merendar pero de nuevo la lían tanto que la única manera de que coman tranquilos es separarlos.
Cuando acabamos, yo quiero seguir trabajando y le digo a mi hijo que aproveche para acabar el último trabajo que le quedaba pendiente de los dos que le pusieron para el puente. Ni siquiera esto me da un respiro, porque no para de llamarme y yo le recuerdo que le advertí que si lo dejaba para el lunes no lo ayudaría. Pienso que soy muy dura, pero creo que el trabajo era muy asequible y que tiene que aprender a ser coherente y responsable. Yo le advertí que le ayudaría si trabajaba viernes, sábado o domingo pero no el lunes. Si ahora lo ayudase, creo que en el fondo no le estaría haciendo ningún bien. Pero claro, precisamente porque lo deja para el último día a última hora, le está costando más. Menos mal que mi marido se lo revisa y corrige alguna cosa que tenía mal por no fijarse en el enunciado.
Entre los deberes y los aplausos consigo terminar mi informe. He tardado tantos días en completarlo que le he dado mil repasos antes de enviarlo. A ver ahora qué les parece. Me da mucha inseguridad trabajar así, pero es mi realidad ahora. Intento continuar trabajando y ya no puedo más. Mejor me voy a poner una lavadora. 
Un mensaje en el móvil me recuerda que mañana vuelven las clases y me voy al ordenador a ver qué tienen mañana. Pero mi hija, que en teoría va al baño, no calla en ningún momento, está a mi lado y no soy ni capaz de leer lo que mandan. Me voy a preparar las fresas.
Cuando por fin sale del baño y mi marido le seca un poco el pelo, se sienta a cenar y yo sigo preparando la cena de su hermano. Cuando mi hijo viene a cenar, me pongo a preparar la comida de mañana y nuestra cena. Con tanto cocinar no entiendo cómo no se me quita el hambre. Pero bueno, al final creo que algo sí, porque ceno más bien poco y no me quedo con sensación de hambre.
Me siento bastante cansada, me gustaría tener las energías de mis hijos. Pienso en el comentario que me hizo un día un médico, que si me sentía cansada, revisase mis niveles hormonales, que probablemente tenía mal la tirosina. Pero claro, con días como hoy (que son todos) siempre acabo cansada, no puedo notar la diferencia entre estar descompensada y la vida normal. Así que lo único que puedo hacer, a falta de análisis, es irme a dormir, que mañana hay cole.

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