miércoles, 20 de marzo de 2013

Bizcocho de yogur

Últimamente me apetecía hacer el bizcocho de yogur de limón, el que se ha hecho toda la vida en mi casa. Muchas veces pensé en preguntarle a mi madre los ingredientes, para confirmar que los recordaba todos pero, como ya le fallaba la memoria, me parecía cruel "ponerla a prueba" y que se diese cuenta de que no lo recordaba. Y lo fui dejando hasta que el otro día se los pregunté a mi hermana y comprobé que no me había olvidado.
Así que me dispuse a hacerme el bizcocho para celebrar mi santo y el día del padre.
En cuanto abrí el yogur me di cuenta de que era imposible olvidarlo. Es como cuando coges el coche para recorrer un camino que no frecuentas hace tiempo pero que fue tu rutina durante años; una vez que te subes al coche es como si pusieses el piloto automático.
Pues esto fue igual: abrí el yogur de limón y los recuerdos vinieron solos. Cientos de veces hice este "ritual" con mi madre cuando era pequeña. Repetí cada paso mecánicamente, añadiendo los ingredientes en el mismo orden, rebañando con la cucharilla el azúcar que quedaba en el envase y sintiendo el mismo crujidito y el mismo olor. Cuando añadía los tres vasos de harina tenía que pedir a mi madre que me ayudase y ella me iba aconsejando sobre la forma de añadir la levadura, mezclándola cuidadosamente con la harina. El aceite dibujó en la masa las mismas formas que entonces y sentí a mi madre a mi lado, sonriendo y dejándome hacer, mientras las dos esperábamos ansiosas la llegada de mi hermana. Y es que, cuando mi hermana la mayor se fue a estudiar la carrera a Santiago, mi madre y yo hacíamos el bizcocho los viernes, que era cuando llegaba ella y lo desayunábamos los sábados.
Seguro que ella la echaba de menos más que yo y por eso los fines de semana eran tan especiales, porque mi madre hacía que lo fuesen. También los sábados dejaba que la ayudase a cortar el chorizo para los macarrones y a empanar los filetes; seguro que ella lo haría más rápido sola pero tenía la paciencia de dejarme hacer, como si no existiesen las prisas ni nada mejor que hacer en ese momento.
Cuando eché la masa de bizcocho en la bandeja del horno me recordé observando a mi madre hacer la misma maniobra, porque toda mi preocupación era que no aprovechase tanto el recipiente y que me dejase rebañarlo con los dedos: "¡ya, ya, mamá, déjalo así, que no me dejas nada!" y siempre le decía que un día me tenía que dejar que lo comiese así, sin meterlo en el horno.
En cuanto el bizcocho subió y empezó a llenarse toda lo cocina de ese aroma tan estupendo, de nuevo me sentí en casa de mi madre, hace tantos años, como tantas veces, esperando la llegada de mi hermana. Es increíble lo unidos que están los recuerdos a los olores porque pude sentir a mi madre tan viva, tan joven, tan alegre y llena de energía como siempre...
Y me sentí enormemente emocionada al comprobar que el dolor punzante y agudo poco a poco se va, que los huecos que deja los puedo ir llenando con recuerdos así de bonitos y que sólo tengo que hacer un bizcocho de yogur para traérmelos. 

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