jueves, 11 de octubre de 2012

La fuerza de la costumbre

A esta hora me acuerdo mucho de mi madre. Era más o menos la hora a la que la llamaba, acostaba al niño y entonces ya me quedaba libre para llamarla y saber cómo estaba.
Últimamente ya era muy consciente de las pocas llamadas que me quedaban por hacer así que disfrutaba del placer y la suerte que es poder descolgar un teléfono y decir "hola, mamá". Sabía que, en poco tiempo, ya no podría volver a hacerlo, decir "hola, mamá" y que al otro lado ella contestase "hola, hija ¿cómo estás?"; sabía que lo iba a echar mucho de menos y ahora estoy en eso.
Parece que puedo escucharla, siempre me preguntaba "¿qué tal el pequerecho?" y disfrutaba mucho de todo lo que le contaba sobre él.
La verdad es que últimamente el momento de la llamada me llenaba de angustia y de mucha tensión. No sabía cómo la iba a encontrar, era evidente que las cosas ya no marchaban bien (me resulta curioso decir esto cuando nunca fueron bien) y, lo peor es que a veces no era capaz de mantener con ella una conversación normal: le repetía varias veces la misma pregunta y ella parecía "haberse desconectado", al rato "conectaba" y seguía una conversación coherente... uff, se me corta la respiración al recordarlo. Mis hermanas me explicaron algo, que era como si su cerebro dejase de oirme a veces. Terrible.
Pero otras veces el momento de la llamada era estupendo: contestaba feliz y animada, por lo que sea sus dolores/molestias habían remitido o, en la mayor parte de las veces, era porque mi hermana la había llevado ese día a la peluquería o a tomar un café o a las dos cosas. Nunca podremos agradecerle suficiente a mi hermana todo lo que le dio a mi madre en estos meses y todo lo que nos dio a mi otra hermana y a mí.
Qué subidón me daba escuchar a mi madre así, era como si todo se pasase en un segundo.
Voy a intentar quedarme con la sensación de estas "llamadas buenas" y recordarla cuando eche tanto de menos como ahora llamar a mi madre.
"Hola, mamá, ¿cómo estás?"

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