viernes, 1 de mayo de 2020

Diario de una cuarentena. Día 50

¡Cincuenta ya! madre mía...
Hoy ha vuelto a ser un típico día festivo de cuarentena, con su levantarse tarde, su calma y su no hacer prácticamente nada. Una relajación y una delicia, vamos.
Nos levantamos pasadas las diez y media. Los niños habían desayunado y estaban viendo la tele. La cama de mi hija incluso estaba hecha. Yo, la verdad, bastante zumbada, pero no de dormir mucho, que ayer me acosté más tarde de las dos. Es que nos quedamos a ver "El secreto de sus ojos", que no me puede gustar más Ricardo Darín... Ver películas, otro lujo de la cuarentena.
Di los buenos días y desayuné tranquilamente, como me gusta. Miré por la ventana. Otro día en la línea de los últimos, con viento, nublado y amenazando lluvia. Al menos no tengo frío. 
Hago varios "cuentos" de inglés en el móvil. Son audios para ir avanzando. Parece que el tiempo se ha detenido y no hay ahora mismo otra cosa en el mundo, así que subo puestos en la liga. 
En cuanto mi marido se pone a airear las habitaciones los niños entran en ellas varias veces para coger juguetes. No falla. El mismo sensor que les avisa cuando yo entro en el baño les debe avisar de las ventanas abiertas.
El caso es que no tengo claro qué estuve haciendo por la mañana. Vi cosas en redes, leí un artículo de un amigo acerca de las ciudades verdes relacionándolo con Lewis Carroll y Alicia... y básicamente me di cuenta de que no tenía ganas de hacer ni las cosas que tenía en mente hacer: ejercicio, trabajar... y ya cerca de la hora de comer me di una ducha e hice la comida. Nada más. Tampoco en eso me lo curré nada. Mi marido y yo nos habíamos levantado tarde y no estábamos muertos de hambre así que con unos chicharrones y un arroz, resolvimos. Después con fruta, yogures y pipas se completa y listo.
Por la tarde preguntamos a los niños si querían salir y sí, siempre quieren. A mi marido ya le dejé claro que esta vez salían con él. Los niños se despidieron de mí como si se fuesen a la guerra y mi hija ya en la puerta me gritó "¡te quiero!" como si no nos fuésemos a volver a ver. Pero es que claro, cuando se cerró la puerta y se hizo el silencio... me di cuenta de que estaba sola ¡sola en casa! ¡por primera vez en 49 días! Y aunque parezca mentira, me fui al sofá, me puse la tele y ahí me quedé tan contenta, haciendo nada, pero sola. Me despertó una puerta que se cerró de golpe en las escaleras y a continuación llegaron. Saludaron, entraron vociferando los tres (menos mal que ya no dormía) y una vez cambiados y lavados vinieron a saludarme al salón. Se lo habían pasado genial porque mi marido juega más con ellos y les había montado varios juegos con la pelota y el disco. Después llegó mi marido y al verme acostada me pregunta extrañado qué estaba haciendo, "no estarías durmiendo la siesta". Es inútil explicarle que yo no provoco tener sueño y que por mucho que razone que he dormido varias horas y debería haberme llegado, eso no disipa el sueño automáticamente. Tampoco me paré a explicarle que cuando tengo sueño y puedo, duermo. 
El caso es que la siestecilla fue reparadora. Me levanté y me puse a ayudar a mi hija a acabar su arcoiris 3 D (como dice mi hijo) con los trozos de algodón que le faltaban. Le quedó muy chulo y envié una foto de ella con su obra a la profe, a la familia y a varias amigas. Lo dejaremos en la mesa de la habitación, al menos mientras no coja polvo y se ponga feo. Es realmente bonito y ella estaba contentísima.
El resto de la tarde fue tranquila. Merendamos, mi marido puso música en el salón y mis hijos jugaban a "los reyes del dolor", una imitación de un programa de la tele que encontró mi hijo haciendo zapping. A él le fascinó y a mí no me gusta que lo vea, por algo es para mayores de 16. Son unos colgados que dejan que les piquen animales y hacen una clasificación del dolor. El otro día lo puso sin permiso y se llevó un buen susto con una picadura de serpiente. Espero que se le hayan quitado las ganas de volver a verlo. El caso es que en el juego con su hermana le pone demasiado realismo y en alguna ocasión la pobre acabó llorando.
De noche le propuse a mi hijo cenar lo mismo que nosotros y se quedó encantado porque así cenaríamos juntos. Pero al final hubo cambio de planes porque cenó pronto para ver una película de Lego. 
Hace un rato se acostó y fue de esas veces que metido en la cama se acurruca y me deja que lo abrace y lo achuche lo que quiera. Un amor.
Cuando acabe de escribir, le dejaré preparadas las cosas del desayuno. Es una maravilla esto de que se encargue de él y su hermana por las mañanas. Se está haciendo ya una costumbre, pero no dejo de agradecérselo (hoy mismo lo hice) porque es lo que nos está permitiendo descansar de verdad los fines de semana.
Y mañana un paso más, puedo salir a caminar. No tengo claro si lo haré. Estoy empezando a coger algún kilito y caminar me sentaba muy bien, pero si tengo que llevar mascarilla, me voy a ahogar. A ver qué hacemos.


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