martes, 24 de septiembre de 2013

Desterradas

Cuando mi hermana mayor se casó, mi madre le entregó una llave de casa a mi cuñado (su primer yerno) para hacerle saber que aquella era a partir de entonces también su casa y permitirle entrar y salir de ella como tal.
A lo largo de mi vida he podido ver cómo mi madre acogía en casa a hermanos, sobrinos, hijos, parejas de hijos, nietos, amigos y un largo etcétera de gente. Nunca negó un plato de comida y una cama a nadie y su generosidad respecto a sus invitados podía durar desde unas horas hasta meses.
Estoy segura de que a mi madre le habría encantado tenernos en casa siempre, sin que nunca nos hubiésemos ido. No llevó bien el momento en que cada uno nos fuimos yendo, a pesar de que sabía que era esa famosa "ley de vida"y que lo mejor para cada hijo es seguir su propio camino y destino. De haber podido, nos habría hecho un hueco en su casa, con parejas e hijos incluidos y habría vivido así de lo más feliz. 
En cualquier caso, aprendió a conformarse con las visitas y disfrutaba una barbaridad de los momentos en que nos tenía cerca, viviendo de la manera más parecida a ese sueño imposible.
Cada vez que mi hermana mayor y su familia tenían que volver a Madrid después de una temporada en Pontevedra, a mi madre se le partía el alma y tardaba unos días en acostumbrarse de nuevo a la ausencia y al silencio de las habitaciones vacías. 
Cuando se puso enferma, yo empecé a ir más a menudo a Pontevdra, todos los fines de semana y festivos que pude. Nuestras visitas y sobre todo la de mi hijo recién nacido la reconfortaban mucho y le hacían revivir de una manera más que aparente. De igual manera, cualquier visita de mi otra hermana (la que vive en Pontevedra) y su familia la llenaban de vida. Y todas y cada una de esas veces, cada vez que llegaba el momento de irnos, su cara reflejaba el disgusto por tenernos lejos de nuevo, aunque fuese por unos días. 
A mí no se me olvida una frase que nos dijo un día, un domingo que nos volvíamos después de uno de los últimos fines de semana, cuando la enfermedad ya avanzaba de manera notable. A mí no se me olvida, pero mi marido me lo recuerda con frecuencia, porque también a él se le quedó grabada la cara de mi madre al decir "os pondría un candado en la puerta cuando decís que os vais".
Mi madre observaba con envidia las típicas imágenes en televisión en las que salen los agraciados del gordo de la lotería de Navidad. Decía que nada le gustaría más que ser una de esas personas que cuando el locutor de turno pregunta "¿qué va hacer con tanto dinero?" contesta que le va a poner un piso a cada hijo, que no podía imaginar más felicidad que poder hacer eso.

Este verano mi hermana mayor y su familia, como todos los años, pasaron las vacaciones de verano en casa de mi madre. El penúltimo día, mi padre les dijo que no podían volver en Navidad, que quizá alquilase la casa o parte de las habitaciones o ya vería...
Lo hace y puede hacerlo (legalmente), pero no sé por qué.
El caso es que da igual. Da igual que la casa sea también nuestra, da igual que mi madre nunca hubiese imaginado ni aprobado algo así, da igual que no entendamos nada... no vamos a volver a donde no nos quieren. Y pensamos entonces en llevarnos de casa de mi madre nuestras cosas pero te plantas en tu habitación y empiezas a mirar y nada tiene sentido: ¿me llevo mi cama? ¿me llevo los cuadros de mi habitación que no encajan en mi casa? ¿los pijamas que no necesito? ¿juguetes de mis sobrinos que ya no usan? ¿y cómo me llevo los recuerdos de toda una vida? ¿cómo empaqueto la sensación que tengo cuando estoy aquí de que mi madre está en casa? ¿cómo me llevo los atardeceres que veo desde la ventana del salón? ¿en qué bolsa meto los olores y los ecos de la voz de mi madre?
Así que nos fuimos, como se suele decir, con una mano delante y otra detrás, con la bofetada puesta y la pregunta "¿cuándo podré volver?" resonando en la cabeza. 
En 15 días volví a Pontevedra, de hotel, claro. La sensación era extraña, como si estuviese de vacaciones en otro sitio, pero quería obligarme a tomar esa nueva vida cuanto antes, sin mirar atrás, sin preguntarme de nuevo POR QUÉ y sin darle más vueltas buscando otra solución. Y me centré, como siempre, no en lo que pierdo, sino en lo que tengo, así que nos rodeamos de familia y amigos y pasamos un fin de semana realmente estupendo. 
El sábado, después de estar en la playa con mi hermana y su familia, volvimos al hotel para arreglarnos y salir con mis amigos. Al pasar cerca de casa de mi madre, mi hijo (2 años) preguntó por qué no íbamos a casa de la abuela. Hay preguntas que no tienen contestación.
Cenamos y reimos y al volver, no a casa, sino a la habitación de un hotel (sin recuerdos, sin olores, sin voces) el sonido de varios mensajes en el teléfono sonó insistentemente. Era mi sobrina. Estaba en un concierto de Amaral y me mandaba la grabación del estribillo del que yo hablé en el funeral de mi madre (mi homenaje). Decía que, al oirlo, se había acordado de mí y de ella. Lo escuché y sonreí, claro, y la sonrisa me duró un buen rato y seguí sonriendo al día siguiente al recordarlo y cada vez que oigo la grabación. Y me pareció un momento increíble y una coincidencia aun más asombrosa que justo al llegar al hotel, en ese momento, llegase semejante "ayuda". Y creí en la magia, en la que existe entre las personas que se quieren, en la que existe en las personas que nunca se van aunque se mueran y en la que no se va aunque te echen de casa de tu madre en Navidad. Y de nuevo supe que nadie me puede quitar lo más valioso que tengo y que desde allí donde esté, mi madre no nos deja solas.

jueves, 29 de agosto de 2013

Un año después

Echo de menos a mi madre. 
La echo tanto de menos que nunca lo digo, porque me echaría a llorar.
El dolor agudo de los primeros días, la angustia, han dado paso a otro sentimiento menos profundo pero que lo impregna todo. Es como una tristeza alargada, una pena difusa pero continua, una sombra que sólo tiene un nombre: AUSENCIA.
Ha pasado ya un año desde su muerte, quién lo diría y, una vez más, compruebo con amargura cuántas cosas desaparecen o se desmoronan cuando muere una persona tan importante, como si su sola desaparición no fuese suficiente. 
Ya me pasó cuando murió mi hermano. Algunas personas más o menos cercanas desaparecieron de inmediato, las menos importantes, otras se fueron disipando con los meses y los años pero las peores puñaladas y decepciones ocurrieron con los años.
Con mi madre todo se ha desmoronado muy rápidamente. Normalmente no me gusta hablar de esta parte tan "negra" pero es que está siendo tan demoledor e inexplicable lo que está pasando que no puedo avanzar sin "masticarlo" un poco. 
El mismo día del funeral de mi madre, cuando leí lo que para mí era un homenaje sentido y merecido (Mi homenaje) y que todos los que me escucharon acogieron con verdadero cariño, mi padre dejó de hablarme. Creo que sobran más comentarios.
A partir de ahí y en los días que restaron de ese mes de agosto de 2012, mis hermanas y yo hicimos una piña, más fuerte que la unión que ya teníamos y sobrevivimos gracias a permanecer unidas y conviviendo a diario. Pero agosto acabó y tuvimos que volver a la vida real. Tuvimos que enfrentarnos a nuestro dolor y nuestra pérdida cada una por separado y compaginándola como buenamente pudimos con nuestra vida diaria y con la marcha diaria de cada una de nuestras familias.
Y yo segui volviendo a Pontevedra, a la casa de mi madre, desde que acabó agosto hasta Navidad regresé en numerosos fines de semana. Pero en casa de mi madre todo me empujaba a que me fuese, el vacío inmenso de no encontrarla a ella en cada visita, la suciedad y el desorden de sus "habitantes" pero, sobre todo, el desprecio absoluto que sentí en cada una de mis visitas. Tonta de mí, pensé que para un viejo solo y su nieto (al que siempre cuidé como a un hermano pequeño) mi llegada sería como un soplo de aire fresco, una ocasión de sacarlos de sus propias rutinas, tristezas y añoranzas. Nada más lejos de mi pensamiento. No me lo quería creer pero con el tiempo sólo pude confirmar que mi padre y mi sobrino estaban encantados o encantadísimos tanto con la ausencia de mi madre como con su convivencia mutua que básicamente consistía en hacer lo que quisiese cada uno sin molestar ni preguntar al otro. Me parece aun ahora tan fuerte que me da hasta vergüenza escribirlo. (Huérfana)
Yo veía a mi hermana fuera de la casa de mi madre y por eso sobreviví y por eso seguí volviendo, pero lo cierto es que cada visita a Pontevedra me dejaba hundida.
Y llegó la Navidad. Y de nuevo las tres nos juntamos y así conseguimos no sólo superar una fecha tan amarga sin mi madre, sino pasarlo realmente bien y estar de nuevo a gusto. Por que no hay nada mejor que sentirse querida de verdad, tan simple como eso.(Prueba superada)
Pero precisamente por lo bien que me fue en Navidad, decidí no volver a casa de mi madre hasta que estuviésemos las tres juntas de nuevo y así me alejé más y más de Pontevedra. Volví en Semana Santa y en verano, como mi hermana, que vive en Madrid y no tiene otro remedio, pero viviendo tan cerquita como Coruña. Y pensé en alternativas para volver a Pontevedra sin tener que dormir en casa de mi madre, pero no fui capaz de llevarlas a cabo....
Y resulta que desde mayo de este año me vi agobiada por el trabajo y con una disculpa "buena" para no volver pero tanto agobio de trabajo me llevó muy rápido al verano, y a encontrarme casi de golpe en el aniversario de la muerte de mi madre. Y ni todo el trabajo del mundo me ha impedido acordarme de aquellos últimos y terribles días de mi madre, de su declive, de mis hermanas y sus cuidados, de los montones de conversaciones cruzadas sobre la situación y cómo hacer lo mejor para ella.... conversaciones en las que nunca intervino mi padre, como si la muerte inminente de mi madre no fuese con él. Bueno y de hecho no lo fue. Cuando murió él no estaba, estaba de bares. Fuimos las tres a organizarlo todo y ni lo llamamos; entonces no usaba móvil como ahora.
Prefiero no pensar en todo lo que mi padre no hacía cuando ella estaba y ahora sí; resulta tristísimo pensar en la vida que le dio a ella y en la que él se pega ahora...
Y el caso es ese, que vuelvo a casa un año después con esa sensación de que el tiempo no ha pasado y a la vez la otra sensación de que hace mucho que no veo a mi madre. Y de nuevo es la presencia de mis hermanas y sus familias lo que "me salva", lo que me hace recordar todo lo que no he perdido ni perderé y todo lo bueno que tengo, que es mucho y cada vez más, porque, si todo va bien, en noviembre tendré una niña. Y aunque ninguna somos de cementerios y cosas de esas, nos acercamos a regalarle unas rosas a mi madre por su santo y aunque la visita me encoje el corazón, no sé cómo ni con qué tipo de resortes, acabamos riendo las tres en el cementerio, COMO SIEMPRE.
Ahora el futuro es sumamente incierto. Mi padre ha hecho cientos de cosas durante este año para apartarnos de su vida pero lo más sangrante es que está "moviendo ficha" para ver si consigue que ni mis hermanas ni yo ni sus nietos volvamos a casa de mi madre. Y la casa está llena de cosas nuestras, camas, muebles, ropas, etc que compramos nosotras, pero sobre todo de recuerdos que no queremos que nos pisen otras gentes que puedan ocuparla.
Y aunque eso es grave, lo peor, lo que me reconcome la cabeza es QUE NO LO ENTIENDO. Mi padre nos ha ignorado desde el mismo momento de nuestro nacimiento pero lo que descubro sobrecogida es que nos odia. Y tiene unos aliados perfectos que nos odian tanto o más que él, que son mis tíos y que viven el piso de debajo del de mis padres. Y NO LO ENTIENDO. No entiendo el odio, ni este, ni ninguno. Puedo entender un sentimiento de ira puntual, una animadversión por alguien, pero no entiendo este odio de malo de película, ese continuo buscar tretas o estratagemas por machacar al otro. A mí si me cae mal alguien o no me gusta me aparto y deseo perder a esa persona de vista, pero no puedo entender el perder mi tiempo y mi energía en machacarlo ¿por qué?
La vida es muy corta. Los momentos que pasas con la gente a la que quieres son finitos. Yo tengo clarísimo que no voy a gastar ni un minuto en "planear" chorradas para hundir a otro, prefiero invertir en positivo, de verdad. Y es que las cosas malas ya vienen solas y el odio consume al que lo siente y se vuelve contra él, no tengo la menor duda, asi que yo, el tiempo que tengo, lo quiero invertir en vivir, en disfrutar de mi familia y de los amigos de verdad, en ver crecer a mis niños y disfrutar de cada momento, en quererlos mucho y que mi familia me de tanta alegría que me ayude a sobrellevar toda esa parte "oscura" que ni comparto ni entiendo.
No sé qué pasará mañana así que no sé qué pasará de aquí a Navidad. Sólo sé que mi madre nos dio herramientas suficientes para enfrentarnos a todo y que mientras tenga a mis hermanas a mi lado podré con ello. También sé que nada dura para siempre, ni lo bueno (por desgracia) ni lo malo (por suerte). Puede que perdamos algo, o mucho, o todo, pero el recuerdo imborrable de mi madre nos da fuerza no sólo para seguir adelante sino para construir un futuro que algún día será mejor. Y sé que hace un año, cuando ella murió, no podría ni soñar con lo que estoy viviendo ahora, tener la inmensa felicidad de tener otro hijo. Así que por mucho que nos apaleen.... "seguimos jugando".

miércoles, 8 de mayo de 2013

El día de mi madre

El domingo fue el día de la madre pero hoy es el día de mi madre. Hoy cumpliría 80 años.
En las últimas semanas me he parado más de una vez delante de un escaparate pensando en posibles regalos y antes de darme cuenta de que este año no le regalaríamos nada, me he "apuntado mentalmente" que tenía que hablar con mis hermanas sobre eso. Normalmente le regalábamos ropa, juntanto ya los dos regalos (día de la madre y cumpleaños), o un bañador... sobre todo el regalo era que ella saliese a comprar ya que, fuera de estas ocasiones no lo hacía. Ella era de las de "no necesito nada" o "total para lo que salgo", como si no se mereciese ir guapa aunque fuese al súper. Y el continuo "hay que apretarse el cinturón" de mi padre, no la ayudaba mucho.
Así que nosotras aprovechábamos estas ocasiones para "ponerla guapa", pero sobre todo para que saliese ella de tiendas, con lo que anima eso. 
Seguro que este año buscaríamos algo especial, una joya, tal vez, que expresase nuestro cariño y pusiese la guinda a esta fecha tan redonda. Evidentemente, no se alcanza una década tan alta así como así. Y habría flores, cómo no, y dibujos de los nietos también, seguro. Ese sí que era un regalo que le gustaba de verdad.
Pero así son estas cosas, no nos acostumbramos. Una no deja de tener madre de un día a otro y, ni siquiera, cuando van pasando los meses. Y eso es algo que pienso a menudo. Cuando mis amigos hablaban de comer con sus madres el día de la idem, yo pensaba "claro, como yo no tengo...", pero inmediatamente me decía que no es así. No siento que no tenga madre, no creo que eso sea así. Yo tengo a mi madre ¿cómo no la voy a tener? Mi madre no estuvo a mi lado durante 40 años para desaparecer ahora y no ser más que un recuerdo. La huella que deja una madre y todo lo que vives con ella hace que nunca te deje, porque vive en tí y porque una madre como la mía no te deja ni aunque se muera. Así de sencillo.
Mi madre hoy estaría feliz, recibiría las flores en casa con una enorme sonrisa y esperaría la llegada de mi hermana y mis sobrinos por la tarde con la ilusión de un niño pequeño en su cumpleaños. Eso es una de las cosas que más identifico con mi madre, la sonrisa, la risa y las carcajadas. Mi abuela materna era igual y mis hermanas también ríen constantemente, así que creo que es algo que nos ha inculcado a fondo. Creo que la alegría, como el amor, es algo que se siente de una manera innata, pero también es algo que se transmite y se enseña. Mi madre nos enseñó a querer queriéndonos y también nos enseñó a reir a carcajadas, porque ella lo hacía siempre.
Cada vez que mi hijo tiene un ataque espontáneo de risa, así, sin motivo aparente, reir por reir... yo río también, lo abrazo y lo beso entre risas y muchas veces acabamos en el suelo con un ataque de risa descontrolado. Creo que esa felicidad compartida le ayudará a saber ser feliz y a saber querer y sin que él lo sepa, esas risas nos traen a su abuela, que seguro que también ríe feliz observándonos desde sabe Dios dónde.
Hoy no habrá regalos. No habrá compras compartidas ni llamadas de felicitación. Pero habrá risas en cada una de nuestras casas y habrá amor. Así mi madre sonreirá allí donde esté y celebrará como merece su 80 cumpleaños, con sus hijas y sus nietos, que no la olvidan.
¡Felicidades mamá!

miércoles, 3 de abril de 2013

Semana Santa en Pontevedra

La casa de mi madre ya sabe que ella no está.
El cristal de los adornos del salón se ha puesto opaco.
En las lámparas (parece increible) han comenzado a aparecer pequeñas telarañas que recuerdan a esas de los caserones abandonados.
En las jardineras han comenzado a crecer malas hierbas. Mi madre llevaba ya mucho tiempo sin cuidar las jardineras y, sin embargo, no aparecían malas hierbas. Siempre pensé que la tierra estaría ya tan empobrecida que no era posible que ahí creciese nada y, ya ves, desaparece mi madre y los hierbajos se atreven a crecer a sus anchas.
He pensado en sembrar flores silvestres, algo que compita con las malas hierbas, que las oculte o las haga parecer bonitas y mantener de algún modo más viva a mi madre también en sus jardineras. Y a la vez que imagino el salón con ese "marco" de florecitas, pienso en si merecerá la pena, si alguien en esa casa notará la diferencia y recuerdo con nostalgia las horas que pasamos, mi madre y yo, cuidando las jardineras.
Mi madre, como si no tuviese suficiente trabajo con la casa, el marido y los cuatro hijos, regaba una por una las jardineras de las ventanas de su casa, que no son pocas. En verano, con el calor, el trabajo era casi diario y yo pasé pronto de acompañarla a sustituirla. No sólo le quité el trabajo sino que yo me lo adjudiqué encantada, porque las plantas para mí siempre han sido un placer y una de mis aficiones favoritas, hasta que se convirtieron en mi profesión. No sé si esto también me lo inculcó mi madre, ahora que analizo mi vida constantemente y observo lo mucho que de ella hay en mí (y en mis hermanas). En cualquier caso, como siempre, me dejaba hacer, aunque supongo que de pequeña molestaba más de lo que ayudaba, pero nunca sentí que a ella le incordiase lo más mínimo, al contrario.
Recuerdo el ritual, el orden de "los jarrazos": la cocina, mi habitación, la de mi hermana, el salón... recuerdo los grifos que tenía más cerca en cada caso y, por supuesto, la sucesión de especies: en la cocina crecían unos frondosos geranios hiedra con flores rosadas, aunque también tuvimos perejil, que no es tan bonito, pero que nos hacía especial ilusión, porque nos lo comíamos. En nuestra habitación (de mi hermana y mía) hubo un tiempo unas azaleas que a mí me encantaban, a pesar de que no las veía mucho con la ventana cerrada, pero yo sabía que estaban ahí y las disfrutaba al regarlas. El salón se llevó una de las peores partes, porque el viento y el sol en verano hicieron casi imposible que pudiese haber otra cosa que geranios, que no son muy de mi gusto. Lo bueno es que florecían tanto que, la verdad, compensaban y además casi no había que cuidarlos. También tuvimos fresas, poquitas y pequeñas, pero cada fruto de "la cosecha" lo celebrábamos como un manjar. A mí me llamaba especialmente la atención una especie de cactus o más bien planta crasa (esto lo aprendí con el tiempo) que crecía en la jardinera de mi hermana casi por generación espontánea y se multiplicaba una y otra vez por una especie de florecitas que iba desperdigando. Me tenía fascinada.
Cuántas plantas... cuántas jardineras... cuantas jarras de agua al volver de la playa.... cuantos recuerdos de mi madre por casa, sin parar nunca, llena de vida y energía, deshaciendo las bolsas de la playa, calentando la leche después de la cena, haciendo los colacaos...
Por eso intentaré sembrar flores silvestres, porque mientras vivió mi madre no hubo malas hierbas en su casa.
Por suerte las orquideas han reaccionado de otra forma y, lejos de abandonarse como el resto de la casa, no paran de florecer. Mientras mi madre estuvo enferma no dejaron de hacerlo y durante el mes de agosto, cuando ella murió, también. Ahora, en Semana Santa, han vuelto a florecer, y así al menos algo o alguien (quién sabe) en esa casa, nos da la bienvenida con los brazos abiertos, rebosando alegría, como siempre hacía mi madre.


miércoles, 20 de marzo de 2013

Bizcocho de yogur

Últimamente me apetecía hacer el bizcocho de yogur de limón, el que se ha hecho toda la vida en mi casa. Muchas veces pensé en preguntarle a mi madre los ingredientes, para confirmar que los recordaba todos pero, como ya le fallaba la memoria, me parecía cruel "ponerla a prueba" y que se diese cuenta de que no lo recordaba. Y lo fui dejando hasta que el otro día se los pregunté a mi hermana y comprobé que no me había olvidado.
Así que me dispuse a hacerme el bizcocho para celebrar mi santo y el día del padre.
En cuanto abrí el yogur me di cuenta de que era imposible olvidarlo. Es como cuando coges el coche para recorrer un camino que no frecuentas hace tiempo pero que fue tu rutina durante años; una vez que te subes al coche es como si pusieses el piloto automático.
Pues esto fue igual: abrí el yogur de limón y los recuerdos vinieron solos. Cientos de veces hice este "ritual" con mi madre cuando era pequeña. Repetí cada paso mecánicamente, añadiendo los ingredientes en el mismo orden, rebañando con la cucharilla el azúcar que quedaba en el envase y sintiendo el mismo crujidito y el mismo olor. Cuando añadía los tres vasos de harina tenía que pedir a mi madre que me ayudase y ella me iba aconsejando sobre la forma de añadir la levadura, mezclándola cuidadosamente con la harina. El aceite dibujó en la masa las mismas formas que entonces y sentí a mi madre a mi lado, sonriendo y dejándome hacer, mientras las dos esperábamos ansiosas la llegada de mi hermana. Y es que, cuando mi hermana la mayor se fue a estudiar la carrera a Santiago, mi madre y yo hacíamos el bizcocho los viernes, que era cuando llegaba ella y lo desayunábamos los sábados.
Seguro que ella la echaba de menos más que yo y por eso los fines de semana eran tan especiales, porque mi madre hacía que lo fuesen. También los sábados dejaba que la ayudase a cortar el chorizo para los macarrones y a empanar los filetes; seguro que ella lo haría más rápido sola pero tenía la paciencia de dejarme hacer, como si no existiesen las prisas ni nada mejor que hacer en ese momento.
Cuando eché la masa de bizcocho en la bandeja del horno me recordé observando a mi madre hacer la misma maniobra, porque toda mi preocupación era que no aprovechase tanto el recipiente y que me dejase rebañarlo con los dedos: "¡ya, ya, mamá, déjalo así, que no me dejas nada!" y siempre le decía que un día me tenía que dejar que lo comiese así, sin meterlo en el horno.
En cuanto el bizcocho subió y empezó a llenarse toda lo cocina de ese aroma tan estupendo, de nuevo me sentí en casa de mi madre, hace tantos años, como tantas veces, esperando la llegada de mi hermana. Es increíble lo unidos que están los recuerdos a los olores porque pude sentir a mi madre tan viva, tan joven, tan alegre y llena de energía como siempre...
Y me sentí enormemente emocionada al comprobar que el dolor punzante y agudo poco a poco se va, que los huecos que deja los puedo ir llenando con recuerdos así de bonitos y que sólo tengo que hacer un bizcocho de yogur para traérmelos. 

sábado, 9 de marzo de 2013

Tener un hijo.

Mi prima está a punto de tener a su primer hijo, dentro de poquito, probablemente antes de que acabe el mes.

Últimamente he hablado más con ella, por aquello de confirmar que sigue todo bien e, inevitablemente, he recordado muchas cosas de mi propio embarazo.
Recuerdo perfectamente el estado de incertidumbre: no sabes qué va a pasar, no sabes cuándó, no sabes cómo va a ser... y repasas muchas veces algo que no ha pasado aun, como si planificarlo en tu cabeza fuese a servir de algo. Lo primero que piensas es en el niño, en que nazca bien, pero también en tí, en no tener mucho dolor, en "saber" parir, en no descontrolarte... Y a pesar de eso yo estaba tranquila; había pasado ya casi todo un embarazo estupendo y confiaba en que todo siguiese así hasta el final.
Lo más extraño es que, ni a esas alturas, podía imaginar lo que sería tener un hijo. A mí me sorprenden mucho esas mujeres que se sienten madres desde el primer momento. Yo me quedé embarazada después de bastante tiempo intentándolo y, aun así, aunque era algo que deseaba de verdad, cuando lo conseguí sentí mucha alegría, claro, pero no me sentí madre. Y también me sentí muy preocupada, en el primer trimestre afloraron todos los miedos posibles, miedos que ni sabes que tienes y que te hacen pensar que el embarazo va a ser algo insufrible. A tu alrededor la gente no para de llamarte "mamá", de tocar una barriga que aun no tienes y de hacer preguntas para mí sin sentido, como si quieres que sea niño o niña. Quieres que viva, que llegue al final del embarazo y nazca sano, eso es lo que quieres.  
Por suerte ese estado desapareció pronto y pasé a otro del que no me despegué ya hasta el parto, la felicidad pura y dura. A medida que mi barriga crecía, mi alegría lo hacía también. La ausencia de problemas, sin mareos ni nauseas, ni nada parecido y el poder comer de todo (por una vez en la vida) creo que ayudaron bastante. Y aun así, no, no me sentí madre.
Y llegué al parto tranquila y todo fue estupendo y cuando vi al niño por primera vez sentí esa indescriptible sensación que experimentas cuando conoces a tu hijo por primera vez; es extraño, porque no es como lo imaginabas, y porque es la primera vez que alguien ve a esa personita en su vida y ese alguien eres tú. Mi marido y yo no hablábamos casi, sólo me tenía cogida la mano, fuerte, mientras mirábamos al niño, al que sostenía sobre mí con la otra mano. Es tan emocionante y tan extraño que no se parece a nada de lo que hayas pasado en tu vida. Estás conociendo a tu hijo por primera vez.
Y a partir de ahí todo cambia, tu vida da vueltas y todo tiene un nuevo sentido; porque no importa que hasta ahí (38 años en mi caso) hayas sido hija, hermana, novia, mujer, tía, ingeniera.... ahora eres la madre de alguien y eso no tiene comparación con nada. Lo quieres tanto y tienes tantas ganas de que todo le salga bien en la vida que te gustaría protegerlo de todo y que no derramase una sola lágrima en su vida. Y no es más que un bebé desprotegido y frágil, no sabe ni quién eres, pero es quién ha dado y dará sentido al resto de tu vida.
No sé si me sentí madre en ese momento. No sé si fue cuando lo vi reir por primera vez. No sé si fue esa primera vez que te das cuenta que él te mira diferente, como si de repente "te conociese" y por primera vez se diese cuenta de quién eres. No sé si fue la primera vez que empezó a tocarme la cara con sus manitas.... la primera vez que dijo "mamá" sabiendo lo que decía, la primera vez que me dio un beso...son tantas cosas... que nunca quise contarle a mi prima lo maravilloso y lo increíble que era tener un hijo, por si ella no lo tenía y también porque era imposible explicarle que cuando tienes un hijo experimentas este amor tan indefinible y tan inmenso.

Hoy es el cumpleaños de mi prima y, sin duda, el mejor regalo está por llegar.

jueves, 21 de febrero de 2013

Dejar de jugar

Últimamente mi hijo, de tan sólo dos años, me está volviendo loca en el mal sentido de la palabra.
Todas las mañanas le dan ataques de risa mientras yo intento vestirlo y aguantar a la vez mi risa; después no quiere ir a lavarse los dientes y peinarse y se pone a jugar a esconderse y salir, de nuevo muerto de la risa; cuando ya está listo, echa a correr para que no le ponga la cazadora.... y con todos esos tiempos de espera, de tira y afloja, de mantenerme firme pero no agresiva, comprensiva pero no permisiva... pienso en su educación, en lo que debo hacer para que se convierta en el niño y más tarde en el adulto que quiero que sea y, como todas las madres del mundo (al menos las buenas) me planteo si lo estoy haciendo bien y me siento culpable (odio esa palabra) por las veces que sé que no lo hago.
Cuando por fin lo dejo en la guardería, agotada ya mentalmente, intento respirar, serenarme y me pongo a pensar en cómo funciona su pequeña cabecita y en por qué le divierte tanto sacarme de quicio. Y lo peor es que lo entiendo perfectamente. Entiendo que todo momento le parezca un buen momento para jugar, que cada ocasión en que estamos juntos la aproveche para partirse de risa y hasta que busque que al final yo le coja por la mano y lo lleve corriendo de su habitación al baño ¡es que es divertido correr por la casa de la mano de mamá! Y lo peor es que, a mis cuarenta años, a mí me encanta jugar y los ataques de risa son mi especialidad; así que por las tardes, cuando no tenemos que llegar al cole ni hacer las cosas corriendo, cantamos juntos, aplaudimos, jugamos, nos escondemos el uno del otro y nos entregamos sin reparos a los ataques de risa espontáneos, que son los mejores, los de reir por reir, por el simple gusto de entregarnos a la felicidad pura y dura.
Así que, al final, ¿qué tenemos que hacer para educar, acotar la diversión, reducir los juegos y las risas? Pues a veces sí, claro que sí ¿qué pasaría si les dejásemos jugar todo lo que quieren?... Quiero pensar que no serían más felices, sólo acabarían más cansados al final del día y sin haber comido bien ni haberse cambiado el pañal. Pero algo dentro de mí se entristece un poquito cuando comprende que crecer, A LO MEJOR, es eso, es dejar de jugar y de reírte por nada. Para que después, de mayor, te digan que te estresas, que eso es malísimo y que tienes que recuperar al niño que llevas dentro, "jugar" con tu pareja para que no os coma la rutina e ir a risoterapia para encauzar tu vida.¿A qué estamos jugando?

martes, 19 de febrero de 2013

Amor

Hoy cuando dejé a mi hijo en la cama, se tumbó boca abajo, como siempre hace, poniendo el culo "en pompa", pero antes de entregarse al chupete como si se lo fuésemos a prohibir, se volvió con esa cara de pillo que me vuelve loca y dijo: "mamá, te quiero mucho". 
Era la primera vez que me lo decía. No hay palabras.

lunes, 4 de febrero de 2013

Día mundial contra el cáncer

En un día como hoy, no podía dejar de hablar de mi madre; de su lucha, que fue la nuestra.

Cuando mi hermana me dijo por teléfono "mamá tiene cáncer" quise gritar, quise correr, escapar de todo lo que se nos venía encima, quise irme lejos, tan lejos como pudiera, a un lugar donde aquello no pudiese cogerme. No, no, no, no, no puede ser. Me sentía como si nos hubiesen metido en una "categoría" a la que no perteneciésemos. Mi madre no es una enferma de cáncer. No puede ser.No puede ser.
Pero no hice nada de eso. Gritar no soluciona nada, tus gritos nunca pueden ahogar lo que acabas de oir. ¿Correr? ¿A qué lugar podría ir para olvidar lo que le estaba pasando a mi madre? Mi hermana, la que me estaba dando la noticia, no había escapado, estaba con ella, afrontaba lo que estaba pasando y, para colmo, nos lo tenía que contar a los demás. Mi madre tampoco podría escapar de aquello, aunque quisiera. No podíamos dejarla sola.
Además ¿cómo se sentiría ella? ¿cómo llorar si ella no lo hacía? ¿cómo pedirle que no se fuera, que no me dejase? No iba a hacer nada de eso. Mi madre iba a enfrentarse a aquello como todo lo que ha hecho siempre en su vida, sin flaquear, con FUERZA, con una fuerza que nos había enseñado en no pocas ocasiones y que, por genética o ejemplo, nos había transmitido a las tres. Teníamos que estar a la altura. 

El pronóstico inicial era que aquello era el final, que se iba a morir. Un tumor en el colon, metástasis en no sé cuántos órganos vitales.... de repente entras en un lenguaje nuevo, extraño hasta entonces y que, de la noche a la mañana, pasa a ser cotidiano.
No quiero saber más. Qué bien no ser médico como mis hermanas. Qué bien saber sólo lo que pasa (a medias) y no todo lo que podría pasar. No necesito los detalles, si no pueden decirme cuánto le queda, cuánto nos queda, lo demás me da igual. Ya lo iré viendo.

Y después de la conversación, de mis preguntas y sus respuestas, de mis preguntas sin respuesta.... Colgar. Llorar. Llorar como nunca. Por la injusticia. Por el dolor. Por la pérdida futura. Por el miedo a lo desconocido. Por la niña que fui y que no podía vivir sin mamá. 
Entonces llegó el mensaje de mi otra hermana, un "PODREMOS"  como una casa, tan fuerte que casi podía oirla gritándomelo, pero que yo no pude creer en ese momento. Sinceramente, pensé que YO no iba a poder con aquello, no en ese momento.

Y a partir de ahí, supongo que la historia fue como tantas otras. Como tantos miles y millones. La operación, la quimioterapia en pastillas, la quimioterapia inyectada, la quimio que ya no va, metástasis en la columna, radioterapia, metástasis en la cabeza..... ¿por qué es tan agresivo? ¿por qué todo va tan rápido?
Pero también fue VIDA, mucha vida que aun nos quedaba juntas. Porque cuando eliges no escapar, no huir de la lucha que se avecina, eliges vivir. Mi padre eligió la cobardía, por ejemplo. Eligió no enterarse de lo que estaba pasando. Eligió no compadecerse de su deterioro. Eligió no acompañarla a los tratamientos... Eligió perderla antes de que ella se muriese.
Por eso no me da envidia, me da pena. Porque nosotras elegimos lucha, lucha durísima, apretando los dientes y llorando hasta cuando no quieres o no debes, pero lucha. Elegimos vivir y vivir hasta el último de los momentos que viviese mi madre. Elegimos ESPERANZA a pesar del diagnóstico que acabó cumpliéndose. Elegimos ENTREGA para poder devolverle a mi madre una pequeñísima parte de lo que ella siempre nos había dado. Elegimos AMOR. Tanto como nunca llegaste a imaginar. Tanto que lo haces todo, todo lo que puedes, lo que esté en tu mano, pequeño o grande, por verla sonreir, por que no se sienta sola, porque así sepa que su dolor es el tuyo. Tanto, que haces cosas que tú misma piensas que no harías jamás. Supongo que hay cosas que sólo se hacen por una madre o por un hijo. Y descubres que el cuidarla no es una obligación sino un regalo. Que al dar, eres tú la que recibes, aunque suene a tópico.
No sé si esto nos pasaba a nosotras porque mi madre era una buenísma enferma. Nunca se quejaba, aunque eso llegó a ser un inconveniente: necesitábamos saber cómo se encontraba en realidad. Agradecía hasta el menor de los cuidados, que le sirvieses un yogur de la nevera, cosas así... Y cuando las cosas funcionaron, porque también hubo remontadas y buenísimos momentos, ella era la primera en venirse arriba y arrastrarnos a todos en "el subidón".

Fue durísimo luchar. Fue durísimo saber que, detrás de su buen aspecto, la vida se le iba. Fueron muchos los momentos en que dije "no puedo con esto". Y pudimos. Ya lo dijo mi hermana. Luchamos. VIVIMOS. Y la lucha fue dura y la vida preciosa, intensa como nunca. Y lo duro no fue vivir, fue tener que dejar de luchar.

En este día, muchísmo ánimo y cariño a los que siguen luchando. Quién pudiera....

martes, 15 de enero de 2013

Prueba superada

También podría haberlo titulado "yo sobreviví a la Navidad".

Casi desde que murió mi madre sabíamos que, superado el bache inicial, la próxima prueba sería la Navidad. Desde que acaba el verano es la siguiente ocasión en la que volvemos a reunirnos y sería entonces cuando volveríamos a notar con más dureza la ausencia de mi madre. Creo que no me equivoco si afirmo que la peor parte, en ese sentido, se la lleva mi hermana mayor; al vivir en Madrid no tiene la oportunidad de ir haciendo visitas cortas a Pontevedra y a casa de mis padres, como hago yo. De hecho, a medida que se acercaba la Navidad, vivía cada vez con más angustia su llegada inminente y, aunque yo intentaba animarla asegurándole que no sería tan malo, tampoco estaba convencida del todo.
Lo que sí sabíamos es que, como para las tres nuestros hijos están por encima de todo, teníamos que "construir" la mejor Navidad para ellos, como hacemos siempre y como a su vez mi madre hizo con nosotros. Yo no soy demasiado fan de estas fechas, pero sí es cierto que recuerdo las navidades de mi infancia con muchísimo cariño y alegría. Puede que alrededor hubiese problemas, a veces muy graves, pero siempre hubo árbol y portal de Belén, siempre risas y luces, siempre dulces, adornos, cabalgata y Reyes estupendos; la vida nunca pudo con las Navidades de cuando éramos niños. Así que, una vez más, mi madre nos marcaba el camino a seguir.
La sorpresa fue que no sólo conseguimos hacerlo tal y como teníamos previsto (todo por los niños) sino que casi al momento de volver a estar juntas las tres hermanas, comenzamos a sentirnos muy a gusto, mucho mejor que estos últimos meses. En los instantes previos a la cena de fin de año unas punzadas en el estómago me recordaban que mi madre no se sentaría a la mesa y, sin embargo, después de las campanadas estalló la alegría. Y, a continuación, las pelucas y las narices de payaso del cotillón hicieron el resto. No sólo tuvimos Navidad, sino que tuvimos una buena Navidad.
No creo mucho en algunas expresiones como "el espíritu navideño" o "la magia de la Navidad" y cosas por el estilo, pero sí creo en la fuerza que genera el amor y las personas a las que quieres de verdad. Y resulta que cuando te reunes con gente a la que quieres de verdad, todo eso fluye de tal manera que sí se crea magia y esa magia consigue que traigamos de vuelta a mi madre y que casi podamos verla sonriendo orgullosa y pletórica al verse rodeada de sus nietos una vez más. Porque si mi madre fue siempre una madraza, poniéndonos como prioridad absoluta de su vida, también fue una "abuelaza" de esas que piensan que sus nietos son los más guapos, los más listos, los más graciosos.... y se hinchan como un pavo cuando los miran.
Sentí a mi madre más que nunca. Disfruté del placer indescriptible de compartir espacios tan suyos como su habitación (que ahora es la nuestra) e incluso su armario, en el que aún está colgada su ropa. Esparcí su perfume por la casa para evocar esa sensación que sólo el olfato te puede brindar, por estar tan unido a los recuerdos. Casi pude verla sentada en la cocina, compartiendo concursos televisivos con mis sobrinos. Y me sentí de nuevo afortunada y agradecida por haberla tenido y por seguir sintiendo que la fuerza que ella nos daba no ha desaparecido.


domingo, 13 de enero de 2013

Mi homenaje

El día del funeral de mi madre leí el texto que figura a continuación. La motivación para escribirlo era absolutamente personal e íntima pero no puedo expresar lo que sentí al leerlo delante de tanta gente y así hacerlo público. Sólo puedo decir que algo más fuerte que yo me decía que tenía que hacerlo, que debía contar bien alto quién era mi madre, que debía de "hacer justicia", hacer que, al menos una vez, al menos al morir, ella fuera la protagonista.
Me resulta difícil expresar lo increiblemente bien que me sentí al leerlo pero, si hay momentos que justifican una vida entera, este fue uno de ellos.
Este fue mi pequeño homenaje:

"Mi madre era una madre de las de antes, de las que se casaban para toda la vida y la dedicaban por entero a cuidar de su casa, su marido y sus hijos. Era una época en la que no se estilaba hacer otra cosa pero creo que, a toro pasado, no habría cambiado ni un solo día de esa vida por una carrera profesional brillante. Era una madre vocacional.
Mi madre era una madre de las de antes, de las que decía que no molestásemos a papá porque trabajaba mucho pero nunca reivindicaba su propio trabajo y esfuerzo. Tuvo tres hijos en menos de tres años y después llegué yo, así que fue todo un relajo criarme a mí sola cuando los otros tres ya estaban creciditos.
Yo he tenido la enorme suerte de tener un hijo antes de que mi madre se fuese. Así he podido “redescubrirla”: he podido saber que era cierto cuando me decía “no habrá nadie que te quiera como yo”; he podido preguntarle cómo se las arreglaba con cuatro niños, en la Caeira, sin coche ni carnet, cuando yo me agotaba con uno; he podido confirmar que mi llegada fue un regalo para ella: Mara tenía cinco años así que se dio el gustazo de disfrutar mucho de mí. Hubo gente que le dijo que me mimaba demasiado, que se notaba que era “hija de padres viejos”, pero ella me dio todo el amor que quiso, sin contestarles ni cambiar su actitud. Así que yo le debo a mi madre mucho de lo que soy, mi carácter, mi personalidad y mi seguridad. Sentirme tan querida desde que nací sólo me ha facilitado la vida.
Mi madre era una madre de las de antes.
Mi madre era una madre de las buenas, de las que a veces te decía lo que debías hacer pero nunca te impedía que hicieses lo contrario. Yo siempre me sentí libre de escoger mi vida y, si dudaba, no tenía que acudir a sus palabras, sino a su vida. Su ejemplo ha sido siempre la mejor escuela para mis hermanos y para mí.
Siempre pensó primero en nosotros, en mi padre, mis hermanos y yo antes que en ella. Ni siquiera en este último año conseguimos que, alguna vez, dijese qué quería hacer ella; su respuesta siempre fue la misma: “a mí me da igual, lo que queráis”.
Mi madre nunca flaqueó ni se rindió, en ninguna circunstancia, ni en la enfermedad que se la llevó. Nunca se quejó, ella nunca tenía dolor ni quería nada y siempre, siempre, siempre agradeció el cuidado y el cariño.
Mi madre quería a sus hijos más que a nada en el mundo; se sentía orgullosa de todos en cualquier circunstancia y lo dio todo, sus fuerzas, su vida y su corazón por salvar a mi hermano. Nunca dejó de quererlo, nunca le dio la espalda, nunca tiró la toalla y siempre confió en él, en que saldría adelante. Y lo consiguió, recuperó a Carlos, al Carlos que siempre debería haber sido. Pero nunca se apuntó el tanto, nunca dijo “yo que lo curé”, “yo que estuve ahí”… al contrario, le dio todo el mérito a él y se lo hizo saber. Cuando Carlos se operó del corazón celebramos la Navidad y Carlos le dijo a mi madre “pensé que no llegaría a tener Navidad”. Ella le dijo “todo depende de ti, tendrás tantas Navidades como desees”.
Por desgracia se equivocó.
No imagino el dolor, aunque pude verlo. Sé con certeza que fue la muerte de Carlos lo que comenzó a matarla y no su enfermedad.
Pero entonces, COMO SIEMPRE, mi madre no se permitió a sí misma caerse, así que apretó los dientes, sacó toda su fuerza y se ocupó de nosotras tres. No se derrumbó delante de nosotras, no pataleó ni gritó, no mostró su corazón destrozado… esa misma noche se puso a hacer café con leche para todos.
ASÍ FUE SIEMPRE MI MADRE.
Podría seguir hablando de ella horas y todo lo que os contaría sería bueno. Pero estoy segura de que, los que estáis acompañándonos estos días podríais contarme a mí otras historias similares.
Así que por eso NO HAY CONSUELO, porque la vida no será la misma sin ella.
La vida que conocíamos se ha acabado. Pero hay futuro, porque tenemos hijos pero, sobre todo, porque la madre que tuvimos no nos permitiría otra cosa.
Así que tiraremos de pasado para construir ese futuro. Y PODREMOS, COMO SIEMPRE, como ella haría.
Me gusta pensar que ella está feliz, que está tranquila, sin dolor y que sonríe, COMO SIEMPRE; e incluso me encanta pensar que se ríe a carcajadas, porque Carlos está con ella.
Siempre imaginé una vida mejor para mi madre y no porque la suya fuese mala sino porque creo que todo era poco para ella.
También imaginé un final mejor, dentro de muchos años.
Me gusta imaginar que se ha ido como dice la canción de Amaral:

El día que yo me muera
me tumbaré sobre la arena
y que me lleve lejos cuando suba la marea

Sólo me queda, por último, dar gracias, en mi nombre y en el de toda mi familia.
GRACIAS a los que estáis pero, sobre todo, a los que también estuvisteis estos últimos meses.
GRACIAS a mis hermanas, por cuidarla, por quererla tanto, por el cariño, la entrega y por la alegría y las risas, SIEMPRE, en las peores circunstancias.
GRACIAS a Mara por dar su vida.
GRACIAS a todos, DE VERDAD.
Y GRACIAS. MAMÁ, POR ENSEÑARME LO QUE YO DEBO SER PARA MI HIJO."