sábado, 29 de marzo de 2014

La sonrisa de mi madre

Siempre que pienso en mi madre la recuerdo sonriendo.
Mi madre sonreía siempre y sonreía de verdad, con los labios y con los ojos. A menudo reía, reía a carcajadas, con la boca abierta, moviendo el cuerpo, y llegaba a llorar de la risa también. Tenía ataques de risa que hemos heredado las tres hijas, de esos que empiezan por la más mínima chorrada y te llevan a pasar un rato descontrolada, sin poder parar y al borde de las lágrimas. Mi marido ya ha aprendido a reconocer cuando se acerca uno, me deja sola y se va diciendo por lo bajo alguna frase del tipo "ya estamos" y se aleja, como si la onda expansiva lo fuese a alcanzar.
Mi madre tenía una risa sonora y auténtica. Nunca la vi con una sonrisa falsa. Al contrario, era incapaz de disimular cuando alguien le caía mal. Ni por quedar bien aparentaba y a veces le pasaba factura, claro, hay gente que prefiere una sonrisa falsa a una verdad.
Mi madre sonreía cuando nos veía llegar a su casa y dejaba de hacerlo cuando le decías "mamá, que ya me voy".
Hay una sonrisa particular de mi madre que recuerdo mucho, esa con la que se quedaba mirando a alguno de los nietos cuando le contaban sus hazañas, sus avances en el cole, sus cosas... amplia, emocionada, con la papada hinchada como un pavo... puedo verla incluso sin cerrar los ojos, porque también la usaba con nosotros.
Yo me río a menudo. No sé saludar sin sonreír. No recuerdo ningún día de mi vida en el que no me haya reído. Incluso en los días más amargos (he tenido unos cuantos) me he reído en algún momento. La risa libera tanto como el llanto y sienta bastante mejor. La risa te une a los que la comparten contigo. Mi marido me enamoró cuando me hizo reír, sé que suena a tópico pero es cierto; reirnos juntos es una de las cosas que más me sigue encantando de nuestra relación. Mis sobrinos me consideran de risa fácil. Mis amigos también. Y me tomo muy en serio la vida, porque ser de risa fácil no es lo mismo que ser boba o superficial, es que simplemente, siempre hay un buen motivo para sonreír o, en el mejor de los casos, para reír a carcajadas.
Siempre que estoy con mis hermanas me río. Siempre me reía cuando estaba con mi hermano. Siempre reía con mi madre.
No sé si soy feliz porque me río mucho o me río mucho porque soy feliz.
Mi hijo de tres años ríe constantemente. Cuando estaba embarazada deseaba que naciese sano y no me atrevía a pedir más, porque un bebé sano me parecía el colmo de la buena suerte. Aun así, internamente, pensaba que ya asegurándome un niño sano, por Dios, que no fuese sosito. Y se ve que Dios estaba escuchando ese día porque la mayor parte del tiempo se pasa de gracioso y de payaso. Mi hijo se ríe de verdad, con la boca y con los ojos, con una risa abierta y tan contagiosa que siempre consigue hacerme reír también, sin importar la trastada que haya cometido.
Cuando era un bebé, unos carnavales, reía sin parar en el colo de mi madre que, como es de suponer, reía con él. Nunca supe de dónde venía su conexión pero la verdad es que desde siempre se entendieron a la perfección. Por suerte tengo la escena grabada, no sólo en mi cabeza, que también. Los dos mirándose y riendo juntos, por el simple gusto de reír.
Mientras escribo esto, mi hija de cuatro meses sonríe cada vez que la miro. Nunca llegará a conocer a su abuela pero lo cierto es que cuando me sonríe y sus ojitos brillan siento que no es así, que mi madre la conoce y que la mira poniendo su sonrisa de abuela-pavo feliz.

2 comentarios:

  1. Muy de acuerdo. Sonreir y reirse son dos actitudes que nos hacen la vida mucho mejor. Y aunque se nace, también se pace.
    Me alegro de reirme contigo cada día, seguiremos riendo.
    Willy

    ResponderEliminar