sábado, 26 de abril de 2025

Vendimos el piso

 

Hemos vendido el piso de mi madre y ahora me pregunto si las nuevas propietarias saben realmente lo que han comprado. Y no, no me refiero a que el piso tenga más de 40 años y pueda venir con “sorpresas”. Me refiero a que no sé si ellas saben cuántas bandejas de macarrones con chorizo se han preparado en esa cocina, cuántas siestas nos hemos echado en el sofá del salón o cuántos globos caben en la entrada una noche de Reyes.

No saben lo que hemos reído en esa casa, lo que hemos llorado, las veces que hemos leído el cuento de la rana, el pato y la hormiga, lo que hemos corrido detrás de una pelota, de un hermano, de un sobrino… lo que habrá rezado mi madre por cada uno de nosotros…

Seguro que al mirar las jardineras destartaladas no imaginarán todo lo que plantamos ahí, las jarras y jarras de agua que echábamos en verano, ni que tuvimos nuestra pequeña cosecha de fresas.

Supongo que al retirar los muebles encontrarán arena, de tantos días de playa y tanta toalla sacudida. Y quizá por mucho que pinten las paredes, siempre quedará la huella de un cuadro o la de los posters de mi hermano en su habitación. Alguna vez en la cocina les olerá a filetes empanados y menestra, aunque no lo hayan cocinado. Y cuando descubran los increíbles atardeceres que se ven desde el salón, una voz en algún sitio dirá “¡Coché, mira qué cielo más bonito!”.

Sé que van a hacer una reforma integral y ningún rincón quedará como era, pero da igual. En mi cabeza siempre podré hacer girar mi llave en la puerta de la cocina y, al avanzar un poquito, veré a mi madre sentada frente a la tele; se girará sonriente y me dirá “hola, hija, ya has llegado”.

viernes, 17 de noviembre de 2023

Libros

 

Tengo un montón de libros en casa y poco sitio donde guardarlos. El tercer ingrediente es que me gustaría tener más libros, como entre en una librería, la tentación es tan grande como si se tratase de una pastelería, me quiero llevar tres o cuatro libros. 

Así que un día me puse a examinar las estanterías de casa, a fijarme en cada libro, por si podía deshacerme de alguno. La verdad es que de entrada sólo encontré dos ejemplares que podía eliminar sin problemas: uno estaba basado en una historia real y, aunque resultaba sorprendente e insólita, no recuerdo que literariamente fuese para echar cohetes. El otro creo que era un premio Planeta, pero su prosa me había resultado tan cargante y enrevesada que no me dejó disfrutar del contenido, del que, por otra parte, tampoco recordaba nada.

En el resto de libros que quedaban en mis estanterías, dos categorías: o libros que me encantaron /marcaron que querré conservar siempre o libros de los que no recuerdo nada. Esto podría ser la disculpa perfecta para aniquilarlos, pero por algún motivo tuve compasión y pensé que quizá debería darles una segunda oportunidad. Así que me surgió la idea de releer los candidatos al descarte antes de eliminarlos definitivamente. Esto es un poco lo que me pasa con la ropa, me cuesta deshacerme de ella, aunque lleve años sin ponerme una prenda. Así que lo que hago es obligarme a ponérmela un día y, si no soy capaz de sacarla de casa o me la pongo, pero me paso todo el día cruzada, hay que echarla del armario.

Empecé la repesca con un libro cortito, por aquello de que ahora no dedico demasiado tiempo a la lectura. Si escogiese un gran libro y no pudiese ni llegar a leer un buen trozo en poco tiempo, creo que me bajaría con más facilidad de la historia sin llegar a saber si “la culpa” había sido del libro o mía. Y resulta que empiezo a leer mi pequeño libro y, aparte de no recordar haberlo leído nunca, me está resultando que la idea central es encantadora y que es una historia que me transmite mucho. Esto me lleva a pensar que no leí este libro cuando debía, ya sea por edad o por circunstancias personales. Quizá no me habían pasado las cosas que me tenían que pasar para que este libro me llegase o quizá cuando lo leí, yo era otra, simplemente una persona que nada tenía que ver con la historia que aquí se cuenta. Y dándole vueltas a esto, pensé que a lo mejor los libros de adultos tendrían que llevar indicaciones como los libros infantiles, que dicen la edad más apropiada para su lectura. O quizá el tema no es la edad y deberían incluirse advertencias del tipo “leer si alguna vez has perdido a alguien”, “apropiado si tuviste una relación estrecha con algún adulto de tu familia”, “libro para los que gustan de la vida sencilla y las relaciones profundas”. No sé, algo así.

También pensé que los libros, al tener mucho de acompañantes y algo de amigos, no dejan de ser como las personas que te vas encontrando en la vida. Hay algunas que te duran siempre, esas que conociste en el cole y con las que todavía sigues quedando, aunque ahora habléis del trabajo y los hijos y no de la clase que toca después del recreo. Serían como la Historia Interminable o El Señor de los Anillos, siempre en mi biblioteca. Otras son como tu mejor amiga de aquel verano, que simplemente dejó de ser parte de tu vida sin que pasase nada en particular. Ese puede ser el caso del libro que me estoy leyendo, me va a hacer feliz un tiempo, pero no creo que se quede en la estantería. Y otras estuvieron en tu vida pero te dejaron un sabor tan amargo que directamente fueron los libros que acabarán en el contenedor de papel, para que nadie más tenga que pasar por semejante lectura.

jueves, 19 de octubre de 2023

Al final del día

 Llega el final del día y me lo tomo como casi siempre, con esa mezcla de cansancio al límite y de satisfacción por el "trabajo bien hecho". Al final parece que pude con esta semana post-puente llena de cosas por hacer. Al final me deshice por fin de las dichosas cápsulas de café. Seguro que contaminan y no se reciclan tan bien como dicen, pero es que se puede ser ecologista e imperfecta a la vez. Al final parece que no nos pillaron todos los chaparrones (figurados y reales). Y es que al final, así como sin querer, ya es jueves, que no es como un viernes, pero casi, porque el anuncio de la felicidad también es felicidad.

sábado, 10 de septiembre de 2022

Nostalgia

 

Hoy he vuelto a pensar en ti.

Me pasa siempre en los primeros días de playa, aunque no acierto a saber por qué. Porque nosotros nos veíamos a lo largo de todo el año, si acaso, un poco menos en verano, y lo nuestro no fue un amor de una sola estación, estuvimos juntos varios años. Pero aun así, en verano, los primeros días de playa y el sol reflejándose en las olas te devuelven cada año a mi memoria.

Me pregunto qué habrá sido de ti, qué estarás haciendo ahora, pero en realidad no quiero saberlo porque no pretendo recuperarte, sólo añoro al que eras entonces. Añoro aquellas risas, aquellos días largos y aquellas noches cortas, la vida por delante y la falta de peso en la espalda. Añoro la persona que era yo, casi una niña tal y como lo veo desde mi yo de ahora, tan ligera de equipaje y tan cargada de sueños. Colada por tí hasta los huesos y llena de alegría. Y tú que lo eras todo o al menos me hacías sentir que a tu lado no necesitaba nada más. Pero no sé por qué te recuerdo en verano, cuando pasábamos juntos el año entero. A veces creo que yo sólo vivo en verano, como si me pasase hibernando el resto del año y a lo mejor por eso asocio los buenos recuerdos exclusivamente a esa estación. Pero siempre nos pienso en la playa, riendo y disfrutando con amigos y sintiendo la vida sólo con mirarte a los ojos. Creo que vivía inmersa en ellos, como si el mundo no existiese más allá.

Podría llamarte, volver a escuchar tu voz, pero no es eso lo que quiero. No te quiero a ti, no te añoro. Añoro a la persona que era yo cuando te quería.

martes, 7 de junio de 2022

Domesticando

Yo tengo el pelo rizado. De pequeña tenía unos rizos grandes y rubios y era una monada, pero aun así recuerdo que siempre me peiné como si el objetivo final fuese llegar a tenerlo liso. Por las mañanas salía de casa peinada, con un chicho, coletas, trenzas, lo que fuera, y por la tarde volvía del cole con una nube de pequeños ricitos alrededor de mi cabeza. Recuerdo que tenía una compañera con el pelo absolutamente liso y brillante y miraba siempre con envidia su coleta, delgada y ordenada, frente a la mía que se desperdigaba en todas direcciones. 

En sexto el recuerdo que tengo es de descontrol total porque no solo llevaba el pelo suelto sino que, además, se me ocurrió cortármelo con flequillo. Aquello no había quién lo dominase. Más adelante, en el instituto, me dejaba el pelo muy largo y, con cepillo y secador, conseguía una melena lisa, pero el tiempo húmedo de Galicia no ayudaba demasiado a que se mantuviese así. Alguna vez llegué a planchármelo con la plancha de la ropa y cuando salía de noche dedicaba un montón de tiempo a dejarlo perfectamente liso...para volver después a casa igual que cuando volvía del cole.

Con todos los años que han pasado, ahora creo que estoy mejor con el pelo liso, pero al menos me permito muchas veces salir a la calle con mi pelo natural que, asombrosamente, sigue formando rizos grandes si se lo permito. Así que resulta algo absurdo y cansado, pero sí, sigo intentando domesticar algo que nunca se va a cansar de hacer lo contrario de lo que yo pretendo.

Profesionalmente me dedico a la jardinería y últimamente, con todo el movimiento medioambiental de fomentar la biodiversidad, la sostenibilidad, etc. todos los que nos dedicamos a esto hemos tenido que plantearnos si se puede seguir tal y como estábamos trabajando o habrá que cambiar todos o casi todos los planteamientos. Vas por la ciudad y a veces los terrenos abandonados y llenos de hierbas en flor, que no están incluidos en el mantenimiento público, tienen un aspecto más agradable que la mediana que hay a unos metros con el césped recién segado; encima no consume agua de riego ni otros recursos y el coste de su mantenimiento es inferior, por no hablar de la biodiversidad que alberga. En los alcorques de los árboles, para mantenerlos limpios tal y como indican los pliegos municipales, habría que invertir muchas horas de mano de obra...y resulta que la tendencia actual nos dice que lo mejor es llenarlos de flores...Podamos cientos de árboles que no necesitan ser podados, eliminamos hierbas y hierbas que al día siguiente van a volver a salir (esto es Galicia)...y pienso que no es racional que, al final, el trabajo de los profesionales que nos dedicamos a la naturaleza se reduzca a luchar contra su tendencia natural, como hago yo con mi pelo.

Si amplío esta reflexión a todos los ámbitos de mi vida, a lo mejor me vuelvo loca, pero es que me paso todos los días cansada, porque me levanto temprano pero me acuesto tarde. Yo "funciono" bien si me levanto como a las nueve de la mañana, tengo más energía, mejor humor...pero no, tengo que levantarme a las siete para trabajar, para que mis hijos lleguen al cole.... y ellos también se levantan con sueño, porque su hora ideal de levantarse también es más tarde. Como seres humanos hemos alcanzado objetivos increíbles pero en nuestra vida nos hemos obligado a madrugar, que es una cosa horrorosa y que atenta contra nuestras necesidades naturales. Y ya, si sigo divagando sobre esto, pienso en mi hijo, que desde pequeño es un terremoto pero también tiene una mente brillante e ingeniosa como pocas, y siento que toda su vida es un intento por "domesticarlo" para ajustarlo a un estándar...como hago con mi pelo rizo, como hago con los jardines, como hago con mi descanso....

Al final del día hacemos mil cosas que no nos apetecen pero se ajustan a un modelo que hemos ido pensando y hasta consensuando pero ¿está esto realmente bien? ¿es necesario o ineludible o nos hemos vuelto un poco locos en esto de intentar domesticarlo todo?¿seríamos más felices como sociedad si fuesemos más flexibles? ¿Todo esto que pienso tiene sentido de verdad o es la falta de descanso y debería simplemente tomarme otro café?