martes, 15 de enero de 2013

Prueba superada

También podría haberlo titulado "yo sobreviví a la Navidad".

Casi desde que murió mi madre sabíamos que, superado el bache inicial, la próxima prueba sería la Navidad. Desde que acaba el verano es la siguiente ocasión en la que volvemos a reunirnos y sería entonces cuando volveríamos a notar con más dureza la ausencia de mi madre. Creo que no me equivoco si afirmo que la peor parte, en ese sentido, se la lleva mi hermana mayor; al vivir en Madrid no tiene la oportunidad de ir haciendo visitas cortas a Pontevedra y a casa de mis padres, como hago yo. De hecho, a medida que se acercaba la Navidad, vivía cada vez con más angustia su llegada inminente y, aunque yo intentaba animarla asegurándole que no sería tan malo, tampoco estaba convencida del todo.
Lo que sí sabíamos es que, como para las tres nuestros hijos están por encima de todo, teníamos que "construir" la mejor Navidad para ellos, como hacemos siempre y como a su vez mi madre hizo con nosotros. Yo no soy demasiado fan de estas fechas, pero sí es cierto que recuerdo las navidades de mi infancia con muchísimo cariño y alegría. Puede que alrededor hubiese problemas, a veces muy graves, pero siempre hubo árbol y portal de Belén, siempre risas y luces, siempre dulces, adornos, cabalgata y Reyes estupendos; la vida nunca pudo con las Navidades de cuando éramos niños. Así que, una vez más, mi madre nos marcaba el camino a seguir.
La sorpresa fue que no sólo conseguimos hacerlo tal y como teníamos previsto (todo por los niños) sino que casi al momento de volver a estar juntas las tres hermanas, comenzamos a sentirnos muy a gusto, mucho mejor que estos últimos meses. En los instantes previos a la cena de fin de año unas punzadas en el estómago me recordaban que mi madre no se sentaría a la mesa y, sin embargo, después de las campanadas estalló la alegría. Y, a continuación, las pelucas y las narices de payaso del cotillón hicieron el resto. No sólo tuvimos Navidad, sino que tuvimos una buena Navidad.
No creo mucho en algunas expresiones como "el espíritu navideño" o "la magia de la Navidad" y cosas por el estilo, pero sí creo en la fuerza que genera el amor y las personas a las que quieres de verdad. Y resulta que cuando te reunes con gente a la que quieres de verdad, todo eso fluye de tal manera que sí se crea magia y esa magia consigue que traigamos de vuelta a mi madre y que casi podamos verla sonriendo orgullosa y pletórica al verse rodeada de sus nietos una vez más. Porque si mi madre fue siempre una madraza, poniéndonos como prioridad absoluta de su vida, también fue una "abuelaza" de esas que piensan que sus nietos son los más guapos, los más listos, los más graciosos.... y se hinchan como un pavo cuando los miran.
Sentí a mi madre más que nunca. Disfruté del placer indescriptible de compartir espacios tan suyos como su habitación (que ahora es la nuestra) e incluso su armario, en el que aún está colgada su ropa. Esparcí su perfume por la casa para evocar esa sensación que sólo el olfato te puede brindar, por estar tan unido a los recuerdos. Casi pude verla sentada en la cocina, compartiendo concursos televisivos con mis sobrinos. Y me sentí de nuevo afortunada y agradecida por haberla tenido y por seguir sintiendo que la fuerza que ella nos daba no ha desaparecido.


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