jueves, 20 de noviembre de 2025

Futbolin

 

Hace unos días mi hijo bajó el futbolín que tenía en la parte de arriba de su armario. Sin decirnos nada, le sacó un poco el polvo acumulado y lo puso sobre la mesa del comedor, en el salón. A partir de ese día por las tardes, después de volver de clase y de merendar, entre descanso y descanso de sus deberes comencé a escuchar el inconfundible sonido de la bola rodando por el futbolín.

Una tarde me pidió que jugase con él y en seguida se sorprendió de que le diese tan fuerte a la bola que moviese el futbolín (es bueno, pero no deja de ser de juguete). Entonces yo le dije que me costaba acostumbrarme, porque yo había jugado mucho al futbolín, pero a los grandes, a los que hay (o había) en los bares y salas recreativas. Le dije también que no suelo ser muy competitiva en los juegos en general, pero con el futbolín era otra cosa, siempre jugaba a ganar. Y siguiendo con las batallitas, le conté que llevaba toda la vida jugando y que recordaba haber empezado muy pequeña, en un bar de la playa, haciendo equipo con mi hermana Mara. Me preguntó si me dejaba de portera o cómo nos organizábamos y yo dije que yo jugaba de lo que quería, que no me gustaba ser portera porque me metían muchos goles y agradecía jugar delante porque era más divertido marcarlos. Pero entonces me di cuenta de que pude aprender a jugar al futbolín y a ganar gracias a que mi hermana no sólo me dejaba jugar con ella sino a la forma en la que me dejaba jugar. Yo me recuerdo divirtiéndome y marcando goles, celebrando las partidas con ella, pero estoy segura de que siendo tan pequeña pasó mucho tiempo hasta que fue divertido de verdad para ella. Pero Mara es así, no sólo me dejaba jugar, sino que me animaba y celebraba cada gol como si yo fuese Iniesta en el mundial.

Le conté también a mi hijo que aprendí a andar en bici con ella y que después íbamos juntas y yo la seguía por cualquier sitio por el que ella fuese. Si nos encontrábamos una montaña de tierra y a mí me daba miedo, ella me decía que yo podía hacerlo y para demostrármelo, bajaba ella primero. Después yo me caía muchas veces por seguirla, pero eso no tenía importancia y siempre me animaba a seguir intentándolo. En la playa hacía lo mismo, nos subíamos a las rocas y aunque la altura fuese mucha para mí, ella siempre me decía que podía hacerlo y se tiraba primero para demostrarlo. Ahora me doy cuenta de que por los años que me lleva, ella podría haber pasado de mí, de jugar conmigo y animarme a seguirla, pero era todo lo contrario. En casa jugando, siempre me organizaba cosas super divertidas. Montábamos el circo de los clicks, por ejemplo, y a partir de ahí ella “hacía magia”, bajaba las persianas y cogía una linterna que era el foco del circo. Los clicks ciclistas, que Famobil (Playmobil ahora) vendía como tranquilos paseantes, ella los convertía en valientes funambulistas que cruzaban sobre una cuerda atada a la parte superior de la jaula de los leones….no me extraña que siempre me fastidiase tanto que mi madre nos anunciase que ya era la hora de recoger.

Y no era así sólo conmigo. Cuando nos juntábamos con mis primos pequeños todos querían jugar con Mara y si íbamos a la playa, era habitual que en algún momento tuviésemos un montón de niños alrededor, atraídos como si ella fuese el flautista de Hamelín. A mí a veces me daba rabia tener que compartirla, pero la verdad es que entendía perfectamente a todos esos niños y, al fin y al cabo, yo era una privilegiada porque ”la tenía siempre para mí”.

Al ir creciendo su apoyo siguió ahí. Mis veranos en la época del instituto no habrían podido ser como fueron si no hubiese sido por ella que, como ya tenía carnet de conducir y coche, me traía y me llevaba a donde yo quería. De día a la playa con mis amigas y de noche, de madrugada más bien, a recogerme a Sanxenxo. Siempre suena muy increíble cuando cuento esto, pero es la verdad: mi hermana Mara se ponía el despertador de madrugada para ir a buscarme a Sanxenxo. Con esto no sólo me daba la vida a mí sino a varias de mis amigas. Porque sus madres confiaban tanto en mi hermana que también les dejaban volverse más tarde con tal de que nos recogiese ella.

Mara ha sido ese apoyo incondicional toda mi vida. Es la persona a la que llamaría si cometiese un asesinato porque sé que ella, con toda su calma, sólo me preguntaría si necesito palas para enterrar el cadáver o si lo que quiero es que me acompañe a la policía a entregarme. Yo creo que por eso a la pobre le tocó un papel tan duro tanto cuando murió mi hermano como cuando estuvo enferma mi madre, porque nadie podría haberlo hecho mejor. Y ahí también siguió cuidándome…todo lo que me dio esos días lo puedo resumir en un gesto que nunca se me borrará, cómo me tapó con una manta en el tanatorio cuando murió Carlos. Ese movimiento imperceptible en ese momento me dio más que muchos abrazos y eso que recibí unos cuantos.

Por eso no es raro que siempre haya amigas que me pregunten si Mara va a estar en quirófano cuando tiene que operarse alguna de sus madres o padres, no solo porque es muy buena en lo que hace, es sobre todo por esa calma y seguridad que transmite. Si tienes que entrar en un quirófano, te cambia la vida que aparezca ella tan sonriente, haciendo bromas y quitándole hierro a todo. Es la persona que quieres ver si te acabas de despertar de una anestesia, la que me acompañó al cementerio en uno de los momentos más oscuros de mi vida, la primera que apareció en el hospital cuando nacieron mis hijos y la persona con la que me encantaría encontrarme en los Andes si nuestro avión acabase de tener un accidente y hubiésemos sobrevivido. No sólo me sacaría de allí con vida, es que encima nos lo pasaríamos bien.

Su generosidad no conoce límites y para ella lo suyo es tuyo, incluida su casa, que siempre está abierta a todo el mundo ya sean familiares, amigos, amigos de sus hijos, el primo del amigo de….porque una vez que eres “de los suyos” ella lo comparte todo contigo y su amor y defensa por ti es incondicional. Es un privilegio y un gusto formar parte de este círculo porque sabes que siempre está ahí, haciendo como si no fuese nada, pero estando, sin aspavientos, sin darse importancia, pero siempre está. Y siempre se adapta a todo y a todos porque ella tiene claro que lo importante no es a donde vamos sino con quien vamos y lo que nos reímos por el camino.

Si tengo que poner un pero, para frenar un poco lo edulcorado que me está saliendo esto y también para bajarle un poco el ego diré que en este camino de risas y amor, para ganarme este sitio tan privilegiado en el que me encuentro en su vida, y que adoro y no cambiaría por nada, he tenido que pagar un precio…no pequeño. …¡llevarme unos sustos de cojones!


 

sábado, 26 de abril de 2025

Vendimos el piso

 

Hemos vendido el piso de mi madre y ahora me pregunto si las nuevas propietarias saben realmente lo que han comprado. Y no, no me refiero a que el piso tenga más de 40 años y pueda venir con “sorpresas”. Me refiero a que no sé si ellas saben cuántas bandejas de macarrones con chorizo se han preparado en esa cocina, cuántas siestas nos hemos echado en el sofá del salón o cuántos globos caben en la entrada una noche de Reyes.

No saben lo que hemos reído en esa casa, lo que hemos llorado, las veces que hemos leído el cuento de la rana, el pato y la hormiga, lo que hemos corrido detrás de una pelota, de un hermano, de un sobrino… lo que habrá rezado mi madre por cada uno de nosotros…

Seguro que al mirar las jardineras destartaladas no imaginarán todo lo que plantamos ahí, las jarras y jarras de agua que echábamos en verano, ni que tuvimos nuestra pequeña cosecha de fresas.

Supongo que al retirar los muebles encontrarán arena, de tantos días de playa y tanta toalla sacudida. Y quizá por mucho que pinten las paredes, siempre quedará la huella de un cuadro o la de los posters de mi hermano en su habitación. Alguna vez en la cocina les olerá a filetes empanados y menestra, aunque no lo hayan cocinado. Y cuando descubran los increíbles atardeceres que se ven desde el salón, una voz en algún sitio dirá “¡Coché, mira qué cielo más bonito!”.

Sé que van a hacer una reforma integral y ningún rincón quedará como era, pero da igual. En mi cabeza siempre podré hacer girar mi llave en la puerta de la cocina y, al avanzar un poquito, veré a mi madre sentada frente a la tele; se girará sonriente y me dirá “hola, hija, ya has llegado”.

viernes, 17 de noviembre de 2023

Libros

 

Tengo un montón de libros en casa y poco sitio donde guardarlos. El tercer ingrediente es que me gustaría tener más libros, como entre en una librería, la tentación es tan grande como si se tratase de una pastelería, me quiero llevar tres o cuatro libros. 

Así que un día me puse a examinar las estanterías de casa, a fijarme en cada libro, por si podía deshacerme de alguno. La verdad es que de entrada sólo encontré dos ejemplares que podía eliminar sin problemas: uno estaba basado en una historia real y, aunque resultaba sorprendente e insólita, no recuerdo que literariamente fuese para echar cohetes. El otro creo que era un premio Planeta, pero su prosa me había resultado tan cargante y enrevesada que no me dejó disfrutar del contenido, del que, por otra parte, tampoco recordaba nada.

En el resto de libros que quedaban en mis estanterías, dos categorías: o libros que me encantaron /marcaron que querré conservar siempre o libros de los que no recuerdo nada. Esto podría ser la disculpa perfecta para aniquilarlos, pero por algún motivo tuve compasión y pensé que quizá debería darles una segunda oportunidad. Así que me surgió la idea de releer los candidatos al descarte antes de eliminarlos definitivamente. Esto es un poco lo que me pasa con la ropa, me cuesta deshacerme de ella, aunque lleve años sin ponerme una prenda. Así que lo que hago es obligarme a ponérmela un día y, si no soy capaz de sacarla de casa o me la pongo, pero me paso todo el día cruzada, hay que echarla del armario.

Empecé la repesca con un libro cortito, por aquello de que ahora no dedico demasiado tiempo a la lectura. Si escogiese un gran libro y no pudiese ni llegar a leer un buen trozo en poco tiempo, creo que me bajaría con más facilidad de la historia sin llegar a saber si “la culpa” había sido del libro o mía. Y resulta que empiezo a leer mi pequeño libro y, aparte de no recordar haberlo leído nunca, me está resultando que la idea central es encantadora y que es una historia que me transmite mucho. Esto me lleva a pensar que no leí este libro cuando debía, ya sea por edad o por circunstancias personales. Quizá no me habían pasado las cosas que me tenían que pasar para que este libro me llegase o quizá cuando lo leí, yo era otra, simplemente una persona que nada tenía que ver con la historia que aquí se cuenta. Y dándole vueltas a esto, pensé que a lo mejor los libros de adultos tendrían que llevar indicaciones como los libros infantiles, que dicen la edad más apropiada para su lectura. O quizá el tema no es la edad y deberían incluirse advertencias del tipo “leer si alguna vez has perdido a alguien”, “apropiado si tuviste una relación estrecha con algún adulto de tu familia”, “libro para los que gustan de la vida sencilla y las relaciones profundas”. No sé, algo así.

También pensé que los libros, al tener mucho de acompañantes y algo de amigos, no dejan de ser como las personas que te vas encontrando en la vida. Hay algunas que te duran siempre, esas que conociste en el cole y con las que todavía sigues quedando, aunque ahora habléis del trabajo y los hijos y no de la clase que toca después del recreo. Serían como la Historia Interminable o El Señor de los Anillos, siempre en mi biblioteca. Otras son como tu mejor amiga de aquel verano, que simplemente dejó de ser parte de tu vida sin que pasase nada en particular. Ese puede ser el caso del libro que me estoy leyendo, me va a hacer feliz un tiempo, pero no creo que se quede en la estantería. Y otras estuvieron en tu vida pero te dejaron un sabor tan amargo que directamente fueron los libros que acabarán en el contenedor de papel, para que nadie más tenga que pasar por semejante lectura.