miércoles, 12 de diciembre de 2012

Una vida y tres muertes

Yo no quería que esta fuese la dirección de mi blog, pero "comolavidamisma.blogspot.com" ya existía, y tuve que probar con cosas menos convencionales hasta llegar a esta.

De todos modos, el nombre tiene una razón de ser y la voy a explicar.

En mi vida ha habido tres muertes más o menos recientes que me han marcado y son, por orden cronológico (que no de importancia), la de mi hermano, la de mi perro y la de mi madre. Sé que meter al perro por el medio puede parecer una ofensa para las otras dos o que soy una friki, pero no pongo las tres muertes a la misma altura ni mucho menos. Nunca traté a mi perro como un amigo o una persona, sabía que era una mascota, un perro. Pero sólo quien ha tenido perro y, sobre todo, sólo quien ha pasado por su muerte, sabe la tristeza extrema que supone y el vacío que te deja. Cuando tienes un perro sabes que lo normal, e incluso lo deseable, es que muera antes que tú, pero cuando llega el momento es realmente difícil de llevar. Además, siempre pasas por un período más o menos largo de enfermedad en el que ves cómo se va deteriorando, cómo se te va yendo y cómo se ha convertido en un viejito ese animal que hace dos días era tu cachorrito. De verdad que la muerte de tu perro es de una tristeza infinita.

Pero yo había pasado por la muerte repentina de mi hermano (con 36 años) seis años antes, así que pensé que, después de eso, cualquier otra cosa me resultaría "ligerita". Me equivocaba. Si algo me han aportado las muertes y demás desgracias ocurridas en mi vida es que nada te hace insensible al dolor, más bien al contrario. Una muerte tan dramática no te aporta ningún "beneficio" para todo lo que te pueda venir, no te dan un "bono" para las siguientes en plan "vale por tres meses de duelo de la siguiente muerte de un familiar". Ahora, al morir mi madre, la desgracia me la comí (o me la estoy comiendo) enterita, sin descuentos, sin bonos, sin medias tintas; ni saber durante meses que se iba a morir ha restado una gotita de dolor a su pérdida; ni haber pasado por la muerte de mi hermano y "haber sobrevivido" me resta un sólo momento de angustia. No se puede perder a una madre y no sufrir.

Lo peor de que mueran personas a las que quieres tanto es la ausencia, ese "nunca más", ese vacío, esa soledad y esa sensación de bofetada, de pesadilla de la que nunca despiertas, de desconcierto... continuamente viene a mi cabeza la frase "¿quién me ha robado el mes de Abril?" Tu vida se tambalea por completo, se va cayendo a pedazos y todo lo que te ocurre, porque inexplicablemente sigues viva, se difumina como si pasases por encima de toda tu vida un plastidecor blanco.

Pero soy terriblemente optimista, a pesar de todo y, aunque a veces me cueste creerlo, sé que esto también pasará, que llegarán días en que no llore tanto, que volveré a reirme con ganas, que dejará de encogérseme el estómago con algunos recuerdos, que los días 10 de cada mes volverán a ser un día cualquiera...
La muerte de mi madre no ha tenido nada que ver con la de mi hermano. En nada, ni por la edad, ni por la relación, ni por el proceso. Lo de mi hermano fue de un día para otro, siempre pienso que murió en un segundo, de manera fulminante. Una llamada de madrugada y mi vida cambió para siempre.
Mi madre se empezó a encontrar muy mal un buen día (aunque llevaba meses así sin decirlo) y resulta que tenía un cáncer que ya no podía curarse. El golpe fue brutal, no puedo olvidar el momento en que me lo dijo mi hermana.... Pero seguía aquí, viva y luchando como una fiera, así que no podíamos hundirnos nosotras, teníamos que esta a la altura; a su altura. Fue durísimo acompañarla en todo el camino, saber que cada triunfo era pasajero y que el final no lo podríamos cambiar, pero el proceso fue extraordinario, emocionante y hasta bonito. Bueno, bonito como una montaña rusa, claro. Vivimos la vida en estado puro, con batallas ganadas que celebrábamos como locas y otras perdidas que nos volvían a la realidad y sólo al final, muy al final, tuvimos que rendirnos, tuvimos que dejar que se fuese, pero sólo cuando su cuerpo también se rindió.
Cuatro días antes de morir mi madre fue mi cumpleaños. Cumplí 40 años. Había estado el día anterior con mi madre y su estado ya era terrible pero, a pesar de eso, se puso al teléfono y me habló con una voz y una fuerza que no sé de dónde la sacaba y me deseó "muchas muchas felicidades, tantas como tú te mereces". Fue la última vez que oí su voz.
Todas las muertes, todas las desgracias, no te restan ni un poquito de dolor cuando vuelve a morir un ser querido, pero al menos esta vez pude hacer algo muy bueno: valoré cada minuto que pasé cerca de mi madre precisamente por saber que no se repetiría, hablé con ella de todas las cosas que quise saber por si algún día me quedaba sin respuestas y construí (junto a mis hermanas) recuerdos estupendos para guardarlos y poder aferrarme a ellos cuando mi madre no estuviese. Ahora, cuando me siento muy mal, abro una de esas "cajitas", uno de esos recuerdos únicos que puedo contemplar y casi tocar y, cuando lo hago, me siento viva y pienso que, lejos de ser una desgraciada, soy la persona más afortunada del mundo por haber vivido algo tan intenso.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Huérfana

Así es como me siento hoy: huérfana. En el más profundo y amplio sentido de la palabra.
Huérfana por perder a mi madre y huérfana por perder a mi padre con ella; a un padre que jamás ejerció y apenas figuró en mi vida, pero que estaba ahí, al menos como el marido de mi madre o como el que compartía su casa, no sé. El caso es que sólo teníamos un vínculo, mi madre, y desaparecida ella... queda apenas el abuelo de mi hijo, que para lo que lo ve...
Me siento huérfana de Pontevedra, que al perder a mi madre también la he perdido un poco. No voy tanto como antes, no ya como cuando mi madre estaba enferma, que era todas las semanas, sino como "antes". Últimamente piso Pontevedra una vez al mes y para eso.... qué duro se me hace. El fin de semana que decido ir, porque yo quiero, porque lo necesito, es como si buscase hasta última hora que surja algo que me haga anularlo. Debo ser como esos condenados a muerte que esperan hasta el último segundo la carta del gobernador con el indulto. Y si el indulto no llega.... allá nos vamos, con una mala leche y una tensión que hacen que me pase el viaje preguntándome a qué voy. ¿A qué voy? ¿A qué voy?
Cuando llego, la casa se me cae encima, me come, esa casa que sin mi madre carece de sentido y de vida. Y después mi padre, tan ajeno a todo esto que nos está pasando a mis hermanas y a mí, tan en su vida, tan liberado... ¿liberado de qué si siempre hizo lo que le dio la gana? nunca respetó los deseos de mi madre a la hora de salir y entrar, nunca renunció a nada por ella, ni al final... ¿liberado de qué? qué asco.
Pero en algún momento me encuentro con mi hermana y su familia, comemos, paseamos y siempre nos reimos, cómo no, de no hacerlo no seríamos nosotras. Y me siento parte de algo y de alguien en medio de esta "orfandad" y adivino en ella tanto dolor y tanta pérdida como yo tengo y será por el "mal de muchos", por la empatía o por lo que nos queremos, pero estar con ella me recuerda a qué voy yo a Pontevedra, a no perder a nadie ni nada más, a aferrarme a lo que sí tengo y a recordarme a mí misma algo que nunca olvido pero que a veces me cuesta recordar, que las personas a las que se quiere y se recuerda tanto nunca mueren. Y que mi madre no sólo vive en nuestros recuerdos, que son muchos y muy buenos, vive en nosotras mismas y en nuestros hijos, somos parte de ella.

lunes, 15 de octubre de 2012

Dulces sueños

No hay nada más tierno que un bebé durmiendo.
Bueno, vale, no hay nada más tierno para mí que MI bebé durmiendo.
Entré hace unas horas, a oscuras, en plan furtivo y "armada" con una lamparita, para cortarle las uñas; es que le horroriza que se las corte y de día, despierto, es una batalla insoportable, mientras que de noche son cinco minutitos. El caso es que me he convertido en una experta porque ya he encontrado la luz adecuada (que se vean bien las uñas pero no lo despierte) y el momento adecuado, una media hora o tres cuartos después de quedarse frito.
Y cuando entro así y lo encuentro tan profundamente dormido aprovecho y primero le corto las uñas, no vaya a ser que despierte, pero después, cuando "el trabajo ya está hecho" y sé que no me lo van a echar de la guardería por guarro, me quedo un ratito mirándolo, tan dormido, tan ajeno a todo y tan pero tan bonito que me parece mentira que hayamos hecho una cosita así.
No hay nada más tierno.

jueves, 11 de octubre de 2012

La fuerza de la costumbre

A esta hora me acuerdo mucho de mi madre. Era más o menos la hora a la que la llamaba, acostaba al niño y entonces ya me quedaba libre para llamarla y saber cómo estaba.
Últimamente ya era muy consciente de las pocas llamadas que me quedaban por hacer así que disfrutaba del placer y la suerte que es poder descolgar un teléfono y decir "hola, mamá". Sabía que, en poco tiempo, ya no podría volver a hacerlo, decir "hola, mamá" y que al otro lado ella contestase "hola, hija ¿cómo estás?"; sabía que lo iba a echar mucho de menos y ahora estoy en eso.
Parece que puedo escucharla, siempre me preguntaba "¿qué tal el pequerecho?" y disfrutaba mucho de todo lo que le contaba sobre él.
La verdad es que últimamente el momento de la llamada me llenaba de angustia y de mucha tensión. No sabía cómo la iba a encontrar, era evidente que las cosas ya no marchaban bien (me resulta curioso decir esto cuando nunca fueron bien) y, lo peor es que a veces no era capaz de mantener con ella una conversación normal: le repetía varias veces la misma pregunta y ella parecía "haberse desconectado", al rato "conectaba" y seguía una conversación coherente... uff, se me corta la respiración al recordarlo. Mis hermanas me explicaron algo, que era como si su cerebro dejase de oirme a veces. Terrible.
Pero otras veces el momento de la llamada era estupendo: contestaba feliz y animada, por lo que sea sus dolores/molestias habían remitido o, en la mayor parte de las veces, era porque mi hermana la había llevado ese día a la peluquería o a tomar un café o a las dos cosas. Nunca podremos agradecerle suficiente a mi hermana todo lo que le dio a mi madre en estos meses y todo lo que nos dio a mi otra hermana y a mí.
Qué subidón me daba escuchar a mi madre así, era como si todo se pasase en un segundo.
Voy a intentar quedarme con la sensación de estas "llamadas buenas" y recordarla cuando eche tanto de menos como ahora llamar a mi madre.
"Hola, mamá, ¿cómo estás?"

viernes, 5 de octubre de 2012

Viviendo

Soy de esas personas que necesita escribir, que necesita contar lo que le pasa o lo que se le pasa por la cabeza. No sé por qué, pero siempre me ha pasado, al menos desde hace muchos años.
Además hay momentos de mi vida en que escribir se ha convertido en "una salida", a veces la única salida.
Este es uno de esos momentos.
En agosto se murió mi madre. Como soy una persona normal y ella una madre estupenda, estoy desolada. No pienso en otra cosa, no me lo quito de la cabeza y sé que sólo el tiempo me permitirá volver a construirme mi vida normal. Pero ese tiempo aun no ha pasado y aquí estoy, triste perdida y escribiendo.
Hace poco leí "cuando tengas un monstruo, escríbele" así que supongo que eso hago.
Y no es que no tenga a nadie a quién contar mis penas, al contrario. Tengo la suerte de tener una familia y unos amigos que no me dejan sola ni dejan de preocuparse por mí. Pero no pueden llegar a todo, no están en mi cabeza, no pueden estar dentro de mí a todas horas. Además, cuando te pasa algo así la tristeza es tanta que te da la sensación de que no sabes hablar de otra cosa, porque para tí no existen otras cosas. Así que tampoco quieres monopolizar las vidas y las conversaciones de los demás. Y callas. Pero dentro de ti todo sigue.
Por eso lo de la salida, por eso lo de escribir y dejar que todo fluya, que salga.