lunes, 28 de abril de 2014

Hola mamá

Hola mamá,

Se acerca otro día de la madre sin madre, otro día de la madre sin ti. 
Y no me acostumbro.
Después de tantos años siendo tú la protagonista de este día, ahora lo soy yo y me siento como si ocupase un puesto que no me corresponde. A pesar de que yo me convertí en madre antes incluso de saber que tú estabas enferma, me siento como si yo hubiese usurpado el puesto, como si estuviésemos en la época medieval y yo fuese el heredero que mata al rey para ocupar el trono de inmediato.
Y te mentiría si no admitiese que espero el regalo del cole del niño con una ilusión casi infantil, pero el día se me queda "cojo" al no poder ejercer de madre e hija al mismo tiempo.
Los escaparates se llenan de "te quiero mamá" y los anuncios de declaraciones de hijos e hijas que adoran a sus mamás y reconocen todo lo que valéis inundan las televisiones, las redes sociales y hasta los guasaps, mientras yo me siento más huérfana que nunca. Y me siento mayor por situarme ahora en la generación más vieja de la familia, por no tener a nadie por arriba.
Siempre me molestó que algunas veces me siguieses tratando como una niña a pesar de mis años. Me preguntabas si iba bien abrigada, te asegurabas de que llevase las llaves al salir de casa, entrabas en mi habitación a cerrarme la persiana cuando anochecía... ¿te acuerdas de la cantidad de veces que me enfadaba contigo por aprovechar cualquier descuido mío para hacerme la cama?
Y ahora pagaría lo que fuera por poder vivir uno de esos momentos contigo, lo que son las cosas.
Y ya no ejerzo de hija de nadie, como mucho de hermana pequeña a ratos y, a tiempo completo, de madre.
Y ahora que tengo a la niña no puedo evitar acordarme de ti a cada instante. Cada vez que ríe te imagino a ti también sonriendo al verla. Será que como te he visto sonreír antes a ocho nietos puedo imaginar a la perfección la escena. Te caería la baba con ella, lo sé, te emocionarías con esta novena nieta igual que con los ocho anteriores e incluso, por ser la última y la recién llegada, la colmarías de mimos como a ninguno.
Y me da pena que a ella no pueda contarle las mismas historias que tengo reservadas para el niño: que lo llamabas pequerechiño cuando aparecíamos por la mañana en la cocina, que él nunca te extrañaba aunque pasásemos días sin verte, que teníais mucha conexión incluso siendo un bebé que aun no hablaba...
Recuerdo el día que hablamos por teléfono y tú estabas eufórica por una mejoría en el tratamiento del cáncer. Me contabas lo afortunada que te sentías, por todo, por encontrarte bien, por el trato, por tanto cariño como estabas recibiendo y por los cuidados médicos. Y entonces me soltaste algo que me hizo saber que tú ya sabías que esto era el final; me dijiste que no podías pedir más, y que lo único que ahora le pedías a Dios era que te dejase vivir para ver a tu nieto andar y llamarte abuela. 
Él cumplió su parte. Te llamó abuela muy clarito, como siempre, y antes que a su otra abuela, como si al principio sólo a ti te reconociese en ese puesto. En cuanto a lo de andar no se dio prisa, esperó a tener 18 meses, el límite para no preocuparme. Cuando íbamos al pediatra y seguía sin andar, la doctora se preocupaba y yo pensaba que le estaba alargando la vida a su abuela, que no quería despedirla tan pronto. Y pudiste verlo andar mucho y él siguió llamándote abuela incluso al final, cuando el pobre no sabía qué te estaba pasando pero observaba con extrañeza que te quedases dormida a cada paso. Te miraba y no podía reprimir un ¡¡¡¡abuelaaaaa!!! y entonces tú despertabas sobresaltada, probablemente algo desorientada pero inmediatamente reconocías al autor del grito y sonreías, siempre, incluso al final, incluso esos días en que la mirada se te perdía y no sabíamos por dónde andaba tu cabeza.
Guardaré por siempre ese recuerdo, le contaré una y mil veces a mi hijo cómo os mirabais y os reconocíais de aquella manera tan especial y cómo aquel día de carnaval entré en la cocina y os encontré tan felices, tú lo tenías sentado en la mesa, con su disfraz y os reíais a carcajada al miraros, sin motivo, o sin más motivo que la felicidad en estado puro. 
Ya no te tengo para crearle esos recuerdos a la niña. Ya no te tengo para los días de la madre, ni para tus cumpleaños, ni para los míos, pero tengo recuerdos imborrables con nosotros y con los nietos.
Seré ahora la que le cuente a mis niños cosas de su abuela, tal y como tú hiciste con el abuelo. Nos contabas tantas historias y lo tenías tan presente que siempre me dio la sensación de que lo reconocería si pudiese verlo y de que yo tenía un abuelo, a pesar de que hubiese muerto mucho antes de nacer yo. 
Espero hacerlo bien para que mis hijos no se pierdan a su abuela.
Y este día de la madre no te podremos mandar flores, no te podremos llamar, pero no dudes que lo celebraremos como debe ser, con nuestros hijos pero pensando en ti en cada momento. Porque eres nuestro ejemplo y porque mamá sólo hay una.